[Aviso: puede parecer que esta entrada es sobre moda. Pero no, es sobre literatura. Si quieren leer sobre moda, perdón, sobre ropa, háganlo aquí. Y aunque no quieran leer sobre ropa, pinchen en el enlace. Seguramente me lo agradecerán.]
Esta mañana he bajado a la playa con un bikini blanco, un vestido de rayas y un sombrero. Lo esencial, vaya. El iPhone lo he dejado en el coche. Los pendientes en la mesilla. He dicho que he bajado con lo esencial.
Alguien dirá que el sombrero es accesorio. Sí y no.
Un sombrero dice a gritos: "¡Eh, fíjate en mí! ¡Soy accesorio!". Puedes hablar una hora con una mujer, darte la vuelta y, si te preguntan si llevaba pendientes, no saber qué responder. Pero si lleva sombrero... Si lleva sombrero, habrás estado hablando con "la mujer del sombrero". El artificio de los sombreros es absolutamente evidente. Y entre tanto trampantojo y falsa naturalidad, esa honestidad de los sombreros se agradece.
A los sombreros, sobre todo a los de ala ancha, se les agradece también que maticen la luz. Porque puestos a introducir algo que no sea esencial, que sea algo que aporte algo de misterio, algo de sombra, algo de duda. Puestos a introducir algo que no sea esencial, que sea algo que pueda arrancar el viento, cosa que no sucede con los pendientes. Lo accesorio debería ser fácil de poner y, sobre todo, de quitar. Por eso no hay nada mejor que un sombrero volador. Y sobre este tema, prometo hablar más adelante, en otra entrada.
Mi amiga no se atreve a llevar sombreros ni cosas en la cabeza. A mí me encanta. Ella cree que hace falta valor para hacerlo. Pero es justo al revés. Los sombreros son los mejores escondites. Cuando llevas un sombrero, nadie te ve. Solo ven tu sombrero. Son el mejor accesorio porque tienen la capacidad, ellos, que son los más obvios accesorios, de hacerse pasar por lo esencial. Y eso es divertido. Sí, tomar por accesorio lo esencial es peligroso. Pero tomar por esencial algo accesorio puede ser divertido. Creo. Pero igual me he hecho un lío. Me dio algo de sol en la cabeza. Eso me pasa por quitarme el sombrero.
En la imagen: un sombrero. Debajo del sombrero, Catherine Deneuve.
5 comentarios:
A mi me pirran las diademas jejeje :P
Te hayas hecho un lío o no, me ha gustado la reflexión "Ella cree que hace falta valor para hacerlo. Pero es justo al revés. Los sombreros son los mejores escondites".
Pero eso es lo que queremos creer, porque en realidad damos más la nota. Claro que también hay sombreros y sombreros... La Deneuve sabe de esto.
Óscar se despide chocando ala. O quitándose el sombrero.
¡A mí también me gustan las diademas, Mai!
Óscar, describirse como "amante de las boinas" dice mucho de ti... ¡Un beso también a Alba! ;-)
:) me ha encantado este post arrancasonrisas... me quito el sombrero Srta. Oro y no me quito el cráneo porque ya no está de moda :P
No negaré que un sombrero en cierto modo es un escondite, porque desvía las miradas. Pero también las atrae y por tanto no sirve como escondite a personas que de otro modo no llamarían la atención.
Y eso lo dice alguien que siempre ha soñado con llevar cierto tipo de sombrero pero que nunca se ha atrevido precisamente para pasar más inadvertido ;)
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