[Les recomiendo que me lean con esto de fondo. Se titula "Have Yourself A Merry Little Ración de Papas Bravas".]
Hay palabras que viven bajo una catarata. Sufren un desgaste que las deja reducidas a migajas. "Feliz Navidad", por ejemplo.
¿Qué queda de felicidad, qué de Navidad en este sintagma? Y ahí estamos todos año tras año, esforzándonos por deserosionarlo, por restaurar su significado, por insuflarle contenido, por resultar ingeniosos, novedosos, sinceros.
Este año me rindo. Prefiero inventar un nuevo sintagma. ¿"Feliz Navidad"? Mejor "desliz familiar". "Miel y cismas" (en inglés). "Frígida vaina" (en alemán). "Payés novel" (en francés).
Daré un paso más. "Papas bravas". ¡Papas bravas!
Si total, lo único que quiero es que les llegue una generosa ración de calor real, de alegría, el humear, el tabasco, el soplido, la esperanza, el compartir, los tenedores que se entrechocan, el rebañar, y las exclamaciones.
¡¡Papas bravas!!
En la imagen: yo. No soy muy de poner fotos mías, pero esta es una felicitación personal y en esta foto estaba diciendo "pa-ta-ta brava" y se ve esa sonrisa que me traje del Himalaya y que han hecho crecer y crecer durante este prodigioso año, esa sonrisa que pienso esforzarme en mantener, alimentar y contagiarles durante todo el 2012 y lo que me echen. Y además, la foto me la hizo él.
¡¡¡Papas bravas!!!
martes, 20 de diciembre de 2011
lunes, 19 de diciembre de 2011
Pelos en la lengua
[Siguiendo con el giro peluqueril que está tomando mi obra, tras "Pelos en las orejas", llega ahora mi columna "Pelos en la lengua". No quieran saber cuál será la próxima.]
Cuando digo que no tengo pelos en la lengua, miento. Tengo. Una alfombra tupida. Lo que pasa es que me depilo, para ejercer de columnista incisiva y eso.
Hay personas que nacen con pelos en la lengua y otras que no. A las primeras, las palabras se les demoran un rato antes de salir. En ese tiempo fugaz, el propietario de una lengua peluda hace una supersónica evaluación de riesgos. Calcula si las palabras que va a decir causarán algún perjuicio y, si es preciso, las riza antes de soltarlas. Así, si trabaja para la Casa Real, le salen palabras tirabuzones como “cese temporal de la convivencia matrimonial” o “comportamiento no ejemplar”. Si estima que sus palabras herirán a quien le escucha, se las traga. A veces, los propietarios de lenguas peludas tienen tal atasco de palabras no dichas que un mal día las vomitan todas y se arma la de San Quintín. Son auténticas bombas de relojería las personas con pelos en la lengua.
Las otras, las que no tienen pelos en la lengua, lo suelen llevar a gala. Presumen de decir todo –y en ese “todo” caben un sinfín de lindezas– sin tapujos con el mismo orgullo con que los miembros de la Asociación Nacional de Rifle empuñan sus escopetas. Quienes no tienen pelos en la lengua disparan las palabras a bocajarro.
Y luego, de vez en cuando, como nos encanta hacernos pasar por lo que no somos, los que tienen pelos en la lengua se depilan, y los que no, se ponen postizos.
Eso, un postizo para la lengua y no matasuegras deberían incluir en esas bolsas para las fiestas. Yo que ustedes empezaría ya a dejarme crecer el pelo o me haría con un postizo lingüístico, o un esparadrapo. No se trata de decir en la cena de Nochebuena, pongamos, a su padre, que esa historia ya la ha contado más de veinte veces, o a su madre, que no hace falta que llene todos los silencios, o a su cuñado, sigamos poniendo, que es un pesado, o a su hermana, que hay animales salvajes más sensatos que ella. Ni les cuento de sus suegros. Piensen que hasta eso –las historias repetidas hasta el hartazgo, los tics desquiciantes, las ideas de bombero– hasta eso echarían de menos de ellos si alguno faltara en su mesa.
Háganme caso. Estos días tengan pelos en la lengua. Evalúen los riesgos. Tengan la fiesta en paz. Así podrán decir, como una de las hijas de Isabel Preysler: “¿Las navidades? En familia. Pero tranquilas.”
(Si además de pelos en la lengua, tienen corazón, hagan hueco en su mesa para esta pobre columnista que acaba de ganarse que la expulsen de la cena de Nochebuena.)
Esta columna apareció publicada en el Heraldo el 19 de diciembre de 2011. Desde entonces, no he logrado hablar con mi padre. Y mira que lo he intentado. Quería que me contara aquella historia por vigesimoprimera vez. Pero ya ven. Creo que estoy castigada.
Se admiten invitaciones en los comentarios.
En la imagen: un hombre sin pelos en la lengua.
Cuando digo que no tengo pelos en la lengua, miento. Tengo. Una alfombra tupida. Lo que pasa es que me depilo, para ejercer de columnista incisiva y eso.
Hay personas que nacen con pelos en la lengua y otras que no. A las primeras, las palabras se les demoran un rato antes de salir. En ese tiempo fugaz, el propietario de una lengua peluda hace una supersónica evaluación de riesgos. Calcula si las palabras que va a decir causarán algún perjuicio y, si es preciso, las riza antes de soltarlas. Así, si trabaja para la Casa Real, le salen palabras tirabuzones como “cese temporal de la convivencia matrimonial” o “comportamiento no ejemplar”. Si estima que sus palabras herirán a quien le escucha, se las traga. A veces, los propietarios de lenguas peludas tienen tal atasco de palabras no dichas que un mal día las vomitan todas y se arma la de San Quintín. Son auténticas bombas de relojería las personas con pelos en la lengua.
Las otras, las que no tienen pelos en la lengua, lo suelen llevar a gala. Presumen de decir todo –y en ese “todo” caben un sinfín de lindezas– sin tapujos con el mismo orgullo con que los miembros de la Asociación Nacional de Rifle empuñan sus escopetas. Quienes no tienen pelos en la lengua disparan las palabras a bocajarro.
Y luego, de vez en cuando, como nos encanta hacernos pasar por lo que no somos, los que tienen pelos en la lengua se depilan, y los que no, se ponen postizos.
Eso, un postizo para la lengua y no matasuegras deberían incluir en esas bolsas para las fiestas. Yo que ustedes empezaría ya a dejarme crecer el pelo o me haría con un postizo lingüístico, o un esparadrapo. No se trata de decir en la cena de Nochebuena, pongamos, a su padre, que esa historia ya la ha contado más de veinte veces, o a su madre, que no hace falta que llene todos los silencios, o a su cuñado, sigamos poniendo, que es un pesado, o a su hermana, que hay animales salvajes más sensatos que ella. Ni les cuento de sus suegros. Piensen que hasta eso –las historias repetidas hasta el hartazgo, los tics desquiciantes, las ideas de bombero– hasta eso echarían de menos de ellos si alguno faltara en su mesa.
Háganme caso. Estos días tengan pelos en la lengua. Evalúen los riesgos. Tengan la fiesta en paz. Así podrán decir, como una de las hijas de Isabel Preysler: “¿Las navidades? En familia. Pero tranquilas.”
(Si además de pelos en la lengua, tienen corazón, hagan hueco en su mesa para esta pobre columnista que acaba de ganarse que la expulsen de la cena de Nochebuena.)
Esta columna apareció publicada en el Heraldo el 19 de diciembre de 2011. Desde entonces, no he logrado hablar con mi padre. Y mira que lo he intentado. Quería que me contara aquella historia por vigesimoprimera vez. Pero ya ven. Creo que estoy castigada.
Se admiten invitaciones en los comentarios.
En la imagen: un hombre sin pelos en la lengua.
viernes, 16 de diciembre de 2011
Lo real
[Aviso: esta entrada también parece una película de Frank Capra. Si son más bien Mr. Scrooge o si necesitan una palangana virtual cada vez que leen una terneza, no sigan leyendo. O vayan a por la palangana.]
Ayer vi "Kiseki" en el FICC. "Kiseki" significa milagro en japonés. La película habla de deseos que se cumplen aun cuando no se cumplen, aun cuando no hay milagro. Es como un cuento de hadas sin hadas. Te deja ese poso de satisfacción, íntima alegría y orden que da un cuento (los cuentos fantásticos están para ordenar el mundo), pero todo todo sucede sin arte de magia, por arte de realidad y fuerza de la alegría, la bondad, la voluntad y la esperanza de las personas.
(Palangana.)
"Kiseki" fue el colofón perfecto para un día Kiseki. Un día milagro. De esos días, y no son tantos en la vida (yo recuerdo seis), en los que bailas entre la sensación de irrealidad y la poderosa consciencia de estar viviendo algo absolutamente excepcional. Ayer participé en los encuentros del Premio Hache en Cartagena, como finalista. Los premios los suele dar un jurado, y este también. Pero, frente a la aristocracia de los jurados literarios, este es un premio democrático. El jurado lo componen los lectores, miles de lectores. "Tú lees, tú decides". Como debería ser.
No abulto mucho. Y ya, en un imponente Paraninfo y ante 600 adolescentes, no se hacen idea de lo pequeña que resulto. Pero hay cosas que te ensanchan. Como que una chica marroquí te dé las gracias porque -me dijo-: "aunque no entiendo bien tu idioma, este libro sí lo he entendido". O que un chico, un tiarrón guapo de unos catorce años, te diga: "Me ha encantado tu libro porque he estado enamorado y es como lo que cuentas". O que una chica te diga... No te diga apenas, porque se echa a llorar, y te pide un abrazo. Y se lo das pensando: ¿pero quién soy yo?
(Pañuelo.)
Este blog empezó hablando de premios y princesas. Durante un tiempo estuvo centrado en la realeza. Hoy este blog se muda a la casa de al lado, al lugar donde quiero vivir: los premios, claro, y lo real, solo que este "real" no tiene que ver con la realeza sino con la realidad, y con los milagros que se hacen por arte de la alegría, la bondad, el saber hacer y la esperanza de personas como Alberto Soler, Patricio Hernández o Miguel Villora.
Me regalaron una camiseta del premio Mandarache, el hermano mayor del premio Hache. En la camiseta dice: "La verdad está en los números pero el secreto en las palabras"*. Yo soy muy de secretos, pero esto he querido contarlo porque no debería serlo. Debería ser un secreto a voces. Debería ocupar quince minutos de Informe Semanal, para que todo el mundo sepa que en Cartagena hay gladiadores que pelean a muerte por defender la candidatura de un libro, hay miles de jóvenes que leen y que reciben a los escritores como si fueran lady Gaga y hay cuentos de hadas sin hadas ni princesas que empiezan leyendo y acaban entre abrazos y lágrimas de emoción diciendo: "Y fueron felices y comieron caldero".
Un último secreto, que ya vale por hoy. En Cartagena compré el número que va a salir premiado con el Gordo. Es el 07413. Luego no digan que no avisé. De todas maneras, la felicidad es casi gratis. Ayer vi "Kiseki" gratis, me dieron abrazos gratis, me reí gratis, repartí y recibí cariño gratis...
En la imagen (y retomando nuestro lema "a lo sesudo por lo baladí"): una lectora y Alberto Soler me besan, y yo, en el centro, ya me siento ganadora. (A Alberto ayer unos jóvenes lectores, unos jóvenes jurados, le dijeron que era igualito a Jorge Javier Vázquez, pero en guapo. Él hoy también flota en una nube de felicidad.)
*Esta frase -debe saberse, y querrán saberlo- es del poeta Alberto Soler.
lunes, 5 de diciembre de 2011
Pelos en las orejas
Ahora que se nos ha ido el moreno, ese barniz que nos hace parecer más felices y más guapos, llega esta cruda luz invernal a iluminar nuestras miserias: las legañas, las arrugas, las ojeras, los pelos en las orejas…
Imaginen que tienen pelos en la orejas y nadie se lo advierte con delicadeza, nadie le recorta esos pelos con mimo. “Quienes tienen pelos en las orejas son personas que no tienen quien las quiera.” Me lo dijo mi prima, y desde que lo hizo no puedo evitar que me arrase la melancolía cada vez que veo a un abuelo (suelen ser abuelos) luciendo escobillas en las orejas. (Igual los jóvenes también tienen pelos en las orejas; igual por eso se las tapan con auriculares.) Ganas me dan de llevar unas tijeritas en el bolso e ir cortando pelos. Yo soy muy de querer.
