domingo, 24 de diciembre de 2017

Felices todo

Van a tener que perdonar el sentimentalismo. No es que sea Navidad. Es que acabo de cerrar dos cajas llenas de fotos, tirar decenas de casettes rotulados con letra manuscrita y meter en otra caja una cinta de vídeo VHS con la pegatina BEGOÑA SUPERSTAR que no sé qué contiene y otra en la que pone ECOGRAFÍA I. 20 SEMANAS.
Hago un alto en esta tarea agotadora e interminable de desmantelar una casa y tecleo en Google esa combinación de letras que hace tanto que no escribía: elblogdelaoro.
Antes he tenido que compartir internet con ese teléfono nuevo que reemplaza a aquel otro teléfono nuevo que estrené el lunes pasado y me robaron el sábado, porque hace meses que decidí que ya no tenía sentido seguir pagando por tener conexión a internet aquí, si total apenas vengo, si total esta casa está en venta, aunque sea la casa donde vuelvo por Navidad.
Y vengo con las manos aún llenas de polvo y un cosquilleo en la nariz a este blog, este espacio que un día fue mi casa, el sitio donde se organizaban saraos, se montaban pollos, se bailaba y se lloraba, aunque eso menos, porque siempre quise que este fuera más un sitio para la alegría. Sí, que fuera solo el salón, porque al fin y al cabo, era un lugar pensado para recibir visitas, sus visitas, aunque varias veces –me temo– les metí hasta el dormitorio, hasta el baño, hasta la cocina. Qué abandonado lo tengo. También lleno de polvo.
Ya perdonarán. Les confesaré que lo que me tiene distraída y alejada de este sitio es una vida intensa, plena y feliz. Quién me iba a decir a mí que se podía ser tan feliz en Madrid como en Dublín (o más). Les deseo para el 2018 eso mismo: que su mayor distracción sea la vida misma, una vida intensa, plena y feliz. Recuerden que siempre pueden encontrarla en los libros aunque...
Y en recordándoles esto, Tammi Terrell, Marvin Gaye y yo les deseamos una felicísma Navidad.
Ah, aprovecho (¡la promoció!) para recordar a los Reyes Magos que este año no tienen excusa para no dejar Oro a las criaturas de cualquier edad, porque pinchen aquí y miren
Besos.
PD: Si saben dónde pueden dar un buen uso a cajas y cajas de libros y objetos varios y tienen forma de recogerlos (en Zaragoza), háganmelo saber.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Bajo sospecha

Escribo este post desde aquí, desde donde hago la foto que encabeza estas líneas.
Precioso, ¿eh? No debería quejarme.
Sin embargo me quejo.
Porque no debería estar aquí. Debería estar ahí dentro, donde se ven aquellas estanterías con libros. Son libros infantiles.
Pero me han echado.
Dos veces.
Me vio aproximarme la bibliotecaria y me detuvo a la voz de «dónde va». Y yo: A la biblioteca infantil. Y ella: ¿Va con algún niño? Y yo: No. Y ella: Entonces no puede pasar. Y yo: Pero es que necesito leer libros para niños. Y ella: Pero si no va con un niño no puede pasar. Es solo para padres con niños.
Supongo que mi mirada de desconcierto la empujó a completar la explicación: que había que proteger a los niños, que había habido problemas. «Mirones», dijo.
La de tiempo que hacía que no oía esa palabra. Ahora todo son voyeurs.
«Creerás que no», me dijo, «pero hay que proteger a los niños». Y yo claro que creo que hay que protegerlos, que merecen una protección especial. ¿Qué se creen que hago cuando escribo para ellos? Escudos de palabras, escudos que puedan oponer a una realidad que a veces es de mierda.
Claro que hay que proteger a los niños. Es solo que no estoy segura de cómo, no estoy segura de si así. Estoy segura de que en este campo preferimos pecar por exceso. Pero es tan triste pensar que uno puede llegar a lamentar haber concedido libertad, nos hace tan mezquinos la desconfianza...
«Pero es que escribo libros para niños. Necesito leer libros para niños», intenté convencerla. «Sacar puedes sacar, pero no puedes estar sin niños», zanjó. Por un instante me imaginé comprando un muñeco reborn de esos.
Saqué los libritos que quería de la parte infantil y me senté en los sillones que hay en la entrada, fuera de la sala.
A los pocos minutos vino un guardia de seguridad. «No puede estar aquí», me dijo.
Yo lo intenté tímidamente: «Es que estoy leyendo libros para niños…».
Él no me habló de pederastas pero fue firme al delimitar el espacio prohibido. «La parte reservada a niños empieza aquí», y me señaló dos pufs tirados en el suelo. Uno tenía forma de león; otro, de dragón.
Recogí mis libros y mis trastos y me fui maleducadamente, sin siquiera despedirme.
No pueden pedirme que abandone con una sonrisa un espacio que siento (sentía) mío por derecho propio.
Ojalá bastara con la protección de dragones y leones.
Estamos mal, muy mal.

