¿Ya están de vuelta? Feliz regreso a las vidas que, para bien o para mal, les pertenecen.
Y si van a mentir sobre sus vacaciones, no olviden los detalles.
Para recordárselo, allá va otra de las columnas que publiqué cuando aún nos quejábamos del calor.
¿Las bicicletas? Lo que es para el verano es la ficción. No digo las novelas y las películas, que también. Digo la ficción personal. Unos meses para alquilar una identidad, para fingir lo que no se es. Fingir que uno es de playa, que es deportista, que los sobrinos son hijos, que el jardín es nuestro, que el amor (de verano) será para siempre…
Este verano mi hijo se ha dedicado a vivir la ficción de que tiene un perro. Durante unos días ha paseado a Pancho, ha dado de comer a Pancho, ha compartido pulgas y garrapatas con Pancho… como si fuera suyo. Perro y niño me miraban tan sonrientes que a punto he estado de cometer el error fatal de tachar el “como si”. Por suerte recordé a tiempo que los saltos de la ficción a la realidad acaban siempre en topetazos, y que es mejor dejarlo así, como un amor de verano. Fue por un detalle. Acariciaba yo al perro y mi hijo me abroncó: “No, mamá. Se hace así”. Empezó entonces a acariciar al animal con una torpeza sin igual. Yo no sabré mucho de perros, pero sí lo suficiente de caricias como para asegurar que aquello no podía gustar al perro, y que si Pancho lo soportaba era solo porque había decidido entregarse él también a la ficción temporal de tener un dueño niño que le quería hasta el garrapatismo. Los escritores lo saben: son los detalles los que traicionan la verosimilitud. Ese compulsivo sacudir de arena revela que no somos de mar, ese salir a correr con el móvil desvela que no somos deportistas… Pero mejor no sigo, que me estoy poniendo grave y me pidieron una postal liviana, porque es verano y tenemos el deber de fingir que la realidad es leve. La levedad solo es insoportable si uno es checo, o en la ficción, porque en la realidad… En realidad, ¡qué gusto la levedad! ¡Qué gusto la ficción!
Fotografía de Martin Parr.
Casualmente, el mismo 18/8/2013 en que esta columna apareció publicada en Heraldo, se publicó en Jot Down un interesantísimo artículo titulado Un detalle de mierda. Lo enlazo por si quieren seguir entrando en detalle.
viernes, 30 de agosto de 2013
miércoles, 28 de agosto de 2013
Nuevas maneras de matar a tu suegra
Publico otra de las columnas veraniegas. En Heraldo me entrecomillaron lo de "matar". No entiendo por qué. ¿Les parece a ustedes que hablo con ironía?
Me pilla mi hijo con un nuevo libro y fisgonea el título. “¡Quieres matar a la abuela!”, grita horrorizado. Lo que leo es Nuevas maneras de matar a tu madre, de Colm Tóibín, y lo peor no es que mi hijo no descarte mi plan parricida; lo peor es que, pasado el primer susto, suelta El doctor Proctor y los polvos tirapedos, me quita mi libro y se pone a leerlo con fruición.
No tarda en abandonarlo decepcionado. “No entiendo nada”, dice. En realidad, en el ensayo de Tóibín no iba a encontrar una sola idea para liquidarme y sí un montón de lecciones de literatura, pero convendrán conmigo que Nuevas maneras de matar a tu madre llama mucho más que Relaciones familiares de una panda de escritores y cómo estas lastraron (o inspiraron) su obra. Es como el título de esta columna. No me negarán que empezaron a leerla con ciertas expectativas, ya fueran asesinas o de supervivencia (y las suegras que leen son las más peligrosas).
Quédense conmigo unas líneas, pero no esperen que les diga cómo aniquilar a su suegra. Además, seguro que ideas no les faltan. Espero que cobardía y paciencia tampoco. Como mucho, les podría recomendar que busquen y vean El encantador de suegras, ese cruce oregonés entre Supernanny y El encantador de perros, para echar unas risas más que nada, porque, en realidad, no hay adiestrador que valga: las suegras son indomeñables. Son cimarrones, animales que en su día fueron domésticos pero que se volvieron salvajes en cuanto vieron deslizar un anillo por el dedo anular de su cachorro.
Así que paciencia o, en su defecto, tierra de por medio. Pero tierra en apaisado, no tierra a paladas hasta completar dos metros de profundidad. No merece la pena. Y a saber qué compañías encontrarían en la cárcel.
En la imagen, de Fernando Sancho, suegra pensando: "¡Ay, este hijo mío! ¿Qué le habrá visto a esa?".