Debería ser esta luz misericordiosa, la del querer, la que matizara nuestra visión de las imperfecciones familiares. Olvídense del ácido hialurónico y del colágeno hidrolizado. Confíen en la cosmética del amor, y aplíquenla sobre las arrugas, ojeras y demás de quienes ahora mismo comparten su mesa del desayuno. Al fin y al cabo, no son tantas las legañas que nos es dado ver en la vida, y lo peor que nos puede pasar es que las únicas legañas que veamos sean las nuestras en el espejo, o en nuestro reflejo en el ordenador, en ese breve limbo entre el apagado y el encendido que nos enfrenta por un instante a nosotros mismos antes de ser condenados a una vida virtual. Lo advierto: ahora que nuestros amigos son virtuales, nuestras sonrisas, paréntesis, y nuestros besos, más cortos, apenas “bs”, como nos descuidemos, acabaremos barriendo el suelo con los pelos de las orejas.
Por eso, ahora que hace frío, busquen y emanen calor. Lleven una vida imperfecta y real. Miren esas legañas con cariño. Honren esas arrugas, porque igual están ahí por su causa. Déjense cortar los pelos de las orejas. “Desvirtualicen”, que es como se dice cuando por fin se conoce en persona a quien hasta entonces solo se había leído.
Si quieren desvirtualizarme a mí, les espero hoy, vendiendo, en la plaza de Los Sitios de Zaragoza, en el mercadillo contra el cáncer. Vengan. Será bonito. Sentirán el calor que da practicar otra forma de querer. Se llevarán un libro, o una vela, o una bola; y yo, una alegría. Llevaré una bufanda roja. Si me ven, tóquense la oreja. Será nuestra señal. Será como decir: “Te leí”. Yo les sacaré la lengua. Será mi forma de decir: “Gracias”. Y además comprobarán, si no lo han hecho ya, que no tengo pelos. En la lengua.
Esta columna apareció publicada ayer en el Heraldo. Fue bonito, bonito de verdad. Y emocionante. Al mercadillo vino gente conocida y desconocida que se tocó la oreja. Yo les saqué la lengua. Creo que también saqué la lengua a una señora a la que le picaba la oreja, porque me miró muy raro. Pero además pasó una cosa...
Una pareja se paró a cierta distancia de mi caseta. La señora, que se tapaba las orejas con un sombrero, se llevó la mano hacia la oreja y yo le saqué la lengua sonriendo. Entonces ella se acercó y a mí se me congeló la sonrisa al oír sus primeras palabras: "Somos los padres de Félix Romeo". Lo siguiente fueron lágrimas.
Las líneas con las que emborrono el Heraldo un domingo sí y uno no aparecen donde antes estaba la columna de Félix Romeo. Esa mujer no tendría que haber leído mi columna, no tendría que haberse tocado una oreja; ese domingo tendría que haber leído lo que escribía su hijo, y sentir el calor que emanaba su hijo.
Solo supe darle un beso. Qué piel tan suave tiene la madre de Félix Romeo. Fue triste, pero también fue bonito. Me gustó mucho que vinieran. Siempre me faltan las palabras cuando quiero dar las gracias.
Y todo esto me lleva de nuevo aquí.
No pienso quitarme la bufanda roja hasta el 11 de diciembre por la noche. Sigo esperándoles.
En la imagen, pelos en una oreja. Bueno, niños en una biblioteca como si lo fueran (Bibliothèque d'enfants de Martine Franck).
Imaginen que tienen pelos en la orejas y nadie se lo advierte con delicadeza, nadie le recorta esos pelos con mimo. “Quienes tienen pelos en las orejas son personas que no tienen quien las quiera.” Me lo dijo mi prima, y desde que lo hizo no puedo evitar que me arrase la melancolía cada vez que veo a un abuelo (suelen ser abuelos) luciendo escobillas en las orejas. (Igual los jóvenes también tienen pelos en las orejas; igual por eso se las tapan con auriculares.) Ganas me dan de llevar unas tijeritas en el bolso e ir cortando pelos. Yo soy muy de querer.
Debería ser esta luz misericordiosa, la del querer, la que matizara nuestra visión de las imperfecciones familiares. Olvídense del ácido hialurónico y del colágeno hidrolizado. Confíen en la cosmética del amor, y aplíquenla sobre las arrugas, ojeras y demás de quienes ahora mismo comparten su mesa del desayuno. Al fin y al cabo, no son tantas las legañas que nos es dado ver en la vida, y lo peor que nos puede pasar es que las únicas legañas que veamos sean las nuestras en el espejo, o en nuestro reflejo en el ordenador, en ese breve limbo entre el apagado y el encendido que nos enfrenta por un instante a nosotros mismos antes de ser condenados a una vida virtual. Lo advierto: ahora que nuestros amigos son virtuales, nuestras sonrisas, paréntesis, y nuestros besos, más cortos, apenas “bs”, como nos descuidemos, acabaremos barriendo el suelo con los pelos de las orejas.
Por eso, ahora que hace frío, busquen y emanen calor. Lleven una vida imperfecta y real. Miren esas legañas con cariño. Honren esas arrugas, porque igual están ahí por su causa. Déjense cortar los pelos de las orejas. “Desvirtualicen”, que es como se dice cuando por fin se conoce en persona a quien hasta entonces solo se había leído.
Si quieren desvirtualizarme a mí, les espero hoy, vendiendo, en la plaza de Los Sitios de Zaragoza, en el mercadillo contra el cáncer. Vengan. Será bonito. Sentirán el calor que da practicar otra forma de querer. Se llevarán un libro, o una vela, o una bola; y yo, una alegría. Llevaré una bufanda roja. Si me ven, tóquense la oreja. Será nuestra señal. Será como decir: “Te leí”. Yo les sacaré la lengua. Será mi forma de decir: “Gracias”. Y además comprobarán, si no lo han hecho ya, que no tengo pelos. En la lengua.
Esta columna apareció publicada ayer en el Heraldo. Fue bonito, bonito de verdad. Y emocionante. Al mercadillo vino gente conocida y desconocida que se tocó la oreja. Yo les saqué la lengua. Creo que también saqué la lengua a una señora a la que le picaba la oreja, porque me miró muy raro. Pero además pasó una cosa...
Una pareja se paró a cierta distancia de mi caseta. La señora, que se tapaba las orejas con un sombrero, se llevó la mano hacia la oreja y yo le saqué la lengua sonriendo. Entonces ella se acercó y a mí se me congeló la sonrisa al oír sus primeras palabras: "Somos los padres de Félix Romeo". Lo siguiente fueron lágrimas.
Las líneas con las que emborrono el Heraldo un domingo sí y uno no aparecen donde antes estaba la columna de Félix Romeo. Esa mujer no tendría que haber leído mi columna, no tendría que haberse tocado una oreja; ese domingo tendría que haber leído lo que escribía su hijo, y sentir el calor que emanaba su hijo.
Solo supe darle un beso. Qué piel tan suave tiene la madre de Félix Romeo. Fue triste, pero también fue bonito. Me gustó mucho que vinieran. Siempre me faltan las palabras cuando quiero dar las gracias.
Y todo esto me lleva de nuevo aquí.
No pienso quitarme la bufanda roja hasta el 11 de diciembre por la noche. Sigo esperándoles.
En la imagen, pelos en una oreja. Bueno, niños en una biblioteca como si lo fueran (Bibliothèque d'enfants de Martine Franck).
miércoles, 30 de noviembre de 2011
¡Compren, compren!
[Aviso: en esta entrada no soy la Oro, soy la de Ono que llama a la hora de la siesta, la de la Thermomix, la de Círculo de Lectores, la testiga de Jehová. Cómprenme.]
Llevo unos días dejando aquí y allá mensajes que van de lo subliminal a lo grosero para que vengan al mercadillo contra el cáncer que organiza la AECC en Zaragoza, en la plaza de Los Sitios, entre el 2 y el 11 de diciembre.
No soy una comercial de raza. En realidad, a mí no me gusta vender. Lo que me gusta es que me compren. Y suplicar. ¿Verdad que vendrán? ¿Verdad que sí? ¿Aunque haga un poco de frío? Porfi, porfi, porfi...
Les doy mil motivos para venir:
1: Por el cáncer. Mejor dicho, contra el cáncer. Porque todos los beneficios obtenidos irán destinados a la investigación oncológica, que traducido al castellano quiere decir que habrá más gente (gente que podrías ser tú, gente que podría ser yo) que vivirá más años y mejor, gente que verá crecer a sus hijos o verá nacer otro nieto, que subirá otra montaña, que se echará doscientas risas más... Sé que con este motivo les sobra, pero a título informativo enumero algunas cosas más por las que merece la pena acercarse.
2: Cientos de libros de segunda mano (algunos, auténticas joyas) a 1, 2, 3 y 0,50 euros.
3: SS.MM. los Reyes Magos de Oriente. Sí, estarán en la plaza. ¡Y Pupi en persona! (bueno, en extraterrestre). Pupi no solo repartirá abrazos sino que además, igual hasta baila claqué. Adivinen por qué.
4: Las tapas del bar de la plaza, traídas de los mejores restaurantes de Zaragoza. Y el chocolate, y el caldo...
5: Jorge Gonzalvo el sábado 3 y el domingo 4 de 11h a 14h, firmando Te regalo un cuento y Despedida de tristeza. Pinchen, pinchen en los enlaces.
6: Andrés Chueca el martes 6 de 11h a 14h, firmando Mateo Quetevo en Tebas, ¡que comienza en la propia plaza de Los Sitios!
7: Ana Alcolea el jueves 8 y el domingo 11 de 11h a 14h, firmando y sonriendo como solo ella sabe.
8: David Lozano, que irá de su clamoroso y mexicano éxito en la Feria Internacional del Libro derechito al mercadillo. Estará el viernes 9 de 17h a 21h.
9: Los adornos navideños más buenos, bonitos y baratos que puedan encontrar (sí, a estas alturas, mi retórica comercial se resiente por el cansancio).
Y 1.000: Los milhojas que venden en el puesto de pastelería. Un must. Si cuando vayan, no quedan milhojas, llévense unos sobaos, o turrón de Puyet. Es un consejo que me agradecerán.
Fotografía de Yvon Buchmann. Vale que desde la plaza de Los Sitios no se ve la catedral de Lyon, ¡¡pero juro que vendemos mejores libros y a mejor precio!! (Cielos, me estoy poniendo un poco agresiva con esto de vender, ¿no? Y un poco pesada. Prometo que esta es la última entrada en la que hablo de esto. Bueno, la penúltima.)
Llevo unos días dejando aquí y allá mensajes que van de lo subliminal a lo grosero para que vengan al mercadillo contra el cáncer que organiza la AECC en Zaragoza, en la plaza de Los Sitios, entre el 2 y el 11 de diciembre.
No soy una comercial de raza. En realidad, a mí no me gusta vender. Lo que me gusta es que me compren. Y suplicar. ¿Verdad que vendrán? ¿Verdad que sí? ¿Aunque haga un poco de frío? Porfi, porfi, porfi...
Les doy mil motivos para venir:
1: Por el cáncer. Mejor dicho, contra el cáncer. Porque todos los beneficios obtenidos irán destinados a la investigación oncológica, que traducido al castellano quiere decir que habrá más gente (gente que podrías ser tú, gente que podría ser yo) que vivirá más años y mejor, gente que verá crecer a sus hijos o verá nacer otro nieto, que subirá otra montaña, que se echará doscientas risas más... Sé que con este motivo les sobra, pero a título informativo enumero algunas cosas más por las que merece la pena acercarse.
