A estas alturas les imagino hartos y escépticos ante titulares como "el debate definitivo" y supongo que jurar que lo que verán en las jornadas bookfever de Caixaforum será más apasionante que el Cara a cara de ayer tiene menos valor que dos de cada tres promesas electorales. Pero es que en el auditorio de Caixaforum, en las jornadas de Bookfever, sí se verán debates de verdad. Está, el viernes 18 por la mañana (completo, o casi, me temo), el debate sobre formatos de narrativa y por la tarde, el debate definitivo sobre crítica de literatura juvenil. Se han dicho por aquí y por allá muchas cosas sobre los booktubers, los blogueros literarios, la crítica tradicional, pero se han dicho muy pocas a la cara, y en estas jornadas vamos a tener sentadas a personas jóvenes y no tan jóvenes, pro-booktubers y no tan pro-booktubers, filólogas y no filólogas... y vamos a intentar avanzar en esto, tanto es así, lo de intentar avanzar, que antes de la mesa redonda se ofrece un taller de vídeo-reseñas (casi completo; corran) a cargo de Nerea Marco y Sebas G. Mouret, porque la idea es que de estas jornadas salgan más y mejores lectores, mediadores, críticos... Eso, el viernes por la tarde. Y el sábado 19 voy a intentar moderar a tres seres maravillosos e indomeñables que van a compartir con ustedes sus secretos para llegar del tener que leer al querer leer. Me consta que saben el camino porque lo he vivido en mis cada vez más cuantiosas carnes (es lo que tiene una dieta irlandesa a patatas). Aunque los adoro, me encantaría que entre el público hubiera algún alumno que les pusiera en apuros. (Es solo una idea.)
Y después del debate, o durante, tuiter mediante, pues oiga, como en esto de la campaña, las risas, porque, como decía Peret, es preferible reír que llorar. Pero eso ya se lo cuento mañana.
En la imagen: Nerea Marco diciendo a Javier Ruescas "No nos haremos daño, ¿verdad?" justo antes de entrar en la mesa redonda del viernes por la tarde.
martes, 15 de diciembre de 2015
lunes, 14 de diciembre de 2015
5 razones (II): ¡aprendizaje y diversión garantizados!
Acudir a las jornadas Bookfever, como la fama, cuesta. Literalmente. Ir solo el viernes 18 de diciembre le costará 4 euros (2 si es cliente de La Caixa); ir el sábado 19, lo mismo; pero si va los dos días, puede comprar el abono completo por 6 euros (3 si es cliente de La Caixa).
Pagar por asistir a un evento cultural. Estamos todo locos. ¿O no? Las conferencias que se ofrecen habitualmente en Caixaforum tienen su precio. En Alemania la gente lleva años pagando por asistir a presentaciones de libros... Y esto no es una presentación de libros. Esto se va a parecer más a asistir a un combate y los de la WWE andan en torno a los 70 euros. Me encantaría meterme en el frondoso y bonito jardín que se abre ante mí, ese que habla de la cultura gratis, de Machado y aquello de los tontos, los necios, el valor, el precio... y todo lo demás, pero ni usted ni yo andamos sobrados de tiempo, así que solo le diré una cosa:
Así de seguros estamos de todo lo que se va a llevar de estas jornadas: la risa, las ganas, las nuevas ideas, las referencias, los títulos por leer, la sabiduría de los ponentes...
¿Lo ve? No tiene nada que perder. Y por eso mismo, no puede perderse estas jornadas (este enlace lleva, por supuesto, a la página de proticketing desde donde puede comprar ya esas entradas garantizadas).
En la imagen, de Charles Harbutt, lector a punto de apoquinar los 6 euros.
Pagar por asistir a un evento cultural. Estamos todo locos. ¿O no? Las conferencias que se ofrecen habitualmente en Caixaforum tienen su precio. En Alemania la gente lleva años pagando por asistir a presentaciones de libros... Y esto no es una presentación de libros. Esto se va a parecer más a asistir a un combate y los de la WWE andan en torno a los 70 euros. Me encantaría meterme en el frondoso y bonito jardín que se abre ante mí, ese que habla de la cultura gratis, de Machado y aquello de los tontos, los necios, el valor, el precio... y todo lo demás, pero ni usted ni yo andamos sobrados de tiempo, así que solo le diré una cosa:
si viene a las jornadas bookfever y no queda satisfecho,
le devolvemos su dinero.
Lo digo completamente en serio, usted nos busca y le damos sus 2, 3, 4 o 6 euros. Así de seguros estamos de todo lo que se va a llevar de estas jornadas: la risa, las ganas, las nuevas ideas, las referencias, los títulos por leer, la sabiduría de los ponentes...
¿Lo ve? No tiene nada que perder. Y por eso mismo, no puede perderse estas jornadas (este enlace lleva, por supuesto, a la página de proticketing desde donde puede comprar ya esas entradas garantizadas).
En la imagen, de Charles Harbutt, lector a punto de apoquinar los 6 euros.
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domingo, 13 de diciembre de 2015
5 razones (I): y nosotros que lo veamos
Perdonen que me ponga pesada con esto. Pero es que va a ser legendario y luego no quiero que me vengan con el "cómo no me lo dijiste" y "ay, si lo hubiera sabido".
Me refiero a las jornadas Bookfever que se celebrarán en Caixaforum Zaragoza el 18 y 19 de diciembre.
Les daría mil razones pero voy a dejarlo en cinco, cinco razones por las que no deben perdérselo.
La primera es –el mundo al revés– para que nosotros no nos perdamos su presencia. Miren, desde los primeros borradores del programa, este invento que hemos preparado con tanto amor y entusiasmo Juan Bolea, David Lozano y servidora con apoyo de La Caixa, ha ido mutando y se parece al proyecto original como una novela de Stephen King a un poema de Rubén Darío, pero si algo ha permanecido inalterable borrador tras borrador ha sido el deseo de hacer de estas jornadas un punto de encuentro. ¿Encuentro con quién? Con jóvenes lectoras e incluso lectores, con escritores, con blogueros, booktubers, personas interesadas en la lectura, en la literatura, en la narración, profesores, bibliotecarios, editores, investigadores, padres, madres, hijos, hijas... Encuentro contigo.
Ven (permíteme que te tutee). Ven a lucirte. Si eres lector, ven con nosotros a celebrar esta fiesta del orgullo lector. No tenemos carrozas pero sí unas enormes ganas de pasarlo bien y de compartir nuestros vicios. Si eres booktuber, bloguero, escritora, si tienes un perfil en goodreads... queremos conocerte, querrás darte a conocer. Te prometemos que saldrás con más ideas, más ganas, más seguidores y más libros por leer, si es que eso es posible. Si eres profesor, queremos que presumas, con razón, de lo que haces. Si eres mediador internacional en Oriente Medio, ven a poner paz. Se va a liar una bien gorda (ya te lo explicaré bien cuando lleguemos a la tercera razón), y te necesitamos para separar a los ponentes. Si eres un broncas, ven a enzarzarte. Nuestras jornadas tratan sobre el conflicto. Este es tu hábitat natural.
No te quedes sin entrada. Consíguela aquí.
Y mañana, la segunda razón, que será –aviso– contante y sonante.
En la foto: yo, viéndote llegar a Caixaforum. (Bueno, vale, y posando para el catálogo de los amigos Graó Gayoso. Ya ves, yo no sé decir que no. No me digas tú que no vas a venir.)
Me refiero a las jornadas Bookfever que se celebrarán en Caixaforum Zaragoza el 18 y 19 de diciembre.
Les daría mil razones pero voy a dejarlo en cinco, cinco razones por las que no deben perdérselo.
La primera es –el mundo al revés– para que nosotros no nos perdamos su presencia. Miren, desde los primeros borradores del programa, este invento que hemos preparado con tanto amor y entusiasmo Juan Bolea, David Lozano y servidora con apoyo de La Caixa, ha ido mutando y se parece al proyecto original como una novela de Stephen King a un poema de Rubén Darío, pero si algo ha permanecido inalterable borrador tras borrador ha sido el deseo de hacer de estas jornadas un punto de encuentro. ¿Encuentro con quién? Con jóvenes lectoras e incluso lectores, con escritores, con blogueros, booktubers, personas interesadas en la lectura, en la literatura, en la narración, profesores, bibliotecarios, editores, investigadores, padres, madres, hijos, hijas... Encuentro contigo.
Ven (permíteme que te tutee). Ven a lucirte. Si eres lector, ven con nosotros a celebrar esta fiesta del orgullo lector. No tenemos carrozas pero sí unas enormes ganas de pasarlo bien y de compartir nuestros vicios. Si eres booktuber, bloguero, escritora, si tienes un perfil en goodreads... queremos conocerte, querrás darte a conocer. Te prometemos que saldrás con más ideas, más ganas, más seguidores y más libros por leer, si es que eso es posible. Si eres profesor, queremos que presumas, con razón, de lo que haces. Si eres mediador internacional en Oriente Medio, ven a poner paz. Se va a liar una bien gorda (ya te lo explicaré bien cuando lleguemos a la tercera razón), y te necesitamos para separar a los ponentes. Si eres un broncas, ven a enzarzarte. Nuestras jornadas tratan sobre el conflicto. Este es tu hábitat natural.
No te quedes sin entrada. Consíguela aquí.
Y mañana, la segunda razón, que será –aviso– contante y sonante.
En la foto: yo, viéndote llegar a Caixaforum. (Bueno, vale, y posando para el catálogo de los amigos Graó Gayoso. Ya ves, yo no sé decir que no. No me digas tú que no vas a venir.)
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jueves, 3 de diciembre de 2015
Bookfever
Ahora mismo no estoy para nadie. Pero estaré para todos ustedes, accesible como una candidata cualquiera, en unos días. ¿Dónde? Donde me ven. Y no, no es el Consejo de Administración de Telefónica, Endesa o el Banco Santander. Esa puerta giratoria no es otra que la del Caixaforum de Zaragoza. Dentro les esperan David Lozano, Gemma Lluch, Nerea Marco, Sebas G Mouret, Javier Ruescas... y más gente a la que ya sabrán que merece la pena escuchar (y si no, ya lo verán). Vienen a zurrarse unos a otros porque ahí, en el Caixaforum Zaragoza, es donde celebraremos (este plural le incluye a usted, claro) las jornadas Bookfever los días 18 y 19 de diciembre, un punto de encuentro entre lectores, autores, docentes, mediadores de todo pelaje y gentes, en fin, interesadas por lo que leen los jóvenes (que pueden ser jóvenes o no). Y digo que vienen a zurrarse porque este año las jornadas se centran en el conflicto y al formato lo llamamos "mesa redonda" y no "ring", que sería más preciso, por miedo a que La Caixa nos retirara su generoso apoyo no fuéramos a ponerle el auditorio perdido de sangre.
¿Que voy un poco fresca para esa época del año? Eso lo dicen porque no han visto los libros que te suben la temperatura.
Lo tienen todo bien explicadito—lo de los libros que te suben la temperatura, lo de cómo no quedarse sin entradas, lo de cómo ganar una tablet, lo de cómo carcajearte con las lecturas obligatorias (no se pierdan a Martín Piñol), la pelea tan prometedora sobre crítica literaria, lo de quiénes lo organizamos, lo de cómo hacer lectores (sí, se puede, y hay gente que sabe cómo, y la traemos, y si usted también sabe cómo o si es lector, queremos que nos lo cuente, que aquí el público tambiénse zurra participa)...—, todo eso bien explicado, digo, aquí.
De momento, da gusto ver que ya hay más de cien jóvenes recomendándonos libros a través de los concursos ligados a las jornadas. A mí me sube la temperatura solo de pensarlo. Y falta que hace.
Imagen de George Hurrell.
¿Que voy un poco fresca para esa época del año? Eso lo dicen porque no han visto los libros que te suben la temperatura.
Lo tienen todo bien explicadito—lo de los libros que te suben la temperatura, lo de cómo no quedarse sin entradas, lo de cómo ganar una tablet, lo de cómo carcajearte con las lecturas obligatorias (no se pierdan a Martín Piñol), la pelea tan prometedora sobre crítica literaria, lo de quiénes lo organizamos, lo de cómo hacer lectores (sí, se puede, y hay gente que sabe cómo, y la traemos, y si usted también sabe cómo o si es lector, queremos que nos lo cuente, que aquí el público también
De momento, da gusto ver que ya hay más de cien jóvenes recomendándonos libros a través de los concursos ligados a las jornadas. A mí me sube la temperatura solo de pensarlo. Y falta que hace.
Imagen de George Hurrell.
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miércoles, 2 de diciembre de 2015
Pasadas
Miren, yo hoy iba a desperezarme después de más de un mes de ausencia y contarles una cosa importante.
Pero he llegado de dejar al niño en el colegio y me he encontrado una foto en el grupo de wasap de "La familia es la familia" y ahora solo quiero hablar de eso. La foto es la que ven encima de estas líneas (pinchen, pinchen en la imagen). Me la ha mandado mi hermana, la misma que cuando terminó de leer el libro dijo: "Está bien.", punto final. Menos mal que además de hermanas, tengo amigos.
El niño del carrito es un libro muy importante para mí. Gracias, Pepe, por recordarme por qué. Y por pasarte. Y gracias al Heraldo Escolar por publicar esta pasada. Aún pueden leer más al respecto aquí.
Y ahora me voy a llorar un ratito.
