Los sábados por la mañana, que cierren las discotecas, que cierren los bancos, las oficinas, los colegios.
Y ustedes, cierren los ojos un rato más del que les pida el cuerpo (hoy domingo también).
Cierren con fuerza la cafetera, o el microondas, o la Nespresso.
Cierren bien el gel de ducha, no vaya a caerse y derramarse y al final perderse por el sumidero.
Cierren el grifo mientras se lavan los dientes. No pueden no hacerlo. Alguna huella tuvo que dejarnos la Expo.
Cierren la puerta de la lavadora pero antes metan la vida dentro. (Programa para prendas delicadas.) No la pongan vacía; siempre es mejor pecar por exceso. Y llegado el centrifugado, contemplen cómo se pasa la vida -los patucos, los baberos, las camisetas, el uniforme, los vaqueros (el uniforme), los calcetines, el chándal, los pañuelos, los disfraces, el traje (los disfraces), los trapos sucios, el pijama, los bragueros…- cómo se pasa la vida, digo, no tan callando, sí tan corriendo.
Cierren una exclamación o una interrogación que antes hayan abierto. No permitan que la Real Academia de la Lengua dé a “¡” y a “¿” por muertos.
Cierren el ordenador, las ventanas, los documentos.
Cierren un sobre; recuerden a su lengua ese sabor del pegamento.
Cierren la boca durante un tiempo; regalémonos una mañana de silencio. Y si quieren, vuelvan a cerrar los ojos; hagan la siesta del carnero.
Cierren la puerta de casa y quédense dentro. O ciérrenla tras de sí y dense un garbeo. (Ya saben ese refrán de los matrimonios antiguos: “sábado, sabadete, camisa limpia y… paseo”.)
Cierren las cremalleras, los corchetes, el abrigo, el anorak, el velcro; las ventanas, la terraza, la persiana, el tendedero –hace frío, qué menos en enero-. Que cierren los parques si hace mucho viento, solo si no hay más remedio.
Cierren El Corte Inglés, la mercería y aquel Puerto. Que cierre el carnicero, la florista, el todo-a-un-euro; ya compraremos por la tarde, o el lunes, o en febrero. Para comprar, siempre hay tiempo; otra cosa es dinero.
Cierren una herida; pidan perdón o empiecen de nuevo.
Cierren los casos que estén abiertos. Cierren los tratos los ganaderos.
Cierren el círculo, el triángulo, el cuadrado, el trapecio.
Cierren las avenidas, las plazas, cierren todo el callejero.
Ciérrenme, enciérrenme a mí, que estoy como un cencerro.
Pero el sábado por la mañana… no cierren la biblioteca. Se lo ruego.
Vaya, ya la cerraron.
¡Pues que la abran de nuevo!
Este texto fue escrito en la Biblioteca de Aragón (no un sábado, claro) y fue publicado en
Heraldo el domingo 20 de enero de 2013. Hay que decirlo hasta
bailando.
La imagen es de
Candida Höfer, una experta en fotografiar espacios pensados para estar llenos (teatros, museos, bibliotecas...), vacíos, en ese extraño momento en que pierden su identidad, o adquieren una nueva.