2: Cientos de libros de segunda mano (algunos, auténticas joyas) a 1, 2, 3 y 0,50 euros.
3: SS.MM. los Reyes Magos de Oriente. Sí, estarán en la plaza. ¡Y Pupi en persona! (bueno, en extraterrestre). Pupi no solo repartirá abrazos sino que además, igual hasta baila claqué. Adivinen por qué.
4: Las tapas del bar de la plaza, traídas de los mejores restaurantes de Zaragoza. Y el chocolate, y el caldo...
5: Jorge Gonzalvo el sábado 3 y el domingo 4 de 11h a 14h, firmando Te regalo un cuento y Despedida de tristeza. Pinchen, pinchen en los enlaces.
6: Andrés Chueca el martes 6 de 11h a 14h, firmando Mateo Quetevo en Tebas, ¡que comienza en la propia plaza de Los Sitios!
7: Ana Alcolea el jueves 8 y el domingo 11 de 11h a 14h, firmando y sonriendo como solo ella sabe.
8: David Lozano, que irá de su clamoroso y mexicano éxito en la Feria Internacional del Libro derechito al mercadillo. Estará el viernes 9 de 17h a 21h.
9: Los adornos navideños más buenos, bonitos y baratos que puedan encontrar (sí, a estas alturas, mi retórica comercial se resiente por el cansancio).
Y 1.000: Los milhojas que venden en el puesto de pastelería. Un must. Si cuando vayan, no quedan milhojas, llévense unos sobaos, o turrón de Puyet. Es un consejo que me agradecerán.
Fotografía de Yvon Buchmann. Vale que desde la plaza de Los Sitios no se ve la catedral de Lyon, ¡¡pero juro que vendemos mejores libros y a mejor precio!! (Cielos, me estoy poniendo un poco agresiva con esto de vender, ¿no? Y un poco pesada. Prometo que esta es la última entrada en la que hablo de esto. Bueno, la penúltima.)
martes, 29 de noviembre de 2011
No sean necios
ESTAMOS DE PASO
Lo que más me enerva
es que estamos de paso
y aun así como necios nos comportamos.
Y no acariciamos bastante
atardeceres
cuerpos
risas
manos
muslos
senos
hombros
brazos
no acariciamos bastante
la vida, el vaso,
sabiendo que estamos de paso.
Gloria Fuertes. Mujer de verso en pecho. Ed. Cátedra
El día de colgar este poema era ayer, que se cumplían trece años de la muerte de Gloria Fuertes. Cuando me di cuenta, escribí este poema en twitter. Pero twitter es tan efímero... Casi tan efímero como la vida. Apuren el vaso, que estamos de paso. Y lean a Gloria Fuertes a sus hijos, a sus enemigos, a sus parejas, a la buena gente que son.
En la imagen: Gloria Fuertes
viernes, 25 de noviembre de 2011
Ver el mar por primera vez
Una vez al año me hago librera. Una vez al año asisto a uno de los mayores espectáculos del mundo: gente que ve el mar por primera vez.
Resulta que mi "librería" está al aire libre, en un stand en una bonita plaza de Zaragoza, la plaza de Los Sitios. Eso hace que ante el stand llegue gente de todo pelaje y condición. La mayoría han pisado alguna vez en su vida una librería o una biblioteca, pero hay unos pocos que no. Estos últimos son mis favoritos.
Estos se paran ante el stand y abren los ojos y luego la boca y cuando logran articular palabra dicen algo así como: "¡¡Halaaaaa!! ¡¡Pero qué cosas tan bonitas!!". Las "cosas", aclaro, son libros. Infantiles y juveniles. Cuando se reponen de la impresión, suelen decir: "¿Dónde hay libros tan bonitos?". La respuesta es sencilla: en las librerías.
Ustedes que me leen son carne de librería o de biblioteca. Me juego el cuello. Por eso para ustedes, el día de las librerías, que es hoy, es un día bonito pero no tan especial. Les propongo una forma verdaderamente especial de celebrarlo. Cojan a alguien que aún no haya visto el mar (su abuela, un amigo, una tía, un colega del trabajo) y llévenselo a una librería. Y déjense las gafas de sol puestas dentro de la librería no vayan a deslumbrarse con el brillo de sus ojos. Ya verán qué sonrisa se les queda para todo el día, por no hablar de la que proporciona salir con un libro por leer bajo el brazo. Zapatos nuevos.
Y la semana que viene, del 2 al 11 de diciembre, de 11 a 2 y de 5 a 9, vengan a verme a la plaza de Los Sitios. En este mar vendemos libros infantiles y juveniles, y también libros de adultos, de cocina, de poesía... de segunda mano. Desde 0,50 céntimos. Los beneficios son para la Asociación Española Contra el Cáncer. Para todos, vaya.
En la imagen, Antoine, antes de pisar una librería. Aquí lo pueden ver en el momento de entrar por primera vez, ese nuevo comienzo.
lunes, 21 de noviembre de 2011
Equilibristas
De izquierda a derecha: Cañete, Gallardón, Pons, Mato, Fernández (Elvira), Rajoy, Cospedal, Sáenz de Santamaría, García-Escudero, Aguirre y Moragas asomados al balcón. Fotografía de Charles Ebbets.
La noche del 3 de noviembre a las farolas de mi barrio les nacieron equilibristas. Desde ese día hasta hoy, disimulando el vértigo, andan columpiándose de ellas Alfredo, Chesús, Mariano, Rosa...
Pero ellos no fueron los primeros en balancearse allá arriba. Para que ellos subieran, tuvieron que bajar de esas mismas farolas los artistas del Gran Circo Mundial. Sí, las calles jalonadas por los candidatos, antes fueron tomadas por Super Payaso Carletto, Miss Aurori y sus elefantes, Chicharrín y sus peluches mágicos, los increíbles acróbatas los Flying Tonitos…
La troupe del circo aguantó semanas en lo alto de las farolas. No en vano eran equilibristas profesionales. Los candidatos, no. Los candidatos fueron derribados a los pocos días por un impensado indignado: el cierzo. Y es que hay lugares donde la gente debe resistir “contra viento y marea”, pero en Zaragoza no. Aquí no nos hacen falta mareas; nuestro viento no necesita refuerzos. Se bastó él solito para hacer caer a los candidatos. Bajo mi casa, carteles rojos acababan hechos trizas. A pocos metros, Rajoy, sujeto a una farola, plantaba cara al viento como Kate Winslet en la proa del Titanic. (La resistencia de los albatros al viento es proverbial.) Tras aquel paso huracanado del cierzo, muchos carteles quedaron por debajo de lo previsto, luciendo la indignidad de quien, sorprendido en el cuarto de baño, corre a coger el teléfono con los pantalones por los tobillos.
Bien es verdad que no era la primera batalla que se libraba en las farolas. Los carteles del circo también habían tenido lo suyo. En su día les estamparon unas pegatinas que decían “No al circo con animales”.
Quizá esas pegatinas habrían valido también para los carteles electorales. ¿Podría haber política sin animales? ¿Y sin equilibristas, sin personas que disimulen el vértigo en lo alto de una farola, o de un balcón? ¿O será que no necesitan disimularlo porque sencillamente no lo sienten?
La mayoría de los rascacielos neoyorquinos los construyeron indios mohawk. Una extraña herencia genética les impedía sentir vértigo y andaban de un andamio a otro sin casco y sin miedo. Dicen que los políticos están hechos de otra pasta. Igual es eso. Igual es que son indios mohawk, y no sienten vértigo. Eso sí que daría miedo, unos políticos sin vértigo, de trapecio en trapecio, haciendo el “más difícil todavía”, sin tocar suelo; más miedo que el cruce de la muerte de los Flying Tonitos.
Super Políticos, no me sean mohawk. Sientan vértigo. O bajen un poquito, por favor.
Esta columna, sin la foto, claro, apareció publicada en el Heraldo ayer, 20 de noviembre de 2011, día de las elecciones. Hoy a las farolas se las veía como recién divorciadas de un mal marido: solas, fingidamente tristes, ligeras. Se han quitado un peso de encima.
La noche del 3 de noviembre a las farolas de mi barrio les nacieron equilibristas. Desde ese día hasta hoy, disimulando el vértigo, andan columpiándose de ellas Alfredo, Chesús, Mariano, Rosa...
Pero ellos no fueron los primeros en balancearse allá arriba. Para que ellos subieran, tuvieron que bajar de esas mismas farolas los artistas del Gran Circo Mundial. Sí, las calles jalonadas por los candidatos, antes fueron tomadas por Super Payaso Carletto, Miss Aurori y sus elefantes, Chicharrín y sus peluches mágicos, los increíbles acróbatas los Flying Tonitos…
La troupe del circo aguantó semanas en lo alto de las farolas. No en vano eran equilibristas profesionales. Los candidatos, no. Los candidatos fueron derribados a los pocos días por un impensado indignado: el cierzo. Y es que hay lugares donde la gente debe resistir “contra viento y marea”, pero en Zaragoza no. Aquí no nos hacen falta mareas; nuestro viento no necesita refuerzos. Se bastó él solito para hacer caer a los candidatos. Bajo mi casa, carteles rojos acababan hechos trizas. A pocos metros, Rajoy, sujeto a una farola, plantaba cara al viento como Kate Winslet en la proa del Titanic. (La resistencia de los albatros al viento es proverbial.) Tras aquel paso huracanado del cierzo, muchos carteles quedaron por debajo de lo previsto, luciendo la indignidad de quien, sorprendido en el cuarto de baño, corre a coger el teléfono con los pantalones por los tobillos.
Bien es verdad que no era la primera batalla que se libraba en las farolas. Los carteles del circo también habían tenido lo suyo. En su día les estamparon unas pegatinas que decían “No al circo con animales”.
Quizá esas pegatinas habrían valido también para los carteles electorales. ¿Podría haber política sin animales? ¿Y sin equilibristas, sin personas que disimulen el vértigo en lo alto de una farola, o de un balcón? ¿O será que no necesitan disimularlo porque sencillamente no lo sienten?
La mayoría de los rascacielos neoyorquinos los construyeron indios mohawk. Una extraña herencia genética les impedía sentir vértigo y andaban de un andamio a otro sin casco y sin miedo. Dicen que los políticos están hechos de otra pasta. Igual es eso. Igual es que son indios mohawk, y no sienten vértigo. Eso sí que daría miedo, unos políticos sin vértigo, de trapecio en trapecio, haciendo el “más difícil todavía”, sin tocar suelo; más miedo que el cruce de la muerte de los Flying Tonitos.
Super Políticos, no me sean mohawk. Sientan vértigo. O bajen un poquito, por favor.
Esta columna, sin la foto, claro, apareció publicada en el Heraldo ayer, 20 de noviembre de 2011, día de las elecciones. Hoy a las farolas se las veía como recién divorciadas de un mal marido: solas, fingidamente tristes, ligeras. Se han quitado un peso de encima.
Hoy es mi cumpleaños
Hoy, 21 de noviembre, es mi cumpleaños.
Permítanme.
Ya lo dice Antonio San José, en La felicidad de las cosas pequeñas: "Un cumpleaños es una celebración de la vida en la que todo parece estarnos permitido". Y lo que me van a permitir es que les mendigue cariño.
Sí, es triste mendigar cariño, pero más triste es robarlo, así que...
denme algo, que estoy muy loca, que soy capaz de cualquier cosa, que no respondo, que tengo una tarta queen size en la nevera, un futuro cada vez más pequeño, un montón de sillas vacías y una navaja de tinta.
Por si no resulta evidente: llevo fatal saberme menos joven, pero adoro que me feliciten. Hoy no me sean tímidos. Sean anónimos si quieren, pero hoy quiero -¡qué digo "quiero"!- necesito tantos comentarios, tantas felicidades, como años cumplo. Y será la primera vez que no me importe que me echen años de más.