Ya si eso, mañana les cuento esa cosa.
sábado, 10 de octubre de 2015
Leyendo con mi madre
Vienen mis padres a vernos. Les pido que me traigan de España El comensal, de Gabriela Ybarra. Les pago menos aún que a un empleado de amazon. Mi madre llega al aeropuerto con el libro, tan rojo, bajo el brazo. En el mismo vuelo –veo– llega Elvira Navarro, que lo ha editado, y me la imagino sonriendo (no parece tan fácil) cuando, de camino a su asiento en el avión, haya visto a una mujer leyendo ese libro que en cierto modo es suyo. (Luego haré cola ante el baño con Elvira Navarro en el festival Isla, pero esa es otra historia).
La historia es que mi madre ha empezado a leer El comensal antes que yo. Y eso que no se lo recomendé. Pero ella ha leído en la contra:
–Está bien –me dice cuando acaba. Es el "está bien" del "no me ha gustado" que conozco tan bien. Solo que esta vez acaba confesándolo–: Pero ese estilo... No sé, a mí no me gusta. Es... No sé. Como enumeraciones.
Leo mal el libro. Mi madre ya ha vuelto a España, ya no está conmigo, pero yo leo El comensal con mi madre encima. Soy incapaz de hacer la lectura sola. Hago la suya y la mía. Es como cuando voy al cine acompañada. Por eso me gusta ir al cine sola.
Aunque está a dos mil kilómetros, mi madre me acompaña en el banco donde termino de leer el libro. Levanto la vista y veo jugar a rugby a mi hijo. Esta vez no lo jaleo. El libro, tan parco, tan despojado, tan seco, me ha dejado clavada.
El niño y yo volvemos de Herbert Park pisando las hojas, que ya están cayendo. El suelo está mullido. Creo saber qué ha echado en falta mi madre en este libro: el amortiguamiento de la hojarasca.
La próxima vez encargo los libros en International Books.
Imagen de Eve Arnold. La de detrás es mi madre leyendo El comensal, ¿o es Elvira Navarro? La de delante me parece que es otra lectora.
La historia es que mi madre ha empezado a leer El comensal antes que yo. Y eso que no se lo recomendé. Pero ella ha leído en la contra:
"En esta novela autobiográfica, Gabriela Ybarra trata de comprender su relación con la muerte y la familia a través del análisis de dos sucesos: el asesinato de su abuelo en 1977 a manos de la banda terrorista ETA y el fallecimiento de su madre en 2011 por un cáncer."Mi madre es vasca, entre otras cosas.
–Está bien –me dice cuando acaba. Es el "está bien" del "no me ha gustado" que conozco tan bien. Solo que esta vez acaba confesándolo–: Pero ese estilo... No sé, a mí no me gusta. Es... No sé. Como enumeraciones.
Leo mal el libro. Mi madre ya ha vuelto a España, ya no está conmigo, pero yo leo El comensal con mi madre encima. Soy incapaz de hacer la lectura sola. Hago la suya y la mía. Es como cuando voy al cine acompañada. Por eso me gusta ir al cine sola.
Aunque está a dos mil kilómetros, mi madre me acompaña en el banco donde termino de leer el libro. Levanto la vista y veo jugar a rugby a mi hijo. Esta vez no lo jaleo. El libro, tan parco, tan despojado, tan seco, me ha dejado clavada.
El niño y yo volvemos de Herbert Park pisando las hojas, que ya están cayendo. El suelo está mullido. Creo saber qué ha echado en falta mi madre en este libro: el amortiguamiento de la hojarasca.
La próxima vez encargo los libros en International Books.
Imagen de Eve Arnold. La de detrás es mi madre leyendo El comensal, ¿o es Elvira Navarro? La de delante me parece que es otra lectora.
jueves, 24 de septiembre de 2015
Para abrir el apetito
Y así comienzan las aventuras de...
¿Qué? ¿Se les ha abierto el apetito?
El libro entero se puede comprar aquí.
Su horóscopo y el de su vecina los puede leer aquí. Personalmente acabo de enterarme de que hoy mi paisaje astral presenta un dinamismo sui generis. Suerte con el suyo.
[Ahora que lo pienso, esta coda es muy "niño del carrito".]
[Ahora que lo pienso, esta coda es muy "niño del carrito".]
Maravillosa ilustración de Ana Pez. Pero de las ilustraciones ya les hablo otro día.
miércoles, 23 de septiembre de 2015
Ser finalista
A la izquierda, Llanos Campos Martínez. A la derecha, La Oro.
Me lo habían comentado varios amigos escritores, que eso de ser finalista era peor que nada. Yo lo dudaba. Ahora lo sé. Sé si es peor o no. Y disiento de mis amigos. A mí no me lo parece. Me encanta ser finalista. Porque resulta que lo soy. Mejor dicho, lo fui. Finalista del Premio El Barco de Vapor. No este año, no. El año pasado, que se dice pronto y pasa lento.
Hoy, casi dos años después, sale aquel libro que casi-ganó en la serie naranja de El Barco de Vapor, El niño del carrito, con un sello en la cubierta donde pone "Finalista Premio El Barco de Vapor". No se imaginan lo orgullosa que estoy.
Lo cuento ahora por si le sirve a alguien, igual que en su día conté que había perdido. ¿Que qué se puede aprender de esto? Pues que para escribir y presentarse a un concurso hacen falta por lo menos cinco virtudes, a saber:
1. Esperanza. Porque si no, ¿para qué presentarse? Y porque, como decía mi admirado Emili Teixidor, "la esperanza es una piedra mágica que nos proporciona fuerza e ingenio para trabajar duro (...). Por eso es necesario guardarla bien y alimentarla con deseos altos e ilusiones, y procurar que no se nos escape nunca, porque sin esperanza no podríamos vivir".
2. Paciencia. Paciencia para escribir, paciencia para acabar, paciencia para releer, para corregir, para hacer la cola en Correos, para esperar el veredicto del jurado, para –manteniendo la esperanza– esperar a ver si uno es finalista, para que el libro encuentre un hueco en la programación editorial, si es que finalmente se publica...
3. Saber ganar. Si uno lo piensa bien, hay tanto factores, además del propio mérito, que determinan la decisión de un jurado... y ganar es tan improbable estadísticamente... Si uno gana, debe celebrarlo genuinamente y no apearse del asombro.
4. Saber perder. Si uno lo piensa... Por lo mismo de antes, es tan normal perder, a menudo tan justo, que uno no debería disgustarse, no más de cinco minutos.
5. Discreción. Si uno gana, o incluso si es finalista, tiene que mantenerlo en secreto durante meses. Me pasó con el premio Gran Angular y con el Premio Eurostars de Narrativa de Viajes. No se lo podía decir ni a mi madre (sobre todo, a mi madre). No se puede conceder un premio a un desbocarrado.
Ay, pero ahora que ya puedo hablar de ello, les aviso que voy a dar la tabarra con mi niño del carrito. ¿Saben las ganas que tenía yo de hablarles de este libro? Dejen de visitar este blog unos días si no quieren ni oír hablar de él. Advertidos quedan.
Imagen sacada de aquí.
lunes, 21 de septiembre de 2015
No es normal
Son varios los motivos de mi exilio irlandés. Uno es la publicación de este artículo. Me lo pidieron del Heraldo. Ellos: "Que vamos a hacer un anuario celebrando nuestros 150 años, que nos escribas 4.200 caracteres sobre la literatura infantil y juvenil en Aragón". Yo: "Que no, que lo haga otro, qué sé yo, Rosa Tabernero, de la universidad de Zaragoza, que yo solo soy (intento ser) una escritora, que no doy para más". Ellos: "Que no, que lo hagas tú"...
Para cuando me puse a escribir, con lo que me cuesta a mí llenar una página, tenía 6.660 caracteres, una cantidad endemoniadamente difícil de reducir a 4.200. Pero lo hice. Y ahora, meses después, ha salido publicado.
Claro, un artículo de estas características no puede sino granjearme enemistades porque no hay artista que se sienta tratado con justicia, y si no, es que no es artista. Pero si algún afectado por mi artículo quiere tirarme al paso del tranvía, tendrá que esperar a que pase el Luas. ¡Ja!
Amparada por la distancia, cuelgo aquí el dichoso artículo. Yo propuse como título alternativo ¿Qué más quieres, Tabernero?, pero, como era de esperar, acabó apareciendo bajo el título No es normal.
NO ES NORMAL
Los escritores de literatura infantil y juvenil (LIJ) vamos con nuestra maletita en misión pedagógica de colegio en colegio, de pueblo en ciudad, y volvemos a casa llenos de dibujos de niños, de portalápices de cerámica, de cansancio, y si la cosa se da bien, de felicidad. Para muchos, «casa» es un lugar en Aragón.
Me lo recordaron hace poco al juntarnos varios escritores de LIJ en Madrid. Andábamos quejándonos de nuestra invisibilidad (los medios nos ignoran, no hay crítica de literatura infantil…) cuando aproveché para presumir:
–Pues en Aragón –dije–, los miércoles el Heraldo Escolar dedica un espacio a la LIJ, y los jueves, Artes & Letras también.
Y eso que no fardé de los muchos días en que Antón Castro entrevista a un autor de lo nuestro, cuando no es él el entrevistado por haber publicado un álbum.
Comentó entonces un escritor madrileño:
–¡Pero es que lo de Aragón no es normal! ¡Está lleno de autores de LIJ!
No siempre fue así. Dice la Gran Enciclopedia Aragonesa acerca de «literatura infantil»: «No ha sido muy abundante (…) la dedicación de los escritores aragoneses a esta literatura». Romualdo Nogués, Miguel Buñuel en los 60, y poco más.
Durante los 80, los 90, un manuscrito infantil en un sobre con matasellos de Zaragoza apenas podía significar una cosa: Fernando Lalana. Bueno, si el sobre era grande y la letra preciosa, podía ser del genial artista Francisco Meléndez. Pero Meléndez fue un caso aparte, tan aparte que quiso apartarse de esto y de todo.
Lalana debía de sentirse tan solo que algunos de sus títulos los escribió a cuatro manos: con Puente, con Almárcegui, ahora con Videgaín… Durante un tiempo, Fernando Lalana lo ganó todo: el premio Gran Angular, el Barco de Vapor, el Nacional de LIJ, el Cervantes Chico… Y sigue. Pero ya no está solo en esto.
Hete aquí que en el año 2000, Ana Lartitegui y Sergio Lairla, artistas y residentes en Zaragoza, ganan el Premio de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de México, y ese mismo premio, en el 2004, lo gana el oscense Javier Sáenz Castán. Y antes, en el 2002, José María Latorre gana el premio Gran Angular. Y mientras, Daniel Nesquens empieza y no para de escribir y los editores miran y remiran el remite, porque lo de Nesquens no parece ni aragonés ni holandés, ni siquiera de este mundo, pero sí, esos sobres del tal Nesquens vienen de Zaragoza y el Nesquens gana el premio Anaya, y el Barco de Vapor, y... Y Ana Alcolea, que viene de Torrero y de Noruega, que pule su obra con maestría nórdica y gusto veneciano, después de varias novelas juveniles, gana el premio Anaya en el 2011; y David Lozano, también zaragozano, recoge el premio Gran Angular de manos de los entonces Príncipes de Asturias y en México, en Argentina, los adolescentes hacen kilómetros de fila para conseguir su firma; y dice mi madre que diga lo mío, que sí, que también yo gano el premio Gran Angular, y el Hache, y que me traducen al coreano, al alemán, hasta al valenciano; y las ‘Fábulas morales para jóvenes’ de Grassa Toro, que manda sus cartas desde Chodes, son elegidas Mejor Libro del Banco del Libro; y el rodariano Pepe Serrano gana el Vila d’Ibi; por no hablar de que Isidro Ferrer y Elisa Arguilé dan categoría al Premio Nacional de Ilustración al ganarlo, y Antonio Santos, al quedar segundo, y Tàssies, de Barbastro, recibe el Internacional de Ilustración de SM, y Jesús Cisneros, el Lazarillo; que en esto de la literatura infantil hay dos tipos de autores, escritores e ilustradores, y de todo, y excelente, tenemos en Aragón; y eso que solo cito a los que tienen premio, porque a algo hay que aferrarse para que los ausentes, que los hay, no me manden a sus madres o un maleficio, como hizo el hada a la que no invitaron al bautizo.
Porque miren que he citado a gente y aún me dejo nombres (Cano, Alberto Gamón, David Guirao, Ana Lóbez, Roberto Malo… Apila, Nalvay, Comuniter…; me sigo dejando). Para que vean que, sí, lo de Aragón no es normal. Por eso Antón Castro dice que aquí vivimos una Edad de Oro de la literatura infantil y juvenil, cosa que Rosa Tabernero, de la universidad de Zaragoza, matiza –«de Plata, Edad de Plata»–, que ya se sabe cómo son los académicos. En fin, no sé a qué espera la Tabernero para llamar a esto Edad de Oro, ¿a que Félix Teira escriba otra novela juvenil?, ¿a que Nesquens caiga en la melancolía total?, ¿a que María Frisa, exitosísima autora de los famosos libros de 75 consejos…, sume mil consejos?, ¿a que la editorial sinPretensiones publique un libro con texto de Chus Juste? Vamos, Tabernero, ¿qué más quieres?
En la imagen: ilustradora aragonesa consternada por no haber aparecido en mi artículo comenta a escritor aragonés: "A mí no mi ha sacao", a lo que el escritor responde: "Para cuenta que a mí tampoco".
