Al grano: la literatura infantil y el fomento de la lectura no son el tema de
Patria. Aparecen solo de refilón, pero Fernando Aramburu lo clava.
Algunos botones de muestra:
"Arantxa fue quien transmitió a su hermano pequeño la afición por la lectura. ¿Y eso? Es que de vez en cuando, por el cumpleaños, por el santo, por navidades o porque sí, le regalaba tebeos; pasados los años, algún que otro libro. Cosa, por cierto, que también hizo con Joxe Mari, pero sin resultado. Aquí, al decir de Arantxa, vendría a cuento la parábola famosa de la semilla y la tierra árida y la fértil. Joxe Mari era un yermo intelectual. En Gorka, tierra propicia, germinó la pasión por la lectura."
Al hilo de este fragmento, dos cosas que funcionan y una reflexión. Las cosas que funcionan: regalar libros en cada ocasión y "porque sí", y dar de leer (a veces bastaría con "dejar leer") los a veces menospreciados cómics. Y la reflexión: ya puede hacer usted el paquete completo del perfecto fomento lector (leer los siete tomos de
En busca del tiempo perdido delante de sus hijos, sacarles el carné de biblioteca cuando la única foto que puede hacerles es una ecografía, comprarles la bibliografía completa de Ibáñez, darles plena libertad para elegir sus libros, que lo que tenga usted sean niñas, que sean finlandesas...) que si una criatura sale no lectora, sale no lectora. Esto se dice demasiado poco porque todos queremos seguir creyendo en las fórmulas mágicas y en la neurociencia, y dar charlas sobre el fomento de la lectura. Y porque hay que intentarlo, siempre, aun contra todo pronóstico.
"Hay más. Arantxa, siendo Gorka pequeño y ella apenas una niña de nueve o diez años, gustaba de leer en voz alta a su hermano, los dos sentados en el suelo, o él en la cama y ella a su lado, cuentos tradicionales; también historias de la Biblia en un libro con ilustraciones adaptado al entendimiento infantil."
Otra cosa que funciona, menos en los Joxe Maris estériles del mundo, claro: la lectura en voz alta y la lectura "de regazo". Les confesaré que este fragmento me resonó especialmente porque de mi camino lector, empedrado con libros de todo tipo, recuerdo especialmente
una colección de cuentos tradicionales de la editorial Molino de cuando mi madre era pequeña y el tomo granate del Antiguo y truculento Testamento, pero esa es otra historia.
"Arantxa (...) lo animó a dedicar en el futuro sus mayores esfuerzos creativos a la literatura infantil.
–Mientras escribas para niños, te dejarán tranquilo."
Es así, tal cual. Una prueba de que Arantxa tiene razón es que, puestos a escribir un libro,
las princesas lo escriben
infantil. Y es que se da una maravillosa contradicción: siendo la literatura infantil la más formativa (no necesariamente porque haya decidido serlo sino por ser sus destinatarios personas en periodo natural de formación), se la percibe como inofensiva.
Digo que la contradicción es maravillosa porque mientras somos percibidos así, los autores de literatura infantil vamos haciendo la nuestra y solo muy de vez en cuando, salta la liebre. ¿Invisibilidad de la literatura infantil y juvenil? Nos quejamos de ella pero igual los de la LIJ deberíamos sencillamente seguir a la chita callando y aprovechar las ventajas de ser invisible. Y lo cómodo que es no figurar.
Una cosa más, para acabar, Gorka, al que Arantxa anima a escribir para niños, en un momento dado dice:
"Yo tengo claro que me pasaré la vida escribiendo para niños, aunque estoy hasta el gorro de brujas, dragones y piratas."
Esto también se dice poco. Porque en general quienes escribimos para niños lo hacemos desde la pasión y porque, percibidos como autores menores, tenemos una especie de complejo de Napoleón que nos lleva a elevar la literatura infantil a podios mayestáticos, y no es para menos. Pero que levante la mano quien no haya sentido un momento de hartazgo, un deseo de no medir las palabras, de meter ese chascarrillo para adultos, de escribir de corrido y sin miramientos. Bueno, no, que eso, levantar la mano para autobeatificarse es fácil. Quizás yo misma lo haría en un momento de mesianismo. Que levante la mano quien, escribiendo para niños, haya tenido la tentación de abandonarlos en el bosque. Podría levantarla el propio Aramburu. Él publicó dos libros infantiles en la serie blanca de El Barco de Vapor (creo que son los mismos que se recogen ahora en
Mariluz y las extrañas aventuras) y recuerdo haber leído hace tiempo un libro suyo publicado en Tusquets, en la colección negra de toda la vida, la que siempre, que yo sepa, ha tenido como destinatarios a los adultos, con el subtítulo
Un relato para jóvenes de ocho a ochenta y ocho años.
Miren, he ido a buscar un enlace al libro para que pudieran verlo si tenían curiosidad y he dado con
esta reseña de Vida de un piojo llamado Matías, que así se titula el libro, que acaba con tres preguntas de Ángel Basanta a Fernando Aramburu. Acabaré (gracias por la lectura y por la paciencia) estas fascinantes lecciones patrióticas sobre fomento de la lectura y literatura infantil con la primera de las preguntas. No se puede responder mejor:
A.B. ¿Cambia en algo escribir para un adulto o para un niño?
F. A. Cambia en bastantes aspectos. Uno de ellos se me figura a mí esencial. Y es que cuando escribimos para adultos no tenemos por qué sujetarnos a responsabilidades de tipo pedagógico. Los niños hacen una lectura más emotiva que analítica. El lector adulto es más sufrido. Incluso se le puede fascinar sin necesidad de respetarlo.
En la imagen, dos hermanos, Gorka y Arantxa, Federico e Isabel, leen juntos.