“Bebe con moderación”, dicen con letra diminuta los anuncios de bebidas alcohólicas. En letras invisibles hay otro mensaje para los bebedores pasivos: “espera con moderación”. No sé qué se cumple menos.
Esperan los niños muertos de sueño a que sus padres apuren las cervezas en las terrazas. Esperan algunas señoras a sus señores maridos que nunca acaban de volver del bar. Esperan padres a hijos e hijas que llegan tan tarde que es pronto. Aguzan el oído y llegan a captar el sonido del ascensor en el bajo aunque vivan más allá de un cuarto piso. Consultan el reloj veinte veces cada hora. Consumen la espera haciendo sudokus o haciéndose los dormidos y espantando a la imaginación que es una mosca que siempre incordia con negras suposiciones.
Mientras tanto, a una galaxia de distancia, se suceden la risa, el bigote de espuma burbujeante sobre los labios, la marca en los dedos de las asas de la bolsa del súper llena de botellas, el clinc de las copas, el agradable toque de madera en el retropaladar, los chistes mil veces contados, la canción perfecta, la rodaja de lima en el borde del gin tonic, los amigos cada vez más amigos, la hoja de menta flotando en el mojito, los dedos humedecidos que abrazan el vaso de tubo, la perfección geométrica del cubo de hielo, la sonrisa floja, la perfección que se derrite, las horas y las eses que se alargan… En esas horas minuciosamente minutadas desde la galaxia de la espera, suceden litros de cosas tronchantes que tienen maldita la gracia vistas desde la otra galaxia.
De repente un mensaje se abre paso a la galaxia perfecta de la risa, y el mensaje siempre se resume en “vuelve”, y la contestación, si la hay, devuelve a la galaxia de la espera a su esencia porque siempre es “espera” aunque adquiera la apariencia de una falsa promesa y se deletree igual que “ahora vuelvo”.
Cuando por fin colisionan las dos galaxias, a veces lo hacen de forma ruidosa y brutal. Otras veces el choque apenas da como resultado un leve suspiro de alivio. Y así día tras día. Los de la galaxia de la espera, si no se hartan, se dan con un canto en los dientes porque aún tengan algo, alguien, que esperar, y se siguen entrenando en la espera por la mañana, acechando el momento del despertar y la resaca. Los de la galaxia de la risa insistirán porque ellos también esperan, esperan un momento perfecto que nunca llega o que, si llega, es imposible recordar al día siguiente; lástima.
Pero es verano, la estación más inmoderada, y no quiero aguarles la fiesta. Beban como si no hubieran leído nada. Si quieren, pueden usar estas líneas como posavasos. Dejen aquí el cerco húmedo de esa cerveza. Yo les seguiré sermoneando dentro de quince días. Espero.
En la imagen, Joe, desde la galaxia de la risa, llamando a la galaxia de la espera.
[Esta columna apareció publicada en Heraldo de Aragón allá por agosto de ¡2012! En su día no la publiqué aquí. Lo hago ahora tal cual. Nada de esto ha cambiado, creo; ni siquiera se ha pasado tanta tontería con el gin tonic. Igual le sirve a alguien para algo.]
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