Para cuando me puse a escribir, con lo que me cuesta a mí llenar una página, tenía 6.660 caracteres, una cantidad endemoniadamente difícil de reducir a 4.200. Pero lo hice. Y ahora, meses después, ha salido publicado.
Claro, un artículo de estas características no puede sino granjearme enemistades porque no hay artista que se sienta tratado con justicia, y si no, es que no es artista. Pero si algún afectado por mi artículo quiere tirarme al paso del tranvía, tendrá que esperar a que pase el Luas. ¡Ja!
Amparada por la distancia, cuelgo aquí el dichoso artículo. Yo propuse como título alternativo ¿Qué más quieres, Tabernero?, pero, como era de esperar, acabó apareciendo bajo el título No es normal.
NO ES NORMAL
Los escritores de literatura infantil y juvenil (LIJ) vamos con nuestra maletita en misión pedagógica de colegio en colegio, de pueblo en ciudad, y volvemos a casa llenos de dibujos de niños, de portalápices de cerámica, de cansancio, y si la cosa se da bien, de felicidad. Para muchos, «casa» es un lugar en Aragón.
Me lo recordaron hace poco al juntarnos varios escritores de LIJ en Madrid. Andábamos quejándonos de nuestra invisibilidad (los medios nos ignoran, no hay crítica de literatura infantil…) cuando aproveché para presumir:
–Pues en Aragón –dije–, los miércoles el Heraldo Escolar dedica un espacio a la LIJ, y los jueves, Artes & Letras también.
Y eso que no fardé de los muchos días en que Antón Castro entrevista a un autor de lo nuestro, cuando no es él el entrevistado por haber publicado un álbum.
Comentó entonces un escritor madrileño:
–¡Pero es que lo de Aragón no es normal! ¡Está lleno de autores de LIJ!
No siempre fue así. Dice la Gran Enciclopedia Aragonesa acerca de «literatura infantil»: «No ha sido muy abundante (…) la dedicación de los escritores aragoneses a esta literatura». Romualdo Nogués, Miguel Buñuel en los 60, y poco más.
Durante los 80, los 90, un manuscrito infantil en un sobre con matasellos de Zaragoza apenas podía significar una cosa: Fernando Lalana. Bueno, si el sobre era grande y la letra preciosa, podía ser del genial artista Francisco Meléndez. Pero Meléndez fue un caso aparte, tan aparte que quiso apartarse de esto y de todo.
Lalana debía de sentirse tan solo que algunos de sus títulos los escribió a cuatro manos: con Puente, con Almárcegui, ahora con Videgaín… Durante un tiempo, Fernando Lalana lo ganó todo: el premio Gran Angular, el Barco de Vapor, el Nacional de LIJ, el Cervantes Chico… Y sigue. Pero ya no está solo en esto.
Hete aquí que en el año 2000, Ana Lartitegui y Sergio Lairla, artistas y residentes en Zaragoza, ganan el Premio de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil de México, y ese mismo premio, en el 2004, lo gana el oscense Javier Sáenz Castán. Y antes, en el 2002, José María Latorre gana el premio Gran Angular. Y mientras, Daniel Nesquens empieza y no para de escribir y los editores miran y remiran el remite, porque lo de Nesquens no parece ni aragonés ni holandés, ni siquiera de este mundo, pero sí, esos sobres del tal Nesquens vienen de Zaragoza y el Nesquens gana el premio Anaya, y el Barco de Vapor, y... Y Ana Alcolea, que viene de Torrero y de Noruega, que pule su obra con maestría nórdica y gusto veneciano, después de varias novelas juveniles, gana el premio Anaya en el 2011; y David Lozano, también zaragozano, recoge el premio Gran Angular de manos de los entonces Príncipes de Asturias y en México, en Argentina, los adolescentes hacen kilómetros de fila para conseguir su firma; y dice mi madre que diga lo mío, que sí, que también yo gano el premio Gran Angular, y el Hache, y que me traducen al coreano, al alemán, hasta al valenciano; y las ‘Fábulas morales para jóvenes’ de Grassa Toro, que manda sus cartas desde Chodes, son elegidas Mejor Libro del Banco del Libro; y el rodariano Pepe Serrano gana el Vila d’Ibi; por no hablar de que Isidro Ferrer y Elisa Arguilé dan categoría al Premio Nacional de Ilustración al ganarlo, y Antonio Santos, al quedar segundo, y Tàssies, de Barbastro, recibe el Internacional de Ilustración de SM, y Jesús Cisneros, el Lazarillo; que en esto de la literatura infantil hay dos tipos de autores, escritores e ilustradores, y de todo, y excelente, tenemos en Aragón; y eso que solo cito a los que tienen premio, porque a algo hay que aferrarse para que los ausentes, que los hay, no me manden a sus madres o un maleficio, como hizo el hada a la que no invitaron al bautizo.
Porque miren que he citado a gente y aún me dejo nombres (Cano, Alberto Gamón, David Guirao, Ana Lóbez, Roberto Malo… Apila, Nalvay, Comuniter…; me sigo dejando). Para que vean que, sí, lo de Aragón no es normal. Por eso Antón Castro dice que aquí vivimos una Edad de Oro de la literatura infantil y juvenil, cosa que Rosa Tabernero, de la universidad de Zaragoza, matiza –«de Plata, Edad de Plata»–, que ya se sabe cómo son los académicos. En fin, no sé a qué espera la Tabernero para llamar a esto Edad de Oro, ¿a que Félix Teira escriba otra novela juvenil?, ¿a que Nesquens caiga en la melancolía total?, ¿a que María Frisa, exitosísima autora de los famosos libros de 75 consejos…, sume mil consejos?, ¿a que la editorial sinPretensiones publique un libro con texto de Chus Juste? Vamos, Tabernero, ¿qué más quieres?
En la imagen: ilustradora aragonesa consternada por no haber aparecido en mi artículo comenta a escritor aragonés: "A mí no mi ha sacao", a lo que el escritor responde: "Para cuenta que a mí tampoco".
sábado, 19 de septiembre de 2015
Pídeme una ballena azul
Pero luego, aun sabiendo distinguir lo que es real de lo que solo lo parece, podemos seguir entregados a las historias, ya no por ignorancia sino por puro amor a la ficción, y por bondad, porque para mí que es bondad creer en mentiras que sabemos que lo son (sobre todo si nos las cuenta un ser querido) y por eso cuesta imaginarse a Hitler leyendo novelas.
Los niños, que son buenos, claro, se lo creen todo y todo lo engrandecen. Y de qué manera.
Lo contaba Mac Barnett, entre otras cosas interesantísimas que pueden oír en esta charla TED (¡háganlo!), en la CBI Conference (sí, la charla TED la dio en California y yo lo he escuchado en directo un año después en Dublín, pero digamos que, si comparas una y otra charla, se te quita todo complejo de culpa por "reciclar" contenidos):
"Escribe a esta dirección y te mandamos una ballena", era el irresistible reclamo que aparecía semiescondido en un álbum de Barnett y Rex. Algunos niños escribieron. Uno, Eliot, incluso se apostó 10 pavos a que no le mandaban la ballena prometida.
Eliot y todos los demás niños que se molestaron en escribir recibieron en respuesta una sesuda carta de unos abogados noruegos explicando que sí, que tenían su ballena –cada uno la suya, con un nombre distinto–, pero debido a cierta modificación en la normativa aduanera blablablá, su ballena no podía abandonar de momento el bonito fiordo donde se hallaba. Y después de muchas explicaciones de esas que solo los abogados saben inventar –otros cuentistas de cuidado–, se acababa facilitando un número de teléfono gratuito donde los niños podrían dejar un mensaje a su ballena mientras se resolvía el embrollo legal. Y lo hicieron. Los niños llamaban y hablaban con su ballena. Fue delicioso escuchar la vocecita de Nico hablando con su ballena Randolph, una y otra y otra vez. Mac Barnett además contó algo que no aparece en la charla TED, algo que debió de suceder después. Contó que un día, después de que Nico llamara muuuchas veces a su ballena, él mismo, Mac Barnett, llamó a la madre de Nico. Antes de que pudiera evitarlo, la madre de Nico dijo emocionada: "¡Oh! ¡Eres el autor del libro de la ballena! ¡Espera! ¡Nico está aquí! Te lo paso". Nico se puso al teléfono y dijo con el tono con que se recibe al cartero comercial: "Ah, eres tú". Tres palabras para condensar La Gran Decepción.
Claro, Nico no quería saber nada de Mac Barnett. Nico con quien quería hablar era con Randolph, su ballena.
¡Ah! ¡Cómo lo entendí! Yo misma he sido La Gran Decepción para algunos pequeños lectores de La pandilla de la ardilla. ¿Se creen que cuando iba a sus aulas me preguntaban por el proceso de creación de los personajes? ¿Por la elección de la voz narrativa? No, los niños querían saber cuándo era el cumpleaños de Rasi, cuántos años tenía, si era chico o chica (¡oh!, y no saben qué chasco causaba a algunos (a la mitad) mi respuesta)... ¡Y hablo de niños de 6 años! Pero los autores que protagonizaron la interesantísima mesa redonda sobre novela juvenil en la CBI Conference se quejaban de lo mismo (aquí tienen un excelente resumen, y –de paso– qué envidia el espacio que se dedica en la prensa irlandesa a estas cositas). Louise O'Neill y James Dawson especialmente se quejaban de que se les preguntaba por la historia o por "el tema" de sus libros más que por sus libros como creación artística.
Pero cómo reprochárselo. Quién quiere hablar de estructuras narrativas pudiendo hablar de la vida. Quién quiere conocer a Begoña Oro pudiendo conocer a Rasi la ardilla. Suerte que ahora que ando lejos, no puedo hacer encuentros. Suerte que, coincidiendo con la salida del nuevo título ¡Socorro, una alcantarilla!, a quien van a poder conocer ¡en persona!, o en ardilla, es a la mismísima Rasi, esa a la que llevan de paseo, a la que cuentan cosas, a la que abrazan.
Decía Mac Barnett que Nico es el mejor lector con el que podría soñar. Pero es que Nico era más que eso, Nico era coautor de esa ficción, como lo son todos estos niños con Rasi. Claro, a lectores así, cómo no darles todo, hasta una ballena azul si te la piden.
Todo menos la verdad.
En la imagen, de Édouard Boubat, Rémi, entregado a la ficción de estar escuchando el mar. "No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee", dijo Günter Grass, pero convendrán conmigo que este del niño que cree tampoco está nada mal. Los magos, los actores, los narradores, los maestros... lo saben.
martes, 1 de septiembre de 2015
Quiero tener un hijo booktuber
No, no me arrepiento de haber leído todo tipo de libros. Todos los libros que he leído –buenos, malos, regulares, malos que me parecieron buenos, buenos que me parecieron aburridos, densos, livianos, infantiles, juveniles, adúlteros...– me han dejado algo. En el peor de los casos, un subidón de autoestima como escritora. Todos esos libros, y alguna cosilla más, me han hecho quien soy.
Animaba Aidan Chambers –creo recordar que en El ambiente de la lectura (ay, cómo echo de menos mi biblioteca)– a llevar un diario de lecturas, un registro de lo que vamos leyendo al que volver para reconocernos, como quien mira un álbum de fotos. De hecho, es posible que ese registro nos dé más pistas sobre nosotros que esas fotos tan intercambiables de cumpleaños ante tartas y Navidades ante belenes. Uno vuelve a los libros que leyó y los libros le traen recuerdos de quien fue.
Hace poco me deshice de cientos de cosas, libros, papeles... Pero hubo algo que resistió mi afán tirador: las fichas de lectura que escribí de pequeña. Ahí estaba mi ficha de Ut y las estrellas, de El polizón del Ulises, de Los Hollister en Suiza, de Aparecen los Blok, de Veva, de Momo... Ahí estaba yo.
No me arrepiento de haber leído, y menos aún de haberlo registrado.
Se habla mucho de los booktubers, esos jóvenes que, entre otras cosas, registran sus lecturas en vídeo y las comparten; se elogia o se menosprecia su valor como difusores de la lectura. Es probable que ellos estén más cerca de la fórmula para hacer lectores que muchos bienintencionados mediadores. Sin embargo, en la última tontería que he visto al respecto se dice que los booktubers se arrepentirán de sus vídeos, que "cuando crezcan, se darán vergüenza". Me da por pensar entonces en la vejez de estos ahora jóvenes booktubers. Pienso en cómo se verán en un futuro. Y me respondo con envidia: ¡Se verán! Sus canales son ese combo perfecto de fichas de lectura y álbum de fotos.
Daría lo que fuera por poder escucharme y verme hablar de libros con aquellas hombreras y esa permanente de mi adolescencia. Desgraciadamente ya no puedo atesorar esa memoria lectora de mi juventud en formato multimedia. Solo tengo mis fichitas de niña... Pero, ¡ey!, puedo intentar que mi hijo se haga booktuber. Me sentiría tan orgullosa... Al fin y al cabo, para eso están los hijos, ¿no? Para cumplir los sueños frustrados de sus padres. ¿Por qué se creen que toco el piano?
En la imagen, la Piaf, otra que tampoco se arrepiente de nada.
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booktubers,
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domingo, 26 de julio de 2015
Chao
Me voy.
Todo lo que querría decirles ahora mismo, y son muchas cosas, está en esta canción.