Insisto. No hace falta que sean ingeniosos, si con un "felicidades" ya me ensancho. No saben cómo echaré de menos sus palabras si no las escriben, no se pueden hacer una idea de lo feliz que me harán si las mandan. ¿No ven que yo vivo de poco más que eso: palabras?
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Hijos feroces
Les presento a mi hijo. A uno de ellos. Este se llama Superleo y, aunque lo acabo de tener, me ha nacido con 4 años. También he tenido otro cachorro de 3 años y otro de 5. El de 5 me ha salido con melena y todo. Han nacido para superhéroes, y si quieres, te dejan que les acompañes en el momento más emocionante de sus vidas, ese momento en el que están a punto de conseguir el que será su superpoder: el superpoder de la lectura.
Superleo ha sido fruto de un parto larguísimo, que empezó con un montón de entrevistas a profesoras de Educación Infantil (sí, yo intenté entrevistar a profesores pero deben de estar en mayor peligro de extinción que el león asiático), que siguió por un estudio exhaustivo de los materiales sobre lectura que se habían desarrollado desde las distintas consejerías y que... Bueno, no les quiero aburrir, que sé que las madres nos ponemos pesadísimas y superlativas hablando de los embarazos.
Pero no quiero dejar de ser pesada y superlativa hablando de esta criatura, porque me encanta, porque ha quedado suavecísima gracias a los chinos, y preciosa gracias al maravilloso y dificilísimo trabajo de Dani Cruz, y previamente, al de Mikel Valverde.
Y porque dentro de cada libro de Superleo, además de las historias de este cachorro de león, se pueden encontrar lecturas como cuentos de Rodari, cómics de SamSam, recortables sobre comida japonesa, poemas de Reviejo sobre cuadros de Picasso, actividades o fragmentos de enciclopedias. Y en pictogramas, en mayúscula, en cursiva, en letra de imprenta... Y con fotografías, con collages de Istvansch, con ilustraciones clásicas, modernas, de Tony Ross... Porque la idea es que no hay cachorro que se resista a aprender a leer si se le ofrecen buenos y variados textos, y sobre todo, si descubre que "Érase una vez" es también una forma que tienen los padres de decir "Te quiero". Y por eso, este Superleo no es solo para cachorros de 3, 4 y 5 años, sino también para Superpapás y Supermamás, y para profesoras (e incluso profesores), que tienen su propio material adicional con el que armar un auténtico Plan Lector de Infantil. Cada Superleo incluye una marioneta de Superleo y un montón de trucos que los Superpapás de Superleo comparten con los padres humanos. Y el primer truco para hacer lectores es: disfruta.
Muestro como ejemplo tres trucos más. Seguramente ya los sabrán. Pero nunca está de más recordarlos. Allá van (imagínenselo maquetado en bonito, ¡ha quedado tan bonito!):
Los trucos de Supermamá: carne de biblioteca
A nuestra familia nos encanta la carne y el carné... de la biblioteca, que es el hábitat natural de los superhéroes de la lectura. A Superleo le hicimos su carné al poco de nacer. Intentamos visitar la biblioteca una vez a la semana, el día que hay cuentacuentos, y lo pasamos en grande. Calentito en invierno, fresco en verano, gratis, lleno de oportunidades de diversión en forma de libros, revistas, múscia, películas... Lo tiene todo. ¿Te lo vas a perder?
Los trucos de Superpapá: el superpoder de la información
Tienes ante ti un fragmento del libro ¿Tienes piojos? El subtítulo de este libro es "¡Conócelos para librarte de ellos!". Y es que la información es poder. Para actuar correctamente, siempre es necesario tener información, y la lectura -de libros, periódicos, páginas de internet...- es la gran herramienta para conseguirla. Un acto tan sencillo como dejar que tu cachorro te vea a menudo leyendo el periódico es una forma eficaz de transmitirle con tu ejemplo la importancia de la lectura. Y ahora, te dejo, me voy a leer... el prospecto de una loción antipiojos para leones.
Los trucos de Superpapá: supercultura
En esta lectura descubriréis una pequeña anécdota del Cid. Cuando se la leí a Superleo, Superabuela se sorprendió: "¿El Cid? ¿Rodrigo Díaz de Vivar?", dijo. "¿No es Superleo un poco pequeño para eso? ¿No es muy complicado?". Entonces pensé en todos los nombres de futbolistas y personajes de series que conoce, y supe que no. Acercar a mi cachorro a la cultura, hacerle ver que no es algo lejano sino lo más "humano" que existe, es uno de los mejores regalos que puedo hacerle como padre. Y hasta Superabuela está de acuerdo en esto. [Clarísima autocensura. En vez de "Superabuela", el personaje pedía a gritos decir "Supersuegra".]
Cierro así uno de los trabajos que más tiempo me han llevado y en los que más he puesto -y he dejado- de mí, con ayuda de gente extraordinaria. Y no podría concebir una forma de cerrarlo que me hiciera sentir más fière.
Perdonen que me haya enrollado tanto. Ya. Dejo de hablar de la criatura. ¿Pero a que es bonita?
lunes, 7 de noviembre de 2011
Alta sofisticación
No es que yo sea una salvaje. Me tengo más bien por una mujer sofisticada. Pero todo tiene un límite.Esto apareció ayer en el Heraldo. Hoy es lunes (o martes, o jueves, o cuando me lean). Dúchense. Pero hagan una auténtica salvajada. Denle morcilla a la gran esdrújula domadora: desconecten el teléfono. Si tienen lo que hay que tener.
Empecé a sospecharlo el otro día, cuando nos juntamos varios amigos para subir una montaña.
Al llegar al punto de encuentro, consultamos en un termómetro la temperatura y en un altímetro la altitud. Vestidos con nuestras ropas técnicas decatlónicas echamos a andar.
Poco antes de alcanzar un bosque, mi hijo vio un conejo y salió corriendo tras él gritando: “¡Soy Alicia!”. Reconozco que me costó entenderlo. Eso de ver en un macizo pirenaico a un personaje literario de la campiña inglesa, es de una sofisticación cultural muy superior a la mía. Y seguimos andando.
Paramos a mitad de camino para hacer fotos panorámicas con las cámaras fotográficas de nuestros iPhones y tomar nuestras barritas energéticas ultravitamínicas.
Y seguimos subiendo. Encontramos un buitre muerto. Mi hermana se lanzó a desplumarlo. “¡Qué plumas! ¡Son fantásticas para un tocado!”. Un amigo la detuvo: “¡Quieta! Hay que llamar al 112”. Y llamó: “Hemos encontrado un buitre muerto. Probablemente envenenado”. Mi hijo lee Alicia en el país de las maravillas pero este chico ve CSI. O Se ha escrito un crimen.
Tras una cuestarrón que solo admitía como música de fondo el clinc de nuestros bastones contra las rocas, llegamos a un camino más suave que hacía posible la conversación. ¿El tema? Las infinitas combinaciones de tónica y ginebra. Inspiración on the rocks.
Cuando llegamos a la cima, ya me temía lo peor. Estaba esperando a que sacaran de una bolsa térmica una bandeja de sushi y sashimi cuando sucedió el milagro. Uno sacó una navajita suiza, otro una bota de vino, y otro pan y longaniza. Otro se tiró un pedo.
Estamos salvados.
Sí, el salvajismo conduce al caos. Pero la sofisticación, que nos libra de la barbarie, nos lleva derechitos a la tontería. Y tonterías, las justas.
Es domingo. No se duchen. Rujan. Hagan algo salvaje. Déjense de esdrújulas por hoy.
(Me dice mi padre que si es necesario lo del pedo. Sí, papá, absolutamente. Me dice que si no pongo algo poético, algo sobre “las soberbias vistas”. Papá, eso no es poético; es de folleto turístico. Pero te diré que allá arriba, en la montaña, me siento atravesada por lo salvaje. Gracias por descubrírmela.)
(Me dice la jefa que no vale mandar recados en las columnas, que es tan ridículo como “aprovecho para saludar a mi tía que me estará escuchando”. Pues quito las gracias a mi padre y termino diciendo:) Déjense atravesar por lo salvaje. Suban una montaña.
La imagen es una fotito que me hizo David Lachapelle en medio del bosque, así, sin peinar, a lo salvaje.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
7 cosas que adoro de twitter (y 7 cosas que odio)
1. Mi madre no está en twitter.
2. Elijo a quién oír y solo oigo lo que quiero.
3. Persigo a gente que me parece fascinante sin que me tomen por una groupie y sin dar la cara.
4. Me mantengo a distancia de seguridad de mis seguidores, esa distancia que me permite parecer taaaan fascinante.
5. Aprendo. Me distraigo. Me chuleo. Me expongo a que me den capones. Me los dan... En definitiva, vuelvo al colegio.
6. Ya nunca estaré sola.
7. Citando a Hannah Montana (soy super afterpop yo): twitter... you make me love you.
Estas son las siete cosas que me gustan de twitter. Y estas mismas son las siete cosas que odio de twitter.
Si tuviera tiempo, si no tuviera una horda de editoras persiguiéndome, desarrollaría estos puntos. Pero me tengo que ir a trabajar.
Ah, en twitter soy @granduquesa. Pero no me busquen ahí. Estoy trabajando.
En la imagen, de Sofía Moro: twitter. O sea, una mujer (dos en realidad, la Muchacha vestida de negro de Derain, y la vigilanta) presencian la Conversación de Matisse sin decidirse (aún) a participar. Un segundo después, la vigilanta la retwiteó.
lunes, 24 de octubre de 2011
La columna mágica
Tengo un hijo pequeño. No me he atrevido a decirle que ahora soy columnista. A saber qué iba a pensar de su madre.
El otro día leímos un cuento, un cuento precioso, en el que aparecía un dictador. (Sí, ya sé que “precioso” y “dictador” no pegan, pero así es la literatura; en la literatura se dan combinaciones más osadas que en la pasarela Cibeles.) El caso es que cuando llegamos a la palabra “dictador”, mi hijo me preguntó si un “dictador” era uno que hacía muchos dictados. Le dije que no. Pero le tenía que haber dicho que sí, que era uno que hacía dictados todo el día y que corregía con un boli muy gordo y muy rojo, rojo sangre. Es difícil ser madre.
Después de eso, creo que si ahora le digo a mi hijo que soy “columnista”, él esperará que nuestro salón se convierta en el gran salón de la Lonja. No quisiera decepcionarle, pero menos aún querría hacer reformas en casa, y para pilares ya tenemos el Pilar.
Creo que me limitaré a decir esto de que soy columnista a mi padre. Se pondrá contento. Leí un estudio en el que se preguntaba a los padres qué profesión querrían para sus hijos. Nadie quería que su hijo fuera escritor. Mi padre tampoco. Debe de ser difícil ser padre.
Volviendo al cuento precioso de dictadores, quiero decir, hablando de padres, la historia se titulaba Jaime de Cristal, de Gianni Rodari. Trata sobre un niño transparente, un niño al que se le ven los pensamientos y los sentimientos. Esta incapacidad radical para el disimulo -se imaginarán- le causa no pocos problemas. Pero esos problemas son minucias comparados con los que se le vienen encima cuando llega un malvado dictador. Y pasa lo que pasa en esos casos: que los problemas dejan de ser como piedritas con las que uno tropieza de vez en cuando y se convierten en las columnas de la vida, o sea, lo que viene a ser un problema estructural. Jaime es incapaz de ocultar lo que opina (básicamente que el dictador es un hijo de su madre) y es encarcelado por pensarlo. Pero la cárcel también se vuelve de cristal, y brilla tanto que el dictador no puede dormir. El cuento acaba diciendo: “Incluso estando encarcelado, Jaime de Cristal era más poderoso que él [que el dictador], porque la verdad es más poderosa que cualquier otra cosa, más luminosa que el día, más terrible que un huracán”. Cuando terminamos de leer el cuento, mi hijo me preguntó sorprendido: “¿la verdad es terrible?”.
Ya lo dije: es difícil ser madre.
Claro que todo esto son minucias.
Sean estructuralmente felices.
