miércoles, 15 de febrero de 2017

El asalto de la poeta inadvertida

El niño tiene catarro y, a falta de nuestra farmacia del Parque Roma, nos vamos al Boots más cercano a por respuestos de Nurofen, y para que el niño se despeje un poco.
Nada más salir de casa, de frente, vemos acercarse a una señora con perrito. La señora es normal y el perrito es medio feo pero es un perrito y ya lo estamos mirando y diciendo "uy uy uy" cuando la señora se para a nuestro lado y me dice:
–¿Es usted la madre de este niño?
Y yo pienso:
1. A ver qué ha hecho.
2. Qué bien. Esta señora me ha confundido con una jovenzuela au-pair.
–Sí, sí, soy yo.
Y ella, que viste de rojo, nos dice:
–Soy una poeta.
Ya, ya. Y mi abuela, motorista.
Aquí en Irlanda se creen que los versos crecen en los árboles.
La poeta del perrito me pide permiso para recitar un poema a mi hijo y –permiso concedido– le pregunta a él cuántos años tiene. A partir de ahí se pone a recitar un poema sobre un niño que tiene su edad.
¡El poema es buenísimo!
La poeta es una poeta.
–Pues ya sabes –le dice a mi hijo cuando termina de recitar su largo poema sobre la condescendencia de los adultos con los niños–. Cuando vuelvas a verme, me dices: "Hola, Siobhán. Recítame un poema" o "No, Siobhán, ya estoy harto de tus poemas". 
Y antes de que yo pueda cerrar la boca, que lleva cinco minutos abierta, la poeta desaparece con su perro, como por arte de magia.
Ni tiempo he tenido de preguntarle por su apellido.
He puesto en google "Siobhán poet" y "Siobhán poet Dublin". Hay cientos. ¿No les digo que aquí salen poetas como setas? Pero ninguna de las poetas de google es la nuestra. Mejor.
Esperaremos a que nos vuelva a asaltar.

Imagen de Ruth Jacobi.

domingo, 12 de febrero de 2017

Intenté quererte

Yo intenté quererte, te lo juro.
Primero porque parecía casi obligado.
Claro que quizá ese no sea el mejor modo de empezar un amor. Dichosos los que eligen a quién querer.
Todos a mi alrededor te querían. No quererte habría sido ir a contrapié. 
Quererte era un mandato, y yo era muy obediente.
Te dedicaba dibujos y poemas malos. Me obligaban. Y a mí me gustaba obedecer.
Sí, supongo que te quise.
Quizás fue mi culpa. Quizá no intenté conocerte a fondo. Lo sé por quienes te quieren mejor que yo. Eres mejor de lo que pareces. Pero yo no te recorrí por entero, perdona.
Tampoco lo ponías fácil.
Cuando me fui, no fue por ti. Pero el caso es que me alejé de ti. Y todo, lejos de ti, era más divertido, más libre, y había agua y sal y risas y el viento no me arrancaba lágrimas y la única niebla aparecía en mis gafas cuando entraba en el Luz de Gas y aquel otro sol se podía soportar tumbada en una azotea, y me ponía morena y fui una versión mejor de mí de la que era a tu lado. No dudo que si fui más feliz lejos de ti, fue también, fue sobre todo porque yo era joven y corría tanto que más bien volaba, y porque de vez en cuando volvía a ti.
Cuando quise formar una familia, pensé que podría volver y quedarme para siempre a tu lado. "¿Dónde iba a estar mejor?" fue una pregunta retórica. Si hubiera intentado responderla seriamente, quizá habría acabado a cientos de kilómetros de ti. Seguramente habría podido hacer una lista con más de quinientos lugares mejores que tú. Pero no lo hice. Lo di por hecho, y volví a ti. Y entonces me metí, me metiste en una jaula que ni siquiera era de oro, una jaula herrumbrosa, con la fealdad de las cosas que pretendieron modernas y se quedaron antiguas, con hojas sucias del Heraldo de Aragón pinzadas en el suelo de la jaula, con el cuenquito del agua siempre vacío, con un comedero con cuatro granos de alpiste mezclados con restos resecos de excrementos. Y allí languidecí unos años. ¿No me oías cuando piaba? ¿No escuchabas cómo te pedía un poco de agua o una caricia o algo?
¿Qué otra cosa te ocupaba?
Más desesperada que harta (porque sí, te quiero), un día volé, volé a un lugar donde el clima me parece bueno, comparado con el tuyo. Volé a un lugar que es un calco exacto del dibujo que de niña hacía cuando me pedían que dibujara "una casa". Casas de ladrillos, con tejado a dos aguas, con chimeneas, con un caminito de entrada rodeado de verde, mucho verde, y colinas suaves verdes, muy verdes, pintadas detrás de la casa, y árboles verdes, grandes, desesforzados, árboles que no son pinos, y flores, y pájaros, y nubes algodonosas en un cielo que a veces, muchas más de las que tú te crees, es azul.
No creas que te echo de menos. Y esto, este desapego, me hace a mí peor que a ti. Pero me hace libre.
Llevo mucho tiempo acariciando una idea y hoy he tomado la decisión definitiva: voy a vender el piso.
No eres tú, Zaragoza, no eres tú; soy yo.
Yo te quiero, claro, cómo no voy a quererte (y prefiero que esta sea también una pregunta retórica).
Pero adiós, Zaragoza. 

Todo sea que en unos años me vean protagonizando el Volverás.

Imagen: fotograma de Nobleza baturra.
Y todo esta llorera viene del Cuaderno italiano de Goya que enseño Jesús Cuartero aquí.