A la vuelta hablamos de esta cubierta que les dejo y de lo que ustedes quieran. De momento, allá va una pista.
Les deseo salud porque el resto, me temo, corre de su cuenta, de nuestra cuenta. Ahí está la gracia. No la desaprovechen.
Besos.
Goodbye stranger, it's been nice. Hope you find your paradise... [Se va silbando, shining.]
Todo lo que querría decirles ahora mismo, y son muchas cosas, está en esta canción.
A la vuelta hablamos de esta cubierta que les dejo y de lo que ustedes quieran. De momento, allá va una pista.
Les deseo salud porque el resto, me temo, corre de su cuenta, de nuestra cuenta. Ahí está la gracia. No la desaprovechen.
Besos.
Goodbye stranger, it's been nice. Hope you find your paradise... [Se va silbando, shining.]
miércoles, 22 de julio de 2015
La poesía es un arma cargada de oxitocina, feniletilamina, etc.
Me pone de mal humor ver a la presentadora de cierto telediario desde que sé que es novia de cierto poeta.
Leo con rabia el nombre de A. al final de la Vida secreta.
Me cago en la tal B. (que no es B de Begoña) que nombra David Mayor en "Refugio" (acaba así el poema):
Será que, de todos los géneros, la poesía es el que se escribe para enamorar y se lee para encontrar amor (y ese pozo espejeante y...). Normal que arrase entre los jóvenes. La de gonadotropinas (por ser fina) que se atisban en esta última hornada de poetas de éxito.
Siempre se ha oído que a ciertos cantantes se les obliga a negar noviazgos para no decepcionar a sus fans. Poetas, aplíquense el cuento. Es sencillo. No pongan nombres propios. Ahórrennos los desengaños. Qué poco les cuesta. Si ya lo decía Cyrano de Bergerac: "La credulidad del amor propio es tan grande que Rosana [Begoña, Fulana, Jaimito, Mengana...] creerá que [la carta, el poema, el halago, la declaración, lo que sea] está escrita para ella".
Escriban para mí.
En la imagen: grupo de fans ante la llegada de Vilas.
Leo con rabia el nombre de A. al final de la Vida secreta.
Me cago en la tal B. (que no es B de Begoña) que nombra David Mayor en "Refugio" (acaba así el poema):
"Creo que escribir esto es escribir la serenidad a la que quiero volver cuando otro día también lo lea".Pues sí, muy sereno y muy bonito el poema, pero –llámenme megalómana– la que querría aparecer nombrada en ese, en aquel, en todos los poemas de todos los poetas, soy yo.
Será que, de todos los géneros, la poesía es el que se escribe para enamorar y se lee para encontrar amor (y ese pozo espejeante y...). Normal que arrase entre los jóvenes. La de gonadotropinas (por ser fina) que se atisban en esta última hornada de poetas de éxito.
Siempre se ha oído que a ciertos cantantes se les obliga a negar noviazgos para no decepcionar a sus fans. Poetas, aplíquense el cuento. Es sencillo. No pongan nombres propios. Ahórrennos los desengaños. Qué poco les cuesta. Si ya lo decía Cyrano de Bergerac: "La credulidad del amor propio es tan grande que Rosana [Begoña, Fulana, Jaimito, Mengana...] creerá que [la carta, el poema, el halago, la declaración, lo que sea] está escrita para ella".
Escriban para mí.
En la imagen: grupo de fans ante la llegada de Vilas.
viernes, 17 de julio de 2015
Cómo querer a un niño
"Escribo mejor desde que escribo para mi hijo", dije en la charla de El Chupete.
Dejen que me explique.
Si ustedes son almas puras, les sobrarán las explicaciones. Las explicaciones para algo así solo las necesitan los resabiados, los listillos como yo, que, cuando era editora y alguien –un tierno abuelito, una madre reciente– se me presentaba con un cuento "escrito para mi hijo/nieto/lo-que-más-quiero-en-este-mundo", activaba todas mis reservas, miraba desde lo alto de mi desdén (el desdén es una atalaya cegada) y me preparaba para lo peor ante una presentación que juzgaba ridícula.
¿Ridícula? Ridícula era yo, que me diría Pessoa. Ridículo es escribir para editores, críticos, mediadores de todo pelaje: padres, madres, bibliotecarias, docentes... ¿Acaso puede haber un comienzo mejor que escribir para un hijo? Empezar a escribir por amor, por puro y simple amor, como una forma de querer. ¿No empezaron así Astrid Lindgren, que inventó Pippi Calzaslargas para su hija enferma; Kenneth Grahame, que creó El viento entre los sauces para su hijo Alistair; Robert Louis Stevenson, que fue escribiendo La isla del tesoro un verano para entretener a la familia, incorporando sus sugerencias a la historia... y tantos otros? Es bien conocido que Peter Pan y Alicia fueron creados para niños "de verdad", destinatarios concretos del cariño, o lo que fuera, de sus autores.
Sin ir tan lejos, acaba de decir Pete Docter, el de Up, Monstruos S.A...: "En Pixar no hacemos películas pensando en lo que les gusta a los niños" para después revelar que la idea de Inside Out, protagonizada por una niña de once años, surgió cuando su hija, la hija del señor Docter, cumplió esa edad y dejó de ser el cascabel que había sido hasta entonces.
¿Hace falta tener niños (propios o postizos) para escribir bien para niños? Pues seguramente no, pero creo que hace falta querer y atender a un niño, por lo menos a un niño, aunque sea al niño que uno fue, como hacían Gloria Fuertes o Maurice Sendak. Igual lo absurdo es pensar en "los niños", como si todos fueran iguales. Igual hay que pensar en un niño al que se ame.
No basta con el amor, claro. Sé de varias historias, no solo de ficción, que el amor solo no pudo sostener. Para escribir una buena historia, no solo hay que querer, hay que poder. Cada uno hace lo que puede, quiere como puede.
A los niños, a los niños que uno quiere, habría que darles lo mejor que uno tenga. Si lo que mejor hace uno son croquetas, eso es lo que debería dar a sus niños y dejarse de cuentos.
Lo que yo intento hacer mejor es escribir, y en particular escribir para niños y jóvenes. Lo intento tanto que he apostado por hacer de esto mi profesión (y ni se imaginan lo privilegiada que me siento por ello). Por eso escribo para mi hijo. Por eso no le hago croquetas, ni mucho menos se me pasa por la cabeza montar un restaurante. Si me abstengo de hacerlo es por amor a la humanidad.
¿Y ustedes? ¿Qué es lo que mejor hacen? ¿A quién quieren? ¿Qué le dan?
En la imagen hay un padre con su hijo. Pero además, al otro lado de la cámara, hay otro padre haciendo lo que mejor sabe hacer, fotografías. Es Jacques-Henri Lartigue retratando a su hijo y a su nieto, queriéndolos como buenamente puede.
Dejen que me explique.
Si ustedes son almas puras, les sobrarán las explicaciones. Las explicaciones para algo así solo las necesitan los resabiados, los listillos como yo, que, cuando era editora y alguien –un tierno abuelito, una madre reciente– se me presentaba con un cuento "escrito para mi hijo/nieto/lo-que-más-quiero-en-este-mundo", activaba todas mis reservas, miraba desde lo alto de mi desdén (el desdén es una atalaya cegada) y me preparaba para lo peor ante una presentación que juzgaba ridícula.
¿Ridícula? Ridícula era yo, que me diría Pessoa. Ridículo es escribir para editores, críticos, mediadores de todo pelaje: padres, madres, bibliotecarias, docentes... ¿Acaso puede haber un comienzo mejor que escribir para un hijo? Empezar a escribir por amor, por puro y simple amor, como una forma de querer. ¿No empezaron así Astrid Lindgren, que inventó Pippi Calzaslargas para su hija enferma; Kenneth Grahame, que creó El viento entre los sauces para su hijo Alistair; Robert Louis Stevenson, que fue escribiendo La isla del tesoro un verano para entretener a la familia, incorporando sus sugerencias a la historia... y tantos otros? Es bien conocido que Peter Pan y Alicia fueron creados para niños "de verdad", destinatarios concretos del cariño, o lo que fuera, de sus autores.
Sin ir tan lejos, acaba de decir Pete Docter, el de Up, Monstruos S.A...: "En Pixar no hacemos películas pensando en lo que les gusta a los niños" para después revelar que la idea de Inside Out, protagonizada por una niña de once años, surgió cuando su hija, la hija del señor Docter, cumplió esa edad y dejó de ser el cascabel que había sido hasta entonces.
¿Hace falta tener niños (propios o postizos) para escribir bien para niños? Pues seguramente no, pero creo que hace falta querer y atender a un niño, por lo menos a un niño, aunque sea al niño que uno fue, como hacían Gloria Fuertes o Maurice Sendak. Igual lo absurdo es pensar en "los niños", como si todos fueran iguales. Igual hay que pensar en un niño al que se ame.
No basta con el amor, claro. Sé de varias historias, no solo de ficción, que el amor solo no pudo sostener. Para escribir una buena historia, no solo hay que querer, hay que poder. Cada uno hace lo que puede, quiere como puede.
A los niños, a los niños que uno quiere, habría que darles lo mejor que uno tenga. Si lo que mejor hace uno son croquetas, eso es lo que debería dar a sus niños y dejarse de cuentos.
Lo que yo intento hacer mejor es escribir, y en particular escribir para niños y jóvenes. Lo intento tanto que he apostado por hacer de esto mi profesión (y ni se imaginan lo privilegiada que me siento por ello). Por eso escribo para mi hijo. Por eso no le hago croquetas, ni mucho menos se me pasa por la cabeza montar un restaurante. Si me abstengo de hacerlo es por amor a la humanidad.
¿Y ustedes? ¿Qué es lo que mejor hacen? ¿A quién quieren? ¿Qué le dan?
En la imagen hay un padre con su hijo. Pero además, al otro lado de la cámara, hay otro padre haciendo lo que mejor sabe hacer, fotografías. Es Jacques-Henri Lartigue retratando a su hijo y a su nieto, queriéndolos como buenamente puede.
miércoles, 15 de julio de 2015
La espera
“Bebe con moderación”, dicen con letra diminuta los anuncios de bebidas alcohólicas. En letras invisibles hay otro mensaje para los bebedores pasivos: “espera con moderación”. No sé qué se cumple menos.
Esperan los niños muertos de sueño a que sus padres apuren las cervezas en las terrazas. Esperan algunas señoras a sus señores maridos que nunca acaban de volver del bar. Esperan padres a hijos e hijas que llegan tan tarde que es pronto. Aguzan el oído y llegan a captar el sonido del ascensor en el bajo aunque vivan más allá de un cuarto piso. Consultan el reloj veinte veces cada hora. Consumen la espera haciendo sudokus o haciéndose los dormidos y espantando a la imaginación que es una mosca que siempre incordia con negras suposiciones.
Mientras tanto, a una galaxia de distancia, se suceden la risa, el bigote de espuma burbujeante sobre los labios, la marca en los dedos de las asas de la bolsa del súper llena de botellas, el clinc de las copas, el agradable toque de madera en el retropaladar, los chistes mil veces contados, la canción perfecta, la rodaja de lima en el borde del gin tonic, los amigos cada vez más amigos, la hoja de menta flotando en el mojito, los dedos humedecidos que abrazan el vaso de tubo, la perfección geométrica del cubo de hielo, la sonrisa floja, la perfección que se derrite, las horas y las eses que se alargan… En esas horas minuciosamente minutadas desde la galaxia de la espera, suceden litros de cosas tronchantes que tienen maldita la gracia vistas desde la otra galaxia.
De repente un mensaje se abre paso a la galaxia perfecta de la risa, y el mensaje siempre se resume en “vuelve”, y la contestación, si la hay, devuelve a la galaxia de la espera a su esencia porque siempre es “espera” aunque adquiera la apariencia de una falsa promesa y se deletree igual que “ahora vuelvo”.
Cuando por fin colisionan las dos galaxias, a veces lo hacen de forma ruidosa y brutal. Otras veces el choque apenas da como resultado un leve suspiro de alivio. Y así día tras día. Los de la galaxia de la espera, si no se hartan, se dan con un canto en los dientes porque aún tengan algo, alguien, que esperar, y se siguen entrenando en la espera por la mañana, acechando el momento del despertar y la resaca. Los de la galaxia de la risa insistirán porque ellos también esperan, esperan un momento perfecto que nunca llega o que, si llega, es imposible recordar al día siguiente; lástima.
Pero es verano, la estación más inmoderada, y no quiero aguarles la fiesta. Beban como si no hubieran leído nada. Si quieren, pueden usar estas líneas como posavasos. Dejen aquí el cerco húmedo de esa cerveza. Yo les seguiré sermoneando dentro de quince días. Espero.
En la imagen, Joe, desde la galaxia de la risa, llamando a la galaxia de la espera.
[Esta columna apareció publicada en Heraldo de Aragón allá por agosto de ¡2012! En su día no la publiqué aquí. Lo hago ahora tal cual. Nada de esto ha cambiado, creo; ni siquiera se ha pasado tanta tontería con el gin tonic. Igual le sirve a alguien para algo.]
Esperan los niños muertos de sueño a que sus padres apuren las cervezas en las terrazas. Esperan algunas señoras a sus señores maridos que nunca acaban de volver del bar. Esperan padres a hijos e hijas que llegan tan tarde que es pronto. Aguzan el oído y llegan a captar el sonido del ascensor en el bajo aunque vivan más allá de un cuarto piso. Consultan el reloj veinte veces cada hora. Consumen la espera haciendo sudokus o haciéndose los dormidos y espantando a la imaginación que es una mosca que siempre incordia con negras suposiciones.