Me pilla mi hijo con un nuevo libro y fisgonea el título. “¡Quieres matar a la abuela!”, grita horrorizado. Lo que leo es Nuevas maneras de matar a tu madre, de Colm Tóibín, y lo peor no es que mi hijo no descarte mi plan parricida; lo peor es que, pasado el primer susto, suelta El doctor Proctor y los polvos tirapedos, me quita mi libro y se pone a leerlo con fruición.
No tarda en abandonarlo decepcionado. “No entiendo nada”, dice. En realidad, en el ensayo de Tóibín no iba a encontrar una sola idea para liquidarme y sí un montón de lecciones de literatura, pero convendrán conmigo que Nuevas maneras de matar a tu madre llama mucho más que Relaciones familiares de una panda de escritores y cómo estas lastraron (o inspiraron) su obra. Es como el título de esta columna. No me negarán que empezaron a leerla con ciertas expectativas, ya fueran asesinas o de supervivencia (y las suegras que leen son las más peligrosas).
Quédense conmigo unas líneas, pero no esperen que les diga cómo aniquilar a su suegra. Además, seguro que ideas no les faltan. Espero que cobardía y paciencia tampoco. Como mucho, les podría recomendar que busquen y vean El encantador de suegras, ese cruce oregonés entre Supernanny y El encantador de perros, para echar unas risas más que nada, porque, en realidad, no hay adiestrador que valga: las suegras son indomeñables. Son cimarrones, animales que en su día fueron domésticos pero que se volvieron salvajes en cuanto vieron deslizar un anillo por el dedo anular de su cachorro.
Así que paciencia o, en su defecto, tierra de por medio. Pero tierra en apaisado, no tierra a paladas hasta completar dos metros de profundidad. No merece la pena. Y a saber qué compañías encontrarían en la cárcel.
En la imagen, de Fernando Sancho, suegra pensando: "¡Ay, este hijo mío! ¿Qué le habrá visto a esa?".
viernes, 23 de agosto de 2013
Una piedra en el corazón (Té con Ana María Matute)
—¡Ay, Ana María! ¡Qué ilusion saber que tú también temes sonar cursi!
—¿Yo? ¿Por qué lo dices, Oro?
—Por lo de la entrevista esa que te hizo Jesús Ruiz Mantilla para El País donde comentabas que habías tenido un día malo, que no se te ocurría nada, cosa que, por cierto, también me hizo ilusión...
—Gracias, maja.
—¡No, no!, perdón. Me refiero a que me hizo ilusión saber que no solo me pasaba a mí. Y luego contabas que cuando te pasaba eso, sentías que estabas acabada y era como si se te pusiera una piedra en el corazón. Y entonces decías: "Qué cursi, ¿no?".
—Bueno, es que me quedó un poco cursi, ¿no?
—Pues a mí más que cursi me pareció tristísimo. Una piedra en el corazón... Aunque luego me puse a pensar que igual no era tan triste porque... ¿Y si la piedra es una pirita? ¿O una rosa del desierto? ¿O un cuarzo que va creciendo y abriéndose paso en el pecho?
—Cómo se nota que de pequeña coleccionaste minerales, hija mía.
—Yo no. Mi hermano.
Ana María asiente y, con gesto de personaje de Jane Austen, dedica una mirada a su hijo por encima de la taza de té antes de dar un sorbo.
—¿Y si la piedra fuera un rubí? —pregunto—. Un rubí rojo y resplandeciente en lugar del corazón.
—Ay, Begoñita. Sí que eres un poco cursi tú...
—¡O una esmeralda!
—Mira, eso ya me parece mejor. O igual no. Igual es que sencillamente a mí me gustan las esmeraldas.
—Ya. Sencillamente. Las esmeraldas.
Ana María suelta una risita antes de aleccionarme:
—Mujer, decir "una piedra" es decir algo gris, sin vida, un peso con el que se escachan las hormigas y los saltamontes.
—Verdes.
Ana María ignora mi comentario de fan.
—Entonces, entonces... —insisto—. Una piedra en el corazón no solo es tristísimo, ¡es algo contra natura! Porque un corazón es rojo, palpitante... ¡es la vida! Y la piedra...
—Pero yo no dije una piedra en lugar del corazón. Yo dije una piedra dentro del corazón.
—¿En serio?
—Lee, lee.
Busco la entrevista y localizo rápidamente el fragmento. Efectivamente, ahí pone: "Cuando pasa eso, es como si se te colocara una piedra dentro del corazón".
—¿Una piedra dentro del corazón? ¿Una piedrecita molesta? ¿Como quien dice "una piedra en el zapato"? —pregunto—. Pero entonces, no es tan grave. ¡Y no es nada cursi!
Ana María no me escucha. Está mirando unas hierbas que crecen a pocos metros.
