sábado, 23 de julio de 2011
Algunos superpoderes
[Aviso: en esta entrada SuperOro vuelve a las andadas y se dedica a alardear, esta vez, de sus superpoderes.]
No crean que es verano y que me puede la desidia y el dolce far niente, que es como lo mismo que la desidia pero en Capri y con una copa de Martini en la mano. No es que no alimente este blog. Sí lo he hecho.
He escrito, entre esta entrada y la del irresoluble misterio del hombre del sombrero, otras dos. Lo que pasa es que eran entradas invisibles. Me quedaron bien, ¿eh? No es mérito mío. Nací con ese superpoder: el superpoder de decir cosas inaudibles y escribir cosas invisibles. Las escribo y las corrijo en mi cabeza, un montón de veces, y se quedan ahí, esperando superlectores que sean capaces de leerlas. Hay quien a esto lo llama "problemas de comunicación". No tienen ni idea. Es obvio que se trata de un superpoder. El superpoder de la comunicación invisible ultraliteral.
Bueno, vale. Estaba terminando la traducción del último libro de Clementina. Y en este libro, un compañero de Clementina cree tener superpoderes científicos: transmigración molecular, invisibilidad selectiva... Cosas de esas. Y sí, lo reconozco, a veces me dejo llevar por lo que escribo.
Bueno, vale, a veces también me dejo llevar por lo que leo.
Pero que conste que yo ya tenía mi arco antes de leer Los juegos del hambre, y tengo un carné de la Federación de Tiro con Arco que así lo prueba.
Y ahora debería concentrarme (el tiro con arco enseña mucho al respecto) y seguir escribiendo una novela no invisible, porque los editores no se impresionan fácilmente con la comunicación invisible ultraliteral. Quieren cosas tangibles, legibles, corregibles, critiquibles... Qué manía, oye. Pero entiendo que no se puede esperar que todo el mundo tenga superpoderes como yo.
Hala, a concentrarme.
[Si eres editor y tienes superpoderes complementarios a los míos (o sea, eres capaz de leer manuscritos invisibles), ponte en contacto conmigo. Te mandaré una novela invisible que causará sensación entre emperadores y súbditos.]
Imagen: Tirador con arco, de André Kertész. 1929.
viernes, 8 de julio de 2011
Agatha Christie que estás en los cielos o La dosis justa de misterio o La farmacia
Estoy terminando un encargo (esto lo digo por mis queridas persecutoras, digo, editoras que me estarán leyendo; sí, ya acabo, ya acabo), pero tengo la cabeza en mi nueva novela. Ahora mismo me preocupa cómo dosificaré la información.
Ya lo dijo Paracelso, ya lo dije yo: "Todo es veneno. Nada es sin veneno. Solo la dosis hace el veneno." Y la información, por exceso o por defecto, es altamente venenosa. Cuántas novelas mueren por una dosis letal de revelaciones o de secretos.
A veces el autor, que es un listo, deja a ciegas al lector, y el lector, harto de tantear y dar brazadas al aire, deja caer la novela al suelo, acomplejado. "¡No entiendo nada! Soy tonto", se dice, cuando la mayoría de las veces el tonto es el autor, por pasarse de listo o por escribir para su ombligo.
Otras veces la información es excesiva y el lector cierra malhumorado el libro antes de acabar, con la autoestima bien alta ("¡Este libro ofende a mi inteligencia!"), seguro de saber ya quién es el asesino.
Otras veces da igual lo que te cuenten, que te cuenten demasiado o demasiado poco, porque te gusta tanto cómo te lo cuentan que es como si la novela contuviera su propio antídoto contra el veneno de la información.
Encontrar la dosis justa de luz, la dosis justa de secreto, no es tarea fácil, y no solo en las novelas de misterio. Pero creo que he dado con la fórmula. Al menos en el plano teórico. Mi novela no va a ser "Supervivientes", ese lugar donde nadie sabe que Ortega Cano ha ocasionado la muerte de otro ser humano. Pero tampoco va a ser un confesionario, el hábitat natural del fluir de la conciencia, el paraíso de Molly Bloom, el lugar donde no hay lugar para el secreto. No. Mi novela tendrá que ser una farmacia, ese apasionante lugar donde se maneja la dosis suficiente de información (deme una caja de Diazepam; Antabus, por favor; ¿me da una prueba de embarazo?) y la dosis justa de incertidumbre (¿es para él o para ella?; ¡pero si no se le conoce varón!) como para pasárselo en grande especulando.
Hablando de especulación, hablando de misterio, y hablando de nuevo de sombreros, ¿quién se esconde debajo del de la foto?
Saludos a mis vecinas de la farmacia, que, me consta, leen este blog y que se lo pasan en grande especulando. Sigo con tos.
Ya lo dijo Paracelso, ya lo dije yo: "Todo es veneno. Nada es sin veneno. Solo la dosis hace el veneno." Y la información, por exceso o por defecto, es altamente venenosa. Cuántas novelas mueren por una dosis letal de revelaciones o de secretos.
