Esperaba a mi hijo donde siempre, al final de la rampa a la izquierda. Siempre he pensado que en eso su colegio está mal diseñado. Los niños entran en clase con esfuerzo, subiendo una rampa. Salir es más fácil; tienen que bajar la rampa. Ya se imaginarán cómo lo hacen, salen como de toriles, y encima cuesta abajo. La Estafeta, al lado de esa rampa, es una pista de caracoles. Pero hoy los niños no corrían tanto.
Tardaron en salir.
Una niña bajó llorando. Luego otra, y otro niño.
Dos niños bajaron abrazados haciendo pucheros.
La madre a mi izquierda y yo nos miramos.
Bajaron más niños. Algunos lloraban, otros no.
En lo alto de la rampa, un profesor se subía a un banco y hacía gestos con las manos. El tronco de otra profesora emergía con dificultad y asfixia entre un bosque de niños abrazados.
¿Quieren saber qué sucedía? ¿Cuál era el drama?
Que era el último día de clase.
Se habla poco de la felicidad en los colegios cuando igual nos hace falta menos Mr. Wonderful y más educación.
Drama es también no saber de quién es la foto, con lo que me gusta acreditar estas cosas. Solo sé decirles que los niños son rusos, rusos de la URSS.
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