sábado, 22 de julio de 2017

Gilipollas en el Celsius

Avilés era una fiesta. Normal, si había festival. El Festival Celsius 232 de terror, fantasía y ciencia ficción. «El Celsius», para los amigos.
El Celsius tiene una sección de literatura infantil y juvenil coordinada por Ana Campoy y Javier Ruescas respectivamente. Allí fui, invitada por RBA y el Celsius, a presentar mis Misterios a domicilio. Era mi primera vez, y no todos los festivales literarios son tan festivos. Además yo llegaba triste de mudanza y cansada de hacer y deshacer maletas. Pero llega Mr. Scrooge al Celsius y acaba cantando villancicos en un karaoke. La primera noche.
¿Cómo contarles el ambiente? Banderitas al aire, mesas al fresco, una plaza de cuento, cabañas regentadas por libreros y risueños voluntarios, cine en la calle, esgrima, niños diseñando máquinas de robar tiempo como las de El ladrón de minutos, una guitarra que se escucha desde la calle, libros, lectores, autores de fiesta... Se nos notaba en esa manera loca de sonreír todo el rato las ganas de pasarlo bien, ese estar a gusto sin esfuerzo. Es que es eso el Celsius, una fiesta. Como debería ser la lectura.
A un libro hay que entrar como a una fiesta, con ganas de pasarlo bien. Ir obligado a una fiesta, a un libro, no tiene ni la mitad de gracia. Pero por otro lado, que le prohíban la entrada a uno por motivos arbitrarios a una fiesta, a un libro, debería estar recogido por la ONU como delito contra la humanidad. Sobran porteros y faltan fiestas para hacer lectores.
Luego ya en una fiesta, en un libro, puede pasar de todo: que uno se aburra, que se divierta, que aguante fingiendo pasarlo bien en espera de que la cosa mejore, que le presenten a más gente de la que es capaz de recordar, pero también que encuentre a la persona que le cambie la vida, que se ría, que llore, que se vuelva adicto, que –no se sabe cómo– haya salido el sol y ahí siga, con sonrisa bobalicona, con los ojos vidriosos, más allá que acá, feliz. 
A las fiestas, a los libros, es mejor entrar acompañado. Hay que tener mucho carácter para entrar a una fiesta solo. Hay que tener mucho carácter para ser un lector solo. Ya lo decía Ana Campoy mientras comíamos: cuando uno se encuentra entre gente que comparte su pasión, se pregunta «¿dónde estabais todos vosotros («cabrones», creo recordar que añadió Ana) cuando yo estaba en el instituto?». Por suerte ahora se encuentran en las redes, y en el Celsius, esa fiesta sin portero petardo donde uno entra, sale, come, come más, descubre, aprende, lee lo que le da la gana, se disfraza si le da la gana, se toma una sidra al lado de su escritor favorito o al lado de aquel al que hasta entonces solo admiraba en tuiter, conoce por fin a esos que quiso haber conocido en el instituto. Todo es cuestión de tiempo.
En otra comida (¿o era la misma?), acabamos hablando –qué raro– de todo lo que aporta la lectura y de lo estupendos que nos vuelve. Dijo entonces Pablo: «Por ejemplo, a ver, ¿vosotros habéis conocido a algún gilipollas en el Celsius?». Se hizo un segundo de silencio y luego todos nos echamos a reír a carcajadas. Y, a ver, yo he conocido a varios lectores gilipollas perdidos y a personas no lectoras que son maravillosas, pero puedo apuntalar la tesis de Pablo afirmando tajantemente que no, en el Celsius no conocí a ningún gilipollas.
Dicen que hay que irse de las fiestas antes de que acaben. Yo cumplí esa norma no escrita. Aquí sigo, con mi mudanza, mientras en Avilés Javier Ruescas está presentando Y luego ganas tú, Jorge Iván Argiz presenta el último libro de Víctor Conde, Sofía Rhei imparte un taller infantil de bestias y Samarituka, Manlima y Sayuri le dan al cosplay. El año que viene, si me invitan, igual pongo a prueba esa norma. Me da a mí que me fui demasiado pronto.

En la imagen, de Philippe Halsman: dos escritores nada más recibir la noticia de que han sido invitados al Celsius. Este, claro, es un post pelota –sentido pero pelota– para que me inviten el año que viene. Pero ¿acaso no es ese deseo de repetir la mejor prueba de que no exagero ni una miaja?

miércoles, 21 de junio de 2017

Citas para el verano

Ay, verano, casi, ya.
¿Les cuento que estoy a 22 grados y que hoy tenemos alerta de calor porque aquí, en Dublín, alcanzaremos los 28 grados? Si me leen derretidos desde España, mis condolencias. Si me leen desde Dublín, ¡veámonos! Tenemos dos grandes oportunidades:
  • Este sábado 24 de junio se celebra el día E en el Instituto Cervantes y si se acercan al instituto, al de Dublín, además de comer tortilla de patata, podrán verme convertida en Gloria Fuertes de 12:15 a 13:00. Van a ser los tres cuartos de hora más gloriosos de mi vida.
  • El jueves 29 de junio a las 19:00 el Club de Teatro del Instituto Cervantes, en el que participo como, ejem, actriz, estrena obra. En esta no hago de poeta sino de académica parcial, vaya, de profesional de la limpieza, versátil que es una.
Y a los que me leen desde otras latitudes, les recuerdo que aún podemos pasar el verano juntos. ¿Cómo? ¡Con mis libros de vacaciones! En este momento miles de niños están abriendo, aún con ilusión, aún sin prisa por rellenarlos, los cuadernos de vacaciones de Rasi, del Capitán Cucurucho o de los Croqueto, agentes secretos. Sí, hago cuadernos de verano para alumnos de Primaria de todas las edades, torturo niños en vacaciones, mi sadismo no conoce límites.
Con esto de los cuadernos de vacaciones, me pasó una cosa bonita en la Feria del Libro de Madrid. Se acercó un niño que quería el cuaderno de vacaciones de Rasi y no estaba en la caseta donde yo firmaba. El niño se recorrió media Feria, que es mucho decir, para conseguirlo y volvió para que se lo firmara mientras sus padres decían: "Pero ¿lo has escrito tú?" y yo les aseguraba que sí porque "buena soy yo como para dejar sueltas a mis criaturas". También me pasó que conocí a una niña que había conocido al padre de Rasi, o sea, al simpar ilustrador Dani Montero, y me lo dijo y nos reímos mucho porque yo dije que qué bien, porque lo que es yo, era la madre de Rasi sin haber conocido al padre. Y luego estuvo aquella lectora que vino con sus padres desde el quinto pino solo para decirme lo mucho que habían disfrutado, madre e hija al alimón, leyendo los dos primeros títulos de Misterios a domicilio y me dieron una idea con orejas para el siguiente. Y aquella otra lectora tímida que quería decirme algo y no se atrevía hasta que Ester, la librera de Kirikú y la bruja, sacó el susurrador y pudimos hablar de tú a tú. Y...
Ay, cuántas cosas bonitas me pasaron en la Feria del Libro de Madrid... Si es que me pasa como a  Gloria (Fuertes), que decía:
Quisiera conocer casas,
meterme en los hogares,
penetrar en los pisos
donde tengan un libro mío,
besaros las manos
y hablar con todos los que me habéis leído.
Las ferias, los días E y estas cosas me libran del allanamiento de morada.


En la imagen, gentilmente enviada por B., otra de las cosas bonitas de la Feria: cuando Rasi, que, por cierto, ¡ahora se ha vuelto investigadora!, vino a visitarme a la caseta con la profesora y los niños y niñas del Colegio de la Concepción.

martes, 13 de junio de 2017

Foto de la soledad

Nos vemos por las calles. Por los bares, las bibliotecas, las tiendas, los parques.
Desde pequeños oímos esa expresión "de puertas adentro", que encierra todos los misterios del mundo.
No sabemos lo que pasa "de puertas adentro", en la intimidad de las casas de los demás. Pronto nos enseñan que hay que respetarlo, pero cuando salimos a pasear, de la mano de nuestros padres, antes de salir del portal, ya estamos oyendo comentar el último cotilleo.
No sabemos a qué carta quedarnos: si a las mirillas, los vasos contra la pared, los visillos, o al no querer ver, no querer oír, porque la ceguera y la sordera son salvoconductos del egoísmo.
Pero a veces la intimidad de los otros encuentra resquicios para exhibirse y entonces es imposible no mirar. Ahí está, la intimidad al desnudo, en un anuncio de idealista, por ejemplo.
Llevo veinte minutos mirando este anuncio, fijándome en los calendarios (hay dos), en la nevera del salón, el cenicero, el único sillón, el agua de Lourdes, las estampas, la cuerda que sujeta el armario, el bote de cristal sobre el lavabo, y no hay nada que pueda escribir que me resulte más triste.
La página permite "Enviar a un amigo" el anuncio. Ojalá se pudiera "Enviar un amigo" al anunciante.
Cuánta gente sola.