No se lo digan a mi hijo, pero ahora soy columnista del Heraldo de Aragón. Esta es la columna que se publicó ayer domingo y que estaba deseando compartir aquí, con ustedes.
Y ahora, alucinen. La columna la escribí y entregué el miércoles, 19 de octubre. En ella hablaba de lo único que sé: de mis cositas. Las escribo con la esperanza de que se parezcan a las suyas, las de todos ustedes. Mi única ambición es hacer compañía ("leemos para saber que no estamos solos", decía C.S. Lewis). Pero el 20 de octubre murió Gadafi y ETA anunció el cese definitivo de la lucha armada, y mi columna se convirtió en una columna de actualidad.
Me encanta escribir.
La ilustración, de Javier Aramburu, pertenece a la contracubierta del álbum Jaime de Cristal. Iba a comentarla, pero habla por sí sola. Mírenla.
viernes, 21 de octubre de 2011
Carta al crítico entre críticos de una adulta extremadamente estúpida
Querido Harold (Bloom):
Corrí a comprar tus Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades y flipé en colores. Ese compendio de fragmentos de Shakeaspeare, Rossetti, Hawthorne, lord Byron... me hizo pensar que yo era una adulta extremadamente estúpida. Solo te digo una cosa. Todos los niños son extremadamente inteligentes. Y mi hijo más. Pero te lo advierto, Harold: cuando nacen, no tienen dientes.
Un cordial saludo,
La Oro
PD1: Eché de menos a Michael Ende y a Roald Dahl en tu antología. Entre muchos otros.
PD2: Ah, y otra cosa. No todos los niños del mundo son anglosajones. Tampoco lo son todos los autores. (Por cierto, en el párrafo anterior, léase “Mijael Ende” y no “Maikel”. El señor Ende era alemán.)
Fin de la carta.
Sí, sé que muchos, como Harold, me van a mirar por encima del hombro al verme defender los potitos literarios, esas obras pensadas para los niños teniendo en cuenta cuál es su léxico, su nivel de competencia lectora, sus intereses... lecturas “adecuadas” al fin y al cabo. E incluso adaptaciones de los clásicos. Pero defiendo que triturar es todo un arte. Y que, como todo, se puede hacer bien o mal. La trituración literaria exige, entre otras cosas, el dominio de la lectura, de la escritura y el conocimiento cabal del lector y el respeto hacia él. Y eso es algo de lo que no todos los autores “de adultos” pueden presumir.
Listillo lector, le veo venir. No me malinterprete: ese “sin sal”, ese “sin azúcar”, ese “sin conservantes” de los potitos no tienen por qué ser cosas esenciales que se pierde el lector, sino obstáculos que no aparecen en el texto y que, de hacerlo, alejarían a los pequeños lectores de la experiencia literaria. La mayor parte de las veces esos obstáculos son gratuitos; puro exhibicionismo de los autores: “¡toma intertextualidad! ¿Ha visto qué listo soy?”. Por eso, porque no hacen exhibicionismo, y porque no tienen otra opción, los autores de literatura infantil son, de entre la fauna de escritores, los más humildes. Porque ellos no se exhiben. Se inhiben. Se privan de decir cosas de una forma en que sus lectores, los niños, no los puedan entender. Renuncian a alardear. Y, por el contrario, se esfuerzan en hacerse entender abriéndose paso a golpe de metáforas. Y de esos golpes, estalla el humor o surge, en el mejor de los casos, la poesía.
He dicho. Bueno, dije. Lo confieso: lo he vuelto a hacer. Vivo de las rentas. Este texto forma parte de ese mismo artículo que escribí hace tiempo. Pero cuando, después de lo Rubalcaba, me acordé de esta carta, me dio un subidón al pensar que Harold Bloom podría contestarme en mi humilde blog. Y además, ando de cabeza. Tengo que prepara mi kit de montañera para subir mañana el Turbón y tengo una novela -juvenil, Mr. Bloom- que está diciendo: "¡Escríbeme!". Es mi forma -tan necesaria en mi caso- de practicar la humildad.
En la fotografía, de Pascal Perich, Harold Bloom, que no se atreve a dar la cara.
sábado, 15 de octubre de 2011
Hoy seré mala
[Aviso: en este post se habla de gente venenosísima e interesantísima que no soy yo. No se vayan antes de descubrir a los malos.]
Debería estar escribiendo a una celebridad y sentarme a esperar su respuesta, pero hoy me he levantado con unos pelos como el de la foto y con la bondad subida, que no el buenismo. Hoy solo quiero hacer el bien.
Seguramente será porque ando preparando una charla sobre el superpoder de la lectura, que es capaz de cambiar el mundo (así, a lo grande) porque puede hacer que un niño (así, a lo pequeño) salte por encima de todas las vallas que le rodeaban al nacer y sea lo que quiera ser, y no solo lo que podría haber sido. "Reading for change". Amén.
Pero me he tomado un descansito y me he puesto a pasear por esos lugares que suelo rondar, blogs donde se habla con tanta gracia como mala baba de libros, escritores, editoriales..., blogs de gente que, como Mae West, cuando es buena, es buena, pero cuando es mala, es mucho mejor, blogs donde disfrutar como una enana de la maldad ajena: que si la Patrulla de salvación, que si Letras y escenas, que si Lector mal-herido (menores abstenerse; yo avisé)...
A cambio, me he encontrado a Elvira Lindo hablando sobre la literatura infantil y juvenil, y ¡hablando maravillas de Disney! "A veces hay que mirar las cosas con inocencia", dice. Ahora.
Todo esto me ha hecho pensar, claro. Y después de mucho pensar (cuatro minutos), he descubierto la piedra de toque, o la piedra filosofal, o la piedra angular, no sé, una piedra, de la moral: el problema está en la diversión. Habría que dar con la fórmula para hacer que ser bueno fuera tan divertido como ser malo.
Mientras intento dar con ella, endiosada como sigo, les doy tres mandamientos:
1. Si son buenos, sean malos. Si son malos, sean buenos. Hoy, para variar. Y luego quédense con lo que les haga sentir mejor. Igual se llevan una sorpresa.
2. Si practican el humor negro, pásense al blanco. Si son de humor negro, denle al blanco. En cualquier caso, practiquen el humor. Y no crean que este mandamiento tiene un paralelismo exacto con el anterior.
3. A mayor abundamiento del segundo mandamiento: lean Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo, de Mark Twain. Ríanse. Elijan.
En la imagen, Alberto García-Alix, un fotógrafo malo malote (los tatuajes son un must en el disfraz de malo). Sí, sí, malote pero... si lo ven en este vídeo le oirán decir: "Si algo puedo yo dar... ¡hostia! Generosidad, tío, ¿no?... Joder, eso es lo más bonito del mundo: poder dar. Me gustaría ser mejor." Ya ven. Al final, hasta los malos quieren ser buenos. Será que sale más a cuenta.
Debería estar escribiendo a una celebridad y sentarme a esperar su respuesta, pero hoy me he levantado con unos pelos como el de la foto y con la bondad subida, que no el buenismo. Hoy solo quiero hacer el bien.
Seguramente será porque ando preparando una charla sobre el superpoder de la lectura, que es capaz de cambiar el mundo (así, a lo grande) porque puede hacer que un niño (así, a lo pequeño) salte por encima de todas las vallas que le rodeaban al nacer y sea lo que quiera ser, y no solo lo que podría haber sido. "Reading for change". Amén.
Pero me he tomado un descansito y me he puesto a pasear por esos lugares que suelo rondar, blogs donde se habla con tanta gracia como mala baba de libros, escritores, editoriales..., blogs de gente que, como Mae West, cuando es buena, es buena, pero cuando es mala, es mucho mejor, blogs donde disfrutar como una enana de la maldad ajena: que si la Patrulla de salvación, que si Letras y escenas, que si Lector mal-herido (menores abstenerse; yo avisé)...
A cambio, me he encontrado a Elvira Lindo hablando sobre la literatura infantil y juvenil, y ¡hablando maravillas de Disney! "A veces hay que mirar las cosas con inocencia", dice. Ahora.
Todo esto me ha hecho pensar, claro. Y después de mucho pensar (cuatro minutos), he descubierto la piedra de toque, o la piedra filosofal, o la piedra angular, no sé, una piedra, de la moral: el problema está en la diversión. Habría que dar con la fórmula para hacer que ser bueno fuera tan divertido como ser malo.
Mientras intento dar con ella, endiosada como sigo, les doy tres mandamientos:
1. Si son buenos, sean malos. Si son malos, sean buenos. Hoy, para variar. Y luego quédense con lo que les haga sentir mejor. Igual se llevan una sorpresa.
2. Si practican el humor negro, pásense al blanco. Si son de humor negro, denle al blanco. En cualquier caso, practiquen el humor. Y no crean que este mandamiento tiene un paralelismo exacto con el anterior.
3. A mayor abundamiento del segundo mandamiento: lean Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo, de Mark Twain. Ríanse. Elijan.
En la imagen, Alberto García-Alix, un fotógrafo malo malote (los tatuajes son un must en el disfraz de malo). Sí, sí, malote pero... si lo ven en este vídeo le oirán decir: "Si algo puedo yo dar... ¡hostia! Generosidad, tío, ¿no?... Joder, eso es lo más bonito del mundo: poder dar. Me gustaría ser mejor." Ya ven. Al final, hasta los malos quieren ser buenos. Será que sale más a cuenta.
martes, 11 de octubre de 2011
Querido...
Hace unos días escribí a Rubalcaba aquí. Horas después Rubalcaba me contestó en el propio blog.
Aún no salgo de mi asombro.
Vistos mis superpoderes, estoy pensándome a quién escribir ahora.
No se me escapa que si Rubalcaba me respondió fue en gran parte por aquello de que mi hijo tiene un peluche al que llama Rubalcaba. He ido a su cuarto a ver. Pero escribir a Pelunchones, Cochinote o Pupi no es lo mismo. Bueno, también está la cobaya, a la que llamó San Francisco. "Querido San Francisco". Mmmh... ¡No, mejor! "Querido Dios". ¿¿Y si Dios escribiera un comentario en mi blog?? ¡¡El primer milagro 2.0!!
Se me va, se me va... Oro, vuelve.
Mi lado frívolo apuesta por un "Dear George Clooney", mi lado sesudo por un "querido Roto", "querida Ana María (Matute)" o "querido doctor Massagué". Vale, sí. Ya tuve oportunidad de hablar con él hace poco aquí, pero -no quieran conocerme- yo en persona no valgo nada, no sé hablar, yo solo sé ser por escrito (¿tiene nombre esta discapacidad?).
Lo ideal sería encontrar a alguien sesudoladí.
¿Me ayudan? ¿A quién querrían que escribiera? ¿De quién querrían tener una respuesta? Anímense. No se me excusen en dificultades técnicas. Sí, me han contado que ha habido problemas para dejar comentarios en el blog, pero creo haberlo arreglado.
Ah, y -les veo venir- no me vengan con eso de que es que Rubalcaba estaba en campaña. ¡Todos estamos en campaña! ¿A quién no le gusta gustar? Que levante la mano. Y luego que tire la primera piedra.
¡Auch! Nesquens, eso ha dolido. Lo de la pedrada lo decía en sentido figurado.
En la imagen, yo, escribiendo la famosa carta sobre la espalda de una amistad peligrosa. Bueno, vale, es un fotograma de Las amistades peligrosas, basada en la maravillosa novela epistolar de Choderlos de Laclos. ¡Léanla! Y en esta edición, a ser posible. Pero que conste que me han dicho no menos de tres veces que me parezco a Uma Thurman. Dicho lo cual, repito: no quieran conocerme.
Aún no salgo de mi asombro.
Vistos mis superpoderes, estoy pensándome a quién escribir ahora.
No se me escapa que si Rubalcaba me respondió fue en gran parte por aquello de que mi hijo tiene un peluche al que llama Rubalcaba. He ido a su cuarto a ver. Pero escribir a Pelunchones, Cochinote o Pupi no es lo mismo. Bueno, también está la cobaya, a la que llamó San Francisco. "Querido San Francisco". Mmmh... ¡No, mejor! "Querido Dios". ¿¿Y si Dios escribiera un comentario en mi blog?? ¡¡El primer milagro 2.0!!
