lunes, 26 de septiembre de 2011

¡No lean esta entrada! (Solo si les da la real gana)


[Aviso: esta entrada vuelve peligrosamente a los orígenes de este blog, o sea: premios y princesas. Esta vez el premio no es el Gran Angular, pero la princesa es la misma. Lo aviso, claro, porque sé que les encanta cotillear y porque sigo con mi lema "a lo sesudo por lo baladí" y sé que les pierden las princesas.]
Ando buscando unas palabritas (me paso la vida buscando palabras, claro que ¿quién no?).
Esta vez son para un acto de la Asociación Española Contra el Cáncer, una entrega de premios que contará con la asistencia de nuestra presidenta de honor, la princesa, sí, la de Asturias, doña Letizia.
Digo "nuestra presidenta" porque formo parte de la asociación. Soy voluntaria. Y como voluntaria hablaré.
He estado dando vueltas a esto. "Voluntario". Voluntario es lo contrario de obligatorio. En realidad, lo que hacemos voluntariamente, ese cachito de vida que nos queda después de quitar las obligaciones y las necesidades, es lo que auténticamente nos hace ser quienes somos. No es lo mismo, en ese momento, encender la tele que apagar la luz, abrir un libro que abrir una botella o que abrir los brazos, colgar un cuadro que descolgar el teléfono o que colgarnos de internet, ir a un hospital que ir a un bar, subirse a una bici que subirse a una espalda, echar de menos que echar unos bailes...
¿Que qué tiene esto que ver con este blog, este blog que se supone que trata sobre literatura pero en el que se me cuela de todas todas la vida? (Ah, ¿pero no es lo mismo?)
Pues mucho. Basta con recordar las famosísimas palabras de Daniel Pennac. "El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo "amar"..., el verbo "soñar"..."
¿Lo ven? Las mejores cosas de la vida son voluntarias.
La literatura es voluntaria. Y cuando no lo es, está en peligro. Pero esto mejor que se lo cuente (no me canso de recomendarlo) Todorov.
Les dejo. Tengo que encontrar unas palabras. (Sí, y algo que ponerme.)

Sobre la imagen: Maldito Doisneau, ganas de llevarme la contraria. Sabrán ya que ese beso no fue voluntario, sino que el fotógrafo pagó a dos estudiantes de teatro para besarse delante de la cámara en plan "pasábamos por aquí y se desató la pasión". Yo, que soy un poco cándida, prefiero creer que, aunque pagado, fue convenientemente disfrutado por los actores. Porque el verbo "besar" tampoco soporta el imperativo. (Glups, ¿fui yo la que ordené: "¡besen!"?)
(Reglups.)

jueves, 22 de septiembre de 2011

Leña al fuego

Estoy muy ocupada pensando qué me pondré para la mesa redonda y para la boda que tengo al día siguiente. Pero al mismo tiempo no quiero dejar pasar la ocasión de echar más leña al fuego para que arda la mesa sobre "Libros que funcionan bien". Así que voy a reciclar. Ya me lo decía mi querido profesor José María Micó (¡hola, profesor Micó!): "Usted, Oro, vive de las rentas". Así es.
Ahora mismo, voy a coger un artículo que escribí para otro sitio  y que se titulaba "Ajo, cebolla y pimientos de padrón. La dieta literaria de los niños y de los autores de literatura infantil" (¡toma capacidad de síntesis!) y voy a plantar aquí un pequeño trozo, el trozo del pan, en concreto. Allá va:

