Avilés era una fiesta. Normal, si había festival. El Festival Celsius 232 de terror, fantasía y ciencia ficción. «El Celsius», para los amigos.
El Celsius tiene una sección de literatura infantil y juvenil coordinada por Ana Campoy y Javier Ruescas respectivamente. Allí fui, invitada por RBA y el Celsius, a presentar mis Misterios a domicilio. Era mi primera vez, y no todos los festivales literarios son tan festivos. Además yo llegaba triste de mudanza y cansada de hacer y deshacer maletas. Pero llega Mr. Scrooge al Celsius y acaba cantando villancicos en un karaoke. La primera noche.
¿Cómo contarles el ambiente? Banderitas al aire, mesas al fresco, una plaza de cuento, cabañas regentadas por libreros y risueños voluntarios, cine en la calle, esgrima, niños diseñando máquinas de robar tiempo como las de El ladrón de minutos, una guitarra que se escucha desde la calle, libros, lectores, autores de fiesta... Se nos notaba en esa manera loca de sonreír todo el rato las ganas de pasarlo bien, ese estar a gusto sin esfuerzo. Es que es eso el Celsius, una fiesta. Como debería ser la lectura.
A un libro hay que entrar como a una fiesta, con ganas de pasarlo bien. Ir obligado a una fiesta, a un libro, no tiene ni la mitad de gracia. Pero por otro lado, que le prohíban la entrada a uno por motivos arbitrarios a una fiesta, a un libro, debería estar recogido por la ONU como delito contra la humanidad. Sobran porteros y faltan fiestas para hacer lectores.
Luego ya en una fiesta, en un libro, puede pasar de todo: que uno se aburra, que se divierta, que aguante fingiendo pasarlo bien en espera de que la cosa mejore, que le presenten a más gente de la que es capaz de recordar, pero también que encuentre a la persona que le cambie la vida, que se ría, que llore, que se vuelva adicto, que –no se sabe cómo– haya salido el sol y ahí siga, con sonrisa bobalicona, con los ojos vidriosos, más allá que acá, feliz.
A las fiestas, a los libros, es mejor entrar acompañado. Hay que tener mucho carácter para entrar a una fiesta solo. Hay que tener mucho carácter para ser un lector solo. Ya lo decía Ana Campoy mientras comíamos: cuando uno se encuentra entre gente que comparte su pasión, se pregunta «¿dónde estabais todos vosotros («cabrones», creo recordar que añadió Ana) cuando yo estaba en el instituto?». Por suerte ahora se encuentran en las redes, y en el Celsius, esa fiesta sin portero petardo donde uno entra, sale, come, come más, descubre, aprende, lee lo que le da la gana, se disfraza si le da la gana, se toma una sidra al lado de su escritor favorito o al lado de aquel al que hasta entonces solo admiraba en tuiter, conoce por fin a esos que quiso haber conocido en el instituto.
Todo es cuestión de tiempo.
En otra comida (¿o era la misma?), acabamos hablando –qué raro– de todo lo que aporta la lectura y de lo estupendos que nos vuelve. Dijo entonces Pablo: «Por ejemplo, a ver, ¿vosotros habéis conocido a algún gilipollas en el Celsius?». Se hizo un segundo de silencio y luego todos nos echamos a reír a carcajadas. Y, a ver, yo he conocido a varios lectores gilipollas perdidos y a personas no lectoras que son maravillosas, pero puedo apuntalar la tesis de Pablo afirmando tajantemente que no, en el Celsius no conocí a ningún gilipollas.
Dicen que hay que irse de las fiestas antes de que acaben. Yo cumplí esa norma no escrita. Aquí sigo, con mi mudanza, mientras en Avilés Javier Ruescas está presentando Y luego ganas tú, Jorge Iván Argiz presenta el último libro de Víctor Conde, Sofía Rhei imparte un taller infantil de bestias y Samarituka, Manlima y Sayuri le dan al cosplay. El año que viene, si me invitan, igual pongo a prueba esa norma. Me da a mí que me fui demasiado pronto.
En la imagen, de Philippe Halsman: dos escritores nada más recibir la noticia de que han sido invitados al Celsius. Este, claro, es un post pelota –sentido pero pelota– para que me inviten el año que viene. Pero ¿acaso no es ese deseo de repetir la mejor prueba de que no exagero ni una miaja?
3 comentarios:
Yo me muero de ganas de que repitas el año que viene.
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