Se me va, se me va... Oro, vuelve.
Mi lado frívolo apuesta por un "Dear George Clooney", mi lado sesudo por un "querido Roto", "querida Ana María (Matute)" o "querido doctor Massagué". Vale, sí. Ya tuve oportunidad de hablar con él hace poco aquí, pero -no quieran conocerme- yo en persona no valgo nada, no sé hablar, yo solo sé ser por escrito (¿tiene nombre esta discapacidad?).
Lo ideal sería encontrar a alguien sesudoladí.
¿Me ayudan? ¿A quién querrían que escribiera? ¿De quién querrían tener una respuesta? Anímense. No se me excusen en dificultades técnicas. Sí, me han contado que ha habido problemas para dejar comentarios en el blog, pero creo haberlo arreglado.
Ah, y -les veo venir- no me vengan con eso de que es que Rubalcaba estaba en campaña. ¡Todos estamos en campaña! ¿A quién no le gusta gustar? Que levante la mano. Y luego que tire la primera piedra.
¡Auch! Nesquens, eso ha dolido. Lo de la pedrada lo decía en sentido figurado.
En la imagen, yo, escribiendo la famosa carta sobre la espalda de una amistad peligrosa. Bueno, vale, es un fotograma de Las amistades peligrosas, basada en la maravillosa novela epistolar de Choderlos de Laclos. ¡Léanla! Y en esta edición, a ser posible. Pero que conste que me han dicho no menos de tres veces que me parezco a Uma Thurman. Dicho lo cual, repito: no quieran conocerme.
jueves, 6 de octubre de 2011
A Rubalcaba, que metió sus narices en mis asuntos
[Aviso: me acuesto con Rubalcaba cada noche, así que no pienso escribir esta carta con el tratamiento de usted.]
Querido Rubalcaba:
Se da la circunstancia de que, desde hace ya casi un año, mi hijo tiene un muñeco de peluche al que decidió unilateralmente llamar "Rubalcaba". "Hay que lavar a Rubalcaba", "qué suavecito es Rubalcaba" o "no puedo dormir sin Rubalcaba" son frases habituales en mi hogar. Se da además la casualidad de que mi padre, como tú, es químico. Dicho esto, comprenderás que te hable con cierta familiaridad y que te vea más como persona que como político (sí, a veces parecen categorías excluyentes).
Hoy te he visto en la prensa oliendo mi novela Pomelo y limón y te quería explicar algo: Rubalcaba, mi libro no huele. Hay otras cosas por las que podría interesarte. En él aparece una ministra, escoltas, una lucha por mantener la intimidad (de hecho, el libro es lo contrario de una campaña de publicidad; es una campaña de privacidad; aunque creo que ahora estás más en lo primero que en lo segundo, pero al tiempo). Y hay química, mucha química: oxitocina, dopamina... Amor, vaya. Y también hay una reflexión sobre el poder transformador de las palabras. "Los recuerdos están hechos de palabras, la vida está hecha de palabras. No puedes cambiar lo que te ha pasado, pero puedes escoger las palabras para contarlo", digo en Pomelo y limón. Mmh... Bien pensado, esto te puede resultar muy útil.
Y nada más. Que me hizo gracia verte metiendo las narices en mi libro, y verte así, en la propia foto, tan rodeado de fotógrafos. ¿Sabes? En el primer capítulo del libro que olisqueas, María, la protagonista, se siente acosada por los fotógrafos. "¿Por qué tienen que apuntarme con la cámara como si fuera un arma?", dice. "¿No ven que me siento encañonada? Me dan ganas de rendirme."
Hoy me he preguntado: ¿te darán ganas de rendirte a ti también?
Un cordial saludo de,
La Oro
PD: Si no te rindes, no olvides que has dicho que eres "un gran defensor de la industria editorial española y gran defensor de la lectura, especialmente en la educación”. ¡Y lo del IVA superreducido para el libro electrónico!
Escrito desde un Mac el día que murió Steve Jobs. Descanse en un lugar bello.
Fotografías de Eva Saiz y Javier Barbancho.
lunes, 26 de septiembre de 2011
¡No lean esta entrada! (Solo si les da la real gana)
[Aviso: esta entrada vuelve peligrosamente a los orígenes de este blog, o sea: premios y princesas. Esta vez el premio no es el Gran Angular, pero la princesa es la misma. Lo aviso, claro, porque sé que les encanta cotillear y porque sigo con mi lema "a lo sesudo por lo baladí" y sé que les pierden las princesas.]
Ando buscando unas palabritas (me paso la vida buscando palabras, claro que ¿quién no?).
Esta vez son para un acto de la Asociación Española Contra el Cáncer, una entrega de premios que contará con la asistencia de nuestra presidenta de honor, la princesa, sí, la de Asturias, doña Letizia.
Digo "nuestra presidenta" porque formo parte de la asociación. Soy voluntaria. Y como voluntaria hablaré.
He estado dando vueltas a esto. "Voluntario". Voluntario es lo contrario de obligatorio. En realidad, lo que hacemos voluntariamente, ese cachito de vida que nos queda después de quitar las obligaciones y las necesidades, es lo que auténticamente nos hace ser quienes somos. No es lo mismo, en ese momento, encender la tele que apagar la luz, abrir un libro que abrir una botella o que abrir los brazos, colgar un cuadro que descolgar el teléfono o que colgarnos de internet, ir a un hospital que ir a un bar, subirse a una bici que subirse a una espalda, echar de menos que echar unos bailes...
¿Que qué tiene esto que ver con este blog, este blog que se supone que trata sobre literatura pero en el que se me cuela de todas todas la vida? (Ah, ¿pero no es lo mismo?)
Pues mucho. Basta con recordar las famosísimas palabras de Daniel Pennac. "El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo "amar"..., el verbo "soñar"..."
¿Lo ven? Las mejores cosas de la vida son voluntarias.
La literatura es voluntaria. Y cuando no lo es, está en peligro. Pero esto mejor que se lo cuente (no me canso de recomendarlo) Todorov.
Les dejo. Tengo que encontrar unas palabras. (Sí, y algo que ponerme.)
(Reglups.)
jueves, 22 de septiembre de 2011
Leña al fuego
Estoy muy ocupada pensando qué me pondré para la mesa redonda y para la boda que tengo al día siguiente. Pero al mismo tiempo no quiero dejar pasar la ocasión de echar más leña al fuego para que arda la mesa sobre "Libros que funcionan bien". Así que voy a reciclar. Ya me lo decía mi querido profesor José María Micó (¡hola, profesor Micó!): "Usted, Oro, vive de las rentas". Así es.
Ahora mismo, voy a coger un artículo que escribí para otro sitio y que se titulaba "Ajo, cebolla y pimientos de padrón. La dieta literaria de los niños y de los autores de literatura infantil" (¡toma capacidad de síntesis!) y voy a plantar aquí un pequeño trozo, el trozo del pan, en concreto. Allá va:
Con su permiso, voy a seguir probándome modelitos.
Sobre la imagen: En la fotografía, de Joan Colom, se ve claramente a una autora de LIJ en el momento de iniciar una reunión con su editor.
Ahora mismo, voy a coger un artículo que escribí para otro sitio y que se titulaba "Ajo, cebolla y pimientos de padrón. La dieta literaria de los niños y de los autores de literatura infantil" (¡toma capacidad de síntesis!) y voy a plantar aquí un pequeño trozo, el trozo del pan, en concreto. Allá va:
He dicho. Bueno, dije. Si quieren leer casi lo contrario, háganlo aquí. Y algo en cierto modo complementario, aquí.
Pepe, el panadero, da colines a Rocío. Una vez leyó en la prensa que comer pan hace más inteligentes a los niños. Pero además, o sobre todo, o sobre algo, o vaya usted a saber en qué orden de importancia, Pepe quiere que Rocío se haga panívora.Y al pan pan, y al vino vino. Pues claro que los editores quieren vender libros a los niños. Cuantos más, mejor. Y resulta ridículo y, no por ridículo, menos recurrente, escuchar a los autores de literatura infantil quejarse de ello. Porque, claro, vende = malo; no vende = bueno, sobre todo si lo he escrito yo.¿No queremos que los niños lean? ¿No podemos considerar, en algún momento, que vender más libros es una vía más de hacer lectores? ¿Qué hay de malo en emplear herramientas de marketing para hacer llegar lo que consideramos bueno? ¿Qué especie de ridícula pureza queremos mantener?Y usted dirá: “Con todo lo mala que es, mira que es ingenua esta mujer. O puta.” Pues será, pero yo creo que editores y autores, marketing y literatura, se pueden, y se deben, conciliar. Que unos y otros nos necesitamos y que deberíamos insultarnos mucho menos en público y discutir mucho más en privado, como los buenos matrimonios.
Con su permiso, voy a seguir probándome modelitos.
Sobre la imagen: En la fotografía, de Joan Colom, se ve claramente a una autora de LIJ en el momento de iniciar una reunión con su editor.
lunes, 19 de septiembre de 2011
Mesa redonda de ricas y famosas
Uf, cuánta gente empeñada en hacerme pensar últimamente.
Ahora llega Jorge Gonzalvo con sus jornadas de literatura infantil y juvenil.
Jorge me lía regalándome los oídos. Es fácil. Yo soy toda oídos y él es un profesional del regalo. De hecho, ha llamado a las jornadas "Envuelto para relato" y escribió una historia que sé que te va a gustar titulada Te regalo un cuento (léelo aquí y luego cómpralo así para regalar).
Total, que Jorge me lía para moderar en Zaragoza una mesa redonda que se titula "Libros que funcionan bien". Dicen los organizadores:
Mmmh... Creo que ya sé por dónde enfocarlo.
¿Quieren venir a verlo?
Hablaremos de placer y de dinero (espero). Cosas de odaliscas, en definitiva.
Y de libros, claro.
Sobre la imagen: circula esta foto como si fuera de Ricas y famosas, de Daniela Rossell. Mentira. En realidad, somos mis compañeras de mesa redonda y yo, en pleno debate. La del turbante verde con la bandeja de bebidas es Jorge Gonzalvo disfrazado. Y al fondo aparecen también Ana Tortosa y Elisa Arguilé, que se han sumado. Aclaro para los cotillas que yo soy la que va de rosa palo, la que está justo detrás de la de amarillo, la más discretita, la más recatada de todas. Es que soy la moderadora.
Ahora llega Jorge Gonzalvo con sus jornadas de literatura infantil y juvenil.
Jorge me lía regalándome los oídos. Es fácil. Yo soy toda oídos y él es un profesional del regalo. De hecho, ha llamado a las jornadas "Envuelto para relato" y escribió una historia que sé que te va a gustar titulada Te regalo un cuento (léelo aquí y luego cómpralo así para regalar).
Total, que Jorge me lía para moderar en Zaragoza una mesa redonda que se titula "Libros que funcionan bien". Dicen los organizadores:
He empezado a pensar en ello. Libros que funcionan... O sea, que cumplen con su función. ¿Y cuál es la función de los libros (la legítima, digo, no la espuria, que ahora me vendrán con lo de hacer que una mesa no cojee)? ¿Con qué función nacen?Esta mesa redonda tiene como objetivo pensar en qué libros funcionan bien y por qué. Por eso hemos querido reunir a editores y a libreros para que reflexionen en voz alta acerca de cuáles son esos libros. Tampoco tienen por qué ser los mismos libros para un editor y para un librero. Es más, incluso puede ser totalmente al revés. (...)Modera: Begoña Oro. Participan: Arianna Squilloni (A buen paso), Isabel Martínez (Imaginarium), Eva Cosculluela (Librería Los portadores de sueños), Carolina Peláez (Librería El pequeño teatro de los libros).
Mmmh... Creo que ya sé por dónde enfocarlo.