miércoles, 24 de mayo de 2017

La Oro se va a la Feria (del Libro de Madrid)

Ay, ya perdonarán lo abandonado que tengo esto, pero es que entre la otitis, los ensayos del musical, los de la obra de teatro y las labores propias de mi ser, que incluyen, sí, claro, escribir, no me da la vida para más. Y bueno, que sí, que llevamos un mes soleado en el que apenas llueve, un mes con titulares en la prensa irlandesa tipo Más calor que en Ibiza (en serio), un mes que invita más al parque que a la biblioteca. Vamos, que si Dublín fuera siempre así, aquí iba a escribir la madre de Yeats.
Total que, entre unas cosas y otras, casi se me pasa contarles que, por gentileza de RBA, vuelvo fugazmente a España, a Madrid, a la Feria del Libro, qué alegría, al parque. Será el 3 y 4 de junio. Las caseta y los horarios pueden verlos ahí arriba.
Come visit me. Viens me voir. ¡VENGAAAAAAN!
Ya no sé en qué idioma decirlo.
Es que de verdad que tengo muchas ganas de verlos.
Por favor...

CAMBIO DE HORARIO: Me recuerda mi querida Ester, de Kirikú y la Bruja, que el SÁBADO 3 de junio no empiezo a firmar a las siete, no, sino a las seis, y que estaré hasta las ocho y media. Pero en realidad yo pienso estar hasta que me echen. 

jueves, 4 de mayo de 2017

Una estrella estrellada

Cuando se publicó Pistas apestosas, el primer libro de Misterios a domicilio, dije aquí que podría recomendarlo a ciegas a cualquier niño sabiendo que no solo no me odiaría sino que me pediría más. Alguien podría pensar que fue la euforia del momento, o que pequé de optimista. Pero no.
Fue un placer comprobarlo el Día del Libro. Perdí la cuenta de los niños que, después de haber leído Pistas apestosas, se acercaban a pedir ¡O-TRO! ¡O-TRO! Unos padres me contaron que el problema que tenía su hija ahora era que comparaba todos los libros con Misterios a domicilio y ninguno le gustaba. Casi muero de emoción.
Y la cosa, las cosas –la emoción y la colección–, no para:
Me acaban de decir que mis Misterios a domicilio se van a traducir al turco. Y además hoy aparece publicado el segundo título, Una estrella estrellada. En él encontrarán ¡más risas!, ¡más misterio!, ¡más vecinos! Y una dedicatoria que me hace especial ilusión. ¿Que a quién está dedicado? ¡Ja! Eso tendrán que cotillearlo.
Solo espero que el título no sea premonitorio y no me convierta yo también en una estrella estrellada porque me he ofrecido a tocar el piano en una superproducción escolar del musical Wicked y... Dos cosas les diré:
1. Es muy difícil ensayar una obra de piano sin piano.
2. Nadar y montar en bicicleta no sé, pero tocar el piano sí se olvida. Vaya si se olvida.
Préstenme un piano o deséenme suerte.

PD: Ya perdonarán que últimamente les dé la turra con mis libros. Volveré a poner fotos bonitas. Pero cómo no voy a enseñarles esto. En MI blog.

domingo, 30 de abril de 2017

Cuentos bonitos para...

Me hace Adolfo una entrevista que me encanta para Tecla, la revista de la Consejería de Educación en el Reino Unido e Irlanda, y como las preguntas no son tontas, intento que las respuestas tampoco lo sean. La entrevista entera se puede leer aquí, pero les copio ahora este fragmento, que viene al caso:

Pero acabo de publicar un libro en el que no cumplo este ideario exactamente.
Mis Cuentos bonitos para quedarse fritos, bonitísimamente ilustrados por Cuchu y delicadamente fritos por Beascoa, están pensados para los niños... sin perder de vista que serán leídos por sus padres. Es por eso que, aunque mis destinatarios principales son los pequeños, intento que los adultos también lo pasen bien leyendo porque, al fin y al cabo, son ellos los que tienen la sartén por el mango, el libro por el lomo, el interruptor en la yema del dedo. Por eso en esta recopilación hay guiños para ellos, de los que no molestan a los niños, y también hay lobos malos, y niños que se quedan atrapados en su pijama, y desayunos sorpresas, y elefantes miedosos, y gnomos, y tortugas runners... Y ya, triple salto mortal, hay algo de juego, hay invitaciones a una interacción real entre lectores y libro en la senda de Mo Willems, Jon Scieszka, Lane Smith o Hervé Tullet (o eso intenté yo, ambiciosa que es una). ¿Si lo he conseguido? Ustedes dirán. Yo solo sé que me lo pasé tan pero que tan bien escribiéndolos...
De momento, aquí les dejo como muestra este diálogo tontiloco. No es representativo de todos los cuentos, porque no todos son en verso ni puede que tan locos. Pero como este es el dedicado al amor (cada cuento aborda una emoción diferente) y yo a mis lectores del blog los quiero especialmente, me pareció el más adecuado. Como en este cuento en particular no hay esa vertiente de juego que les anunciaba, me monto el juego ahora:
Dentro de este diálogo hay algo de Jesús Munárriz, algo de Rocío Jurado y algo de Gerardo Diego. Al primero que encuentre por lo menos dos de esas cosas, le mando unos cuentos dedicados. ¡Besos!


jueves, 27 de abril de 2017

Así es la vida (soviética)