Pepe, el panadero, da colines a Rocío. Una vez leyó en la prensa que comer pan hace más inteligentes a los niños. Pero además, o sobre todo, o sobre algo, o vaya usted a saber en qué orden de importancia, Pepe quiere que Rocío se haga panívora.
Y al pan pan, y al vino vino. Pues claro que los editores quieren vender libros a los niños. Cuantos más, mejor. Y resulta ridículo y, no por ridículo, menos recurrente, escuchar a los autores de literatura infantil quejarse de ello.  Porque, claro, vende = malo; no vende = bueno, sobre todo si lo he escrito yo.
¿No queremos que los niños lean? ¿No podemos considerar, en algún momento, que vender más libros es una vía más de hacer lectores? ¿Qué hay de malo en emplear herramientas de marketing para hacer llegar lo que consideramos bueno? ¿Qué especie de ridícula pureza queremos mantener?
Y usted dirá: “Con todo lo mala que es, mira que es ingenua esta mujer. O puta.” Pues será, pero yo creo que editores y autores, marketing y literatura, se pueden, y se deben, conciliar. Que unos y otros nos necesitamos y que deberíamos insultarnos mucho menos en público y discutir mucho más en privado, como los buenos matrimonios.
He dicho. Bueno, dije. Si quieren leer casi lo contrario, háganlo aquí. Y algo en cierto modo complementario, aquí.
Con su permiso, voy a seguir probándome modelitos.

Sobre la imagen: En la fotografía, de Joan Colom, se ve claramente a una autora de LIJ en el momento de iniciar una reunión con su editor.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Mesa redonda de ricas y famosas

Uf, cuánta gente empeñada en hacerme pensar últimamente.
Ahora llega Jorge Gonzalvo con sus jornadas de literatura infantil y juvenil.
Jorge me lía regalándome los oídos. Es fácil. Yo soy toda oídos y él es un profesional del regalo. De hecho, ha llamado a las jornadas "Envuelto para relato" y escribió una historia que sé que te va a gustar titulada Te regalo un cuento (léelo aquí y luego cómpralo así para regalar).
Total, que Jorge me lía para moderar en Zaragoza una mesa redonda que se titula "Libros que funcionan bien". Dicen los organizadores:
Esta mesa redonda tiene como objetivo pensar en qué libros funcionan bien y por qué. Por eso hemos querido reunir a editores y a libreros para que reflexionen en voz alta acerca de cuáles son esos libros. Tampoco tienen por qué ser los mismos libros para un editor y para un librero. Es más, incluso puede ser totalmente al revés. (...)
Modera: Begoña Oro. Participan: Arianna Squilloni (A buen paso), Isabel Martínez (Imaginarium), Eva Cosculluela (Librería Los portadores de sueños), Carolina Peláez (Librería El pequeño teatro de los libros).
He empezado a pensar en ello. Libros que funcionan... O sea, que cumplen con su función. ¿Y cuál es la función de los libros (la legítima, digo, no la espuria, que ahora me vendrán con lo de hacer que una mesa no cojee)? ¿Con qué función nacen?
Mmmh... Creo que ya sé por dónde enfocarlo.
¿Quieren venir a verlo?
Hablaremos de placer y de dinero (espero). Cosas de odaliscas, en definitiva.
Y de libros, claro.


Sobre la imagen: circula esta foto como si fuera de Ricas y famosas, de Daniela Rossell. Mentira. En realidad, somos mis compañeras de mesa redonda y yo, en pleno debate. La del turbante verde con la bandeja de bebidas es Jorge Gonzalvo disfrazado. Y al fondo aparecen también Ana Tortosa y Elisa Arguilé, que se han sumado. Aclaro para los cotillas que yo soy la que va de rosa palo, la que está justo detrás de la de amarillo, la más discretita, la más recatada de todas. Es que soy la moderadora.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Cebo