—¿Qué es eso? ¿Hierbabuena?
—Esmeralda —bromeo.
—Anda, tráeme una hojita, por favor.
—¿Para el té?
—No es té, tontuela —me dice bajando la voz.
—Pero...
Me inclino para asomarme al interior de la taza de porcelana pero la Matute se me adelanta:
—Bebe, bebe —dice sonriendo mientras me la acerca como quien ofrece una poción.
Bebo. Donde esperaba un earl grey, me encuentro un gin-tonic. Procuro no toser. Ana María me guiña un ojo.
—Sí quedará bien con hierbabuena, sí —logro decir con voz ronca mientras dedico mi mejor sonrisa al hijo de Ana María Matute.
Y todo esto créanselo porque me lo he inventado.
En la imagen, tomada este día: la Matute y la Oro oteando la hierbabuena.
—¿Yo? ¿Por qué lo dices, Oro?
—Por lo de la entrevista esa que te hizo Jesús Ruiz Mantilla para El País donde comentabas que habías tenido un día malo, que no se te ocurría nada, cosa que, por cierto, también me hizo ilusión...
—Gracias, maja.
—¡No, no!, perdón. Me refiero a que me hizo ilusión saber que no solo me pasaba a mí. Y luego contabas que cuando te pasaba eso, sentías que estabas acabada y era como si se te pusiera una piedra en el corazón. Y entonces decías: "Qué cursi, ¿no?".
—Bueno, es que me quedó un poco cursi, ¿no?
—Pues a mí más que cursi me pareció tristísimo. Una piedra en el corazón... Aunque luego me puse a pensar que igual no era tan triste porque... ¿Y si la piedra es una pirita? ¿O una rosa del desierto? ¿O un cuarzo que va creciendo y abriéndose paso en el pecho?
—Cómo se nota que de pequeña coleccionaste minerales, hija mía.
—Yo no. Mi hermano.
Ana María asiente y, con gesto de personaje de Jane Austen, dedica una mirada a su hijo por encima de la taza de té antes de dar un sorbo.
—¿Y si la piedra fuera un rubí? —pregunto—. Un rubí rojo y resplandeciente en lugar del corazón.
—Ay, Begoñita. Sí que eres un poco cursi tú...
—¡O una esmeralda!
—Mira, eso ya me parece mejor. O igual no. Igual es que sencillamente a mí me gustan las esmeraldas.
—Ya. Sencillamente. Las esmeraldas.
Ana María suelta una risita antes de aleccionarme:
—Mujer, decir "una piedra" es decir algo gris, sin vida, un peso con el que se escachan las hormigas y los saltamontes.
—Verdes.
Ana María ignora mi comentario de fan.
—Entonces, entonces... —insisto—. Una piedra en el corazón no solo es tristísimo, ¡es algo contra natura! Porque un corazón es rojo, palpitante... ¡es la vida! Y la piedra...
—Pero yo no dije una piedra en lugar del corazón. Yo dije una piedra dentro del corazón.
—¿En serio?
—Lee, lee.
Busco la entrevista y localizo rápidamente el fragmento. Efectivamente, ahí pone: "Cuando pasa eso, es como si se te colocara una piedra dentro del corazón".
—¿Una piedra dentro del corazón? ¿Una piedrecita molesta? ¿Como quien dice "una piedra en el zapato"? —pregunto—. Pero entonces, no es tan grave. ¡Y no es nada cursi!
Ana María no me escucha. Está mirando unas hierbas que crecen a pocos metros.
—¿Qué es eso? ¿Hierbabuena?
—Esmeralda —bromeo.
—Anda, tráeme una hojita, por favor.
—¿Para el té?
—No es té, tontuela —me dice bajando la voz.
—Pero...
Me inclino para asomarme al interior de la taza de porcelana pero la Matute se me adelanta:
—Bebe, bebe —dice sonriendo mientras me la acerca como quien ofrece una poción.
Bebo. Donde esperaba un earl grey, me encuentro un gin-tonic. Procuro no toser. Ana María me guiña un ojo.
—Sí quedará bien con hierbabuena, sí —logro decir con voz ronca mientras dedico mi mejor sonrisa al hijo de Ana María Matute.
Y todo esto créanselo porque me lo he inventado.
En la imagen, tomada este día: la Matute y la Oro oteando la hierbabuena.
jueves, 22 de agosto de 2013
Besos
Andaba esperando el beso de un príncipe para despertar pero es agosto y ¿qué puede una esperar de agosto si no es al tío Paco con la rebaja?