Entro en clase de mi hijo para hablar con su profesor. Jolgorio infantil. Mr. F. no está pero sí está A., la profesora de apoyo, que enseguida me saluda ("Hi, Piconia") y aprovecha para preguntarme, en inglés, claro, cómo se dice "soviet" en español. Es para ponerlo en la pared, me explica.
Yo recorro entonces una circunvalación mental de las mías: "Vaya, "soviet". Bueno, que el trimestre pasado hicieron un proyecto sobre la Segunda Guerra Mundial. Y como son tan modernos... ¿Será que van a hacerlo ahora sobre la Revolución Rusa? Claro, como se cumple ahora el aniversario. Pero entonces, si me pregunta por los sóviets la traducción sería "sóviet", que es igual que en inglés, como que será una palabra rusa. Bueno, voy a decirle "soviético" como en "Unión Soviética", que ellos dicen "Soviet Union", que vean así que el español es una lengua sofisticada, y encima "soviético" es una palabra esdrújula, con lo que me gustan a mí. Ale, soviético."
No se extrañen. Soy la reina de la sobreinterpretación. Cuando mi padre recibió el Premio Nacional de Química en el Palacio Real, la entonces reina Sofía miró a mi entonces marido, que iba, claro, en  silla de ruedas, y me preguntó: "¿Físico?". Yo pensé entonces: "Ajá, me lo ha preguntado a mí y no a él directamente porque lo que quiere saber, tan profesional ella, es si mi marido es un discapacitado físico o psíquico para dirigirse a él convenientemente", y le dije: "Sí, sí, físico, físico". A partir de ahí, la entonces reina se puso hablar con mi entonces marido, que tenía de físico lo que yo de fontanera, como si fuera el mismísimo Albert Einstein. Y es que en mi circunvalación mental se me olvidó tener en cuenta que ese día, además del Premio Nacional de Química, se entregaba también el de Física y la sala estaba llena de físicos, químicos o familiares. Yo los dejé hablando de física medioambiental y me sumé al corrillo en el que otro miembro de mi familia decía al entonces rey Don Juan Carlos que estaba más guapo al natural que en las fotos. No sé por qué no hemos vuelto a palacio.
En fin, vuelvo a la clase de mi hijo. Tras mi profunda reflexión rusa, resumo mi desbarre mental en un:
–Soviético. "Soviet" se dice "soviético".
–Aaah. Espera que me lo apunte –me dice A. Y de camino hacia la mesa me cuenta–: Es que ya lo tenemos en varios idiomas y haremos un mural. Pondremos C'est la vie...
Y yo:
–¿C'est la vie
C'est la vie es en francés. Como that's life.
Y yo:
–Pero lo que me has preguntado...
Y ella, ya en la mesa, escribe en un papel lo que yo había entendido como "soviet":
So be it –Y me explica–: Como para aceptar que así son las cosas. That's life. C'est la vie...
"Soviético".

Me he echado a reír a carcajadas y le he escrito en su papel "Así es la vida", pero cuanto más lo pienso, más me apena no haber seguido en mis trece para ver cada mañana, en la próximas semanas, un mural que dijera:
That's life      C'est la vie    So ist das leben     Soviético


En la imagen, de Alexander Rodchenko, pone claramente "Así es la vida" en ruso.

lunes, 17 de abril de 2017

Encuentros

Empiezo por el final: estaré firmando en la Feria del Libro de Alcalá de Henares el 22 de abril por la mañana (y un poquito de la tarde) y el Día del Libro, 23 de abril, en Zaragoza, mañana (librería París) y tarde (librería Central).
Y ahora el principio:
Hace unas semanas les contaba nuestro encuentro fortuito y mágico con una poeta inadvertida (lo pueden leer aquí).
El pasado lunes mi hijo y yo fuimos a hacer un último recado antes de coger el vuelo de Dublín a Barcelona. Anduvimos hasta el Tesco más cercano para comprar el cacao soluble de Cadbury (sí, E., te lo he traído). Y allí, en la puerta del Tesco, estaba ella, la poeta. Ni nos dimos cuenta hasta que se dirigió a nosotros. Iba sin perrito, sin abrigo rojo. Llevaba una camisa azul clara desabotonada y se le entreveía la camiseta interior blanca. Solo la reconocimos cuando nos dijo exactamente las mismas palabras de aquel primer encuentro. "¿Es usted la madre de este niño?". Incluso cuando le preguntó a mi hijo su edad, como la otra vez, se equivocó en el mismo número de años al aventurarla. (Le dio tres años menos de los que tiene, que para un niño debe de ser tan ofensivo como que a mí me echen diez más.) Y nos recitó un poema, exactamente el mismo que la otra vez.
Cuando la poeta acabó –el niño solo fingía sonreír–, se despidió exactamente con las mismas palabras: "Cuando vuelvas a verme, me dices: "Hola, Siobhán. Recítame un poema" o "No, Siobhán, ya estoy harto de tus poemas".
Le dimos las gracias y nos metimos en Tesco sin hablar.
A la altura de los plátanos mi hijo me miró con la cara de quien ha pillado in fraganti al ratoncito Pérez. "Creía que éramos especiales para ella", dijo. La poeta no nos había reconocido. Es más, la poeta había pasado de ser un personaje mágico a una pobre majareta. Le acabábamos de ver las costuras. Pensé entonces que yo tenía bastantes papeletas para acabar así en un futuro y me pregunté qué cuento o anecdotilla acabaría contando desnortada, una y otra vez, al primero que se me acercara.
Qué lástima este segundo encuentro.
Sí, hay veces en que es mejor no conocer demasiado a los artistas o los que dicen serlo. Y sin embargo, se montan festiverios para eso: ferias del libro, días del libro... Y allí estamos.
Prometo que si vienen a verme a Alcalá de Henares o a Zaragoza, yo intentaré que nuestro encuentro sea mágico. Eso sí, si se acercan a la caseta y no les reconozco o he olvidado sus nombres, no es que no sean especiales. Ustedes son especiales; es solo que yo tengo la cabeza a componer.
Pónganme a prueba. Me encantará verlos, o volverlos a ver, antes de regresar a la isla Esmeralda.

Imagen de Vivian Maier     

miércoles, 12 de abril de 2017

A vueltas con la alfombra roja para la LIJ

Mis queridas bibliotecarias de la bbltk han organizado una campaña fabulosa. #alfombrarojaparalaLIJ se llama. Aquí se lo explican con pelos, tacones y señales, pero básicamente es una campaña para dar visibilidad a la literatura infantil y juvenil.
Yo, al ver aquello, dije que si no es mejor el chiticallandismo que la visibilidad. Llevamos años pidiendo que nos hagan casito. Recuerdo aquel manifiesto a favor de la visibilidad de la LIJ impulsado, si mal no recuerdo, por nuestro añorado Agustín Fernández Paz. Es tan viejo aquello que ni he logrado encontrarlo en internet. Ha pasado a ser una inercia nuestra, esta de pedir visibilidad. Pero creo que a veces es bueno parar y replantearse las inercias, a ver si nos van a dar ganas de enrollar otra vez la alfombra y largarnos de puntillas y encogidos (esa es otra inercia a replantearse: la de encogerse para pasar desapercibido).
Pensemos por ejemplo en las últimas veces que la literatura infantil tuvo esa atención mediática que reclamamos: cuando lo de María Frisa, cuando lo de aquel libro de Anaya… Atención es vigilancia, y la vigilancia está muy bien siempre que se ejerza de forma cualificada, pero me temo que si es mediática no tiene por qué ser así. A mí me gusta sentir la vigilancia de mis lectores. La demás...
Pensemos otra cosa. Pensemos por ejemplo en un sector que haya pasado de no tener atención mediática ninguna a conocer un boom: la cocina. Eso ha traído cosas buenas, como niños que ahora te hacen la cena con gusto, y no tan buenas, como ciertas esferificaciones.
Nada, que estoy huraña.
Por supuesto que entre tener atención mediática y no tenerla, es mejor lo primero. Aunque, qué quieren que les diga, más que visibilidad, lo que yo quiero para la literatura infantil y juvenil es que divierta, que haga reír, que dé ganas de seguir leyendo más y mejor, y, si puede ser, que cambie, para bien, el mundo, como lo cambió –ya lo conté– con La cabaña del tío Tom, a la chita callando, Harriet Beecher Stowen, "la pequeña mujer que provocó una gran guerra" que acabó con la esclavitud. Y eso igual se puede hacer sin atención mediática, ¿no?
Salen hoy a la chita callando mis Cuentos bonitos para quedarse fritos y ni los presento ni se los mando a Antón Castro para que me saque en mi Heraldico ni van a cambiar el mundo, pero van a cambiar la vida de muchos padres e hijos (espero).
Dicho todo esto: me he agenciado un modelo ideal de Joanne Hynes para la fiesta del premio SM, por aquello de promocionar el diseño irlandés. Pero si algún diseñador español quiere que le luzca sus galas, soy la primera en hacerle ese favor. Bueno, la tercera. Las primeras son E. y S. Además, ellas son más jóvenes y bellas y se las lucirán mejor. Dónde van a parar.

