Y ahora dice el hermano que ella lo barruntaba. Que le dijo que no fuera a casa a verla, y claro, que eso era que “ella tenía la mosca detrás de la oreja”, seguro, pero que decírselo, no se lo dijo, como tampoco se lo dijo a los primeros que la atendieron, y eso también le extraña, al hermano. “Me extraña mucho, muchísimo”, si ella ya se lo barruntaba.
Pero de qué otra forma podría ser. ¿Tan difícil es de entender?
Tener una mosca detrás de la oreja es tener una cabeza llena de palabras que no dejan dormir, palabras oscuras que forman un lodo apestoso donde uno se hunde, palabras que se estancan y que hieden, y pese a todo, pese al insomnio y la pestilencia, es mejor así: palabras estancadas, apestosas, pudriéndose —pudriéndonos— encerradas. Y seguir fingiendo, fingiendo ante nosotros mismos que no pasa nada, que esta opresión en el pecho no es el miedo a la muerte. Y poner ahí delante, sobre el pecho, un escudo hecho de silencio.
Porque, de lo contrario…
Como ese muro de contención, esa presa tan frágil que es la lengua, ay, como se abra esa compuerta no con el fragor de una cascada sino con el sonido quedo y temeroso de un regato —“podría tener ébola”—, entonces la realidad se tornará insoportable.
Porque sobre el temor más pantanoso siempre puede sobrevolar una libélula de esperanza, pero las libélulas vuelan peor sobre las certidumbres, sobre todo cuando están en aislamiento.
Imagen de Josef Koudelka.
(No sé por qué escribo esto en este blog, que no es un blog de actualidad. Quizá porque es un blog sobre palabras.)
2 comentarios:
Porque es una situación que a todos nos está removiendo de una u otra manera, porque nos sentimos impotentes con la impotencia de Teresa, porque todos nos sentimos un poco contagiados, pero contagiados de rabia, de asco ante todo este sinsentido en el que se está convirtiendo este país y esta sociedad. Gracias Begoña, por ponerle palabras a muchos sentimientos compartidos.
Maravillosamente bien expresado.
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