jueves, 30 de junio de 2011

"No hacen falta más que tres minutos"

¡Oh, no! Acabo de repasar mis nudillos y he comprobado que junio tiene solo 30 días. Eso significa que si quiero que haya cuatro entradas este mes (qué menos que un miserable promedio de una a la semana), tendría que escribir algo ¡ya! Menos mal que hoy he descubierto algo digno de colgar en este blog, algo que lo hace volver a sus orígenes, o sea, algo relacionado con el premio (¿cómo que qué premio?) y la princesa (¿cómo que qué princesa?). Y es que hoy, SM ha tenido la gentileza de colgar el discurso que hizo la princesa Letizia en la entrega de los premios SM 2011.
Se me han vuelto a poner los pelos de punta al oírlo, y los ojos llenos de lagrimillas. Bah, será el aire acondicionado. O alguna alergia. Cómo me voy a emocionar yo por una cosa así, si a mí los premios y las princesas me resbalan.

miércoles, 29 de junio de 2011

Lo accesorio

[Aviso: puede parecer que esta entrada es sobre moda. Pero no, es sobre literatura. Si quieren leer sobre moda, perdón, sobre ropa, háganlo aquí. Y aunque no quieran leer sobre ropa, pinchen en el enlace. Seguramente me lo agradecerán.]
Esta mañana he bajado a la playa con un bikini blanco, un vestido de rayas y un sombrero. Lo esencial, vaya. El iPhone lo he dejado en el coche. Los pendientes en la mesilla. He dicho que he bajado con lo esencial.
Alguien dirá que el sombrero es accesorio. Sí y no.
Un sombrero dice a gritos: "¡Eh, fíjate en mí! ¡Soy accesorio!". Puedes hablar una hora con una mujer, darte la vuelta y, si te preguntan si llevaba pendientes, no saber qué responder. Pero si lleva sombrero... Si lleva sombrero, habrás estado hablando con "la mujer del sombrero". El artificio de los sombreros es absolutamente evidente. Y entre tanto trampantojo y falsa naturalidad, esa honestidad de los sombreros se agradece.
A los sombreros, sobre todo a los de ala ancha, se les agradece también que maticen la luz. Porque puestos a introducir algo que no sea esencial, que sea algo que aporte algo de misterio, algo de sombra, algo de duda. Puestos a introducir algo que no sea esencial, que sea algo que pueda arrancar el viento, cosa que no sucede con los pendientes. Lo accesorio debería ser fácil de poner y, sobre todo, de quitar. Por eso no hay nada mejor que un sombrero volador. Y sobre este tema, prometo hablar más adelante, en otra entrada.
Mi amiga no se atreve a llevar sombreros ni cosas en la cabeza. A mí me encanta. Ella cree que hace falta valor para hacerlo. Pero es justo al revés. Los sombreros son los mejores escondites. Cuando llevas un sombrero, nadie te ve. Solo ven tu sombrero. Son el mejor accesorio porque tienen la capacidad, ellos, que son los más obvios accesorios, de hacerse pasar por lo esencial. Y eso es divertido. Sí, tomar por accesorio lo esencial es peligroso. Pero tomar por esencial algo accesorio puede ser divertido. Creo. Pero igual me he hecho un lío. Me dio algo de sol en la cabeza. Eso me pasa por quitarme el sombrero.

En la imagen: un sombrero. Debajo del sombrero, Catherine Deneuve.

martes, 14 de junio de 2011

Shiny happy people tap dancing


[Aviso: en esta entrada incumplo por enésima vez mi sacrosanta norma de no hablar de asuntos personales y hago desfilar a varias personas que me son muy queridas. Espero que me perdonen (las personas queridas, sobre todo).]