En la imagen, E. ¿o es S.? llegando a la fiesta de los premios SM.

viernes, 31 de marzo de 2017

Recetando felicidad

Lo he vivido como lectora (¡Harry Potter!), traductora (¡Junie B. Jones!) y ahora, como autora: la mayoría de las veces, en una colección dedicada a un personaje, cada título va a mejor. Es una regla, claro, que tiene excepciones. Pero diría que en general, lejos de cansarse, el creador de un personaje se va encariñando con él, lo va haciendo más suyo a cada libro. Supongo que la cosa tendrá un límite, pero yo aún no he llegado a él. Lo digo porque pienso todo esto al recibir en casa la caja con los ejemplares del título más reciente de la serie La pandilla de la ardilla: Rasi busca casa.
Me alegra comprobar que no estoy sola. Dice con razón Dani Montero, el ilustrador de Rasi, en la sección aquella de "Te cuento que...":
Te cuento que a Dani Montero son muchas las cosas que le hacen sentirse bien. Por ejemplo, cuando está frente a su mesa de dibujo, creando pequeños universos con sus nuevos personajes e historias, se siente muy bien. O cuando termina un trabajo con la sensación de que ha quedado bonito (como le sucedió con este libro).
Ya lo creo que le quedó bonito. Y además, de eso trata Rasi busca casa, de las cosas que nos hacen sentirnos bien. O, más precisamente, de cómo a veces, de forma tan bienintencionada como desastrosa,  intentamos imponer nuestro modelo de felicidad a los que nos rodean, sobre todo a nuestros seres queridos. El libro es un eco de todas esas veces en que endilgamos a los demás nuestra receta de la felicidad y decimos: "¡Lo que deberías hacer es... salir más / leer / hacer deporte / punto / meditación /..." cuando es a nosotros a quienes nos hace sentir bien salir / leer / hacer deporte / punto / meditación...
Nos ponemos muy pesados y al final provocamos culpabilidad y frustración, porque ante las buenas intenciones es más difícil decir "no". Pero miren, ahora pueden decirlo, sutilmente y con el amor que merece ser dicho, regalando este libro. ¡Próximamente en su librería de confianza!
¿Que no tienen una librería de confianza? ¡Lo que deberían hacer es...
Bah, no me hagan caso.
Menos en lo de regalar mi libro.

En la imagen, de Willy Ronis, madre (sí, el marido debe de ser muy rubio, muy rubio) de paseo con sus hijas después de decir a la mayor: "¡Lo que deberías hacer es salir a la calle!". Las pequeñas lo está pasando en grande. La mayor está pensando: "Con lo bien que estaría yo en casa leyendo". Pero ¿y la vitamina D? ¿De dónde la sacas, nena? ¿De un sol de Eric Carle?

lunes, 27 de marzo de 2017

Mi niño en persa

Vengo a fardar.
A fardar de farsi.
Oh, yeah.
Hasta ahora me habían traducido al alemán, al coreano, al portugués y a todas las lenguas cooficiales del Estado. La novedad es que una selecta editorial iraní ha flipado con El niño del carrito y lo va a traducir al persa (farsi). Y por lo legal. Lo especifico porque lo normal, según me cuentan, es tirar por la calle de en medio y publicar a lo loco, sin contratos ni historias. Me dice M.P.:
"En contra de lo que es habitual en el país, que no ha firmado ningún tratado internacional en relación con la protección de los derechos de autor y donde el pirateo campa a sus anchas como la cosa más normal del mundo, hay un grupo de editoriales, entre la que se encuentra esta, que quieren hacer las cosas bien y suscribir los contratos correspondientes. (...) Y hasta aquí, todo estupendo… Otra cosa es la oferta económica.
Llevo un tiempo de tira y afloja con ellos. La oferta inicial era un 3% por los derechos del texto y los de las ilustraciones. Ni contarte hacerles entender que algo debían pagar como anticipo… Finalmente, y me dicen que no pueden llegar a más porque tienen que competir con otros editores que no tienen coste de derechos alguno porque directamente piratean, ofrecen un 4% (derechos del texto + derechos de las ilustraciones), con un anticipo de 400€. Una vez deducida la comisión de la agente iraní (10%) y la participación de nuestra editorial, distribuiríamos entre ti y la ilustradora en función de vuestros correspondiente porcentajes de derechos. (...) Ya sé que la oferta no es precisamente florida, pero podrías presumir de ser uno de los poquísimos autores españoles de literatura infantil con libros traducidos al persa, y encima de forma legal, sin pirateo."
Y en eso estoy ahora mismo, en lo de presumir. Bueno, y también en lo de educar, por esa vis pedagógica que al parecer llevo en la sangre. Si no, a santo de qué les copio este mensaje y detallo estas miserias; a santo de qué les pongo la posdata que verán al final. Para que vean con qué tienen que lidiar autores y editores.
Por eso, por lo heroico de esta actitud de la editorial iraní, estoy aún más feliz.
Acabo de firmar una factura por 137,70 euritos netos que me sabe a gloria persa.
Acabo de plantar una pica en Irán.
Ya me parezco un poco más a Elvira Lindo.  

PD: Si es usted un docente y quiere hablar con sus alumnos del tema de la piratería, no deje de ponerles esta pillow talk en la que Sebas G. Mouret y Jorge (@iampopez) hablan de las descargas ilegales.

