jueves, 27 de febrero de 2014

Asesina a un escritor

Me piden a menudo consejos para llegar a ser escritor. Nunca he dicho: “mata a otro escritor”. Pero estoy empezando a dudar si no será ese el consejo definitivo. Definitivo lo es, desde luego.
Empecé a pensarlo al leer una entrevista al editor Claudio López de Lamadrid donde exponía una suerte de darwinismo literario, una evolución literaria por selección en mesa de novedades. Decía:
  "para que pueda entrar un autor nuevo necesitas que se vaya otro."
Los hay que se han tomado esto muy en serio. Lynn Shepherd, por ejemplo. Esta autora de novela de crimen victoriano (sic) escribía un artículo en el Huffington Post invitando a J.K. Rowling, la autora de Harry Potter, a que disfrutara de su vasta fortuna y dejara de publicar libros para adultos, porque, compitiendo con ella, era imposible hacerse hueco en la mesa de novedades del Waterstone’s. La Shepherd le daba permiso a la Rowling para que siguiera escribiendo para niños (se ve que la Shepherd no le da a eso) y decía unas cuantas cosas más sobre literatura infantil y juvenil que no me molestaré en comentar porque ya las huestes de fans de Harry Potter han hundido en la miseria, y en las valoraciones de goodreads, a esta pobre mujer.
Y luego está lo del premio La Caixa / Plataforma, el premio que convoca Plataforma Neo para jóvenes escritores de entre 14 y 25 años. Se falló ayer. Lo ganó Andrea Tomé, de 19 años, con Corazón de mariposa. Estoy deseando leerlo para ver si me quedo con la boca abierta como me quedé al leer el que ganó el año pasado. Me alegré por la señorita Tomé, y eso que, ya solo por su edad, podría odiarla como odia la madrastra de Blancanieves. Pero, a lo que voy, cuando se anunció el fallo del premio, la red se llenó de comentarios asesinos al respecto. Que si la chica ya había sido finalista el año pasado, que si ya había publicado otras novelas y que estaba “robando” el sitio a alguien que no hubiera publicado… Los comentarios los hacían jóvenes como ella, jóvenes que, al parecer, igual que Lynn Shepherd, han asumido que para hacerte hueco como escritor antes debes matar a otro. A ver si va a ser un efecto secundario de tanto juego del hambre…
Un consejo os daré: chicos, chicas, jóvenes… para escribir no hace falta matar a nadie.
He dicho “para escribir”. Para vivir de la escritura… Bueno, sí, lo concedo, quizás para vivir de la escritura haya que matar.

En la imagen, de Lewis Hine, dos blogueros enzarzados en tuiter a santo del premio Neo mientras otros tantos miran en espera de su turno.

sábado, 22 de febrero de 2014

Crónica sin (apenas) peloteo

Ayer fui a la entrega de premios de la revista de literatura juvenil El templo de las mil puertas. (Toda la frase anterior se resume en: ¡¡TEMPLIS!!)
Mis Croquetas y wasaps eran finalistas a mejor novela nacional del año.
La de la foto soy yo a la salida de la fiesta.
Como ven, no llevo un premio en la mano. Llevo una sonrisa en la cara y un helado, porque eso es lo que me llevé, todo lo que da un helado, que no es poco: un rato de dicha, la sensación de que el tiempo se te escurre entre los dedos (ya sea en forma de churretones derretidos o de años que ya no cumplirás), frescura, mucha frescura, y alegría de vivir, o alegría de escribir, que en mi caso cada vez resulta más lo mismo.
Yo, que soy una ingenua, no sabía que antes del premio contactaban con el ganador para avisarle y que acudiera o mandara un bonito vídeo. Aun así, vistos los otros finalistas, no tenía muchas esperanzas de ganar. Ni me había preparado discurso, con lo que me gustan a mí los discursos. Además, esta entrega de premios no tenía nada que envidiar a la gala de los Goya: tampoco venía Wert, así que no había ante quien reclamar.
Las pocas esperanzas que pudiera albergar se esfumaron del todo cuando dieron el premio a mejor novela extranjera de saga a Reconexión. Comprenderán que entre abortos retroactivos de hijos llegados a la adolescencia, que es de lo que trata Reconexión, y adolescentes idiotizadas por el enamoramiento media un océano insalvable. "Cotrina", pensé entonces. Y así fue: ganó Cotrina, y no me extraña porque La canción secreta del mundo es un pedazo de novela y la mejor forma de quedarse sin uñas, sin falanges y sin dulces sueños, y además empieza con un saco de niños muertos y a partir de ahí es un no parar.
Cotrina no estaba, pero sí estaba, presumiendo de ser el más viejo de la sala, Jordi Sierra i Fabra, que ganó el premio a mejor novela nacional perteneciente a saga. Y también había editores. Pero sobre todo, en esa sala de FNAC Callao, había jóvenes, más de cien jóvenes que se muerden las uñas leyendo, que lo cuentan en sus blogs, jóvenes que han hecho, con iniciativas como la revista templaria, que la literatura juvenil tenga una entidad que no tenía hace unos años. Es también gracias a ellos que ahora -lo cito como síntoma- la sección juvenil de FNAC esté más cerca de adultos y de cómic que de infantil, en otra planta incluso. Pero esto empieza a parecer peloteo, y acabo de leer un artículo magnífico de Marta Sanz que va a regir mi vida a partir de ahora y que es un inhibidor de la adulación, así que si sois jóvenes y hacéis crítica de literatura juvenil, no os esponjéis todavía porque aún no he terminado con vosotros. Es importante lo que hacéis. Es muy importante para el género. Antes, hace no tantos años, no había crítica de literatura juvenil. Si hoy la literatura juvenil es mejor (¿lo es?), es en parte gracias a vosotros. Y a nosotros, los autores. Nosotros tenemos que escribir bien. Vosotros tenéis que leer bien. Y ahora, si no lo habéis hecho antes, pinchad en este enlace para leer el artículo de Marta Sanz. En literatura juvenil también necesitamos escritores impertinentes e intrépidos, y necesitamos lectores impertinentes e intrépidos, intrépidos como los templarios.

