"Escribo mejor desde que escribo para mi hijo", dije en la charla de El Chupete.
Dejen que me explique.
Si ustedes son almas puras, les sobrarán las explicaciones. Las explicaciones para algo así solo las necesitan los resabiados, los listillos como yo, que, cuando era editora y alguien –un tierno abuelito, una madre reciente– se me presentaba con un cuento "escrito para mi hijo/nieto/lo-que-más-quiero-en-este-mundo", activaba todas mis reservas, miraba desde lo alto de mi desdén (el desdén es una atalaya cegada) y me preparaba para lo peor ante una presentación que juzgaba ridícula.
¿Ridícula? Ridícula era yo, que me diría Pessoa. Ridículo es escribir para editores, críticos, mediadores de todo pelaje: padres, madres, bibliotecarias, docentes... ¿Acaso puede haber un comienzo mejor que escribir para un hijo? Empezar a escribir por amor, por puro y simple amor, como una forma de querer. ¿No empezaron así Astrid Lindgren, que inventó Pippi Calzaslargas para su hija enferma; Kenneth Grahame, que creó El viento entre los sauces para su hijo Alistair; Robert Louis Stevenson, que fue escribiendo La isla del tesoro un verano para entretener a la familia, incorporando sus sugerencias a la historia... y tantos otros? Es bien conocido que Peter Pan y Alicia fueron creados para niños "de verdad", destinatarios concretos del cariño, o lo que fuera, de sus autores.
Sin ir tan lejos, acaba de decir Pete Docter, el de Up, Monstruos S.A...: "En Pixar no hacemos películas pensando en lo que les gusta a los niños" para después revelar que la idea de Inside Out, protagonizada por una niña de once años, surgió cuando su hija, la hija del señor Docter, cumplió esa edad y dejó de ser el cascabel que había sido hasta entonces.
¿Hace falta tener niños (propios o postizos) para escribir bien para niños? Pues seguramente no, pero creo que hace falta querer y atender a un niño, por lo menos a un niño, aunque sea al niño que uno fue, como hacían Gloria Fuertes o Maurice Sendak. Igual lo absurdo es pensar en "los niños", como si todos fueran iguales. Igual hay que pensar en un niño al que se ame.
No basta con el amor, claro. Sé de varias historias, no solo de ficción, que el amor solo no pudo sostener. Para escribir una buena historia, no solo hay que querer, hay que poder. Cada uno hace lo que puede, quiere como puede.
A los niños, a los niños que uno quiere, habría que darles lo mejor que uno tenga. Si lo que mejor hace uno son croquetas, eso es lo que debería dar a sus niños y dejarse de cuentos.
Lo que yo intento hacer mejor es escribir, y en particular escribir para niños y jóvenes. Lo intento tanto que he apostado por hacer de esto mi profesión (y ni se imaginan lo privilegiada que me siento por ello). Por eso escribo para mi hijo. Por eso no le hago croquetas, ni mucho menos se me pasa por la cabeza montar un restaurante. Si me abstengo de hacerlo es por amor a la humanidad.
¿Y ustedes? ¿Qué es lo que mejor hacen? ¿A quién quieren? ¿Qué le dan?
En la imagen hay un padre con su hijo. Pero además, al otro lado de la cámara, hay otro padre haciendo lo que mejor sabe hacer, fotografías. Es Jacques-Henri Lartigue retratando a su hijo y a su nieto, queriéndolos como buenamente puede.
2 comentarios:
¿ Lo que mejor hacemos señorita Oro?
Ni idea, ni la más remota idea.
Quizás nada. Quizás, dejar pasar el tiempo sin hacer nada por detenerlo, que dijo alguien.
Quizás querer, intentar querer lo mejor posible.
Quizás no es posible querer lo mejor que sabemos.
Quizás soñar! Seh! En eso siempre fui muy bueno; o muy malo.
Feliz verano. Caluroso y todo.
A.G.
¡Uy, querido A.! Ahora que lo dices, seguro que podemos perfeccionarnos en eso de dejar pasar el tiempo sin hacer nada por detenerlo. Al menos yo, que hago un montón de cosas. Me temo que escribir es una de ellas.
Me encantó tu comentario.
Feliz verano, felices sueños.
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