¿Quieren venir a verlo?
Hablaremos de placer y de dinero (espero). Cosas de odaliscas, en definitiva.
Y de libros, claro.
Sobre la imagen: circula esta foto como si fuera de Ricas y famosas, de Daniela Rossell. Mentira. En realidad, somos mis compañeras de mesa redonda y yo, en pleno debate. La del turbante verde con la bandeja de bebidas es Jorge Gonzalvo disfrazado. Y al fondo aparecen también Ana Tortosa y Elisa Arguilé, que se han sumado. Aclaro para los cotillas que yo soy la que va de rosa palo, la que está justo detrás de la de amarillo, la más discretita, la más recatada de todas. Es que soy la moderadora.
lunes, 12 de septiembre de 2011
Cebo
A riesgo de ser pesada (mantras de mi vida: "a riesgo de ser pesada", "perdón" y "sin renunciar a la complejidad"), voy a insistir en que lean el artículo que he escrito para El Tiramilla. Háganlo aquí.
Un contrato ultramillonario de exclusividad me impide reproducirlo entero pero voy a copiar los primeros párrafos a modo de irresistible cebo, que dirían los pescadores; señuelo, que dirían los cetreros o teaser, que dirían los cursis. Allá va:
Un contrato ultramillonario de exclusividad me impide reproducirlo entero pero voy a copiar los primeros párrafos a modo de irresistible cebo, que dirían los pescadores; señuelo, que dirían los cetreros o teaser, que dirían los cursis. Allá va:
Y hasta aquí puedo leer. Después del cebo, ya saben, va el pez que se revuelve, esa estela fulgurante de plata luchando por su vida, en fin, la parte que merece la pena, y la parte que justifica la fotografía de Walter Miller, sobre una viga de acero, en plena obra, listo para disparar. Repito: aquí. (A riesgo de ser pesada.)Mi vecino acaba de llegar de Estados Unidos de disparar a niños en Los Hamptons y en Nueva York.Mi vecino ha fotografiado a Jaime Ostos en calzoncillos, a David Villa en pantalón corto, al obispo más joven de España en traje de noche y a Kate Winslet en sotana (o al revés; no sé, yo con los trajes largos negros me hago un lío). Pero ahora mi vecino hace sobre todo fotos de niños. (Sí, “disparar” en argot fotográfico es hacer fotos.)–¿Qué tiene de especial fotografiar a niños? –le pregunto a mi vecino.–Corres más –me responde él. Y me encanta la sencillez de su respuesta, y que no me haya soltado una perorata sobre la fotografía, y que si tan importante es fotografiar a niños como hacer fotografía documental o artística, y que si la fotografía es fotografía y que quienes son distintos son los fotografiados. Me encanta que simplemente haya asumido cierta especificidad y me la haya contado. Y aún añade–: Pero si estás dispuesto a correr, los niños te lo dan todo.Yo pienso en qué tiene de especial escribir para niños y...
martes, 6 de septiembre de 2011
Salto de vallas
Como decíamos ayer... Se han puesto en contacto conmigo del diario El Tiramilla, que si quiero escribir un artículo. Yo, que soy fan del diario, encantada. El problema viene luego. Y no, el problema no está en el plazo. Comparado con los plazos de las editoriales, estos tiramillotes trabajan como en una empresa de criogenización: a muy largo plazo. El problema es el tema. El tema es... el que me dé la gana.
Les he insistido: "¡Dadme un tema!". Pero nada.
Y yo así, mal.
Llevo toda mi vida de escritora entre vallas. "Haz un cuento sobre el sistema solar para niños de 8 años para el libro de Conocimiento del Medio". "Escribe una entrada salada sobre operaciones con fracciones para la unidad 5 de Matemáticas." "Inventa un poema con cada letra del abecedario que trate sobre Aragón, ¡y no olvides incluir el tema gastronómico!" "Escribe un poema con las vocales y la l, la p, la m y la s ¡y ni una letra más! para la unidad 1 del libro de Lecturas de 1º, y que tenga que ver con la familia." Me han secuestrado el cerebro (y yo me he dejado gustosa, conste), y ahora tengo síndrome de Estocolmo.
No sé qué hacer con mi libertad creativa.
A veces me consuelo de tanta libertad recordándome que todos tenemos limitaciones, que nadie escribe lo que le da la gana sino bajo dictado (de nuestras propias ideas, de nuestras aspiraciones, de nuestra necesidad de complacencia...) y que lo mejor que podemos hacer es elegir bien nuestras ideas, nuestras aspiraciones y a quién queremos complacer (puede que a nosotros mismos, pero no necesariamente).
Bueno, confieso que también me da pena que no me hayan impuesto un tema porque me han negado la oportunidad de saltármelo a la torera. El salto de vallas es uno de mis deportes favoritos. Me lo recordaba mi querida profesora de Matemáticas (¡hola, señorita Allanegui!), al enterarse de que me habían dado el premio Gran Angular. Esto fue lo que me escribió:
"¡Enhorabuena! Me he alegrado mucho y seguro que la hermana Marín, más. A mí me reñía cuando no seleccionaba tus redacciones. ¿Y la de Begoña Oro?... No le conté que en la de Navidad hablabas de acelgas y en la de San José de Astérix. Un abrazo. Mª Pilar"Así era. Literalmente.
Las vallas a menudo están para saltarlas.
PD: Al final, mi vecino de abajo, sin saberlo, me dio una idea para el artículo de El Tiramilla. Ya lo he escrito. En él aparecen Jaime Ostos, Kate Winslet, mi hijo, Taro Miura, el obispo de Solsona, mi vecino de abajo, David Villa (este no necesita enlace, ¿no?) y yo misma. Y se puede leer aquí.
La valla de la foto, esa que pide a gritos que la saltes, es obra de Paul Strand. Y gracias por la visita. Os echaba de menos.
sábado, 23 de julio de 2011
Algunos superpoderes
[Aviso: en esta entrada SuperOro vuelve a las andadas y se dedica a alardear, esta vez, de sus superpoderes.]
No crean que es verano y que me puede la desidia y el dolce far niente, que es como lo mismo que la desidia pero en Capri y con una copa de Martini en la mano. No es que no alimente este blog. Sí lo he hecho.
He escrito, entre esta entrada y la del irresoluble misterio del hombre del sombrero, otras dos. Lo que pasa es que eran entradas invisibles. Me quedaron bien, ¿eh? No es mérito mío. Nací con ese superpoder: el superpoder de decir cosas inaudibles y escribir cosas invisibles. Las escribo y las corrijo en mi cabeza, un montón de veces, y se quedan ahí, esperando superlectores que sean capaces de leerlas. Hay quien a esto lo llama "problemas de comunicación". No tienen ni idea. Es obvio que se trata de un superpoder. El superpoder de la comunicación invisible ultraliteral.
Bueno, vale. Estaba terminando la traducción del último libro de Clementina. Y en este libro, un compañero de Clementina cree tener superpoderes científicos: transmigración molecular, invisibilidad selectiva... Cosas de esas. Y sí, lo reconozco, a veces me dejo llevar por lo que escribo.
Bueno, vale, a veces también me dejo llevar por lo que leo.
Pero que conste que yo ya tenía mi arco antes de leer Los juegos del hambre, y tengo un carné de la Federación de Tiro con Arco que así lo prueba.
Y ahora debería concentrarme (el tiro con arco enseña mucho al respecto) y seguir escribiendo una novela no invisible, porque los editores no se impresionan fácilmente con la comunicación invisible ultraliteral. Quieren cosas tangibles, legibles, corregibles, critiquibles... Qué manía, oye. Pero entiendo que no se puede esperar que todo el mundo tenga superpoderes como yo.
Hala, a concentrarme.
[Si eres editor y tienes superpoderes complementarios a los míos (o sea, eres capaz de leer manuscritos invisibles), ponte en contacto conmigo. Te mandaré una novela invisible que causará sensación entre emperadores y súbditos.]
Imagen: Tirador con arco, de André Kertész. 1929.
viernes, 8 de julio de 2011
Agatha Christie que estás en los cielos o La dosis justa de misterio o La farmacia
Estoy terminando un encargo (esto lo digo por mis queridas persecutoras, digo, editoras que me estarán leyendo; sí, ya acabo, ya acabo), pero tengo la cabeza en mi nueva novela. Ahora mismo me preocupa cómo dosificaré la información.
Ya lo dijo Paracelso, ya lo dije yo: "Todo es veneno. Nada es sin veneno. Solo la dosis hace el veneno." Y la información, por exceso o por defecto, es altamente venenosa. Cuántas novelas mueren por una dosis letal de revelaciones o de secretos.
A veces el autor, que es un listo, deja a ciegas al lector, y el lector, harto de tantear y dar brazadas al aire, deja caer la novela al suelo, acomplejado. "¡No entiendo nada! Soy tonto", se dice, cuando la mayoría de las veces el tonto es el autor, por pasarse de listo o por escribir para su ombligo.
Otras veces la información es excesiva y el lector cierra malhumorado el libro antes de acabar, con la autoestima bien alta ("¡Este libro ofende a mi inteligencia!"), seguro de saber ya quién es el asesino.
Otras veces da igual lo que te cuenten, que te cuenten demasiado o demasiado poco, porque te gusta tanto cómo te lo cuentan que es como si la novela contuviera su propio antídoto contra el veneno de la información.
Encontrar la dosis justa de luz, la dosis justa de secreto, no es tarea fácil, y no solo en las novelas de misterio. Pero creo que he dado con la fórmula. Al menos en el plano teórico. Mi novela no va a ser "Supervivientes", ese lugar donde nadie sabe que Ortega Cano ha ocasionado la muerte de otro ser humano. Pero tampoco va a ser un confesionario, el hábitat natural del fluir de la conciencia, el paraíso de Molly Bloom, el lugar donde no hay lugar para el secreto. No. Mi novela tendrá que ser una farmacia, ese apasionante lugar donde se maneja la dosis suficiente de información (deme una caja de Diazepam; Antabus, por favor; ¿me da una prueba de embarazo?) y la dosis justa de incertidumbre (¿es para él o para ella?; ¡pero si no se le conoce varón!) como para pasárselo en grande especulando.
Hablando de especulación, hablando de misterio, y hablando de nuevo de sombreros, ¿quién se esconde debajo del de la foto?
Saludos a mis vecinas de la farmacia, que, me consta, leen este blog y que se lo pasan en grande especulando. Sigo con tos.
Ya lo dijo Paracelso, ya lo dije yo: "Todo es veneno. Nada es sin veneno. Solo la dosis hace el veneno." Y la información, por exceso o por defecto, es altamente venenosa. Cuántas novelas mueren por una dosis letal de revelaciones o de secretos.
A veces el autor, que es un listo, deja a ciegas al lector, y el lector, harto de tantear y dar brazadas al aire, deja caer la novela al suelo, acomplejado. "¡No entiendo nada! Soy tonto", se dice, cuando la mayoría de las veces el tonto es el autor, por pasarse de listo o por escribir para su ombligo.
Otras veces la información es excesiva y el lector cierra malhumorado el libro antes de acabar, con la autoestima bien alta ("¡Este libro ofende a mi inteligencia!"), seguro de saber ya quién es el asesino.
Otras veces da igual lo que te cuenten, que te cuenten demasiado o demasiado poco, porque te gusta tanto cómo te lo cuentan que es como si la novela contuviera su propio antídoto contra el veneno de la información.
Encontrar la dosis justa de luz, la dosis justa de secreto, no es tarea fácil, y no solo en las novelas de misterio. Pero creo que he dado con la fórmula. Al menos en el plano teórico. Mi novela no va a ser "Supervivientes", ese lugar donde nadie sabe que Ortega Cano ha ocasionado la muerte de otro ser humano. Pero tampoco va a ser un confesionario, el hábitat natural del fluir de la conciencia, el paraíso de Molly Bloom, el lugar donde no hay lugar para el secreto. No. Mi novela tendrá que ser una farmacia, ese apasionante lugar donde se maneja la dosis suficiente de información (deme una caja de Diazepam; Antabus, por favor; ¿me da una prueba de embarazo?) y la dosis justa de incertidumbre (¿es para él o para ella?; ¡pero si no se le conoce varón!) como para pasárselo en grande especulando.
