Hoy iba a hacerme
booktuber. Sí, ya saben, de esos que graban reseñas de libros en vídeo y las cuelgan en internet.
Pero es que resulta que acababa de lavarme la cabeza y no es plan. A ver si va a parecer que cuido mi imagen y luego me critican. Mejor me espero unos días a tener el pelo grasiento, no vaya a dar la impresión de que además me interesa la belleza, la moda o cualquier otra cosa; que no, que no, que no, que a mí SOLO me interesan los libros.
Sí, mejor me espero porque además lo último que he leído ha sido
Ciudades de papel, de John, quiero decir, John Green y claro, va a parecer que leo lo mismo que todo el mundo. No, mejor me esperaré a terminarme
El ciclista de Chernóbil, ahora que lo han reeditado, o haré una reseña sobre el libro de Vinyoli. Aunque no sé, porque Vinyoli está muerto, y pensaba hablar bien de él, y claro, luego si alguien escribe un artículo criticándome solo podrá salir en mi defensa a través de una ouija y no tengo yo paciencia para eso, que soy muy de lo rápido.
Miren, no. Mejor lo dejo. No me siento cómoda.
Esto iba a ser una respuesta al
Retrato del reseñista adolescente, el artículo sobre
booktubers de Ana Garralón publicado en
Letras Libres. En un principio pensé hacerlo en el mismo tono irónico que emplea ella.
“Irónico pero inofensivo, creo”, dice. Y en ese “creo” lleva la misma duda que me surge a mí. La ironía es un tobogán que desliza fácilmente hacia,
sí, la condescendencia o la ofensa. De hecho, ¿no sonaba ya esa parrafada mía anterior bastante impertinente y marisabidilla?
Ana Garralón sabe latín de literatura infantil y juvenil, sobre todo de infantil. Admiro enormemente su labor. Suelo aprender mucho de sus artículos y a menudo estoy de acuerdo con
sus opiniones, pero no puedo estar de acuerdo con su
Retrato del reseñista adolescente.
Dice Ana Garralón que “muchos
booktubers confiesan haber sido poco lectores cuando comenzaron”. Si eso es así, si la actividad en YouTube de un joven le ha llevado a hacerse más lector de lo que era, a mí no me parecería reprochable sino maravilloso.
Dice también, y suena a reproche, que “no tienen ningún pudor en mezclar en sus canales de YouTube vídeos de recomendaciones de libros con consejos de belleza, moda y salud”. ¿Y? ¿No es fantástico? ¿No es maravilloso que los libros se integren con el resto de sus intereses? ¿Solo deberían interesarse por los libros? ¿Y deberían hacerlo en secreto, en silencio, sin hacer "vida social"?
Dice, y suena a queja, que “no son pocos los comentadores que cuidan su propia imagen y en muchos casos uno puede observar cambios en relación a su vestuario, peluquería y maquillaje.” De nuevo, ¿y? Qué quieren que les diga, yo lo encuentro muy de agradecer. ¿Deberían aparecer feos, sucios, cochambrosos? Algo parecido opino sobre su trabajo de edición. “Su gran desenvoltura frente a la cámara y el trabajo invertido en la edición de sus vídeos contrastan con la poca labor de edición de sus reflexiones.” Dejando aparte un momento el tema de las reflexiones, me parece muy loable que se preocupen de los aspectos formales del vídeo y que inviertan tiempo en ello.
Y vuelvo ahora a lo de la “edición de sus reflexiones”. Dedica Ana Garralón parte de su artículo a comentar la poca variedad de los libros reseñados por los
booktubers y la escasa profundidad de sus críticas. Pero esto, que en algún caso puede ser cierto, dicho así, en general, es una falacia como la de que todos los libros que se venden bien son malos y viceversa.
Booktubers hay muchos, y los hay más y menos leídos, más y menos formados, sólidos, eclécticos...Y quiero creer que su "radio de entendimiento", ese que Ana Garralón presupone tan corto, crece día a día, lectura a lectura.
“Lo que antes se escuchaba tímidamente en los corrillos de los círculos de lectura, ahora está para siempre en la red. Multitudinarias visitas a vídeos lo confirman, comentarios que alcanzan la cifra de setecientos, canales con más de veinte mil suscriptores, editoriales corriendo detrás de ellos. No importa si el arte de la retórica está ausente”, parece lamentar Ana Garralón. Yo, en fin, lo celebro. No la ausencia del arte de la retórica, que sería discutible, sino todo lo anterior, lo de las visitas, los comentarios, los suscriptores, las editoriales...
En fin, esto me está quedando larguísimo y como bien dice Ana Garralón, “internet es el reino de lo rápido, lo corto y lo emocional”, así que terminaré. Emocionalmente, claro.
A mí me gustan más los blogs de reseñas que esto de
booktube. Por una razón muy tonta. En un blog, en cualquier texto escrito, puedo hacer una lectura en diagonal, darle al ratoncico para abajo y valorar si me resulta interesante o no el texto antes de dedicarle una lectura atenta o distraída o no dedicarle ni un segundo; en un vídeo no puedo hacer eso. No me gusta no tener ese control. Entonces, ¿para qué me meto a defender esta historia?
Por lo que defiendo a los
booktubers, que muchas veces fueron o son también
bloggers, no es porque a menudo hayan hablado muy bien de mis novelas, sino porque les debo pequeños momentos de felicidad. Y no me refiero solo a cuando hacen una crítica buena de mi libro, no. Es que a veces me he reído un montón viéndolos, y la risa está cara. Además, sé que
no soy la única. Sé que los
booktubers hacen lectores, y lo hacen sin darse importancia, haciendo risas. Es una forma distinta a la de los críticos.
Tuiteaba Ana Garralón el artículo diciendo: "
Booktubers, ¿nuevos críticos? Tenemos algunas dudas". Pero es que los
booktubers no pretenden ser algo distinto de lo que son, no pretenden ser sesudos críticos literarios, no pretenden ocupar el lugar de
The New York Review of Books, no aspiran a crear un canon literario. No creo que los
booktubers se consideren críticos. Creo que los
booktubers, y que me corrijan si me equivoco, lo que pretenden es algo tan sano, tan poco pretencioso, tan generoso como compartir sus lecturas, contagiar sus entusiasmos, pasarlo bien, hacer que los demás lo pasen bien… Ratitos de felicidad, vaya, que se dice pronto. Quizá tampoco desdeñen cierta notoriedad, sí, cierto reconocimiento. ¡Qué menos! Lo hacen gratis. Su único pago son las manitas arriba, los comentarios, las suscripciones... Esos pequeños reconocimientos son una forma de amor, y a ver quién es el guapo que renuncia a ser querido. Hace falta mucho valor para eso, para renunciar a ser querido. Y ese es el valor que le concedo al artículo de Ana Garralón: el valor de la renuncia a ser querida. Al menos por los
booktubers.
En la imagen, de Richard Avedon, jovencita
youtuber poniéndose toda guapa antes de grabar.