miércoles, 28 de noviembre de 2012

El mejor sitio donde pasar frío

No les garantizo que el agua que ven en la foto siga corriendo; puede que se quede congelada. Pero sí les puedo garantizar que estos días, desde el 29 de noviembre hasta el 9 de diciembre, esas casetas que ven en la foto, las casetas del mercadillo contra el cáncer de la plaza de Los Sitios (Zaragoza) tendrán las persianas abiertas, y que dentro encontrarán cosas que les gustarán y que podrán permitirse: adornos navideños, regalos, juguetes, comida, ropa, libros (¡y qué libros! ¡y a qué precio!)... Además habrá autores y personajes. A los autores y a los personajes no podrán llevárselos a casa. Todo lo demás, sí. Y todo lo recaudado irá destinado a la investigación contra el cáncer.
Los motivos para acudir siguen siendo prácticamente los mismos que el año pasado.
Abríguense y vengan, por favor. Les espero. De once a dos, y por las tardes, de cinco a nueve. Habrá caldo, y chocolate caliente, y calor humano.

La foto se la he birlado a Vicente Almazán, de sus adarmes. Pero como es muy bueno, sé que me perdonará.

martes, 27 de noviembre de 2012

Escritores cabrones

He pasado unos días rodeada de cabrones. El jueves, estuve con Jordi Sierra i Fabra, un escritor mozartiano que resulta de lo más molesto porque publica mucho ("mucho" es un término relativo, pero convendrán conmigo que más de 400 libros es absolutamente "mucho"), tiene muchísimos lectores (muchos millones) y -lo que tiene más delito- disfruta terriblemente escribiendo. A la presentación de su antepenúltimo libro acudieron un montón de editores (creo que, en rigor, fueron un montón de editoras y un editor), fans, blogueros... y Alfredo Gómez Cerdá, otro premio Nacional del Atajo Luminoso que también resulta molesto porque tiene por costumbre escribir lo que le da la gana, les guste o no a padres y profesores.
Al día siguiente estuve en la presentación del mucho más que desternillante Mejor Manolo, de Elvira Lindo, otra cabrona que anda molestando a los franceses por poner a dormir a un niño solo con su abuelo, a los finlandeses por hacer que un niño reciba collejas, y a los intelectuales rancios nacionales por hacer cosas que, como ella dijo, "restan puntos" como escribir para el cine, la televisión, o los niños.
Que molesten mucho más.

Sobre la foto, de Fernando Sancho... En realidad, toda esta entrada es una excusa para poner esta foto que me gusta tanto, esta foto tan Reservoir Dogs, que dijo "el editor", esta foto donde dos premios nacionales de LIJ, cuatro editores, una chelista y una servidora se dirigen sonrientes y con paso seguro a un futuro que parece cierto, para variar. Como que eran unas cañas y un poco de jamón.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Ser jamón de york