A veces el autor, que es un listo, deja a ciegas al lector, y el lector, harto de tantear y dar brazadas al aire, deja caer la novela al suelo, acomplejado. "¡No entiendo nada! Soy tonto", se dice, cuando la mayoría de las veces el tonto es el autor, por pasarse de listo o por escribir para su ombligo.
Otras veces la información es excesiva y el lector cierra malhumorado el libro antes de acabar, con la autoestima bien alta ("¡Este libro ofende a mi inteligencia!"), seguro de saber ya quién es el asesino.
Otras veces da igual lo que te cuenten, que te cuenten demasiado o demasiado poco, porque te gusta tanto cómo te lo cuentan que es como si la novela contuviera su propio antídoto contra el veneno de la información.
Encontrar la dosis justa de luz, la dosis justa de secreto, no es tarea fácil, y no solo en las novelas de misterio. Pero creo que he dado con la fórmula. Al menos en el plano teórico. Mi novela no va a ser "Supervivientes", ese lugar donde nadie sabe que Ortega Cano ha ocasionado la muerte de otro ser humano. Pero tampoco va a ser un confesionario, el hábitat natural del fluir de la conciencia, el paraíso de Molly Bloom, el lugar donde no hay lugar para el secreto. No. Mi novela tendrá que ser una farmacia, ese apasionante lugar donde se maneja la dosis suficiente de información (deme una caja de Diazepam; Antabus, por favor; ¿me da una prueba de embarazo?) y la dosis justa de incertidumbre (¿es para él o para ella?; ¡pero si no se le conoce varón!) como para pasárselo en grande especulando.
Hablando de especulación, hablando de misterio, y hablando de nuevo de sombreros, ¿quién se esconde debajo del de la foto?
Saludos a mis vecinas de la farmacia, que, me consta, leen este blog y que se lo pasan en grande especulando. Sigo con tos.
martes, 5 de julio de 2011
Mi tendencia al croquetismo
Érase una vez unos niños rebozándose en un arenero cual croquetas (una de pollo, tres de jamón, dos de bacalao).
Al verlos, una madre suspiró con más nostalgia anticipada que preocupación higiénica:
-¡Ay! ¿Cuándo dejará de gustarles jugar con la tierra?
Nunca, pensé yo. Solo aprenderán a disimular.
Demostración empírica: saca la mano de la toalla y húndela en la arena, mete los dedos en la fría y domesticada tierra de una maceta, escarba, come tierra.
Tierra...
Si pienso en la palabra "tierra", no puedo evitar acordarme de Jacques Brel cantando "Ne me quitte pas", masticando esas palabras crujientes como Chocokrispies que dicen "je creuserai la terre jusqu'après ma mort" . E inmediatamente no puedo dejar de pensar en Serrat cantando a Miguel Hernández y diciendo aquello de "quiero escarbar la tierra con los dientes (....) / Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera".
Y sin embargo, o por eso mismo, pocas cosas me hacen sentir más viva que ese rebozarme las manos en tierra.
Y toda esta entrada más o menos sesuda sobre croquetas, macetas, muertos, vivos y poetas, sobre la tierra en definitiva, porque después de hablar sobre algo accesorio me quedé con ganas de hablar sobre algo esencial, y porque varios visitantes han llegado a este blog buscando en google "cómo encontrar oro" y quisiera darles una respuesta: si queréis encontrar oro, escarbad la tierra.
[La imagen pertenece a I Like to Eat Right on the Dirt, un precioso libro con texto y fotografías de Danny Lyon, un viaje a la infancia desde la infancia donde, como no podía ser de otro modo, aparecen niños jugando en la arena, niños desenterrando patatas y niños comiendo sobre la tierra.]
Al verlos, una madre suspiró con más nostalgia anticipada que preocupación higiénica:
-¡Ay! ¿Cuándo dejará de gustarles jugar con la tierra?
Nunca, pensé yo. Solo aprenderán a disimular.
Demostración empírica: saca la mano de la toalla y húndela en la arena, mete los dedos en la fría y domesticada tierra de una maceta, escarba, come tierra.
Tierra...
Si pienso en la palabra "tierra", no puedo evitar acordarme de Jacques Brel cantando "Ne me quitte pas", masticando esas palabras crujientes como Chocokrispies que dicen "je creuserai la terre jusqu'après ma mort" . E inmediatamente no puedo dejar de pensar en Serrat cantando a Miguel Hernández y diciendo aquello de "quiero escarbar la tierra con los dientes (....) / Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera".
Y sin embargo, o por eso mismo, pocas cosas me hacen sentir más viva que ese rebozarme las manos en tierra.
Y toda esta entrada más o menos sesuda sobre croquetas, macetas, muertos, vivos y poetas, sobre la tierra en definitiva, porque después de hablar sobre algo accesorio me quedé con ganas de hablar sobre algo esencial, y porque varios visitantes han llegado a este blog buscando en google "cómo encontrar oro" y quisiera darles una respuesta: si queréis encontrar oro, escarbad la tierra.
[La imagen pertenece a I Like to Eat Right on the Dirt, un precioso libro con texto y fotografías de Danny Lyon, un viaje a la infancia desde la infancia donde, como no podía ser de otro modo, aparecen niños jugando en la arena, niños desenterrando patatas y niños comiendo sobre la tierra.]
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