Nueva York, 1996 o quizá 2001 o 2008, no sé. Solo sé que yo era muy joven. Aún más joven de lo que soy, quiero decir.
Acompañaba a mi padre a un congreso en la universidad de Princeton. Una de las actividades del congreso consistía en un paseo en barco por el Hudson. Era un precioso atardecer y en la cubierta del barco, todos departíamos alegremente. ¿Alegremente? ¿Todos?
Ejem. Yo hablaba con un químico californiano. De música (es que de química tengo muy poquita conversación). Y él me preguntó si me gustaban los musicales. Yo, que entonces era una emo avant la lettre, lo miré con olímpico y juvenil desdén y le dije muy seria: "I hate them. Too many happy people". Y luego miré ceñuda a la Estatua de la Libertad.
Ayyy... Qué mala es la arrogancia. Qué arrogante es ser siniestro. ¿Cómo se puede pensar que hay "demasiada gente feliz"? ¡Hay demasiada poca!
Por eso, para intentar remediarlo y para redimirme de haber sido tan ceniza en el pasado, hoy traigo un dos por uno de la felicidad, ambos cortesía de mis queridos hermanos.
El uno es el libro La tía Mame, de Patrick Dennis, una lectura absolutamente feliz y deliciosa (cuántas veces se desgasta esta palabra en otros libros, pero aquí es precisa) de la que me habló por primera vez mi hermano, el ingeniero más y mejor leído a esta orilla del Ebro.
El dos es la actuación de la escuela de claqué Contaptoe el 19 de junio en la Casa de Vacas a las 12:30. Ahora que se han ido los libros del Retiro, llegan los bailarines. ¡Esto es un no parar de felicidad! Ah, y si van, verán este número de, precisamente, La tía Mame. En esa actuación no podrán evitar fijarse en una chica que destaca entre las demás, porque se nota que es la más feliz de todas, y la más guapa, con diferencia. Aplaúndanla hasta que les duelan las manos. Y luego salúdenla de mi parte.
Es mi hermana.
Mandamiento del día: improvisen unos pasos de claqué. Sean felices, vaya.
En la imagen, Roselind Russell en la adaptación de Auntie Mame para el cine, dirigida por Morton Da Costa.

viernes, 10 de junio de 2011

Algunos buenos libros y mejores libreros

[Aviso: esta es una entrada hiperhipervinculada y algo pesadita que prometo compensar pronto con una mucho más ligera que tenga un solo hipervínculo. Prometido queda.]

