martes, 29 de mayo de 2012

¿Nos vemos?

Cuando alguien que me lee dice que quiere conocerme en persona, me echo a temblar. "Preferiría no hacerlo", me dan ganas de contestar. Pero no por mí sino por mi lector. Temo que solo pueda defraudarlo.
Elegí escribir entre otras cosas porque vivo en diferido; soy lenta, tardo en procesar lo que me cuentan, en dar con la respuesta, necesito mi tiempo. Entre otras cosas porque soy tímida, soy más de escribir que de abrazar. Entre otras cosas porque (ya lo dije pero lo repito para que no sigan dando tumbos por este blog) tengo una discapacidad: en persona no valgo nada, yo solo sé ser por escrito.
Sin embargo, este fin de semana voy a la Feria del Libro de Madrid. El viernes estoy en una charla-coloquio nada menos que en la pre-quedada de la Blogger Lit Con, y el sábado por la mañana firmo en la caseta de SM.
Comprenderán que esté acongojada, o algún casi-anagrama similar. Leo el entusiasmo de los blogueros y blogueras ante la quedada y me amilano. Lo que en verdad desearía es ser una de ellas, estar entre el público, vivir ese encuentro con la excitación loca y la irresponsabilidad de no tener que tomar apuntes. ¡Eh! ¡Yo también soy bloguera!
No cuela, ¿verdad?
Por suerte no estoy sola. En la charla-coloquio estarán Maite Carranza, Jorge Gómez Soto, Jorge María Juárez y Pedro Riera, y nos moderará Bella, de Soñadores de libros.
Pero leo que Pedro Riera dijo en una entrevista: "Cuando me preguntan qué es lo que más me gusta y lo que menos me gusta de ser escritor respondo lo mismo a ambas preguntas: las presentaciones y las charlas. Detesto hablar en público, pero al mismo tiempo, sólo tienes contacto con tus lectores en ese tipo de actos". Y Jorge Gómez Soto, cuando habla en su imprescindible blog de este evento, exclama: "¡Y yo con estos pelos!". Sumen a eso mi discapacidad.
Va a ser un desastre.
No pueden perdérselo.
Les espero, de blanco y naranja, en la Feria del Libro, where books are loved.

Edito: Estoy haciendo la maleta. Finalmente no iré de blanco y naranja, creo. Haré caso al consejo de Miguel Labordeta: iré... como me dé la gana. 

Algunos detalles prácticos por si quieren acercarse: la charla-coloquio entre autores y lectores, en la que se debatirá sobre la situación de la LIJ, tendrá lugar en el Pabellón Banco Sabadell (antiguo Pabellón Carmen Martín Gaite) el viernes 1 de junio a las 18:00 horas. Entrada libre hasta completar aforo. El sábado 2 de junio estaré firmando de 12 a 14h en las casetas 295-296-297. Digo yo que no abulto tanto como para ocupar tres casetas, pero esa es la información que tengo. Me voy a recenar una vaca, para hacer valer mi espacio.

Fe de errores: Perdón, en un principio senté en la mesa a Enrique Páez en lugar de a Jorge María Juárez. Pero quien estará finalmente será el misterioso autor de La misteriosa fragua de Vulcano.

lunes, 28 de mayo de 2012

Ponte guapa (o guapo)

