Si vas a tener el privilegio de que visite a tus alumnos (sí, siempre debería considerarse un privilegio recibir a un autor en un colegio), no voy a exigirte una botella de Veuve Clicquot, ni Bling H2O, ni velas aromáticas de mandarina Jo Malone. Pero hay diez cositas que sí te voy a pedir, y, por increíble que parezca, si las pido es porque alguna vez me han faltado:
1. Antes de que yo llegue, dedícame por lo menos una frase. Di a tus alumnos: "ahora iremos a la biblioteca a hablar con la escritora Begoña Oro". O no. Si quieres, guarda la sorpresa. Pero dímelo. Si los niños llegan hasta donde yo estoy sin saber si vienen a que les pongan una vacuna, a una exposición de sellos, a probar un almuerzo saludable o a aprender un baile, necesito saberlo. Al menos para presentarme.
2. Si no sabes quién soy ni a qué me dedico, disimula. En realidad, soy
solo una persona que escribe; no soy más importante que tú, que educas.
Pero como parte de la formación literaria de tus alumnos, vamos a hacer
como que un escritor es alguien importantísimo, más importante que El
Rubius, más importante que Shawn Mendes, más importante que Christine
Lagarde.
3. Si tienes una estrategia, compártela conmigo. ¿Tus alumnos y tú habéis estado trabajando como hormigas y queréis que dediquemos un tiempo a que me enseñéis el resultado? ¿Queréis que empiece respondiendo a unas preguntas? Estoy abierta a todo. ¡A mí también me encantan las sorpresas! Únicamente me vendrá bien saber de cuánto tiempo dispongo para que no nos quedemos sin minutos para lo más importante: que nos comuniquemos. Si es necesario, ponte en contacto conmigo antes y cuéntame qué esperas de mí.
4. Ayúdame a poner orden. A ver, no necesito un silencio sepulcral. Me gusta crear un ambiente participativo. Pero no hace falta que te diga lo difícil que es llegar a los alumnos cuando estás pendiente de dos o tres alumnos que dificultan seriamente el desarrollo de la sesión. No he ido hasta tu colegio para reñir o castigar a nadie. ¿Lo puedes hacer tú, si es necesario?
5. Dicho lo anterior, danos una oportunidad, a ellos de
portarse bien, a mí de contactar con ellos. Si, en tu afán de poner orden
(gracias por preocuparte), has pensado que sería buena idea que X o Z no entraran en la charla, replantéatelo. Vamos a intentarlo. Quizá X me termine haciendo esa pregunta que nadie me ha formulado antes. Quizá Z quiera acabarse el libro después de conocerme.
6. Si te quedas, escúchame, por favor. O, por lo menos, no hables en voz alta con otro profe. Es difícil que tus alumnos crean que vale la pena escucharme si tú no lo haces. Es difícil que yo me concentre si te veo hablar (no lo olvides; soy una diva). Si no vas a escucharme, disimula o vete, por favor. Y si te quedas y te gusta lo que oyes, sonríe. Es fácil, y me hace sentir bien (soy una diva llena de inseguridades), y cuando me siento bien, hago las cosas mejor. Seguro que ya lo sabes porque a tus alumnos, y a ti, os pasa exactamente lo mismo.
7. No saques el monedero y me preguntes si vendo mis libros o alguno de los libros que he enseñado (sí, me ha pasado, más de una vez). Vender libros es una profesión importante, pero no es la mía. No directamente.
8. ¡Dame agua! Del grifo me sirve, salvo si vives en Tarragona o Almería (ya ves, en realidad soy una diva de andar por casa, más de bata de boatiné que de seda).
9. Deja que los niños se acerquen a mí (¿me estoy endiosando?). No me importa en absoluto que me abracen. Al contrario.
10. Sé que estás muy ocupado, que tienes que conducir a los niños de vuelta a clase, pero cuando acabe, por favor, no me dejes sola en el salón. Pregúntame si sé salir de ahí, porque mi sentido de la orientación es pésimo y seguramente me siento como en el fondo de un laberinto o en la sección de baños de Ikea. Si me dejas ahí, te arriesgas a que mi espíritu acabe vagando por tu colegio eternamente. Indícame la salida y dime "adiós", por favor.
IMPORTANTE: Si estás leyendo esto y he pasado por tu colegio, no te sientas aludido, que mira que somos todos dados a las figuraciones autoflagelantes. Es imposible que esté hablando de ti. Es imposible que el tipo de profe al que he podido aludir en esta entrada la lea. Ese profe entra y sale del aula o salón de actos sin llegar a saber cómo me llamo. Como para encontar mi blog. De hecho, si escribo esta entrada es porque he tenido últimamente encuentros tan buenos, preparados con tanto mimo, encuentros tan "encontrados", que estoy desarrollando una escasa tolerancia a los des-encuentros y, en paralelo, una gratitud aún más inmensa por quienes hacen buenos los buenos encuentros. A estos, a los profesores y profesoras que habéis hecho, hacéis y haréis de los encuentros una experiencia a la altura estratosférica de la diva que pretendo ser, GRACIAS.
Escrito un día después de rebanarme un dedo (el corazón
de nuevo, ¡ay!) cortando cebolla. Igual por eso hoy tengo la piel más fina.
En la imagen, de Everett:
la Oro, tratando de recuperarse tras una extenuante jornada de encuentros. El cigarro es de mentira. No fumen.