Nos vemos por las calles. Por los bares, las bibliotecas, las tiendas, los parques.
Desde pequeños oímos esa expresión "de puertas adentro", que encierra todos los misterios del mundo.
No sabemos lo que pasa "de puertas adentro", en la intimidad de las casas de los demás. Pronto nos enseñan que hay que respetarlo, pero cuando salimos a pasear, de la mano de nuestros padres, antes de salir del portal, ya estamos oyendo comentar el último cotilleo.
No sabemos a qué carta quedarnos: si a las mirillas, los vasos contra la pared, los visillos, o al no querer ver, no querer oír, porque la ceguera y la sordera son salvoconductos del egoísmo.
Pero a veces la intimidad de los otros encuentra resquicios para exhibirse y entonces es imposible no mirar. Ahí está, la intimidad al desnudo, en un anuncio de idealista, por ejemplo.
Llevo veinte minutos mirando este anuncio, fijándome en los calendarios (hay dos), en la nevera del salón, el cenicero, el único sillón, el agua de Lourdes, las estampas, la cuerda que sujeta el armario, el bote de cristal sobre el lavabo, y no hay nada que pueda escribir que me resulte más triste.
La página permite "Enviar a un amigo" el anuncio. Ojalá se pudiera "Enviar un amigo" al anunciante.
Cuánta gente sola.
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