A riesgo de ser pesada (mantras de mi vida: "a riesgo de ser pesada", "perdón" y "sin renunciar a la complejidad"), voy a insistir en que lean el artículo que he escrito para El Tiramilla. Háganlo aquí.
Un contrato ultramillonario de exclusividad me impide reproducirlo entero pero voy a copiar los primeros párrafos a modo de irresistible cebo, que dirían los pescadores; señuelo, que dirían los cetreros o teaser, que dirían los cursis. Allá va:
Mi vecino acaba de llegar de Estados Unidos de disparar a niños en Los Hamptons y en Nueva York.
Mi vecino ha fotografiado a Jaime Ostos en calzoncillos, a David Villa en pantalón corto, al obispo más joven de España en traje de noche y a Kate Winslet en sotana (o al revés; no sé, yo con los trajes largos negros me hago un lío). Pero ahora mi vecino hace sobre todo fotos de niños. (Sí, “disparar” en argot fotográfico es hacer fotos.)
–¿Qué tiene de especial fotografiar a niños? –le pregunto a mi vecino.
–Corres más –me responde él. Y me encanta la sencillez de su respuesta, y que no me haya soltado una perorata sobre la fotografía, y que si tan importante es fotografiar a niños como hacer fotografía documental o artística, y que si la fotografía es fotografía y que quienes son distintos son los fotografiados. Me encanta que simplemente haya asumido cierta especificidad y me la haya contado. Y aún añade–: Pero si estás dispuesto a correr, los niños te lo dan todo.
Yo pienso en qué tiene de especial escribir para niños y...
Y hasta aquí puedo leer. Después del cebo, ya saben, va el pez que se revuelve, esa estela fulgurante de plata luchando por su vida, en fin, la parte que merece la pena, y la parte que justifica la fotografía de Walter Miller, sobre una viga de acero, en plena obra, listo para disparar. Repito: aquí. (A riesgo de ser pesada.)

martes, 6 de septiembre de 2011

Salto de vallas


Como decíamos ayer... Se han puesto en contacto conmigo del diario El Tiramilla, que si quiero escribir un artículo. Yo, que soy fan del diario, encantada. El problema viene luego. Y no, el problema no está en el plazo. Comparado con los plazos de las editoriales, estos tiramillotes trabajan como en una empresa de criogenización: a muy largo plazo. El problema es el tema. El tema es... el que me dé la gana.
Les he insistido: "¡Dadme un tema!". Pero nada.
Y yo así, mal.
Llevo toda mi vida de escritora entre vallas. "Haz un cuento sobre el sistema solar para niños de 8 años para el libro de Conocimiento del Medio". "Escribe una entrada salada sobre operaciones con fracciones para la unidad 5 de Matemáticas." "Inventa un poema con cada letra del abecedario que trate sobre Aragón, ¡y no olvides incluir el tema gastronómico!" "Escribe un poema con las vocales y la l, la p, la m y la s ¡y ni una letra más! para la unidad 1 del libro de Lecturas de 1º, y que tenga que ver con la familia." Me han secuestrado el cerebro (y yo me he dejado gustosa, conste), y ahora tengo síndrome de Estocolmo.
No sé qué hacer con mi libertad creativa.
A veces me consuelo de tanta libertad recordándome que todos tenemos limitaciones, que nadie escribe lo que le da la gana sino bajo dictado (de nuestras propias ideas, de nuestras aspiraciones, de nuestra necesidad de complacencia...) y que lo mejor que podemos hacer es elegir bien nuestras ideas, nuestras aspiraciones y a quién queremos complacer (puede que a nosotros mismos, pero no necesariamente).
Bueno, confieso que también me da pena que no me hayan impuesto un tema porque me han negado la oportunidad de saltármelo a la torera. El salto de vallas es uno de mis deportes favoritos. Me lo recordaba mi querida profesora de Matemáticas (¡hola, señorita Allanegui!), al enterarse de que me habían dado el premio Gran Angular. Esto fue lo que me escribió:
"¡Enhorabuena! Me he alegrado mucho y seguro que la hermana Marín, más. A mí me reñía cuando no seleccionaba tus redacciones. ¿Y la de Begoña Oro?... No le conté que en la de Navidad hablabas de acelgas y en la de San José de Astérix. Un abrazo. Mª Pilar"
Así era. Literalmente.
Las vallas a menudo están para saltarlas.

PD: Al final, mi vecino de abajo, sin saberlo, me dio una idea para el artículo de El Tiramilla. Ya lo he escrito. En él aparecen Jaime Ostos, Kate Winslet, mi hijo, Taro Miura, el obispo de Solsona, mi vecino de abajo, David Villa (este no necesita enlace, ¿no?) y yo misma. Y se puede leer aquí.

La valla de la foto, esa que pide a gritos que la saltes, es obra de Paul Strand. Y gracias por la visita. Os echaba de menos.