Hay un gato persa enseñoreándose por el pasillo de una casa vacía. El gato se llama Pirracas; la casa es de mi abuela. Desde ayer mi abuela ya no está ahí, en esa casa que ya no reconocía como su casa. Mi abuela está en una residencia, pero no sé si ella lo sabe.
Quienes lo saben con toda seguridad son sus hijos. Una de ellas es mi madre. Estos días no ha parado de llorar. Mi madre, su hija.
Lo que en biología resulta tan natural, tan sencillo, es extraordinariamente complicado en la vida. Es agotador ese estar ahí, aprisionados entre ser hijos y ser padres, sin apenas tiempo de ser una sola cosa, espachurrados entre dos roles, como el jamón de york en un sándwich, un sándwich, con suerte, con queso, un sándwich de varios pisos. Aquellos que son hijos, y padres, y abuelos, se duelen con los dolores de sus padres, se preocupan con las preocupaciones de sus hijos, se ocupan de sus nietos, que les quitan y les dan el oxígeno al hacerles correr tras ellos. Dieron su aval, darán hasta su piso. Toman la tensión, se toman una aspirina, ponen el termómetro. Van al médico, acompañan a la revisión. Hacen gimnasia, llevan a rehabilitación, recogen de natación. Discuten con los padres, reprenden a los hijos, los defienden ante quienes les atacan, atacan a los que les defienden, miman a los nietos, reciben la bronca de los hijos. Y en algún secreto momento, se sueñan sin apellidos, libres de ese peso aparentemente liviano del pan de molde, para después sentirse culpables por el repudio. Es difícil ser jamón de york.
Pero el pan con pan es comida de tontos. Y ser pan no parece más fácil. No hay más que ver la desesperación de los que quieren ser padres y no lo son, la desazón de los que quieren ser hijos y ya no lo son, como mi abuela. Mi abuela tiene hijos, nietos y biznietos. Hace tiempo que no tiene padres. Y sin embargo, desgarra las noches gritando: “¡Papá! ¡Mamá!”. Será que echa de menos ser hija, ser jamón de york, y ese cobijo de la miga. Sí, es agotador estar en medio, pero ahí dentro, entre pan y pan, por lo menos hace calor. No me puedo imaginar el frío que se siente al dejar de ser hijo; no me quiero imaginar, el de dejar de ser padre.
Quizá por eso, porque ahora es solo pan a la intemperie, la tapa superior de un sándwich de tres pisos, mi abuela siempre tiene frío, y se envuelve en un chal y por las noches llama a sus padres. Solo espero que en ese momento, alguien en la residencia –una madre, una nieta, un hijo…- la arrope y le mienta y le diga: “duerme, hija”. Y ella siga soñando que es jamón de york. Solo espero eso, y que mi madre deje de llorar, y que mi hijo no vuelva a pedirme que nos quedemos con Pirracas. Y seguir siendo yo misma jamón de york.

En la imagen, el sándwich sin jamón de york. El jamón de york no es dado a aparecer en las fotos. El jamón de york siempre está haciendo algo. El jamón de york no posa ni reposa.  De hecho, en esta foto, el jamón de york hacía la foto: Sally Mann. Si quieren ver más de su Immediate Family, pinchen aquí.

Este texto apareció publicado en Heraldo de Aragón el 25 de noviembre de 2012.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Un, dos, tres, cua...



Hay cosas que a la gente le da por contar: lo que se mide, lo que se pesa, los años que se cumplen, el número de libros que uno escribe... Un día voy a prohibir que me pregunten nada que se responda con números, pero esta semana no.
Esta semana, el 21 de noviembre, cumplo años, y el 22 de noviembre acompaño a Jordi Sierra i Fabra en Madrid, en la FNAC de Callao, a contar hasta 400 (libros que ha escrito, y alguno más), al Jordi, el único escritor del mundo cuya bibliografía ocupa treinta veces más que su biografía, porque su vida es escribir.
Esta semana también contaré el número de comentarios-felicitaciones que reciba. Aviso: como reciba menos comentarios que años cumplo, cierro el blog.
Ya, que son demasiados.
Ya, que la única que necesita este blog soy yo.
Ya, que no se lo creen.
Y pensar que solo estaba pidiendo cariño. Cómo son...

Imagen birlada sin permiso de regalameflores.es, la mejor floristería on-line de Zaragoza, de Aragón y de parte del extranjero, y lo seguiría afirmando aunque no fuera de mi prima. Huelga decir que mi prima sabría dónde enviarme las flores que hagan falta.

martes, 13 de noviembre de 2012

¡Achís!

