martes, 14 de octubre de 2014

De cama en cama

Estos días, por meter algo, estoy metiendo en mi cama a Un hombre enamorado. Antes me he acostado con Demonios familiares, con Lo que a nadie le importa, con Dos humanistas sabios... Hasta me he metido en la cama con Helado de yeti... Con quién se estarán acostando ustedes.
Pienso en esto hoy que es la primera de 365 noches en las que miles de personas tendrán la oportunidad de acostarse conmigo. A partir de hoy, en la mesilla de las habitaciones de los hoteles Eurostars, estaré yo esperando a ese viajero solitario, a esa pareja fogosa, a esa mujer que se quita los tacones en el pasillo antes incluso de abrir la puerta, a ese hombre que llega con un poco de tos, a aquel otro que abre el minibar y saca un botellín de whisky, al matrimonio que pone la tele nada más llegar... Es parte del premio, de mi premio Eurostars. Mi ¡Buenas noches, Miami! no solo se vende en librerías en la edición de RBA sino que espera junto a la cama a quienes ni lo esperan ni lo buscan, que posiblemente sea la mejor manera de encontrarse. Me gusta mucho, mucho, saber que esto va a suceder. Me gusta imaginar la lamparita y mi libro al lado, como un cepo que susurra Voulez-vous coucher avec moi ce soir?, y que, de vez en cuando, si el viajero se muestra indiferente o somnoliento, le insiste con un sinuoso "quichi quichi ya ya dada". Solo ahora me doy cuenta de qué buen título es ese, ¡Buenas noches, Miami! —gracias, don Felipe (lo digo —ya lo he contado alguna vez— porque fue él quien me lo dio)—, un título tan de mesita de noche.
Sé —cándida soy pero no tanto— que la mayoría de las veces los viajeros se llevarán en la maleta el gel y las zapatillas de felpa (y como se descuiden, el albornoz) y dejarán mi libro como se deja el peine de plástico o el gorro de ducha, pero son diez mil libros los que se editan para los hoteles así que... Seguro que alguna vez, alguna rara y preciosa vez, alguien se acostará conmigo, quizá sin grandes esperanzas, y yo le robaré un poco de sueño, y quizá le arranque una sonrisa, y puede que al final mi lector inesperado haga como yo, que me dejo los libros entre las sábanas en vez de volver a colocarlos en la mesilla, y a saber lo que pasará entre nosotros. Quizás al día siguiente, mi libro —qué suerte que es pequeño— encuentre hueco en su maleta, metido a última hora, sobre el pijama, junto al neceser, o quizá quede ahí, entre las sábanas, y una dubitativa gobernanta lo coja con dos dedos y se pregunte: "¿Y ahora qué hago? ¿Lo dejo de nuevo en la mesilla para el siguiente o lo tiro como hago con el jabón usado?". E, incapaz de decidir si un libro es un objeto personal, puede que acabe llevándoselo a casa, como quien se lleva las sobras de un banquete, y acabemos pasando un rato ella y yo juntas. Y todo eso, y mucho más, puede pasar a partir de esta noche. Fíjense qué vida más emocionante la mía.

En la imagen, cubierta de la edición no venal de ¡Buenas noches, Miami!, vaya, el camisón que me pongo para esperar a mis inesperados lectores.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguro que la compañía cercana de su libro, Gran Duquesa, induce a tener buenos y bellos sueños.

La Oro dijo...

Bueno, bueno, Anónimo. No se crea. Que hay un par de capítulos que no sé si quitan el sueño más que darlo. Pero me complace saber que lo ve así. ¡Gracias!

Anónimo dijo...

Vaya! y yo de camping...cachis!

A.G.