Ojalá me lean en pijama, cuando aún no han decidido qué ponerse. Porque de eso tratan estas líneas, de qué ponerse. Una frivolidad. Y con la que está cayendo. Pero desnudos no vamos a salir de casa. Sería el fin de la civilización y el principio de un catarro. Y la ropa es la armadura que nos ponemos cada día para enfrentarnos a la vida. O eso dice Bill Cunningham, un hombre que con más de ochenta años coge cada día su cámara, su bicicleta y se lanza a la calle a fotografiar faldas, tacones y sombreros en Nueva York. Bill repara su poncho de plástico para la lluvia con cinta aislante, viste chaquetas de barrendero porque tienen muchos bolsillos y son baratas y resistentes, no tiene cocina en casa ni le gustan los restaurantes caros y dice que el dinero es la cosa más barata del mundo y la libertad, la más cara. Lo dice y lo hace. Durante años vivió míseramente y se negó a cobrar. Así nadie podría decirle qué tenía que publicar. Bill no se preocupa de vestir bien pero le encanta que los demás lo hagan y mostrarlo al mundo. Ahora en Internet hay cientos de páginas que hacen algo similar (street style lo llaman) pero este hombre lleva patrullando con su cámara desde los años 60 y la gente se muere por aparecer en su sección en The New York Times. Dice Anna Wintour, la famosa editora de Vogue: “todos nos vestimos para Bill”. La gente se pone guapa para él. Quien debería pagarle es el ayuntamiento de Nueva York.
El de Barcelona pagó una campaña que podría haber ido por ahí pero no. “Barcelona, posa’t guapa” se llamaba. Pretendía mejorar el paisaje urbano y “estimular las actuaciones de mantenimiento y rehabilitación del patrimonio privado de la ciudad”, ¿y hay patrimonio más privado que el interior de los armarios de los ciudadanos? Pero aquella campaña llenó la ciudad de andamios, en lugar de llenarla de personas estilosas o, por lo menos, con voluntad de estilo.
Aún nos queda ese margen de actuación: decidir qué ponernos. Piénsenlo antes de vestirse. No se están tapando, están haciendo una intervención urbana. Prueben a decir cosas con telas. Digan: “mírame”. Digan: “¡ja!”. Sepan que pueden hacer sonreír a otra persona con solo una pajarita.
Endomínguense la vida, pónganse guapos, que dé gusto verlos, hasta en el espejo. Cuesta lo mismo que enlunesarse.
(Ya oigo las risas de mi hermana al leerme convertida en adalid del fashionismo, yo que de adolescente fui el hazmerreír por mis estilismos, de mayor me disfracé de ejecutiva y luego me tiré años en pijama y bata de boatiné. Por eso se lo digo. De frivolidad nada. Si hasta podríamos confeccionarnos biografías textiles. Prueben a hacerlo ante el cambio de armario. Si tienen las narices de guardar la ropa de invierno.)

Este texto apareció publicado en Heraldo el 27 de mayo de 2012. Esa misma tarde, Vicente Almazán, el "ojo de Zaragoza" (nuestra Bill Cuningham es Ana Usieto) salió a cazar tacones y volvió con mariposas. Pueden comprobarlo aquí. Y si quieren saber más sobre el fascinante Bill Cunningham, no se pierdan la película de Richard Press Bill Cunningham New York.
Hale, a ponerse guapos.
En la imagen: Bill Cunningham en acción.
Quién estuviera en Nueva York.

viernes, 25 de mayo de 2012

Los desvíos de la recta moral

Tengo poquitos principios porque es muy duro luego ser fiel a ellos y si voceas por ahí bien alto, por ejemplo, lo malo que es el azúcar es fácil que te sorprendan en algún momento comiendo a hurtadillas una trufa. Y aunque no te sorprendan, tú ya sabes que lo has hecho. Es imposible esconderse de las propias incoherencias.
Por eso rara vez me atrevo a afirmar algo con demasiada vehemencia, no sea que luego vaya a cambiar de opinión o encontrarme a mí misma comiendo trufas. (Posiblemente este sea el mejor enlace que he puesto jamás en este blog).
Pero algunas cosas ya defiendo, claro.
Sobre mi profesión, por ejemplo, porque soy una profesional de la literatura infantil y juvenil. Siempre he defendido la excelencia que requiere esta profesión y me he quejado de esos bienintencionados que preguntan: "¿pero cuándo vas a escribir algo en serio?", siendo "en serio", "para adultos", como si los niños y los jóvenes no se merecieran toda la seriedad del mundo, como si lo que hicieras fuera algo de segunda y debieras aspirar al olimpo de la literatura para adultos.
Pero el otro día me pillé comiendo trufas. Qué vergüenza.
Tenía tan mala conciencia que he sentido la necesidad de confesarme. La confesión completa, absolución incluida, la pueden encontrar en El tiramilla, aquí.
Gracias por dejarme el confesionario, tiramillotes.
En la imagen, de Lewis Hine, una incoherencia peor que comer trufas.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Momento tontorrón