Imagen de Garry Winogrand.

lunes, 17 de febrero de 2014

Under construction: por qué escribo para jóvenes

[Cuelgo aquí este artículo antes publicado en la desaparecida revista El Tiramilla. Sigue siendo uno de mis favoritos (se ve que no mejoro). Disculpen la ausencia y que vaya tirando de las rentas. Ando con el casco puesto. No tengo ni tiempo para el bocata.]

Mi vecino acaba de llegar de Estados Unidos de disparar a niños en los Hamptons y en Nueva York.
Mi vecino ha fotografiado a Jaime Ostos en calzoncillos, a David Villa en pantalón corto, al obispo más joven de España en traje de noche y a Kate Winslet en sotana (o al revés; no sé, yo con los trajes largos negros me hago un lío). [Mi vecino –fardo ahora– aparece en el recién publicado Diccionario de fotógrafos españoles.] Pero ahora mi vecino hace sobre todo fotos de niños. (Sí, “disparar” en argot fotográfico es hacer fotos.)
–¿Qué tiene de especial fotografiar a niños? –le pregunto a mi vecino.
–Corres más –me responde él. Y me encanta la sencillez de su respuesta, y que no me haya soltado una perorata sobre la fotografía, y que si tan importante es fotografiar a niños como hacer fotografía documental o artística, y que si la fotografía es fotografía y que quienes son distintos son los fotografiados. Me encanta que simplemente haya asumido cierta especificidad y me la haya contado. Y aún añade–: Pero si estás dispuesto a correr, los niños te lo dan todo.
Yo pienso en qué tiene de especial escribir para niños y me doy cuenta de que es exactamente lo mismo. Es más esforzado que escribir para adultos, pero no hay entrega lectora como la de un niño.
Ahora mi vecino quiere fotografiar adolescentes. Está dando vueltas a un proyecto sobre identidad, uniformes, conformismo y transgresión, imagen…
–Fíjate, la adolescencia es un paisaje tremendamente interesante de fotografiar –me dice–. Esas tormentas, esas batallas a pecho descubierto, esa búsqueda de identidad… Todo en construcción.
Es oír “en construcción” y acordarme del que fue el álbum favorito de mi hijo hace unos años, Construction Site, de Taro Miura. El libro apenas tiene texto, solo unas onomatopeyas y, en las guardas, unos carteles que dicen “Prohibido pasar” y “Niños, prohibido jugar en esta zona. Peligro”. Es un libro que te obliga a ser un rebelde, vaya. Cuando te saltas la prohibición, cuando desafías el peligro y pasas dentro del libro, te metes de lleno en una obra, y por el libro van desfilando obreros y maquinaria pesada entre ruidosos TRRRRRR, ¡¡CLANG!!, ¡¡GRRR!!… Y luego pienso en todas esas horas pasadas con mi hijo detrás de una valla, contemplando el ir y venir de las obras de la Romareda, las obras de la calle Italia, las obras de La Tuzaleta, las obras de la Expo…
Algo sé de construcción, algo sé de adolescencia. Me he pasado años enteros escuchando y contemplando la violenta demolición de los viejos muros, el lento avance de los bulldozer, el estrepitoso descargar de los volquetes, el traqueteo juguetón de los minidumper, la terca pugna del martillo mecánico contra el cemento, el aviso arrepentido de la marcha atrás, el imparable voltear de la hormigonera, el frágil estiramiento de los andamios, el giro desnortado de la grúa, el sudor, el ruido, la furia…
Yo, como mi vecino, también elijo el territorio polvoriento de las obras, el momento de la posibilidad, el estrépito y la esperanza. Elijo escribir para jóvenes.
Se acabó la hora del bocata. Me voy a poner el casco y seguir con una novela juvenil.