Imagen de la fotógrafa iraní Shadi Ghadirian.

miércoles, 22 de marzo de 2017

"Yo tenía una granja en África" y mi abuela tenía una lechuza

 
Al final de cada libro de El Barco de Vapor, las editoras nos invitan a los autores a contar algo sobre nosotros. Tiene que ser algo relacionado con el libro. Es nuestro momento "abuelo Cebolleta".
A mí me divierte redactar ese "Te cuento que..." (así se llama la sección) y me encanta cotillear lo que escriben otros autores e ilustradores, empezando por las batallitas que cuenta Dani Montero, el ilustrador de La pandilla de la ardilla, en nuestros libros conjuntos.
En El descubrimiento de Rasi, uno de los últimos títulos de La pandilla de la ardilla, cuento la historia de la lechuza de mi abuela. Sí, mi abuela tenía una lechuza. No se crean que vivía en el campo o en una granja en África. La lechuza, y mi abuela, vivían en el centro de Zaragoza, a dos aletadas de El Corte Inglés. La lechuza Félix murió de amor, o, mejor dicho, fue víctima del amor. Ahora mismo no recuerdo si el primo homicida fue Pedro o Jesús, pero, ey, primos, fue uno de vosotros seguro.
Así lo conté en aquel "Te cuento que...". Así también conté, porque el "Te cuento que..." es un discreto confesionario, lo peligrosos que somos algunos cuando nos da por querer.

(Lo siento, les explicaría lo del caparazón pero entonces destriparía la historia.)

En la imagen: Karen Blixen, que tenía una granja en África, con su búho (Kenia, 1923). Fue esta maravillosa fotografía la que me llevó a recordar todo esto. La tuiteó @gloriafortun y la retuiteó @la_libritos. Gracias a ambas.

martes, 21 de marzo de 2017

Cómo hacer lectores en 'Patria'

Al grano: la literatura infantil y el fomento de la lectura no son el tema de Patria. Aparecen solo de refilón, pero Fernando Aramburu lo clava.
Algunos botones de muestra:
"Arantxa fue quien transmitió a su hermano pequeño la afición por la lectura. ¿Y eso? Es que de vez en cuando, por el cumpleaños, por el santo, por navidades o porque sí, le regalaba tebeos; pasados los años, algún que otro libro. Cosa, por cierto, que también hizo con Joxe Mari, pero sin resultado. Aquí, al decir de Arantxa, vendría a cuento la parábola famosa de la semilla y la tierra árida y la fértil. Joxe Mari era un yermo intelectual. En Gorka, tierra propicia, germinó la pasión por la lectura." 
Al hilo de este fragmento, dos cosas que funcionan y una reflexión. Las cosas que funcionan: regalar libros en cada ocasión y "porque sí", y dar de leer (a veces bastaría con "dejar leer") los a veces menospreciados cómics. Y la reflexión: ya puede hacer usted el paquete completo del perfecto fomento lector (leer los siete tomos de En busca del tiempo perdido delante de sus hijos, sacarles el carné de biblioteca cuando la única foto que puede hacerles es una ecografía, comprarles la bibliografía completa de Ibáñez, darles plena libertad para elegir sus libros, que lo que tenga usted sean niñas, que sean finlandesas...) que si una criatura  sale no lectora, sale no lectora. Esto se dice demasiado poco porque todos queremos seguir creyendo en las fórmulas mágicas y en la neurociencia, y dar charlas sobre el fomento de la lectura. Y porque hay que intentarlo, siempre, aun contra todo pronóstico.
"Hay más. Arantxa, siendo Gorka pequeño y ella apenas una niña de nueve o diez años, gustaba de leer en voz alta a su hermano, los dos sentados en el suelo, o él en la cama y ella a su lado, cuentos tradicionales; también historias de la Biblia en un libro con ilustraciones adaptado al entendimiento infantil."
Otra cosa que funciona, menos en los Joxe Maris estériles del mundo, claro: la lectura en voz alta y la lectura "de regazo". Les confesaré que este fragmento me resonó especialmente porque de mi camino lector, empedrado con libros de todo tipo, recuerdo especialmente una colección de cuentos tradicionales de la editorial Molino de cuando mi madre era pequeña y el tomo granate del Antiguo y truculento Testamento, pero esa es otra historia.
"Arantxa (...) lo animó a dedicar en el futuro sus mayores esfuerzos creativos a la literatura infantil.
–Mientras escribas para niños, te dejarán tranquilo."
Es así, tal cual. Una prueba de que Arantxa tiene razón es que, puestos a escribir un libro, las princesas lo escriben infantil. Y es que se da una maravillosa contradicción: siendo la literatura infantil la más formativa (no necesariamente porque haya decidido serlo sino por ser sus destinatarios personas en periodo natural de formación), se la percibe como inofensiva.
Digo que la contradicción es maravillosa porque mientras somos percibidos así, los autores de literatura infantil vamos haciendo la nuestra y solo muy de vez en cuando, salta la liebre. ¿Invisibilidad de la literatura infantil y juvenil? Nos quejamos de ella pero igual los de la LIJ deberíamos sencillamente seguir a la chita callando y aprovechar las ventajas de ser invisible. Y lo cómodo que es no figurar.

Una cosa más, para acabar, Gorka, al que Arantxa anima a escribir para niños, en un momento dado dice:
"Yo tengo claro que me pasaré la vida escribiendo para niños, aunque estoy hasta el gorro de brujas, dragones y piratas."
Esto también se dice poco. Porque en general quienes escribimos para niños lo hacemos desde la pasión y porque, percibidos como autores menores, tenemos una especie de complejo de Napoleón que nos lleva a elevar la literatura infantil a podios mayestáticos, y no es para menos. Pero que levante la mano quien no haya sentido un momento de hartazgo, un deseo de no medir las palabras, de meter ese chascarrillo para adultos, de escribir de corrido y sin miramientos. Bueno, no, que eso, levantar la mano para autobeatificarse es fácil. Quizás yo misma lo haría en un momento de mesianismo. Que levante la mano quien, escribiendo para niños, haya tenido la tentación de abandonarlos en el bosque. Podría levantarla el propio Aramburu. Él publicó dos libros infantiles en la serie blanca de El Barco de Vapor (creo que son los mismos que se recogen ahora en Mariluz y las extrañas aventuras) y recuerdo haber leído hace tiempo un libro suyo publicado en Tusquets, en la colección negra de toda la vida, la que siempre, que yo sepa, ha tenido como destinatarios a los adultos, con el subtítulo Un relato para jóvenes de ocho a ochenta y ocho años.    
Miren, he ido a buscar un enlace al libro para que pudieran verlo si tenían curiosidad y he dado con esta reseña de Vida de un piojo llamado Matías, que así se titula el libro, que acaba con tres preguntas de Ángel Basanta a Fernando Aramburu. Acabaré (gracias por la lectura y por la paciencia) estas fascinantes lecciones patrióticas sobre fomento de la lectura y literatura infantil con la primera de las preguntas. No se puede responder mejor:
A.B. ¿Cambia en algo escribir para un adulto o para un niño?
F. A. Cambia en bastantes aspectos. Uno de ellos se me figura a mí esencial. Y es que cuando escribimos para adultos no tenemos por qué sujetarnos a responsabilidades de tipo pedagógico. Los niños hacen una lectura más emotiva que analítica. El lector adulto es más sufrido. Incluso se le puede fascinar sin necesidad de respetarlo.
En la imagen, dos hermanos, Gorka y Arantxa, Federico e Isabel, leen juntos. 