[Aviso: si quieren saber a quién pertenecen estas bragas, tendrán que leer hasta el final.]
Escribir se parece a cocinar para un comedor de mudos. La mayor parte de las veces no llegas a saber qué opinan de tu comida. Tienes indicios, claro. Platos vacíos (libros vendidos, prestados, robados): la comida ha gustado. Platos llenos (libros devueltos): dedícate a otra cosa. Pero rara vez te llegan comentarios.
A veces, maravillosas veces, alguien se molesta en hacerte saber que lo tuyo ha gustado mucho. O poco. O regular. O alguien lo cuenta y tú vas y te enteras.
Esta semana estoy feliz. He recibido un correo precioso de una lectora de Pomelo y limón, un correo que me ha emocionado hasta la lágrima. Y he recibido otro correo de un lector que ha hecho algo aún mejor que decir si le gustó mi última columna. Me ha dado un poema a cambio. No era suyo; era de Labordeta, Miguel Labordeta. Da igual quién fuera el cocinero. Para mí ha sido como ese momento tontorrón en el que dos enamorados se dan a probar sus respectivos postres mirándose a los ojos, qué digo mirándose, metiéndose por los ojos en una loca carrera para llegar más a la izquierda que ese trozo de pastel -más al corazón que al estómago-. (Consideren los estragos que está haciendo en mí la primavera; ojalá a ustedes les esté estragando igual). El poema que me ha dado mi lector a probar es tan delicioso que no he podido resistirme a compartirlo con ustedes porque me consta que algunos son también "poetas inadvertidos".
Allá va:

Escucha joven poeta inadvertido
escribe para todos
es decir para nadie

no lo olvides
     del pueblo vienes
y el pueblo es tu raíz

     en consecuencia
no hagas caso del pueblo

vuelve sagrado cuanto toques
natural
     cuanto toques sagrado
vuélvelo natural

es decir
haz lo que te dé la gana

quema estas advertencias por favor

es mi consejo póstumo.

El poema de Miguel Labordeta pertenece al poemario Autopía (1972) y las bragas -se lo garantizo- a una monja. Como comprenderán, ilustran los versos "vuelve sagrado cuanto toques / natural". ¿O "cuanto toques sagrado / vuélvelo natural"?
Gracias a P por el correo, a G por el poema y a F por la imagen.