Mientras tanto, a una galaxia de distancia, se suceden la risa, el bigote de espuma burbujeante sobre los labios, la marca en los dedos de las asas de la bolsa del súper llena de botellas, el clinc de las copas, el agradable toque de madera en el retropaladar, los chistes mil veces contados, la canción perfecta, la rodaja de lima en el borde del gin tonic, los amigos cada vez más amigos, la hoja de menta flotando en el mojito, los dedos humedecidos que abrazan el vaso de tubo, la perfección geométrica del cubo de hielo, la sonrisa floja, la perfección que se derrite, las horas y las eses que se alargan… En esas horas minuciosamente minutadas desde la galaxia de la espera, suceden litros de cosas tronchantes que tienen maldita la gracia vistas desde la otra galaxia.
De repente un mensaje se abre paso a la galaxia perfecta de la risa, y el mensaje siempre se resume en “vuelve”, y la contestación, si la hay, devuelve a la galaxia de la espera a su esencia porque siempre es “espera” aunque adquiera la apariencia de una falsa promesa y se deletree igual que “ahora vuelvo”.
Cuando por fin colisionan las dos galaxias, a veces lo hacen de forma ruidosa y brutal. Otras veces el choque apenas da como resultado un leve suspiro de alivio. Y así día tras día. Los de la galaxia de la espera, si no se hartan, se dan con un canto en los dientes porque aún tengan algo, alguien, que esperar, y se siguen entrenando en la espera por la mañana, acechando el momento del despertar y la resaca. Los de la galaxia de la risa insistirán porque ellos también esperan, esperan un momento perfecto que nunca llega o que, si llega, es imposible recordar al día siguiente; lástima.
Pero es verano, la estación más inmoderada, y no quiero aguarles la fiesta. Beban como si no hubieran leído nada. Si quieren, pueden usar estas líneas como posavasos. Dejen aquí el cerco húmedo de esa cerveza. Yo les seguiré sermoneando dentro de quince días. Espero.
En la imagen, Joe, desde la galaxia de la risa, llamando a la galaxia de la espera.
[Esta columna apareció publicada en Heraldo de Aragón allá por agosto de ¡2012! En su día no la publiqué aquí. Lo hago ahora tal cual. Nada de esto ha cambiado, creo; ni siquiera se ha pasado tanta tontería con el gin tonic. Igual le sirve a alguien para algo.]
viernes, 10 de julio de 2015
El silencio de Christian Gálvez
Cada silencio tiene su aquel. A mí me fascinan. Me gusta interpretarlos. No ponerles palabras, no; tratar de comprenderlos. Lo intenté con el de Teresa Romero. Lo intento ahora con el de Christian Gálvez.
Coincidí con él dando una charla en el festival El Chupete. Reconozco que escribo esto aún bajo el influjo de su enorme encanto en las distancias cortas. Antes y después de estar ahí arriba, en el escenario, hablamos. No de la polémica.
La conocerán ya, pero se la resumo por si acaso. Christian Gálvez estrena programa en Tele5, ¡Vaya Fauna!, un programa donde “actúan” animales. Después del estreno, Frank Cuesta cuelga en Youtube un Mensaje para Christian Gálvez donde le muestra el maltrato al que se somete a algunos animales para adiestrarlos y le pide que abandone el programa. El vídeo se difunde masivamente. ¡Vaya Fauna! va por el segundo programa y...
Christian Gálvez no ha dicho ni pío al respecto. Y no será porque no se lo hayan reclamado. No quiero ni imaginarme la de menciones que ha tenido al respecto. Yo (@granduquesa) me he visto en medio de algunas. Esta, por ejemplo:
¿Y por qué no habrá dicho nada Christian Gálvez? No será porque le falten palabras.
Allá va mi hipótesis sobre su silencio:
A Christian Gálvez lo han puesto en una pira funeraria, lo han rociado con gasolina, le han colocado una caja de cerillas en la mano y le han dicho: “¡Enciende!”. Es una costumbre esta muy española, ese razonar violento, ese furibundismo que nos carga de razón y nos eleva a un plano de superioridad moral. ¿Existirá la expresión "discusión acalorada" en otras lenguas? Aquí, cuando alguien tiene mucha seguridad en el tema que sea –y los bares y las redes están llenos de expertos– no le basta con exponerlo fríamente. Hay que encender una hoguera. O una pira. Sobre ella no hace falta poner al objeto de denuncia. Se admiten objetos o sujetos colaterales.
Se desactiva entonces la posibilidad de debatir porque a ver quién es el guapo que argumenta así, tumbado sobre una pira, paralizado en decúbito supino, con esa peste a gasolina, ese público vociferante, si además el público solo está esperando a que suene ese chasquido del fósforo contra el rascador, el fogonazo de la llama, el olor a azufre. No, al público que asiste a este espectáculo no le valdría ninguna otra respuesta.
Me pregunto qué haría yo en una situación semejante: si encendería esa cerilla para purificarme a ojos del público en un fuego y resurgir, intentar resurgir luego de mis cenizas, o si aguantaría con la cerilla en la mano esperando a que el público dejara de mirarme, atraído por una nueva pira o cansado de un espectáculo tan poco espectacular como es la resistencia y el silencio.
No lo sé. Solo sé que reflexionaría sobre el valor educativo real de mi gesto e intentaría decidir por mí misma. Y que no me extraña que en una situación así entre tanto ruido se haga el silencio. Pasapalabra.
Aclaración y codas
Aclaración: Entiendan que esta entrada no pretende debatir sobre el maltrato animal. El maltrato animal no debería debatirse sino sencillamente denunciarse y penarse. Si las penas no son suficiente, sería mejor pedir un endurecimiento de la ley que la cabeza de un presentador. No creo que la cabeza de Christian Gálvez salve a ningún oso.
Coda 1: Reconozco que vi el primer Vaya Fauna. Me dio más pena que otra cosa. Ante aquel oso trompetista, no pude sino sentir tristeza, con lo magníficos que son en libertad, haciendo sus cosas de osos, con lo ridículos y tristes que son haciendo nuestras cosas de humanos.
Coda 2: A mi bisabuelo, que vivía en un pueblo ahora desaparecido del Pirineo aragonés, lo mató un oso. Bueno, en rigor no fue el oso quien lo mató. Mi bisabuelo murió de miedo. Se encontró con un oso en la montaña. El oso no llevaba trompeta. Abuelo y oso estuvieron cara a cara. A mi bisabuelo le dio un infarto. Las montañas lo tienen todo grabado. En la memoria. Fin de la coda.
Coincidí con él dando una charla en el festival El Chupete. Reconozco que escribo esto aún bajo el influjo de su enorme encanto en las distancias cortas. Antes y después de estar ahí arriba, en el escenario, hablamos. No de la polémica.
La conocerán ya, pero se la resumo por si acaso. Christian Gálvez estrena programa en Tele5, ¡Vaya Fauna!, un programa donde “actúan” animales. Después del estreno, Frank Cuesta cuelga en Youtube un Mensaje para Christian Gálvez donde le muestra el maltrato al que se somete a algunos animales para adiestrarlos y le pide que abandone el programa. El vídeo se difunde masivamente. ¡Vaya Fauna! va por el segundo programa y...
Christian Gálvez no ha dicho ni pío al respecto. Y no será porque no se lo hayan reclamado. No quiero ni imaginarme la de menciones que ha tenido al respecto. Yo (@granduquesa) me he visto en medio de algunas. Esta, por ejemplo:
¿Y por qué no habrá dicho nada Christian Gálvez? No será porque le falten palabras.
Allá va mi hipótesis sobre su silencio:
A Christian Gálvez lo han puesto en una pira funeraria, lo han rociado con gasolina, le han colocado una caja de cerillas en la mano y le han dicho: “¡Enciende!”. Es una costumbre esta muy española, ese razonar violento, ese furibundismo que nos carga de razón y nos eleva a un plano de superioridad moral. ¿Existirá la expresión "discusión acalorada" en otras lenguas? Aquí, cuando alguien tiene mucha seguridad en el tema que sea –y los bares y las redes están llenos de expertos– no le basta con exponerlo fríamente. Hay que encender una hoguera. O una pira. Sobre ella no hace falta poner al objeto de denuncia. Se admiten objetos o sujetos colaterales.
Se desactiva entonces la posibilidad de debatir porque a ver quién es el guapo que argumenta así, tumbado sobre una pira, paralizado en decúbito supino, con esa peste a gasolina, ese público vociferante, si además el público solo está esperando a que suene ese chasquido del fósforo contra el rascador, el fogonazo de la llama, el olor a azufre. No, al público que asiste a este espectáculo no le valdría ninguna otra respuesta.
Me pregunto qué haría yo en una situación semejante: si encendería esa cerilla para purificarme a ojos del público en un fuego y resurgir, intentar resurgir luego de mis cenizas, o si aguantaría con la cerilla en la mano esperando a que el público dejara de mirarme, atraído por una nueva pira o cansado de un espectáculo tan poco espectacular como es la resistencia y el silencio.
No lo sé. Solo sé que reflexionaría sobre el valor educativo real de mi gesto e intentaría decidir por mí misma. Y que no me extraña que en una situación así entre tanto ruido se haga el silencio. Pasapalabra.
Aclaración y codas
Aclaración: Entiendan que esta entrada no pretende debatir sobre el maltrato animal. El maltrato animal no debería debatirse sino sencillamente denunciarse y penarse. Si las penas no son suficiente, sería mejor pedir un endurecimiento de la ley que la cabeza de un presentador. No creo que la cabeza de Christian Gálvez salve a ningún oso.
Coda 1: Reconozco que vi el primer Vaya Fauna. Me dio más pena que otra cosa. Ante aquel oso trompetista, no pude sino sentir tristeza, con lo magníficos que son en libertad, haciendo sus cosas de osos, con lo ridículos y tristes que son haciendo nuestras cosas de humanos.
Coda 2: A mi bisabuelo, que vivía en un pueblo ahora desaparecido del Pirineo aragonés, lo mató un oso. Bueno, en rigor no fue el oso quien lo mató. Mi bisabuelo murió de miedo. Se encontró con un oso en la montaña. El oso no llevaba trompeta. Abuelo y oso estuvieron cara a cara. A mi bisabuelo le dio un infarto. Las montañas lo tienen todo grabado. En la memoria. Fin de la coda.
sábado, 4 de julio de 2015
Las demasiadas cosas (En defensa del hatillo)
Lo que uno no calcula cuando decide decidir su destino (así, una decisión al cuadrado, la decisión de las decisiones) es que, si esa decisión implica una mudanza (y si no la implica, ¿qué decisión decisiva es esa donde no hay movimiento?), si esa decisión implica una mudanza, digo, y si la mudanza se hace bien, lo siguiente que toca es decidir el destino de cientos, millares, decenas de miles de cosas.
En eso ando: decidiendo si guardo, tiro o doy ese gorro, ese papel, aquel libro, aquel tiburón con el que jugaba mi hijo de bebé..., intentando meter mi vida y la de mi hijo en dos maletas de 23 kilos sin sucumbir a la nostalgia o al derretimiento.
Tenemos demasiadas cosas. Guardamos demasiadas cosas. Demasiadas de plástico. Ni les cuento los niños.
Los niños de los cuentos salían de casa con un hatillo. Ahora tendrían que hacerlo con una Samsonite Cosmolite de cuatro ruedas. Pobres los pobres y pobres estos que tienen tanto.
¿Quieren un consejo? Se lo daré igual: no cojan los jabones de los hoteles. A la que se despisten, se morirán y su mayor legado será en glicerina. Sé lo que me digo.
Imagen de Dorothea Lange.
En eso ando: decidiendo si guardo, tiro o doy ese gorro, ese papel, aquel libro, aquel tiburón con el que jugaba mi hijo de bebé..., intentando meter mi vida y la de mi hijo en dos maletas de 23 kilos sin sucumbir a la nostalgia o al derretimiento.
Tenemos demasiadas cosas. Guardamos demasiadas cosas. Demasiadas de plástico. Ni les cuento los niños.
Los niños de los cuentos salían de casa con un hatillo. Ahora tendrían que hacerlo con una Samsonite Cosmolite de cuatro ruedas. Pobres los pobres y pobres estos que tienen tanto.
¿Quieren un consejo? Se lo daré igual: no cojan los jabones de los hoteles. A la que se despisten, se morirán y su mayor legado será en glicerina. Sé lo que me digo.
Imagen de Dorothea Lange.
lunes, 29 de junio de 2015
Expulsada
¡Ay, qué disgusto! ¡Que me expulsan del hotel Real en Santander, y del Reconquista en Oviedo, y del Madrid Tower, por no mencionar los hoteles de Nueva York, París, México, Praga…!
Con lo que me gustaba a mí esperar ahí a los viajeros con mi ¡Buenas noches, Miami! junto a la cama, susurrándoles Voulez-vous coucher avec moi ce soir...
Y ahora resulta que ya no soy la ganadora del Premio Eurostars Narrativa de Viajes, que Luis Pancorbo me ha destronado al ganar la nueva edición y en cuanto impriman su Año nuevo en Sudán, en las habitaciones de los hoteles Eurostars, el que dará tres incitantes palmaditas en la cama a los viajeros será él y mi ¡Buenas noches, Miami! desaparecerá de las mesillas de noche.
