Cada silencio tiene su aquel. A mí me fascinan. Me gusta interpretarlos. No ponerles palabras, no; tratar de comprenderlos. Lo intenté con el de Teresa Romero. Lo intento ahora con el de Christian Gálvez.
Coincidí con él dando una charla en el festival El Chupete. Reconozco que escribo esto aún bajo el influjo de su enorme encanto en las distancias cortas. Antes y después de estar ahí arriba, en el escenario, hablamos. No de la polémica.
La conocerán ya, pero se la resumo por si acaso. Christian Gálvez estrena programa en Tele5, ¡Vaya Fauna!, un programa donde “actúan” animales. Después del estreno, Frank Cuesta cuelga en Youtube un Mensaje para Christian Gálvez donde le muestra el maltrato al que se somete a algunos animales para adiestrarlos y le pide que abandone el programa. El vídeo se difunde masivamente. ¡Vaya Fauna! va por el segundo programa y...
Christian Gálvez no ha dicho ni pío al respecto. Y no será porque no se lo hayan reclamado. No quiero ni imaginarme la de menciones que ha tenido al respecto. Yo (@granduquesa) me he visto en medio de algunas. Esta, por ejemplo:
¿Y por qué no habrá dicho nada Christian Gálvez? No será porque le falten palabras.
Allá va mi hipótesis sobre su silencio:
A Christian Gálvez lo han puesto en una pira funeraria, lo han rociado con gasolina, le han colocado una caja de cerillas en la mano y le han dicho: “¡Enciende!”. Es una costumbre esta muy española, ese razonar violento, ese furibundismo que nos carga de razón y nos eleva a un plano de superioridad moral. ¿Existirá la expresión "discusión acalorada" en otras lenguas? Aquí, cuando alguien tiene mucha seguridad en el tema que sea –y los bares y las redes están llenos de expertos– no le basta con exponerlo fríamente. Hay que encender una hoguera. O una pira. Sobre ella no hace falta poner al objeto de denuncia. Se admiten objetos o sujetos colaterales.
Se desactiva entonces la posibilidad de debatir porque a ver quién es el guapo que argumenta así, tumbado sobre una pira, paralizado en decúbito supino, con esa peste a gasolina, ese público vociferante, si además el público solo está esperando a que suene ese chasquido del fósforo contra el rascador, el fogonazo de la llama, el olor a azufre. No, al público que asiste a este espectáculo no le valdría ninguna otra respuesta.
Me pregunto qué haría yo en una situación semejante: si encendería esa cerilla para purificarme a ojos del público en un fuego y resurgir, intentar resurgir luego de mis cenizas, o si aguantaría con la cerilla en la mano esperando a que el público dejara de mirarme, atraído por una nueva pira o cansado de un espectáculo tan poco espectacular como es la resistencia y el silencio.
No lo sé. Solo sé que reflexionaría sobre el valor educativo real de mi gesto e intentaría decidir por mí misma. Y que no me extraña que en una situación así entre tanto ruido se haga el silencio. Pasapalabra.
Aclaración y codas
Aclaración: Entiendan que esta entrada no pretende debatir sobre el maltrato animal. El maltrato animal no debería debatirse sino sencillamente denunciarse y penarse. Si las penas no son suficiente, sería mejor pedir un endurecimiento de la ley que la cabeza de un presentador. No creo que la cabeza de Christian Gálvez salve a ningún oso.
Coda 1: Reconozco que vi el primer Vaya Fauna. Me dio más pena que otra cosa. Ante aquel oso trompetista, no pude sino sentir tristeza, con lo magníficos que son en libertad, haciendo sus cosas de osos, con lo ridículos y tristes que son haciendo nuestras cosas de humanos.
Coda 2: A mi bisabuelo, que vivía en un pueblo ahora desaparecido del Pirineo aragonés, lo mató un oso. Bueno, en rigor no fue el oso quien lo mató. Mi bisabuelo murió de miedo. Se encontró con un oso en la montaña. El oso no llevaba trompeta. Abuelo y oso estuvieron cara a cara. A mi bisabuelo le dio un infarto. Las montañas lo tienen todo grabado. En la memoria. Fin de la coda.
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