lunes, 14 de mayo de 2012

Lo natural


Lean estas letras. No pueden perdérselas. Son negras, absolutamente negras, sin trazas de azul ni de verde. ¡Negras cien por cien!
¿No les he convencido? Vaya.
¿Y si les digo que son naturales? Porque ahora parece que ser natural es lo más. Que algo sea de color negro, o azul o verde o marrón, no parece impresionarnos demasiado. Al fin y al cabo, ser de un color u otro no es un valor en sí mismo. Pero ser natural… ¡Oh, ser natural!
“Si es natural, es bueno”, dicen Punset, los de Trina, mi peluquera y los del gas. Y todos lo hacen bajo una capa de maquillaje pretendidamente natural, cuidadosamente iluminados, con sus dientes recién blanqueados y ese aire cásual, que es como se dice cuando, después de probarte medio armario, haces ver que has salido vestido con lo primero que has pillado. “Lo natural es bueno”, repiten con sonrisa beatífica. Y casi me dan ganas de creerlo.
¿No son naturales las peonías, el agua, las borrajas y las esmeraldas?
Pero natural es también la muerte natural, los terremotos, la envidia, el mosquito Anopheles, la amanita muscaria, los huracanes, el arsénico o la araña errante brasileña. Mientras que artificiales son los fuegos artificiales, algunos corazones que funcionan, la inseminación artificial de la que nacen no menos hermosos bebés, los libros electrónicos e incluso los de papel, el cloro que salva millones de vidas y hasta esta sección que se hace llamar “las naturales” y que escriben alternativamente una rubia y una pelirroja que lo son hasta que decidan ser otra cosa.
Conste que a mí me gustan los tomates que saben a tomates y huelen a tomates como a la que más, y la miel, y el lino, y el algodón orgánico. Pero una fábrica del tamaño de medio campo de fútbol produce tanto tejido como cinco millones de ovejas, con la diferencia de que cinco millones de ovejas necesitan un prado del tamaño de Bélgica para quitarse el hambre. Así que, si tengo que elegir, casi me quedo con mi jersey sintético de H&M y una esplendorosa Bélgica sobre la que hacer picnic o en la que cultivar tomates.
No desdeño lo natural, solo la falta de precisión terminológica, el maniqueísmo bobalicón, los bandos fuera del fútbol, las historias de buenos y malos fuera de Disney, concentradas en un spot publicitario. Compréndanme: escribo libros, estoy rodeada de científicos, farmacéuticos y niños no menos hermosos, tengo un estimado lector con marcapasos, una bicicleta, un coche, una razonable fe en el progreso… Si me quieren vender algo, no me vengan con que es natural.
Y ahora les dejo. Me duele un poco la garganta y me voy a hacer una infusión de raíces de regaliz, malvavisco y erísimo, con malva y tomillo. Se la recomiendo. A mí me va muy bien. Y es… deliciosa.
Sobre la imagen: puse "natural" en Imágenes de Google y, después de unas cuantas cascadas, me salió esta fotito donde aparece esta chica recién levantada de la cama, ¡qué digo levantada!, ¡aún sigue en la cama!, sin peinar, sin maquillar, sin trazar, sin retocar, natural como la vida misma.
Esta columna apareció publicada el 13 de mayo de 2012 en Heraldo de Aragón.

martes, 8 de mayo de 2012

De novia

Ayer Carlos Salem se vistió de pirata para recibir el premio Mandarache y yo me vestí de novia para recoger el premio Hache.
Iba a poner aquí parte de las palabras que dije. Pero si algo te enseña el proyecto Mandarache -y qué gusto da que te enseñen de esta forma- es a no ensimismarte. Este proyecto está hecho por y para los jóvenes. No hay complacencia, no hay discursos de autoridades... solo lectores que rugen y que participan en un proyecto de fomento de la lectura con devoción punky. Eso y no domadores sino leones un poco más viejos que les animan a rugir más fuerte.
Qué suerte tienen Lola Beccaria, David Fernández Sifres y Alfredo Gómez Cerdá que van a vivirlo el año que viene. Ellos -se lo cuento en primicia- son los finalistas del premio Hache 2013.
Pueden leer, y ver, algo más sobre el evento de ayer aquí, por ejemplo. Yo seguiría hablando de esta historia eternamente, y no sería peloteo porque ya no tengo nada (más) que ganar. Pero tengo que escribir una historia (este es el mejor de los efectos secundarios del Hache: la inyección de adrenalina, responsabilidad y ganas de seguir escribiendo).
En la foto, de Fernando Sancho, mi premio Hache y yo. Lo mejor de la foto (que puede ampliarse pinchando en ella, ¡toma ensimismamiento!) es lo que no sale pero se refleja por mi gesto: los cientos de lectores que bajan por una escalera, sonriendo y saludando, y a los que devuelvo el saludo.
Edito en plan informativo: Y también envidio, digo... Y también qué suerte tienen Vicente Luis Mora, Manuel Rivas y Clara Sánchez, que lo vivirán como finalistas del premio Mandarache 2013. (Quizá sí que me ensimismé un pelín con lo del premio Hache...)