Como tenía dos compromisos ineludibles a 617 kilómetros del hotel Grand Marina, desgraciadamente me perdí el fiestorro que se hizo para celebrar que a reina muerta (la Oro), rey puesto (el Pancorbo) pero leo que fue todo tan bonito como recuerdo del año pasado, y leo –y esto es nuevo y me encanta– que Amancio López, presidente del grupo Hotusa, anunció que ampliarán el concurso con una categoría para escritores jóvenes. No sé si Amancio sabe que en nuestro gremio, la categoría de «joven escritor» llega hasta los 45 años. Espero que no y que obre en justa ignorancia porque me consta que hay escritores jóvenes-jóvenes con mucho que ver y contar. A ver, Amancio, querido, dame otro disgusto: define «escritor joven».
En fin, ya que no nos encontraremos en la mesilla del Hotel Panorama en París, siempre nos quedará la edición de ¡Buenas noches, Miami! publicada por RBA, de venta en las mejores librerías. Y ustedes, jóvenes escritores, no olviden meter la capacidad de asombro, la libreta y el bolígrafo en la mochila. Yo, como Josep Pla, les recomendaría un viaje a pie.
Suya siempre, con y sin corona,
Esta vieja gloria
En la imagen, esta vieja gloria, aferradita a la tiara, antes de descubrir que la vida es más ligera sin ella. Allá voy. Me largo a ver si pillo una Vespa y un Gregory Peck.
Y ahora resulta que ya no soy la ganadora del Premio Eurostars Narrativa de Viajes, que Luis Pancorbo me ha destronado al ganar la nueva edición y en cuanto impriman su Año nuevo en Sudán, en las habitaciones de los hoteles Eurostars, el que dará tres incitantes palmaditas en la cama a los viajeros será él y mi ¡Buenas noches, Miami! desaparecerá de las mesillas de noche.
Como tenía dos compromisos ineludibles a 617 kilómetros del hotel Grand Marina, desgraciadamente me perdí el fiestorro que se hizo para celebrar que a reina muerta (la Oro), rey puesto (el Pancorbo) pero leo que fue todo tan bonito como recuerdo del año pasado, y leo –y esto es nuevo y me encanta– que Amancio López, presidente del grupo Hotusa, anunció que ampliarán el concurso con una categoría para escritores jóvenes. No sé si Amancio sabe que en nuestro gremio, la categoría de «joven escritor» llega hasta los 45 años. Espero que no y que obre en justa ignorancia porque me consta que hay escritores jóvenes-jóvenes con mucho que ver y contar. A ver, Amancio, querido, dame otro disgusto: define «escritor joven».
En fin, ya que no nos encontraremos en la mesilla del Hotel Panorama en París, siempre nos quedará la edición de ¡Buenas noches, Miami! publicada por RBA, de venta en las mejores librerías. Y ustedes, jóvenes escritores, no olviden meter la capacidad de asombro, la libreta y el bolígrafo en la mochila. Yo, como Josep Pla, les recomendaría un viaje a pie.
Suya siempre, con y sin corona,
Esta vieja gloria
En la imagen, esta vieja gloria, aferradita a la tiara, antes de descubrir que la vida es más ligera sin ella. Allá voy. Me largo a ver si pillo una Vespa y un Gregory Peck.
lunes, 22 de junio de 2015
Todo locos
Serrat dedicó una canción a los niños donde los llamaba "esos locos bajitos". Qué sabrá Serrat de la locura.
A quien no se le puede negar el disgusto de conocerla es a Leopoldo María Panero. Y, miren, resulta que él, que estaba todo loco, también asoció niños y locura. No es que dijera que los niños están locos, más bien que los locos están niños. Lean:
En fin, que no pretendo ir a ninguna parte con esto. Solo quería compartir esta curiosidad con ustedes. No es más que un descarte de una charla que daré sobre creatividad infantil. Al final no diré nada de esto porque tengo muy poco tiempo y cosas aún más interesantes, inspiradoras, motivacionales... –Fortasec– que decir que estas. Imagínense.
No, mejor no se lo imaginen.
Vengan a oírlo. El9 de julio 8 de julio en Madrid, en el Festival El Chupete. Va a ser una locura. Habrá un Leopoldo. Otro. Abadía. Y toda esta alegre pandilla, y alguno más:
En la imagen de arriba del todo: Leopoldo María Panero de pequeño, con la locura de serie que lleva todo niño. La he sacado de aquí, donde podrán oír hablar con más justicia de este poeta.
Edito: Al final mi intervención en El Chupete será el 8 de julio y no el 9, como había anunciado en un principio. Pero vamos, yo que ustedes no me perdería el festival entero (8 y 9 de julio).
A quien no se le puede negar el disgusto de conocerla es a Leopoldo María Panero. Y, miren, resulta que él, que estaba todo loco, también asoció niños y locura. No es que dijera que los niños están locos, más bien que los locos están niños. Lean:
"La llamada locura no es sino una regresión a la infancia. A algún sitio ha de volverse, por cuanto el vacío no existe ni los viajes a ninguna parte (...). Las alucinaciones del loco son en el niño una forma natural de la percepción, por muy increíble que pueda parecer a alguien distinto de una madre avezada en el conocimiento de lo infantil".Lo contaba en el prólogo al Peter Pan que él mismo tradujo. En ese mismo prólogo dice algo que va a gustar a algunos:
"Al cajón de sastre de la literatura infantil han ido a parar autores desesperados y profundamente misántropos como Jonathan Swift, escritos contra el género humano como los Gulliver's travels al mismo tiempo que obras tan esquizofrénicas como Alicia en el país de las maravillas o Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, así como finalmente obras como las que aquí nos preocupan, el Peter Pan de James Matthew Barrie (...) La moda actual de la literatura infantil pone de relieve el carácter esquizofrénico de toda ella, hecho evidenciado por su inclusión en la literatura moderna de vanguardia (...). Y es que existen, creo, dos antecedentes claros de la literatura moderna o de vanguardia: estos son la literatura de terror y la literatura infantil."Toma ya.
En fin, que no pretendo ir a ninguna parte con esto. Solo quería compartir esta curiosidad con ustedes. No es más que un descarte de una charla que daré sobre creatividad infantil. Al final no diré nada de esto porque tengo muy poco tiempo y cosas aún más interesantes, inspiradoras, motivacionales... –Fortasec– que decir que estas. Imagínense.
No, mejor no se lo imaginen.
Vengan a oírlo. El
En la imagen de arriba del todo: Leopoldo María Panero de pequeño, con la locura de serie que lleva todo niño. La he sacado de aquí, donde podrán oír hablar con más justicia de este poeta.
Edito: Al final mi intervención en El Chupete será el 8 de julio y no el 9, como había anunciado en un principio. Pero vamos, yo que ustedes no me perdería el festival entero (8 y 9 de julio).
viernes, 19 de junio de 2015
Drama
Esperaba a mi hijo donde siempre, al final de la rampa a la izquierda. Siempre he pensado que en eso su colegio está mal diseñado. Los niños entran en clase con esfuerzo, subiendo una rampa. Salir es más fácil; tienen que bajar la rampa. Ya se imaginarán cómo lo hacen, salen como de toriles, y encima cuesta abajo. La Estafeta, al lado de esa rampa, es una pista de caracoles. Pero hoy los niños no corrían tanto.
Tardaron en salir.
Una niña bajó llorando. Luego otra, y otro niño.
Dos niños bajaron abrazados haciendo pucheros.
La madre a mi izquierda y yo nos miramos.
Bajaron más niños. Algunos lloraban, otros no.
En lo alto de la rampa, un profesor se subía a un banco y hacía gestos con las manos. El tronco de otra profesora emergía con dificultad y asfixia entre un bosque de niños abrazados.
¿Quieren saber qué sucedía? ¿Cuál era el drama?
Que era el último día de clase.
Se habla poco de la felicidad en los colegios cuando igual nos hace falta menos Mr. Wonderful y más educación.
Drama es también no saber de quién es la foto, con lo que me gusta acreditar estas cosas. Solo sé decirles que los niños son rusos, rusos de la URSS.
Tardaron en salir.
Una niña bajó llorando. Luego otra, y otro niño.
Dos niños bajaron abrazados haciendo pucheros.
La madre a mi izquierda y yo nos miramos.
Bajaron más niños. Algunos lloraban, otros no.
En lo alto de la rampa, un profesor se subía a un banco y hacía gestos con las manos. El tronco de otra profesora emergía con dificultad y asfixia entre un bosque de niños abrazados.
¿Quieren saber qué sucedía? ¿Cuál era el drama?
Que era el último día de clase.
Se habla poco de la felicidad en los colegios cuando igual nos hace falta menos Mr. Wonderful y más educación.
Drama es también no saber de quién es la foto, con lo que me gusta acreditar estas cosas. Solo sé decirles que los niños son rusos, rusos de la URSS.
jueves, 11 de junio de 2015
La Feria del Libro en vivo e indirecto
¿Tiene nombre esta mujer, la del cartel de Fernando Vicente? Deberíamos dárselo, como a la Marianne. Dicen que a Marianne le pusieron Marianne por ser un nombre muy común en el XVIII, un nombre "del pueblo". Según eso y el INE, la del cartel tendría que llamarse Maricarmen. Aunque no sé yo.
Se llame Maricarmen, Emma o Leocadia, era difícil resistirse a recrearla en vivo. Al fin y al cabo, me teñí de morena solo para parecerme a ella.
Ahí me tienen. Así de feliz vuelvo de encontrarme con mis lectores en la Feria del Libro de Madrid. Así de feliz... y de enferma. Si abro un poco más la boca, la fotografía serviría para enseñar a estudiantes de Medicina las placas de una amigdalitis de libro. El año pasado la fiebre post-feria me duró dos semanas. A ver este. Será que voy sin defensas para las emociones emocionantes de sentimientos sentimentales que decía aquel. Tampoco sé si quiero inmunizarme.
No, no quiero inmunizarme.
Dice el lema de la feria de este año: "El amor está en lo que tendemos / puentes, palabras". Visto lo visto, creo que las firmas también son tendibles, aunque a veces sean inentendibles. Ustedes ya me entienden. Gracias por tanto amor a ambos lados del mostrador. Chis pom.
(Perdonen. La fiebre...)
Fotografía: Fernando Sancho, porque ya puestos a hacer la gansada, se hace en plan profesional y Fernando lo mismo retrata a Christine Lagarde, a John Waters, a un puñado de adolescentes o a mí .
Atrezzo, peluquería y maquillaje: yomismaconmigomisma. Por cierto, ¿alguien sabe un producto milagroso que ayude a quitar la pintura negra de las cejas? Es que, por más que froto y froto, a mi lado Cara Delevingne parece Tilda Swinton.
Se llame Maricarmen, Emma o Leocadia, era difícil resistirse a recrearla en vivo. Al fin y al cabo, me teñí de morena solo para parecerme a ella.
Ahí me tienen. Así de feliz vuelvo de encontrarme con mis lectores en la Feria del Libro de Madrid. Así de feliz... y de enferma. Si abro un poco más la boca, la fotografía serviría para enseñar a estudiantes de Medicina las placas de una amigdalitis de libro. El año pasado la fiebre post-feria me duró dos semanas. A ver este. Será que voy sin defensas para las emociones emocionantes de sentimientos sentimentales que decía aquel. Tampoco sé si quiero inmunizarme.
No, no quiero inmunizarme.
Dice el lema de la feria de este año: "El amor está en lo que tendemos / puentes, palabras". Visto lo visto, creo que las firmas también son tendibles, aunque a veces sean inentendibles. Ustedes ya me entienden. Gracias por tanto amor a ambos lados del mostrador. Chis pom.
(Perdonen. La fiebre...)
Fotografía: Fernando Sancho, porque ya puestos a hacer la gansada, se hace en plan profesional y Fernando lo mismo retrata a Christine Lagarde, a John Waters, a un puñado de adolescentes o a mí .
Atrezzo, peluquería y maquillaje: yomismaconmigomisma. Por cierto, ¿alguien sabe un producto milagroso que ayude a quitar la pintura negra de las cejas? Es que, por más que froto y froto, a mi lado Cara Delevingne parece Tilda Swinton.
jueves, 4 de junio de 2015
Besar a un hombre con barba
Sé de un piano blanco varado en una cabina del garaje del Parque Roma. Cerca del piano, a veces, apoyados hay bastones, botas, esquís y crampones.
El piano tiene un acabado mate. No imaginen un piano satinado brillante, no piensen en el cursi del Richard Clayderman. Este piano del garaje es un piano que se sabe viejo.
Las arañas se pasean por sus teclas de marfil. Desdeñan los crampones, vulgares imitaciones de sí mismas. Las arañas se cuelan por la caja del piano y acarician sus cuerdas como si tocaran el arpa.
El piano perteneció a un joven tenor alemán. Lo tenía en Barcelona mientras vivió ahí. Lo necesitaba para ensayar. Luego se fue.
Dos días antes de dejar Barcelona, en una fiesta de unos vecinos peruanos, ya de paso una fiesta de despedida, el tenor conoció a una chica.
La chica era estudiante universitaria. Había ido a la fiesta con Gladys, que se encargaba de la limpieza en la residencia donde vivía la estudiante. Gladys y ella se habían hecho amigas. Aquel día, en la fiesta, hubo ceviche, cerveza y música, no de ópera, música latina. El tenor y la estudiante no bailaban. No habrían sabido cómo. Hablaron. La estudiante no sabía bailar cumbia pero sabía tocar el piano, y un poco de alemán.
