A la cátedra se la veía espléndida con aquel Caballero Bonald que ha dado en su larga vida sobradas muestras de coraje. Yo deseo que viva y escriba muchos años más, aunque durante el acto de entrega del premio no pude evitar acordarme de lo que decía Camba: “todas las pompas humanas son igualmente fúnebres, y cuando presencio una recepción académica, al oír los discursos y contemplar los uniformes me parece como si le estuviéramos haciendo a un compañero un entierro de primera clase.” Y era un poco así. Por la pompa, por los móviles a destiempo y por el público asistente, tan parecido al de los funerales. Era mirar las cabezas en platea y echar de menos las gafas de sol, tal era el relumbre de las calvas allá concitadas. Conté (y créanme que tuve tiempo) solo cinco cabezas masculinas libres de calva o canas. Creo que, tras los nietos del premiado, la más joven allí era yo. Y los pasmarotes.
Llamo así a los dos maceros que flanqueaban la cátedra porque lo que es el pasmo, la suspensión de la razón y el discurso, lo ejercían de manera formidable. Los pasmarotes calzaban unas manoletinas de terciopelo granate que para sí quisiera un papa de los de antes, y llevaban leotardos rojos. Lo de los leotardos rojos me dio mucha compasión porque de pequeña tuve unos iguales y me iban cortos de tiro y me recuerdo incomodísima con ellos. El disfraz de pasmarote lo completaban un cuello alechugado, un tabardo con unos adornos cuyo nombre solo Guillermo Fatás conoce, y una gorra con pluma. Uno de los pasmarotes lucía la pluma enhiesta mientras que al otro le flaqueaba, y al estar los dos pasmarotes juntos, no se podía evitar compararlas, que es lo que suelen hacer los hombres. O eso tengo entendido.
Los pasmarotes no pestañearon durante el discurso del premiado. Pero cuando Caballero Bonald dijo: “Quien no leía, tampoco almacenaba conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión”, me imaginé que el macero de la pluma flácida, soltaba la maza insumiso, atiesaba su pluma y se subía los leotardos encontrando en esos gestos fugaz alivio a tanto engorro, y se justificaba diciendo: “es que yo leo”, y que Pepe, escritor “contra la fauna de los siempre obedientes”, sonreía.
En la cutre-imagen, tomada con el teléfono: el poeta, los pasmarotes y algunas canas y calvas.
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