PD: A mí me pierden las metáforas. Por eso este artículo me satisface especialmente. ¡Esta vez he logrado contenerme! Porque esto que he escrito es justo lo quería decir. Y aunque luego pensé que habría sido resultón y quizá revelador comparar la crisis del ladrillo, la especulación inmobiliaria, la liberalización del suelo, los tantos pisos construidos y los tantos por vender, e incluso la vivienda de protección oficial, con el mundo de la edición de literatura juvenil, no lo he hecho. Es de otra cosa de lo que quería hablar, de algo menos coyuntural, más potente. De la vida.

En la fotografía, de mi vecino Fernando Sancho: joven a medio enjalbegar.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Demasiada felicidad

[Esta entrada no la lean. Es de mí para mí. En realidad, es poco más que una excusa para poner un enlace donde encontrar un texto que leer cuando esté de bajón.]
-Oro, Oro, Oro... Y pensar que lo último que escribiste aquí fue aquello de PUTA sobre los encuentros... ¿Y ahora qué me dices?
-Nada.
-¿Nada?
-Es que son cosas... No sé. Me parece algo impúdico hablar de ello. Además, ya dije que hay encuentros que se cuentan entre las cosas más bonitas que me han pasado en la vida, y sigue siendo así. Puede que cada vez más. Pero es algo que prefiero guardarme. Tampoco voy por ahí contando mi vida.
-Ejem.
-No, en serio: ¿para qué hablar de los encuentros? Es tan fácil que parezca peloteo o autobombo... Hay algo obsceno en hacerlo público. Y yo no soy Dominguín. No necesito contarlo. Podría acostarme con Ava Gardner y no decir ni pío. Además, para qué, si ya he sido maldecida con una gestualidad que habla por sí sola.
-Sí, pero es que si no hablas de ello, se te olvida, y luego te pones a rezongar mientras haces la maleta.
-Bueno, es que esta vez el niño lloraba y gritaba "No te vayas, mamááá" que parecía Marco.
-Pero reconoce que mereció la pena.
-Tú dirás. Lee esto.
-¡Oro! ¡Es precioso! Me cuesta creer que seas responsable de esa felicidad.
-Y a mí. La gran responsable es Sonia. Pero, oye, me he dado cuenta de que yo también pongo mi parte. Justo en el viaje leía un relato de la Munro, uno que está en Demasiada felicidad y... Bueno, es muy difícil de resumir. Leételo, se llama "Ficción". El caso es que una mujer, Joyce, está leyendo un relato de una tal Christie. De repente descubre que el relato es autobiográfico y que ella, Joyce, aparece en él porque la Christie esa, la autora, es la hija de la mujer con la que se largó su exmarido (ya te dije que era muy difícil de resumir), y el caso es que Christie no habla de lo que Joyce espera, que es todo ese trajín entre la madre, el ex y la propia Joyce, sino que habla de ella como profesora de música. Porque, sí, Christie fue alumna de Joyce y...
"Todo gira alrededor del amor de la niña por la profesora.
El jueves, el día de la clase de música, es el día memorable de la semana; su felicidad o desdicha depende del éxito o el fracaso de la interpretación de la niña y de la atención que la profesora preste a la interpretación. Ambas cosas son casi insoportables. Aunque la voz de la profesora fuera controlada, bondadosa y bromista para disimular su desánimo y su decepción. La niña se siente fatal. O la profesora de repente parece contenta y de buen humor.
-Muy bien. Muy bien. Hoy sí que has dado la talla.
Y la niña se siente tan feliz que tiene retortijones en las tripas."
Y Joyce alucina porque apenas recordaba a Christie como alumna. No tenía ni idea de que supusiera tanto para ella. ¿Lo ves? Así vamos pasando por la vida de los demás, sin tomar conciencia de que tenemos la oportunidad de hacerles felices o desgraciados, de la misma forma en que los demás nos regalan a nosotros, así, a lo loco, con un comentario, con una mirada, inmensas alegrías o inconsolables desdichas.
-Pero Sonia, al escribir ese post, te ha regalado esa consciencia.
-¿Y ahora por qué pones "consciencia" con ese?
-Porque es como más, ¿no? Más que "conciencia". La "consciencia" carga en esa letra de más el peso de la responsabilidad que conlleva.
-Hija, cuando te pones intensa...
-Deberías darle las gracias.
-¿A quién? ¿A Sonia?
-Y a Paula. Escríbeles.
-Ahora mismo: "Gracias, Sonia. Gracias, Paula. Me habéis hecho muy feliz".

En la imagen, de Annie Leibovitz: yo, muy contenta, de vuelta de la charla "No queremos que los niños lean", donde también estuve rodeada de gente que me hizo feliz.
-No, si al final dejarás de ser una solitaria recalcitrante...
-No te equivoques, Oro. Eso jamás.