En fin, que hay que saber cuándo ir a dormir, y alguien debería habérselo dicho a Moritz Erhardt (y digo esto de paso, así, a la ligera, porque como ahonde en la perversión que hay tras esa muerte, me vuelvo otra vez a la cama), pero que también habrá que despertarse, ¿no? Y si no viene un príncipe besucón, habrá que levantarse por el propio pie, que pocas cosas hay más aburridas que fingirse dormida. Bueno, al principio no está mal, aparte de que es inevitable: uno se levanta de un sueño así sin ganas de nada, solo de temples. Luego, cuando ya vas despertando, te entra la tentación de seguir cómodamente ausente, haciéndote la dormida, escuchando a hurtadillas, abriendo un ojillo cuando nadie mira... Pero al final...
Miren, llevo un rato haciéndome la dormida y he llegado a la conclusión de algo que seguro que aprendió la Bella Durmiente: el mundo continúa sin princesas, pero las princesas no pueden continuar sin el mundo. Para mí que la Bella Durmiente en realidad utilizó el beso del príncipe como coartada para escapar del tedio de un sueño de cien años. Nunca desdeñen el aburrimiento como motor de acción, especialmente en Oklahoma y en la corte.
Y además, ¿qué es eso de un ballet con una bailarina que no mueve una pestaña, un blog de una escritora que no escribe? A una bailarina la dejas un rato tumbada en un tálamo deluxe sin otra cosa que hacer que entregarse a un sueño reparador en espera de un beso, y le acaba dando un delírium trémens (no me culpen a mí por las tildes; culpen a la RAE, y léase "culpen a la RAE" a este ritmo). Esto de mover la tibia, el peroné..., igual que esto de hacer bailar las falanges sobre un teclado, es una adicción como otra cualquiera, o sea, una adicción de mierda. Si lo sabré yo. Aunque la verdadera, la auténtica adicción, es que ustedes me lean. Si no, a santo de qué iba a escribir aquí. ¿Saben la cantidad de cajones que tengo en mi casa?
Los daré yo: besos.
En la imagen: yo, modo bella durmiente delfín.
Gracias, muchas gracias a Marta, Librosfera, Llibrería Al·lots, Begoña, Mr. Blogger 2013, Alba, Llorens... y a todos aquellos a los que leí por el rabillo del ojo cuando aún seguía sin ganas de nada, gracias por ir engordando las ganas de levantarme de una vez.
miércoles, 21 de agosto de 2013
Bambalinas
Me hicieron una entrevista veraniega para heraldo.es y, cuando la mandé, me respondió Antón Castro: "Espero que estés bien y por el humor ya veo que sí". Y pensé: "Vaya, mi carrera de actriz empieza a despegar".
Una hura es una madriguera. Un huraño es quien huye y se esconde de las gentes.
Dice la RAE que "hura" viene de forāre (agujerear) en tanto que "huraño" viene de foranĕus (forastero). Qué raro que "huraño" no provenga del mismo agujero que "hura", porque, al fin y al cabo, los huraños son personas que deberían vivir en una madriguera y así todos contentos: el huraño en su soledad y la humanidad sin tener que aguantar los gruñidos del huraño. Tendré que preguntar a alguien que sepa de etimología.
¿Vacaciones? Y una porra. Dejé de escribir aquí porque este blog siempre quiso ser más parecido al escenario de un musical que a una madriguera y andaba más bien huraña, y era agotador fingir lo contrario.
Pensé: "volveré cuando al teclear dejen de salirme hurañeces y me salgan himnos de alegría y tap y click y slide, que es lo que quiero para ustedes, queridos lectores y queridas lectoras de este blog".
Gracias por la paciencia.
En la imagen, de Fernando Sancho, en jarras, yo esperando el momento de salir de mi madriguera. Casi a punto.
Una hura es una madriguera. Un huraño es quien huye y se esconde de las gentes.
Dice la RAE que "hura" viene de forāre (agujerear) en tanto que "huraño" viene de foranĕus (forastero). Qué raro que "huraño" no provenga del mismo agujero que "hura", porque, al fin y al cabo, los huraños son personas que deberían vivir en una madriguera y así todos contentos: el huraño en su soledad y la humanidad sin tener que aguantar los gruñidos del huraño. Tendré que preguntar a alguien que sepa de etimología.
¿Vacaciones? Y una porra. Dejé de escribir aquí porque este blog siempre quiso ser más parecido al escenario de un musical que a una madriguera y andaba más bien huraña, y era agotador fingir lo contrario.
Pensé: "volveré cuando al teclear dejen de salirme hurañeces y me salgan himnos de alegría y tap y click y slide, que es lo que quiero para ustedes, queridos lectores y queridas lectoras de este blog".
Gracias por la paciencia.
En la imagen, de Fernando Sancho, en jarras, yo esperando el momento de salir de mi madriguera. Casi a punto.
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