No esperen mucho de mí hoy más allá de achís, tojú, snif y la onomatopeya que corresponda a sonarse los mocos, sea cual sea. Ahora mismo el único papel que soy capaz de llenar con fluidez es el de los pañuelos. Lo hago siguiendo los consejos de Erasmo de Rotterdam, traducidos por Agustín García Calvo: “Las narices estén libres de purulencia de mucosidad, lo que es cosa de sucios. Limpiarse el moco con el gorro o con la ropa es pueblerino; con el antebrazo o con el codo, de pimenteros; ni tampoco es mucho más civilizado hacerlo con la mano. Recoger en pañizuelos el excremento de las narices es decente”, y yo me tengo por tal. Lo malo es que he agotado todas las existencias de pañizuelos de papel de mi casa y he tenido que recurrir a otra fuente de celulosa más indigna. Junto a mí, el rollo de papel higiénico va menguando al mismo ritmo que crecen los gurruños de papel sobre la mesa y la irritación de mi nariz.
¡Ay!, echo de menos los pañuelos de tela: su extensión generosa, esas iniciales bordadas, ese gesto tan de madre de guardarlos arrebujados en la manga, ese gesto tan de mago de sacarlos de allí, su tacto fresco, su olor a suavizante… Cielos, empiezo a sonar como un defensor del libro de papel frente al libro electrónico. No es tan extraño. Al fin y al cabo, el mundo de los pañuelos va solo un paso por detrás. También los libros, como los pañuelos, comenzaron siendo textiles -de papiro, de pergamino…- antes de hacerse de papel. Pero ahora, oh, ahora los libros se han vuelto electrónicos y ante eso los hay que enumeran con los ojos en blanco las virtudes irreemplazables del libro de papel: que si su tacto, que si su aroma, que si su calidez… Los hay que nunca se cortaron con el lacerante filo de una hoja; los hay que confunden los libros con tazas de sopa de pollo caliente; los hay en fin que no limpian el polvo de la librería ni hacen mudanzas. Frente a estos nostálgicos, están los que abrazan el libro electrónico con el sectarismo proselitista de los que tienen una Thermomix, ese aparato que se anuncia como “Un nuevo amanecer”.
Yo con todo soy muy práctica. Me gusta la crema de calabaza cuando sabe rica, ya provenga de una olla Le Creuset o de una Thermomix; me gustan los libros cuando son buenos y cuando me sirven para librarme de la purulencia de la burricie, la inanidad o el aburrimiento, ya sean de papel, electrónicos, juveniles, con olores o sin pretensiones. Creo que, en caso de que existieran, hasta me gustarían los pañuelos electrónicos con tal de que sirvieran para recoger, snif, mis mucosidades de forma decente. Con eso les digo todo. Siento no poderles decir mucho más hoy excepto ¡salud! y gracias por escoger este domingo el papel, este papel.

Este texto apareció publicado la versión reciclable en el contendor azul de Heraldo el domingo 11 de noviembre de 2012.
En la imagen, de Paula Hanson, yo, tirada, optando por el papel.
Y de propina para mis lectores digitales, dos cositas.
Una: el booktrailer del libro ¡Es un libro!, de Lane Smith.
Y dos: más consejos urbanos, que no urbanísticos, cortesía y obra de Guillermo Fatás, glosando un tratado de costumbres de Giovanni della Casa. Incluyen una joya, o dos.
Della Casa se ocupa crudamente de las necesidades naturales y de cómo no procede su evocación, así sea indirecta —no se diga ya de la voluntaria—, ni aun en la calle, advirtiendo al aprendiz cómo ha de obrar ante el encuentro con heces de animales; da sabias reglas sobre el estornudo y redacta un breve sermón sobre el bostezo. Opina sobre costumbres como la de olisquear la bebida o comida, ajena y propia, y alerta contra el uso en exceso desinhibido del pañuelo de nariz, recordando al catecúmeno que del cerebro a las fosas nasales no bajan nunca “perlas ni rubíes”. El adecuado servicio que debe tomarse del mantel y la servilleta debe combinarse con ciertas precauciones sobre la masticación. El aliento que se exhala sobre el prójimo también merece su atención, al igual que la compostura en una tertulia, en la que la urbanidad exige no dar muestras de desatención o menosprecio, como ponerse a leer cartas o cortarse las uñas (...).
Sobre esto último, donde dice "leer cartas", entiéndase "consultar el correo, escribir un tuit o mandar un whatsapp". Lo de "cortarse las uñas" sigue siendo igual de feo.