lunes, 6 de marzo de 2017

Estriptis

A estas alturas qué les voy a contar de Patria que no hayan leído ya.
De esta novela de Fernando Aramburu se ha dicho y se dirá de todo. Se escribirán tesis y tesinas: "Ontología de la adversidad: recreación de la climatología zaragozana en Patria"; "Patria sobre ruedas: mística del cicloturismo en el País Vasco"... Eso, por no aventurar el título de las más obvias, las que se escribirán desde facultades de Ciencias Políticas.
Yo, claro, voy a lo mío, que a veces parece que es la literatura infantil.
Pero antes de hablarles de "Literatura infantil y fomento de la lectura en Patria", déjenme compartir algo que igual aún no se ha dicho de este libro. Puedo hacerlo porque compré el libro en la versión digital para kindle y lo leí cuando Patria ya llevaba unas semanas publicada.
Cotilla como soy, una de las cosas que a mí me gustan de leer en el kindle es lo de ver los subrayados. Cuando compras un libro de segunda mano, puedes acceder a dos mentes, la del autor (si la tiene) y la del lector que te precedió (de nuevo, si la tiene). Pero es que cuando lees un libro en versión digital, al menos en el kindle, puedes ver los subrayados de muchos otros lectores. Vas leyendo y de repente el kindle tiene a bien informarte de que "13 han subrayado" o 10 o 25 o 16.
Rara vez me sorprenden los subrayados del kindle. Suelen ser las típicas frasecitas con aire de aforismo que se nos escapan a todos los autores menos a Aloma Rodríguez, las típicas que podrían firmar La Rochefoucauld, Montaigne, Oscar Wilde o Mark Twain. En Patria hay algunos de esos subrayados:
"Nos esforzamos por darle un sentido, una forma, un orden a la vida, y al final la vida hace con una lo que le da la gana". 154 han subrayado
"No se te ocurra construir tu vida sobre la mentira y el silencio. Es lo peor, te lo aseguro."
Pero además hay en Patria algunas frases de entre las más subrayadas que son escasamente  aforísticas. Son frases aparentemente banales que ponen el miedo sobre la mesa, frases que uno subraya cuando nadie le ve, porque hasta ahora fue así, hasta la llegada del libro digital nadie tenía por qué ver esos pequeños estriptis que son los subrayados. Detrás de cada subrayado intuyes que hay una persona asintiendo, porque eso son los subrayados: asentimientos por escrito que nos desnudan. (Ey, subráyenme esta frasecita, que me ha quedado fetén.)
"Si te crees tan listo, vete a contarle a don Serapio que tu hija se ha casado fuera de la iglesia con uno que no habla euskera."
"Pero los amigos arrastran y vas [a la Arrano Taberna]. Si no vas, se nota. Y si se nota, malo."
Igual que uno cree intuir quién es el autor a través de sus personajes, también puede intuir quiénes son esos otros lectores a través de sus subrayados. Supongo que eso también es la cacareada lectura social.

Ay, me enredé con esto y no les aburro más por hoy. Ya otro día les doy la tabarra con los jugosos subrayados de Patria sobre literatura infantil y fomento de la lectura.
Que ustedes subrayen bien.

En la imagen, de André Kertész: hombre buscando a otros hombres o mujeres en los subrayados de un libro de viejo.

viernes, 3 de marzo de 2017

La intensa

Hoy cambio de biblioteca porque hasta a las personas conformes nos gusta tentar a la vida con pequeños sobresaltos.
Esta biblioteca, la Central Library, es enorme y está llena de libros, sí, pero también de gente. Encuentro un sitio donde rematar la historia que ando escribiendo. Abro el ordenador, abro Word, abro internet (porque hasta a las personas disciplinadas nos gusta distraernos de vez en cuando) y me pongo a ello.
Al poco rato, se sienta enfrente un señor mayor. Tiene la piel como la corteza de un árbol centenario. Este sí que parece un poeta, o un mendigo, o las dos cosas. Se pone a leer el New York Times, que es una cosa muy de mendigo poeta en Dublín.
Yo sigo a lo mío, que es escribir, y zascandilear en internet, y mirar a ese chico ¿o es una chica? que está en diagonal a la derecha, y ver por qué página del New York Times va el mendigo poeta de enfrente, y controlar cuántos donuts le quedan por comer al de mi izquierda (sí, esta bibioteca es muy laxa), y admirar la barba diría que recién cortada del pelirrojo (lo juro; no es cliché) que estudia economía a la izquierda en diagonal, y mirar si los zapatos que lleva aquella señora junto a las revistas le hacen juego con su boina roja...
Pero nada de eso, ninguna de mis distracciones, parece ver el mendigo poeta porque cuando recojo el ordenador, me llama discretamente y me dice:
–Disculpe, ¿puedo hacerle una pregunta?
–Sí, claro.
–He estado mirándola y... ¿Podría decirme qué ha estado haciendo todo este rato?
Y yo resumo:
–Escribir.
–Escribir... –rumia el mendigo poeta–. ¿Escribir qué? ¿Un libro?
Y yo:
–Un libro.
Y el mendigo poeta:
–Ya decía yo. Es que notaba algo... Tenía usted una... intensidad. Disculpe, se lo preguntaba solo por curiosidad.
Y antes de irme, el mendigo poeta, que ve que la necesito, me desea buena suerte.

Ya ven, soy la intensa que escribe en las bibliotecas. Me reconocerán por eso, por mi intenseness.
Eso si no me pillan mirando al barbudo de enfrente.

En la imagen, de Patrick Redmond, Catherine Walker interpretando a Maeve Brennan en la obra The Talk of the Town, de Emma Donoghue.

miércoles, 15 de febrero de 2017

El asalto de la poeta inadvertida

El niño tiene catarro y, a falta de nuestra farmacia del Parque Roma, nos vamos al Boots más cercano a por respuestos de Nurofen, y para que el niño se despeje un poco.
Nada más salir de casa, de frente, vemos acercarse a una señora con perrito. La señora es normal y el perrito es medio feo pero es un perrito y ya lo estamos mirando y diciendo "uy uy uy" cuando la señora se para a nuestro lado y me dice:
–¿Es usted la madre de este niño?
Y yo pienso:
1. A ver qué ha hecho.
2. Qué bien. Esta señora me ha confundido con una jovenzuela au-pair.
–Sí, sí, soy yo.
Y ella, que viste de rojo, nos dice:
–Soy una poeta.
Ya, ya. Y mi abuela, motorista.
Aquí en Irlanda se creen que los versos crecen en los árboles.
La poeta del perrito me pide permiso para recitar un poema a mi hijo y –permiso concedido– le pregunta a él cuántos años tiene. A partir de ahí se pone a recitar un poema sobre un niño que tiene su edad.
¡El poema es buenísimo!
La poeta es una poeta.
–Pues ya sabes –le dice a mi hijo cuando termina de recitar su largo poema sobre la condescendencia de los adultos con los niños–. Cuando vuelvas a verme, me dices: "Hola, Siobhán. Recítame un poema" o "No, Siobhán, ya estoy harto de tus poemas". 
Y antes de que yo pueda cerrar la boca, que lleva cinco minutos abierta, la poeta desaparece con su perro, como por arte de magia.
Ni tiempo he tenido de preguntarle por su apellido.
He puesto en google "Siobhán poet" y "Siobhán poet Dublin". Hay cientos. ¿No les digo que aquí salen poetas como setas? Pero ninguna de las poetas de google es la nuestra. Mejor.
Esperaremos a que nos vuelva a asaltar.