He estado de ferias. Del libro, se entiende.
Lo que siento sobre las firmas de libros, ya lo dije aquí y no quisiera repetirme. Solo añadir una cosa: gracias a todos y cada uno de los que me mostrastéis vuestra timidez. Si yo no parecía avergonzada, era solo porque llevaba la careta de escritora. Y me remito a la imagen. Gracias en especial a Vanesa, que vino sin venir desde Bilbao para conseguir una firma.
Dicho esto, las ferias son la ruina caracolera. Por cada libro que firmo, compro siete.
Así que este post va a ser una especie de In my mailbox. Estas son algunas de mis adquisiciones, solo unas pocas, que dan fe de lo heterogéneo de mis lecturas y lo poliédrico de mi ser (pero qué intensa te pones, Oro; ¿alguien te ha preguntado? Pues recomienda y calla):
-El juego del otro, de Paul Auster, Enrique Vila-Matas, Jean Echenoz, Barry Gifford, Paul Klee y Sophie Calle. Ed. Errata Naturae. Este libro, que recoge tres piezas sobre la impostura, estaba hecho para mí. Pero además, el chico de la caseta se afanó en explicármelo tan pedagógicamente que no pude menos que sacar la careta, digo, la cartera. El último relato del libro es "Gotham Handbook. Nueva York: instrucciones de uso", de Paul Auster y, sobre todo, de la artista Sophie Calle. En él, Paul Auster también se endiosa (como yo) y se dedica a dar mandamientos. El primero: sonríe. Los demás, léanlos.
-Audrey, Wait!, de Robin Benway. Ed. Anaya. Esta novela juvenil no es ninguna novedad (quiero decir, que no acaba de salir), pero Javier Ruescas me la recomendó con mucho entusiasmo y le tenía ganas. De momento Audrey está waiting. Solo le he echado un vistazo. Pero me gusta el tono.
-Pictograma. El origen de la escritura china, de Po Ye Chang. Ed. Thule. Un álbum de pequeño formato, una delicatessen oriental, sobre, sí, el origen de la escritura china, mucho mejor de lo que hace prever ese título tan pedestre, tan por debajo del propio libro.
-El elogio de la sombra, de Tanozaki. Ed. Siruela. De este ensayito oí hablar a la fantástica Esther Madroñero, de la librería Kirikú y la bruja. Reúne varias cosas que me fascinan: arquitectura, japoneses y sombras; belleza.
-El bolígrafo de gel verde, de Eloy Moreno. Ed. Espasa. Este inesperado best-seller (va por la novena edición) me lo llevé dedicado por el autor. Me gusta leer este tipo de libros tan exitosos, no tanto para intentar emularlos (que también, claro) sino para saber qué nos pasa. Y mi diagnóstico, con medio libro leído, es que lo que nos pasa es que el mundo necesita vacaciones.
-Desasosiegos, de Fernando Pessoa y El guardador de rebaños, de Alberto Caeiro (heterónimo de Fernando Pessoa). Ed. Verde Halago. Esta es una de esas cosas que una bibliofrénica como yo hace a menudo: comprar libros que ya tengo. El contenido de estos libros ya lo tenía, pero en otro formato. Pero ¡cómo resistirme a estos Pessoas de bolsillo! ¡Y a Alberto Caeiro, que de todos los Pessoas que hay, es el que ahora elijo! Ando bucólica y pastoril como Caeiro: "Seamos sencillos y serenos, como los riachuelos y los árboles". Seamos, Fernando. (Yo a Pessoa también lo tuteo. Hemos pasado muchos desasosiegos juntos.)
-La gran masacre de los hámsters, de Katie Davies. Ed. SM. Colección El Barco de Vapor serie naranja. Una novela para niños a partir de 8 años que me recomendó la editora Xohana Bastida. Y no necesito más. De Xohana me fío. ¡Ah, sí! Pero aún tiene otra cosa a su favor: la traducción es de Miguel Azaola. Y otra más: que cuando fui a apoquinar, me dijeron que me lo regalaba la editorial.
-Los Baldrich, de Use Lahoz. Con Use, compartí unos minutos en la Feria del Libro de Huesca. Hacía tiempo que quería leerme sus Baldrich, de los que tanto y tan bien había oído hablar, y le pedí que me los firmara. Ayer me llegó a casa su última novela, La estación perdida, cortesía de Use (¡gracias, Use!). Así que, en este caso, casi puede decirse que hice negocio. Porque además, según llevo leído, Los Baldrich es un novelón y La estación perdida promete ser otro.
-La vida con Mr. Dangerous, de Paul Hornschemeier. Ed. Astiberri. No sé nada de este cómic (si Hornschemeier lo llama "cómic", no voy a llamarlo yo "novela gráfica"). Ni falta que hace. Solo sé que leí su Madre, vuelve a casa y que aún me duran los moretones de esa experiencia. Y quiero más. Y otra cosa sobre este libro. Quise comprarlo en la caseta de la librería Anónima, de Huesca, pero Ana no me dejó pagar. Anónimos, os quiero.
-Pitou, de Emmanuel Sougez. Ed. Prensas Universitarias de Zaragoza. El álbum familiar del fotógrafo Emmanuel Sougez. Fotos hechas pour le plaisir, que da plaisir cotillear. Uno ni se siente culpable de andar fisgando en este álbum. Vale que esas mujeres y esos niños no tenían previsto que les mirara nadie más. Pero no creo que les moleste. Al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta que lo vean guapo y feliz? Y así es como salen los miembros de la familia Sougez en este libro.
-Yo conocí a Muelle, de Jorge Gómez Soto. ¡Firmado por su autor! Yo conocí a Jorge Gómez Soto, y él me presentó a Luis, y a Hot, y a Ghost, y a Ana, y... esta mañana, ya pasada la página 50 me dio una dolorosa lección de humildad. Debería darte las gracias, Jorge. Pero hoy no. Hoy me has jodido. Cuando se me pase el escozor.
-Olivia. The essential latin edition, de Ian Falconer. Atheneum Books. Descubrí esta rareza en la caseta de la Biblioketa cuando ya había comprado otro libro, pero no pude resistirme a sacar de nuevo la tarjeta. Y es que soy fan de los álbumes de Olivia desde hace años y ¿cómo resistirme a una Olivia en latín, una Olivia que acaba así?

Libris perlectis, mater Oliviae osculum dat et, "Scis, Olivia", ait, "te me multum defatigare. Sed tamen te amo."
Cui Olivia osculum reddit et inquit, "Et ego tamen te amo."

Por cierto, libreros que no admitís tarjetas de crédito en vuestras casetas, os amo. Aún diré más: libreros que admitís tarjetas de crédito en vuestras casetas, vos me multum arruinare. Sed tamen vos amo.