El tenor le dijo a la estudiante que se volvía a Alemania. Quiso regalarle el piano.
Dos días después, en la estación de autobuses de Sants, la estudiante fue a recoger la llave del piso donde estaba el piano. Pensó más que sintió que tenía que darle un beso de despedida al tenor.
Él tenía barba.
Nunca he vuelto a besar a un hombre con barba.
Con lo fácil que parece ahora.
Hay un piano en el garaje. Y nadie lo toca.
Esto que acaban de leer es el texto que corresponde a la séptima de las 10 cosas que aprendí bajo tierra, que es "Que lo que no se usa, no sirve, pero existe". Si quieren leer las otras nueve cosas que aprendí en el garaje del Parque Roma, pueden leerlas en el último número de la revista Rolde, que habla de Buñuel, de Viola, de un maestro freinetiano en Las Hurdes a comienzos de los años 30, de Fernando Sancho... En realidad, mis textos no son más que el acompañamiento a las impresionantes fotografías de Fernando Sancho, del que es un honor seguir siendo pareja artística.
Dice Víctor Juan, que es el que nos lio en todo esto y el responsable de que haya quedado tan bonito, que mi texto es muy divertido. Y a mí que este punto en particular, el 7, me parece profundamente triste... Ríanse de mi existencia si quieren. Se darán con el callo de mi adolescencia. Además, a quién quiero engañar, me encanta que mis letras les hagan reír. O lo que sea.
Ahora que lo pienso, diez cosas ya forman una lista, ¿no?
El piano tiene un acabado mate. No imaginen un piano satinado brillante, no piensen en el cursi del Richard Clayderman. Este piano del garaje es un piano que se sabe viejo.
Las arañas se pasean por sus teclas de marfil. Desdeñan los crampones, vulgares imitaciones de sí mismas. Las arañas se cuelan por la caja del piano y acarician sus cuerdas como si tocaran el arpa.
El piano perteneció a un joven tenor alemán. Lo tenía en Barcelona mientras vivió ahí. Lo necesitaba para ensayar. Luego se fue.
Dos días antes de dejar Barcelona, en una fiesta de unos vecinos peruanos, ya de paso una fiesta de despedida, el tenor conoció a una chica.
La chica era estudiante universitaria. Había ido a la fiesta con Gladys, que se encargaba de la limpieza en la residencia donde vivía la estudiante. Gladys y ella se habían hecho amigas. Aquel día, en la fiesta, hubo ceviche, cerveza y música, no de ópera, música latina. El tenor y la estudiante no bailaban. No habrían sabido cómo. Hablaron. La estudiante no sabía bailar cumbia pero sabía tocar el piano, y un poco de alemán.
El tenor le dijo a la estudiante que se volvía a Alemania. Quiso regalarle el piano.
Dos días después, en la estación de autobuses de Sants, la estudiante fue a recoger la llave del piso donde estaba el piano. Pensó más que sintió que tenía que darle un beso de despedida al tenor.
Él tenía barba.
Nunca he vuelto a besar a un hombre con barba.
Con lo fácil que parece ahora.
Hay un piano en el garaje. Y nadie lo toca.
Esto que acaban de leer es el texto que corresponde a la séptima de las 10 cosas que aprendí bajo tierra, que es "Que lo que no se usa, no sirve, pero existe". Si quieren leer las otras nueve cosas que aprendí en el garaje del Parque Roma, pueden leerlas en el último número de la revista Rolde, que habla de Buñuel, de Viola, de un maestro freinetiano en Las Hurdes a comienzos de los años 30, de Fernando Sancho... En realidad, mis textos no son más que el acompañamiento a las impresionantes fotografías de Fernando Sancho, del que es un honor seguir siendo pareja artística.
Dice Víctor Juan, que es el que nos lio en todo esto y el responsable de que haya quedado tan bonito, que mi texto es muy divertido. Y a mí que este punto en particular, el 7, me parece profundamente triste... Ríanse de mi existencia si quieren. Se darán con el callo de mi adolescencia. Además, a quién quiero engañar, me encanta que mis letras les hagan reír. O lo que sea.
Ahora que lo pienso, diez cosas ya forman una lista, ¿no?
miércoles, 3 de junio de 2015
El tío Lorenzo
El de la izquierda, el de la patilla, el tupé (ay) y la mano en el bolsillo, es Lorenzo Oro, mi tío Lorenzo. Mi tío fue árbitro de Segunda Regional y de más de un pueblo salió perseguido a pedradas, pero mi tío sobre todo fue, ha sido y será maestro. Para mí de niña era algo confuso tener un tío Lorenzo que diera clases en un colegio llamado "Tío Jorge" al que todos llamaban "don Lorenzo" en vacaciones, en Boltaña. Pero así fue. Porque mi tío ha sido director del colegio Tío Jorge, en el barrio del Arrabal (Zaragoza), durante 25 años y desde 1973
organiza en verano las colonias escolares de Boltaña (Huesca). ¿Vacaciones de maestro? Ja.
Por ley se tenía que haber jubilado hace dos años, pero hubo una movilización vecinal para impedirlo. Con eso les digo todo. Todos queremos a Lorenzo.
Este año ya se jubila, todo lo que puede jubilarse un hombre como él, y, con esa excusa, hoy mi querido Víctor Juan –maestro de maestros, maestro de museo– le dedica una preciosa entrevista en el Heraldo Escolar en la que mi tío acaba confesando que ya se ha acogido al programa de ‘voluntariado’ de educación. "Al fin y al cabo esta es mi vida y ni sé ni quiero vivirla de otra manera", dice Lorenzo.
A Lorenzo dediqué hace años una columna en el Heraldo Domingo que, por pudor, no colgué aquí. Pero me dijo Víctor Juan que la colgara con la excusa de su entrevista y yo a Víctor Juan le hago caso. Allá va:
LA APUESTA
“Llorará seguro, mamá”. Me lo dijo con la seguridad de quien certifica la muerte de una lagartija despanzurrada en la carretera. Se refería a su tío abuelo. “¿Qué te apuestas?”, añadió mi hijo envalentonado.
El tío había sido elegido pregonero de las fiestas. Dos folios de letra apretujada habían acabado convertidos en folio y medio en el ordenador. Letra grande. “Sácame tres copias, sobrina”, me pidió.
Ya solo de leer en voz baja sus propias palabras había llorado. No digamos en el ensayo. En representación de un pueblo entero: mi madre, mi hijo y yo. En la primera lectura, el tío logró contener las lágrimas durante la frase “Amigos y amigas”. No pasó de ahí. La segunda lectura alcanzó hasta “Amigos y amigas, ¿qué he hecho yo pa…”. En la tercera lectura aguantó el tipo hasta la tercera frase, que decía: “A este balcón me han traído los niños, los caballos y los rebaños, aunque no en este orden.” Es cierto que le tembló un poco la voz en “niños”, pero llorar llorar, lo que se dice llorar, no lo hizo hasta el “orden”. Mi hijo miraba ojiplático.
“Vamos, Lorenzo”, le susurraba yo dándole ánimos cada vez que se le aflautaba la voz y prorrumpía en sollozos. “¿Y lo bonito que es ver a un hombretón emocionarse así?”. “Sí sí…”, me respondía con escasa convicción mientras se sonaba ruidosamente la nariz.
“Ahora dime qué camisa me pongo”. Entre la de cuadros y la blanca de hilo, elegimos la blanca. “La compré para una boda ibicenca”, me contó. A mí me costó imaginar a mi tío, que es recio y más de cachirulo, en una fiesta así.
Llegamos al pueblo con un calor sofocante e iniciamos la ascensión. El pueblo es de esos que forjan alpinistas. Por suerte, cada dos pasos alguien nos daba la excusa para pararnos en mitad de la calle empedrada y jadear. “Hemos venido solo para escucharte”, decían a mi tío. “¡Enhorabuena! Ahora vamos a verte.” Yo le veía sudar bajo su camisa ibicenca. En la plaza del ayuntamiento, se pidió dos botellines de agua.
La plaza se fue llenando. Cuando ya no cabía ni un alma ni un cuerpo más, subió al balcón. Bailaron el palotiau, salió el alcalde y… “Amigos y amigas”. Y mi tío habló de los niños, y las colonias, y los curas, el herrero, el carpintero, la acampada en Jánovas, el campus con Juan Señor, el pavo, los veranos de la infancia en un pueblo cercano que ya no existe, el viaje a caballo…
Cuando las palabras se le quedaron aprisionadas en el pecho, el pueblo tapó sus sollozos con aplausos. Quizá por eso, cuando acabó el pregón, mi hijo aún preguntó cándidamente: “Pero entonces ¿he ganado la apuesta?”. Ustedes se lo imaginarán. Quienes estuvieron bajo el balcón del ayuntamiento de Boltaña lo saben.
Cosa tan bonita no se ve ni en los atardeceres ibicencos.
Por ley se tenía que haber jubilado hace dos años, pero hubo una movilización vecinal para impedirlo. Con eso les digo todo. Todos queremos a Lorenzo.
Este año ya se jubila, todo lo que puede jubilarse un hombre como él, y, con esa excusa, hoy mi querido Víctor Juan –maestro de maestros, maestro de museo– le dedica una preciosa entrevista en el Heraldo Escolar en la que mi tío acaba confesando que ya se ha acogido al programa de ‘voluntariado’ de educación. "Al fin y al cabo esta es mi vida y ni sé ni quiero vivirla de otra manera", dice Lorenzo.
A Lorenzo dediqué hace años una columna en el Heraldo Domingo que, por pudor, no colgué aquí. Pero me dijo Víctor Juan que la colgara con la excusa de su entrevista y yo a Víctor Juan le hago caso. Allá va:
LA APUESTA
“Llorará seguro, mamá”. Me lo dijo con la seguridad de quien certifica la muerte de una lagartija despanzurrada en la carretera. Se refería a su tío abuelo. “¿Qué te apuestas?”, añadió mi hijo envalentonado.
El tío había sido elegido pregonero de las fiestas. Dos folios de letra apretujada habían acabado convertidos en folio y medio en el ordenador. Letra grande. “Sácame tres copias, sobrina”, me pidió.
Ya solo de leer en voz baja sus propias palabras había llorado. No digamos en el ensayo. En representación de un pueblo entero: mi madre, mi hijo y yo. En la primera lectura, el tío logró contener las lágrimas durante la frase “Amigos y amigas”. No pasó de ahí. La segunda lectura alcanzó hasta “Amigos y amigas, ¿qué he hecho yo pa…”. En la tercera lectura aguantó el tipo hasta la tercera frase, que decía: “A este balcón me han traído los niños, los caballos y los rebaños, aunque no en este orden.” Es cierto que le tembló un poco la voz en “niños”, pero llorar llorar, lo que se dice llorar, no lo hizo hasta el “orden”. Mi hijo miraba ojiplático.
“Vamos, Lorenzo”, le susurraba yo dándole ánimos cada vez que se le aflautaba la voz y prorrumpía en sollozos. “¿Y lo bonito que es ver a un hombretón emocionarse así?”. “Sí sí…”, me respondía con escasa convicción mientras se sonaba ruidosamente la nariz.
“Ahora dime qué camisa me pongo”. Entre la de cuadros y la blanca de hilo, elegimos la blanca. “La compré para una boda ibicenca”, me contó. A mí me costó imaginar a mi tío, que es recio y más de cachirulo, en una fiesta así.
Llegamos al pueblo con un calor sofocante e iniciamos la ascensión. El pueblo es de esos que forjan alpinistas. Por suerte, cada dos pasos alguien nos daba la excusa para pararnos en mitad de la calle empedrada y jadear. “Hemos venido solo para escucharte”, decían a mi tío. “¡Enhorabuena! Ahora vamos a verte.” Yo le veía sudar bajo su camisa ibicenca. En la plaza del ayuntamiento, se pidió dos botellines de agua.
La plaza se fue llenando. Cuando ya no cabía ni un alma ni un cuerpo más, subió al balcón. Bailaron el palotiau, salió el alcalde y… “Amigos y amigas”. Y mi tío habló de los niños, y las colonias, y los curas, el herrero, el carpintero, la acampada en Jánovas, el campus con Juan Señor, el pavo, los veranos de la infancia en un pueblo cercano que ya no existe, el viaje a caballo…
Cuando las palabras se le quedaron aprisionadas en el pecho, el pueblo tapó sus sollozos con aplausos. Quizá por eso, cuando acabó el pregón, mi hijo aún preguntó cándidamente: “Pero entonces ¿he ganado la apuesta?”. Ustedes se lo imaginarán. Quienes estuvieron bajo el balcón del ayuntamiento de Boltaña lo saben.
Cosa tan bonita no se ve ni en los atardeceres ibicencos.
martes, 2 de junio de 2015
Leer en el museo
En el retrato del cartel, aparece un fragmento de un cuadro. En el cuadro, hay un rey, Alfonso V de Aragón, y una mesita. Sobre la mesita que no se ve en el cartel, hay un libro abierto, una corona y un yelmo. En la corona y en el yelmo también hay, grabados, libros; libros para gobernarse y gobernar, libros para protegerse. El rey empuña una espada y en el pomo de la espada también hay grabado un libro; libros para atacar y defenderse.