Imagen de Ruth Jacobi.

domingo, 12 de febrero de 2017

Intenté quererte

Yo intenté quererte, te lo juro.
Primero porque parecía casi obligado.
Claro que quizá ese no sea el mejor modo de empezar un amor. Dichosos los que eligen a quién querer.
Todos a mi alrededor te querían. No quererte habría sido ir a contrapié. 
Quererte era un mandato, y yo era muy obediente.
Te dedicaba dibujos y poemas malos. Me obligaban. Y a mí me gustaba obedecer.
Sí, supongo que te quise.
Quizás fue mi culpa. Quizá no intenté conocerte a fondo. Lo sé por quienes te quieren mejor que yo. Eres mejor de lo que pareces. Pero yo no te recorrí por entero, perdona.
Tampoco lo ponías fácil.
Cuando me fui, no fue por ti. Pero el caso es que me alejé de ti. Y todo, lejos de ti, era más divertido, más libre, y había agua y sal y risas y el viento no me arrancaba lágrimas y la única niebla aparecía en mis gafas cuando entraba en el Luz de Gas y aquel otro sol se podía soportar tumbada en una azotea, y me ponía morena y fui una versión mejor de mí de la que era a tu lado. No dudo que si fui más feliz lejos de ti, fue también, fue sobre todo porque yo era joven y corría tanto que más bien volaba, y porque de vez en cuando volvía a ti.
Cuando quise formar una familia, pensé que podría volver y quedarme para siempre a tu lado. "¿Dónde iba a estar mejor?" fue una pregunta retórica. Si hubiera intentado responderla seriamente, quizá habría acabado a cientos de kilómetros de ti. Seguramente habría podido hacer una lista con más de quinientos lugares mejores que tú. Pero no lo hice. Lo di por hecho, y volví a ti. Y entonces me metí, me metiste en una jaula que ni siquiera era de oro, una jaula herrumbrosa, con la fealdad de las cosas que pretendieron modernas y se quedaron antiguas, con hojas sucias del Heraldo de Aragón pinzadas en el suelo de la jaula, con el cuenquito del agua siempre vacío, con un comedero con cuatro granos de alpiste mezclados con restos resecos de excrementos. Y allí languidecí unos años. ¿No me oías cuando piaba? ¿No escuchabas cómo te pedía un poco de agua o una caricia o algo?
¿Qué otra cosa te ocupaba?
Más desesperada que harta (porque sí, te quiero), un día volé, volé a un lugar donde el clima me parece bueno, comparado con el tuyo. Volé a un lugar que es un calco exacto del dibujo que de niña hacía cuando me pedían que dibujara "una casa". Casas de ladrillos, con tejado a dos aguas, con chimeneas, con un caminito de entrada rodeado de verde, mucho verde, y colinas suaves verdes, muy verdes, pintadas detrás de la casa, y árboles verdes, grandes, desesforzados, árboles que no son pinos, y flores, y pájaros, y nubes algodonosas en un cielo que a veces, muchas más de las que tú te crees, es azul.
No creas que te echo de menos. Y esto, este desapego, me hace a mí peor que a ti. Pero me hace libre.
Llevo mucho tiempo acariciando una idea y hoy he tomado la decisión definitiva: voy a vender el piso.
No eres tú, Zaragoza, no eres tú; soy yo.
Yo te quiero, claro, cómo no voy a quererte (y prefiero que esta sea también una pregunta retórica).
Pero adiós, Zaragoza. 

Todo sea que en unos años me vean protagonizando el Volverás.

Imagen: fotograma de Nobleza baturra.
Y todo esta llorera viene del Cuaderno italiano de Goya que enseño Jesús Cuartero aquí.

martes, 31 de enero de 2017

Exposición temporal

Ayer recibo un mensaje del profesor de mi hijo, que mañana van a la National Gallery, a ver la exposición de Turner, que los padres que quieran acompañar a sus hijos que vengan.
Vida loca, cambio mis planes de la noche a la mañana y decido que iré con ellos.
Menos mal.
Es, pero yo no lo sabía, el último día de la exposición. Me lo cuenta la profesora de apoyo. Me dice que estos cuadros de Turner solo pueden verse una vez al año, durante unos días. Seguramente eso hace que vaya más gente a verlos, me dice. En realidad, la idea no procede del departamento de marketing del museo. Es una de las dos condiciones que puso Vaughan para legar estos cuadros que fueron suyos. Vaughan estaba obsesionado con que no los destruyera el exceso de luz. Son acuarelas. Llegaron en oscuros cofres de madera de roble. Solo se exponen durante el mes de enero, el mes más oscuro. La otra condición es que la entrada a la exposición fuera gratis.
Me cae bien este Vaughan. Heredó una fortuna de su padre, que era sombrerero. No se casó, no tuvo hijos, compró cuadros, a su muerte prefirió que su colección se dividiera entre Londres, Edimburgo y Dublín. Gracias a eso hoy los niños de un colegio de Dublín han podido ver esas acuarelas.
La guía pregunta a los niños qué saben de Turner. Ignora que los niños llevan un par de semanas volviendo del colegio con pintura azul oscura con suerte solo en las manos. De todo lo que han aprendido hay una cosa que nunca olvidarán. Es la que me contó mi hijo nada más saberla y la misma que suelta M. después de levantar la mano: "Esperaba las tormentas para salir en barco y pedía que le ataran al mástil". La guía ni lo confirma ni lo demiente. Sonríe. Luego les cuenta lo que ya me ha contado la profesora de apoyo, lo del legado de Vaughan, y que las paredes donde se expone la colección son oscuras y la luz, suave. Las acuarelas son delicadas.
Vamos por ahí como si fuera al óleo pero la vida, me temo, es una acuarela, una exposición temporal.
Con suerte vivimos tan alegremente que para recordar nuestra vulnerabilidad tenemos que recurrir a prácticas deportivas, como hacernos atar al mástil de un barco.

Imagen de Elliot Erwitt.