Hablando de especulación, hablando de misterio, y hablando de nuevo de sombreros, ¿quién se esconde debajo del de la foto?
Saludos a mis vecinas de la farmacia, que, me consta, leen este blog y que se lo pasan en grande especulando. Sigo con tos.
martes, 5 de julio de 2011
Mi tendencia al croquetismo
Érase una vez unos niños rebozándose en un arenero cual croquetas (una de pollo, tres de jamón, dos de bacalao).
Al verlos, una madre suspiró con más nostalgia anticipada que preocupación higiénica:
-¡Ay! ¿Cuándo dejará de gustarles jugar con la tierra?
Nunca, pensé yo. Solo aprenderán a disimular.
Demostración empírica: saca la mano de la toalla y húndela en la arena, mete los dedos en la fría y domesticada tierra de una maceta, escarba, come tierra.
Tierra...
Si pienso en la palabra "tierra", no puedo evitar acordarme de Jacques Brel cantando "Ne me quitte pas", masticando esas palabras crujientes como Chocokrispies que dicen "je creuserai la terre jusqu'après ma mort" . E inmediatamente no puedo dejar de pensar en Serrat cantando a Miguel Hernández y diciendo aquello de "quiero escarbar la tierra con los dientes (....) / Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera".
Y sin embargo, o por eso mismo, pocas cosas me hacen sentir más viva que ese rebozarme las manos en tierra.
Y toda esta entrada más o menos sesuda sobre croquetas, macetas, muertos, vivos y poetas, sobre la tierra en definitiva, porque después de hablar sobre algo accesorio me quedé con ganas de hablar sobre algo esencial, y porque varios visitantes han llegado a este blog buscando en google "cómo encontrar oro" y quisiera darles una respuesta: si queréis encontrar oro, escarbad la tierra.
[La imagen pertenece a I Like to Eat Right on the Dirt, un precioso libro con texto y fotografías de Danny Lyon, un viaje a la infancia desde la infancia donde, como no podía ser de otro modo, aparecen niños jugando en la arena, niños desenterrando patatas y niños comiendo sobre la tierra.]
Al verlos, una madre suspiró con más nostalgia anticipada que preocupación higiénica:
-¡Ay! ¿Cuándo dejará de gustarles jugar con la tierra?
Nunca, pensé yo. Solo aprenderán a disimular.
Demostración empírica: saca la mano de la toalla y húndela en la arena, mete los dedos en la fría y domesticada tierra de una maceta, escarba, come tierra.
Tierra...
Si pienso en la palabra "tierra", no puedo evitar acordarme de Jacques Brel cantando "Ne me quitte pas", masticando esas palabras crujientes como Chocokrispies que dicen "je creuserai la terre jusqu'après ma mort" . E inmediatamente no puedo dejar de pensar en Serrat cantando a Miguel Hernández y diciendo aquello de "quiero escarbar la tierra con los dientes (....) / Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera".
Y sin embargo, o por eso mismo, pocas cosas me hacen sentir más viva que ese rebozarme las manos en tierra.
Y toda esta entrada más o menos sesuda sobre croquetas, macetas, muertos, vivos y poetas, sobre la tierra en definitiva, porque después de hablar sobre algo accesorio me quedé con ganas de hablar sobre algo esencial, y porque varios visitantes han llegado a este blog buscando en google "cómo encontrar oro" y quisiera darles una respuesta: si queréis encontrar oro, escarbad la tierra.
[La imagen pertenece a I Like to Eat Right on the Dirt, un precioso libro con texto y fotografías de Danny Lyon, un viaje a la infancia desde la infancia donde, como no podía ser de otro modo, aparecen niños jugando en la arena, niños desenterrando patatas y niños comiendo sobre la tierra.]
jueves, 30 de junio de 2011
"No hacen falta más que tres minutos"
¡Oh, no! Acabo de repasar mis nudillos y he comprobado que junio tiene solo 30 días. Eso significa que si quiero que haya cuatro entradas este mes (qué menos que un miserable promedio de una a la semana), tendría que escribir algo ¡ya! Menos mal que hoy he descubierto algo digno de colgar en este blog, algo que lo hace volver a sus orígenes, o sea, algo relacionado con el premio (¿cómo que qué premio?) y la princesa (¿cómo que qué princesa?). Y es que hoy, SM ha tenido la gentileza de colgar el discurso que hizo la princesa Letizia en la entrega de los premios SM 2011.
Se me han vuelto a poner los pelos de punta al oírlo, y los ojos llenos de lagrimillas. Bah, será el aire acondicionado. O alguna alergia. Cómo me voy a emocionar yo por una cosa así, si a mí los premios y las princesas me resbalan.
Se me han vuelto a poner los pelos de punta al oírlo, y los ojos llenos de lagrimillas. Bah, será el aire acondicionado. O alguna alergia. Cómo me voy a emocionar yo por una cosa así, si a mí los premios y las princesas me resbalan.
miércoles, 29 de junio de 2011
Lo accesorio
[Aviso: puede parecer que esta entrada es sobre moda. Pero no, es sobre literatura. Si quieren leer sobre moda, perdón, sobre ropa, háganlo aquí. Y aunque no quieran leer sobre ropa, pinchen en el enlace. Seguramente me lo agradecerán.]
Esta mañana he bajado a la playa con un bikini blanco, un vestido de rayas y un sombrero. Lo esencial, vaya. El iPhone lo he dejado en el coche. Los pendientes en la mesilla. He dicho que he bajado con lo esencial.
Alguien dirá que el sombrero es accesorio. Sí y no.
Un sombrero dice a gritos: "¡Eh, fíjate en mí! ¡Soy accesorio!". Puedes hablar una hora con una mujer, darte la vuelta y, si te preguntan si llevaba pendientes, no saber qué responder. Pero si lleva sombrero... Si lleva sombrero, habrás estado hablando con "la mujer del sombrero". El artificio de los sombreros es absolutamente evidente. Y entre tanto trampantojo y falsa naturalidad, esa honestidad de los sombreros se agradece.
A los sombreros, sobre todo a los de ala ancha, se les agradece también que maticen la luz. Porque puestos a introducir algo que no sea esencial, que sea algo que aporte algo de misterio, algo de sombra, algo de duda. Puestos a introducir algo que no sea esencial, que sea algo que pueda arrancar el viento, cosa que no sucede con los pendientes. Lo accesorio debería ser fácil de poner y, sobre todo, de quitar. Por eso no hay nada mejor que un sombrero volador. Y sobre este tema, prometo hablar más adelante, en otra entrada.
Mi amiga no se atreve a llevar sombreros ni cosas en la cabeza. A mí me encanta. Ella cree que hace falta valor para hacerlo. Pero es justo al revés. Los sombreros son los mejores escondites. Cuando llevas un sombrero, nadie te ve. Solo ven tu sombrero. Son el mejor accesorio porque tienen la capacidad, ellos, que son los más obvios accesorios, de hacerse pasar por lo esencial. Y eso es divertido. Sí, tomar por accesorio lo esencial es peligroso. Pero tomar por esencial algo accesorio puede ser divertido. Creo. Pero igual me he hecho un lío. Me dio algo de sol en la cabeza. Eso me pasa por quitarme el sombrero.
En la imagen: un sombrero. Debajo del sombrero, Catherine Deneuve.
Esta mañana he bajado a la playa con un bikini blanco, un vestido de rayas y un sombrero. Lo esencial, vaya. El iPhone lo he dejado en el coche. Los pendientes en la mesilla. He dicho que he bajado con lo esencial.
Alguien dirá que el sombrero es accesorio. Sí y no.
Un sombrero dice a gritos: "¡Eh, fíjate en mí! ¡Soy accesorio!". Puedes hablar una hora con una mujer, darte la vuelta y, si te preguntan si llevaba pendientes, no saber qué responder. Pero si lleva sombrero... Si lleva sombrero, habrás estado hablando con "la mujer del sombrero". El artificio de los sombreros es absolutamente evidente. Y entre tanto trampantojo y falsa naturalidad, esa honestidad de los sombreros se agradece.
A los sombreros, sobre todo a los de ala ancha, se les agradece también que maticen la luz. Porque puestos a introducir algo que no sea esencial, que sea algo que aporte algo de misterio, algo de sombra, algo de duda. Puestos a introducir algo que no sea esencial, que sea algo que pueda arrancar el viento, cosa que no sucede con los pendientes. Lo accesorio debería ser fácil de poner y, sobre todo, de quitar. Por eso no hay nada mejor que un sombrero volador. Y sobre este tema, prometo hablar más adelante, en otra entrada.
Mi amiga no se atreve a llevar sombreros ni cosas en la cabeza. A mí me encanta. Ella cree que hace falta valor para hacerlo. Pero es justo al revés. Los sombreros son los mejores escondites. Cuando llevas un sombrero, nadie te ve. Solo ven tu sombrero. Son el mejor accesorio porque tienen la capacidad, ellos, que son los más obvios accesorios, de hacerse pasar por lo esencial. Y eso es divertido. Sí, tomar por accesorio lo esencial es peligroso. Pero tomar por esencial algo accesorio puede ser divertido. Creo. Pero igual me he hecho un lío. Me dio algo de sol en la cabeza. Eso me pasa por quitarme el sombrero.
En la imagen: un sombrero. Debajo del sombrero, Catherine Deneuve.
martes, 14 de junio de 2011
Shiny happy people tap dancing
[Aviso: en esta entrada incumplo por enésima vez mi sacrosanta norma de no hablar de asuntos personales y hago desfilar a varias personas que me son muy queridas. Espero que me perdonen (las personas queridas, sobre todo).]
Nueva York, 1996 o quizá 2001 o 2008, no sé. Solo sé que yo era muy joven. Aún más joven de lo que soy, quiero decir.
Acompañaba a mi padre a un congreso en la universidad de Princeton. Una de las actividades del congreso consistía en un paseo en barco por el Hudson. Era un precioso atardecer y en la cubierta del barco, todos departíamos alegremente. ¿Alegremente? ¿Todos?
Ejem. Yo hablaba con un químico californiano. De música (es que de química tengo muy poquita conversación). Y él me preguntó si me gustaban los musicales. Yo, que entonces era una emo avant la lettre, lo miré con olímpico y juvenil desdén y le dije muy seria: "I hate them. Too many happy people". Y luego miré ceñuda a la Estatua de la Libertad.
Ayyy... Qué mala es la arrogancia. Qué arrogante es ser siniestro. ¿Cómo se puede pensar que hay "demasiada gente feliz"? ¡Hay demasiada poca!
Por eso, para intentar remediarlo y para redimirme de haber sido tan ceniza en el pasado, hoy traigo un dos por uno de la felicidad, ambos cortesía de mis queridos hermanos.
El uno es el libro La tía Mame, de Patrick Dennis, una lectura absolutamente feliz y deliciosa (cuántas veces se desgasta esta palabra en otros libros, pero aquí es precisa) de la que me habló por primera vez mi hermano, el ingeniero más y mejor leído a esta orilla del Ebro.
El dos es la actuación de la escuela de claqué Contaptoe el 19 de junio en la Casa de Vacas a las 12:30. Ahora que se han ido los libros del Retiro, llegan los bailarines. ¡Esto es un no parar de felicidad! Ah, y si van, verán este número de, precisamente, La tía Mame. En esa actuación no podrán evitar fijarse en una chica que destaca entre las demás, porque se nota que es la más feliz de todas, y la más guapa, con diferencia. Aplaúndanla hasta que les duelan las manos. Y luego salúdenla de mi parte.
Es mi hermana.
Mandamiento del día: improvisen unos pasos de claqué. Sean felices, vaya.
En la imagen, Roselind Russell en la adaptación de Auntie Mame para el cine, dirigida por Morton Da Costa.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)