El cuadro está en el Museo de Zaragoza, en la plaza de Los Sitios, y sirve ahora para anunciar la presentación-yincana más bonita que se ha programado en esta ciudad, ideada por Pepe Trívez. La presentación será en el propio museo y lo de "marco incomparable" se le queda corto.
Los que presentaremos, los que leeremos en el museo somos Andrés Chueca, David Guirao, Sandra Andrés, David Lozano, María Frisa, Pepe Serrano y yo, los siete. Ninguno se presenta ni se lee a sí mismo. Quienes esperamos que vengan, los invitados de lujo: chicos y chicas a partir de diez-once años. Seremos felices si vienen muchos adolescentes.
Sí, preadolescentes y adolescentes, al museo, de sala en sala, para que siete escritores, convenientemente agrupados en dúos cómicos, dúos terroríficos o tríos loquísimos, les presentemos nuestras obras, les hagamos reír, pensar, sentir. Una tarde de junio, la del miércoles 3, a las 17:30. Sí, repito, adolescentes, museos, lectura, junio. Impossible is Nothing.
Vente, Nicolás. Tráete a tus amigos. Yo voy a dar consejos para sobrevivir a los exámenes. Te garantizo que no os vais a aburrir.
sábado, 30 de mayo de 2015
Elsa
Habíamos presentado un libro, Mis (primeros) 400 libros, de Jordi Sierra i Fabra. Mi vecino había hecho una serie de fotos preciosas de aquel día. Las mandé.
"Y a mí que me gusta esa foto borrosa en la que tú, Elsa, dejas a Jordi cariacontecido a las puertas del hotel, negándole tu compañía en la suite, esa foto donde un hilo invisible une vuestras miradas (oh), esa foto que es casi como un fotograma de una película neorrealista italiana... :-)", le escribía yo en un correo.
Elsa, Elsa Aguiar, respondía: "Ya, toda yo tengo algo de película neorrealista italiana. Me pasa desde siempre :)"
La primera persona a la que vi utilizar un emoticono, la persona de la que aprendí qué demonios era eso, fue Elsa. Elsa fue la primera en muchas cosas. De su boca oí por primera vez, hace ya siglos, aquello de "nativo digital". Creo que el primero en decirlo fue Marc Prensky. Pero la segunda fue Elsa. No se limitaba a estar por delante. Andaba desesperada, yendo a buscar a los autores y empujándonos, como esas madres que dan varios pasos atrás para coger de la mano al hijo que se queda rezagado. ¿Quieren una lista de temas para actualizar la literatura infantil y juvenil? Ella la escribió. ¿Un curso de geolocalización para escritores, no para llegar a las presentaciones sin perdernos sino para pincharnos y que escribamos una novela geolocalizada? Ella lo hizo.
Claro que luego no le bastaba con cualquier novela por muy geolocalizada que estuviera. Elsa, como los neorrealistas italianos, quería una revolución ética y estética. En su imprescindible blog Editar en voz alta se lee con su voz:
Hoy nos has dejado a todos tristes, pero hay hilos invisibles, y no tan invisibles, que nos siguen uniendo a esa tu exigente, brillante y hermosa mirada.
Fotografía de Fernando Sancho. Aquí hay otra foto preciosa de ese mismo día donde aparece Elsa antes de despedirse, a mi lado, sonriendo, rodeada de buena gente. Me gusta recordarla así.
"Y a mí que me gusta esa foto borrosa en la que tú, Elsa, dejas a Jordi cariacontecido a las puertas del hotel, negándole tu compañía en la suite, esa foto donde un hilo invisible une vuestras miradas (oh), esa foto que es casi como un fotograma de una película neorrealista italiana... :-)", le escribía yo en un correo.
Elsa, Elsa Aguiar, respondía: "Ya, toda yo tengo algo de película neorrealista italiana. Me pasa desde siempre :)"
La primera persona a la que vi utilizar un emoticono, la persona de la que aprendí qué demonios era eso, fue Elsa. Elsa fue la primera en muchas cosas. De su boca oí por primera vez, hace ya siglos, aquello de "nativo digital". Creo que el primero en decirlo fue Marc Prensky. Pero la segunda fue Elsa. No se limitaba a estar por delante. Andaba desesperada, yendo a buscar a los autores y empujándonos, como esas madres que dan varios pasos atrás para coger de la mano al hijo que se queda rezagado. ¿Quieren una lista de temas para actualizar la literatura infantil y juvenil? Ella la escribió. ¿Un curso de geolocalización para escritores, no para llegar a las presentaciones sin perdernos sino para pincharnos y que escribamos una novela geolocalizada? Ella lo hizo.
Claro que luego no le bastaba con cualquier novela por muy geolocalizada que estuviera. Elsa, como los neorrealistas italianos, quería una revolución ética y estética. En su imprescindible blog Editar en voz alta se lee con su voz:
"Basta de decir que la realidad es así. La realidad es amplia y compleja, y cada uno decide con qué partes de ella construye sus modelos. Lo demás es escurrir el bulto."Elsa no escurría el bulto. Elsa era una lianta. Tenía que serlo. Lo decía aquí:
"Quizá para los tiempos que vienen, el editor, además de ser una esponja, debería tener una marcada dimensión “conseguidora”. Y para conseguir cosas, el editor, además de muy educado, tiene que ser un poco “liante”: alguien capaz de embarcarse y embarcar a todo el que haga falta en proyectos ilusionantes y prometedores, incluso algunos de resultado incierto. Por ahí va mi definición de la esencia del editor: un editor que, además de todo lo demás, sea alguien que hace que pasen cosas en el terreno de lo literario."Elsa fue todo eso y más. Gracias, Elsa, por no escurrir el bulto, por hacer que pasaran tantas cosas, por hacer que nos diéramos cuenta.
Hoy nos has dejado a todos tristes, pero hay hilos invisibles, y no tan invisibles, que nos siguen uniendo a esa tu exigente, brillante y hermosa mirada.
Fotografía de Fernando Sancho. Aquí hay otra foto preciosa de ese mismo día donde aparece Elsa antes de despedirse, a mi lado, sonriendo, rodeada de buena gente. Me gusta recordarla así.
miércoles, 27 de mayo de 2015
Cosas mías
Soy morena y no me parezco a la del cartel de la Feria del Libro, que era La Idea. (No hay nada peor que ir a la peluquería con una idea; yo de cría me corté el pelo después de ver el vídeo de Freedom con La Idea de parecerme a Linda Evangelista y cuando llegué al colegio me llamaron Angela Channing.)
Soy morena y parezco una bruja, parezco mi abuela, mi abuela María.
Soy morena y voy a un colegio que han llenado de fotos de una escritora pelirroja y subo las escaleras con el temor de que los niños que me esperan no refrenen –porque los niños son así: no frenan, van a refrenar– un mohín de decepción. Menos mal que los niños, a cambio de amor, siempre dan amor.
Soy morena y me digo que espero que esto tenga sentido en Irlanda, porque lo que es aquí, NO.
Soy morena y no me hallo.
Hállenme ustedes. Estaré en la feria del libro. En Zaragoza, este sábado, 30 mayo, de 18:30-21h, en la caseta Librería Central. Y en Madrid, el sábado 6 junio, coincidiendo –qué suerte la mía– con la BLC2015, de 11:30-14h en la caseta SM y de 18-21h en la caseta de Kirikú y la Bruja. Busquen a una pelirroja de corazón, morena de bote, esa que se parece a Linda Evangelista como un huevo a una castaña.
En la imagen, de Steven Meisel, la Evangelista de morena.
domingo, 24 de mayo de 2015
Sorry not sorry, Edurne
Mira, yo en este vídeo ya salgo haciéndolo (hacia el minuto 1:30), y delante de Javier Cercas, Almu... Espera. No, en rigor, detrás de Javier Cercas, Almudena Grandes, Espido Freire, Antonio Orejudo, Fernando Savater, Rosa Montero, Alberto Manguel, Gustavo Martín Garzo (que no sé cómo no se sonroja, tan Martín Garzo que es él), Rosa Huertas, mi amigo Pérez Reverte, Eduardo Mendoza... Y delante de Kiko Amat, César Mallorquí, Care Santos, Belén Gopegui, Isaac Rosa, Juan Bonilla, Alfredo Gómez Cerdá, Manuel Rivas, David Fernández Sifres, Elvira Lindo... y un largo etcétera.
Todos estos nombres te los cito para darme pisto, que es una de las especialidades de este blog. Pero en realidad, mi desnudo fue ante cientos de jóvenes lectores, que es lo importante en este asunto.
Porque, claro, está el asunto, lo que defiendes, que en tu caso, perdona que te lo diga, era un mojón de canción. Pero el asunto de mi desnudo era otro, eran los premios Hache y Mandarache, unos premios que ponen en pie de lectura a toda una ciudad, Cartagena; una iniciativa emocionante, "disfrutona" y eficaz como pocas. ¡Y glamurosa, Edurne! Como muy bien explica aquí Roberto Soto, son "la alfombra roja de la lectura". Que te lo digan Javier Ruescas, Francesc Miralles y Fernando León de Aranoa, que lo acaban de ganar este año. De hecho, León de Aranoa no pudo acudir a la entrega porque estaba en Cannes presentando su nueva película, pero porque lo echó a cara y cruz y le salió la alfombra roja de Cannes, que si no, se planta en la de Cartagena por las mismas.
¿Has visto, Edurne? ¿Has visto qué fiestón? Ahí sí que gritan. No exactamente EEEEeEEEeO. Ahí los lectores rugen. Los oí cuando gané. Uy, perdón, Edurne, se me ha escapado. Yo no quería...
Pero, mujer, si lo de Eurovisión es como lo de estos premios, seguro que lo bonito, si no lo importante, es participar.
¡Hablando de participar! ¡Ya sé cómo se te puede pasar el disgusto! Los del premio Mandarache se han inventado una cosa bien chula, es una acción de lectura colectiva ¡y te puedes apuntar! Será el 3 de junio, de 12 a 12:15. La idea es [te copio y pego porque ellos lo explican muy bien] "que miles de lectores se pongan a leer en espacios públicos el mismo día y a la misma hora en una acción simultánea que manifieste el poder de los lectores y sirva de celebración de la lectura como un maravilloso acto de comunicación. El #MANDARACHEBOOKMOB pretende ser un encuentro entre lectores, una oportunidad para compartir, comentar y celebrar la lectura en público como un acto de participación social y un ejercicio simbólico de ciudadanía activa". Edurne, si conoces a un profesor, librero, bibliotecario, educador, maestro, club de fútbol o de lectura o a cualquier otro grupo que quiera participar como colectivo, pásales este enlace. Y para ti, si no sabes qué leer, te recomiendo este libro.
Hablando de participación social, me voy a votar. Supongo que tú lo habrás hecho por correo antes de irte a Viena.
Un besito. Y no te des mal, que también esto pasará.
La Oro
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jueves, 21 de mayo de 2015
Estoy comprometida
De repente, me llega una mención. Es la joven lectora y bloguera @abygimeno9, que dice:
–¿Para cuándo un libro a cuatro manos entre @DavidlozanoG y @granduquesa?
(@granduquesa soy yo.) Y @jcuarteronoesta se anima y dice:
–Torturas y croquetas. La espero ansiosamente.
Me gustan estos compañeros de baile. Entro a la pista y respondo:
–Sí, hombre, y ver cómo @DavidlozanoG mata a mis personajes lentamente. Con lo que los quiero yo.
–Sí, hombre, y ver cómo @granduquesa convierte a mis personajes en ositos amorosos. Con lo que los quiero yo –se pica David.
–Pero crearíais la novela perfecta porque [granduquesa] lograría contener a @DavidlozanoG para que no mate ya en la página 5 ;) –insiste Aby.
–Y yo –dice David– contendría a @granduquesa para que los personajes no se besen en la página 4. ;-)
–Con lo bonito que es el amor. Creo recordar –digo yo.
Y todo es juju, jiji, jaja, hasta que la cosa se desmadra y ocurre esto:
[Lo de RT, mamá, es retuit, o sea, darle a un botoncico y que ese mismo mensaje, llegue a todos tus seguidores, tus compañeros de conversación. Como el correveidile de toda la vida, vaya.] Por mí les contaría los pormenores de la emocionantísima recaudación de retuits hasta llegar al ansiado 100. Pero sé que estas cosas, como las fiestas, es mejor vivirlas que contarlas. Solo les diré que me fui al dentista con el niño y cuando salí, casi me da un patatús porque en menos de 45 minutos, ya había 60 retuits. Menos mal que el cómputo de caries era menor. Por resumir: hora y media después de que Aby colgara su tuit, había más de 100 personas, que se dice pronto, que habían retuiteado su mensaje, una biblioteca de Zaragoza que se ofrecía para hacer la presentación, una bibliotecaria en Huesca pegando botes ante la mirada atónita de los niños de la sala, un lector y bloguero que nos prometía la gloria, otro lector que prometía comprar 10 libros, ideas sobre el argumento, propuestas para los agradecimientos, debates sobre si asesinar a los tuiteros antes o después de escribir la novela, por aquello de documentarnos sin perder lectores... emoción, mucha emoción y un hype de campeonato (ay, mamá, lo del hype te lo explico otro día).
Cuando me recupere, llamo a Lozano. Tenemos que hacer algo, y algo bueno. Nos lo han pedido. De momento, dejen que me recupere. Hemos conseguido los cien retuits, pero yo me he quedado así:
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