martes, 28 de mayo de 2013

Rehenes

Oigo en la radio a alguien diciendo que nuestros próceres no se han dado cuenta de que la educación es el futuro y que la prueba es que los distintos partidos no han sido capaces de pactar una ley que sobreviva a los cambios de gobierno. Y pienso que no, que es al revés, que precisamente se han dado cuenta y como se han dado cuenta, nadie ha querido ceder precisamente en esto, porque eso sería ceder el futuro.
Añadiría "y no sé si eso [esta consciencia interesada de la importancia de la educación] es tranquilizador o escalofriante" porque esa es una frase de Croquetas y wasaps y a mí me encanta autocitarme, pero no. Esto sí lo sé: esto es escalofriante.
Todos quieren el futuro para sí. Si será poderosa la educación... Desde ella, se controla el futuro y hasta se cambia, si hace falta, el pasado.

En la imagen, de Dorothea Lange, dos niños viendo venir la LOMCE.

viernes, 24 de mayo de 2013

Quedemos

Bien enterrado por la dignidad, yacía un post lastimero entre los borradores de este blog. Se titulaba "Abofetéenme, por favor" (era un post que se sabía histérico y llorón) y decía así:
"Trabajar cansa", dijo Cesare Pavese.
"Escribir desgasta", dijo Daniel Nesquens.
"Leemos para saber que no estamos solos", dijo C.S. Lewis.
Y sin embargo no hay soledad comparable a la que siente el escritor.
Pero yo creía que me gustaba la soledad.
Claro que eso lo escribí hace mucho. Ahora no es momento de escritoras lloronas y sus pamplinas (anda que no hay soledades peores) sino de lectores risueños y firmas, palmaditas o reclamaciones. Es el momento de que me lean, si quieren, y de que nos veamos, y nos encontremos, y sepamos que no estamos solos.
¿Dónde y cuándo nos vemos? Les doy varias opciones:
En Zaragoza:
-el 31 de mayo en el club de lectura de literatura juvenil que se celebrará en El Pequeño (y maravilloso) Teatro de los Libros.
-el 6 de junio en la librería Nobel a partir de las 18:30.
-el 8 de junio, ¡presentación de Croquetas y wasaps! (pero ya les daré la tabarra con esto) a las 18:00 en Capitanía (plaza Aragón) y a partir de las 19:00, firmando en la Feria del Libro en la caseta de Librería Central.
-el 9 de junio por la mañana en la Feria del Libro (caseta de la Librería General).
En Madrid:
-el 1 de junio por la tarde en la Feria del Libro. Caseta SM. Y antes, a las 12:30 en una cosa que no sé si puedo contar y que solo contaré cuando me den permiso.
-el 2 de junio por la mañana en la Feria del Libro. Caseta El Corte Inglés FNAC.

Avergüéncenme. Tírense a la piscina conmigo. Por favor.

Sobre la imagen. Esta vez no les puedo engañar. La de la foto no soy yo. Yo tengo pecas en la espalda como para pintar constelaciones. Ella es La Espalda, fotografiada por Ralph Crane.

Esta entrada está dedicada a todos los lectores y lectoras que me hacen saber que no estoy sola, y en especial a Carmen Calvo.

jueves, 23 de mayo de 2013

Lo ten

De repente me encuentro diciendo: "lo ten", "no lo ten". No estoy intercambiando cromos, pero como si lo hiciera. Estoy leyendo un diario, el de Laura Freixas, Una vida subterránea. Recoge los años en  que fue editora en Madrid mientras pretendía ser escritora y madre, y no le salían ni la novela ni el hijo. Todo (editora, Madrid, proyecto de escritora, proyecto de madre), exactamente igual que yo hace un tiempo. Y sin embargo, he encontrado muchos más "lo ten" en libros que he leído recientemente protagonizados por jóvenes, o por mujeres que no son madres o que no son escritoras, o ambientados en ciudades que no he pisado, o en épocas que por mi "elevada juventud" solo conozco de oídas. No diré cuáles porque eso sería contarles mi vida y una se finge reservada. Además, ya bastante tienen con la suya.
O quizá no. Quizá no tengamos bastante con nuestra vida y por eso andamos leyendo libros, aplicándonos "lo ten" como un bálsamo, y sintiendo envidia, horror, alivio o desapego por todos aquellos "no lo ten". Y quizá a los escritores nos sobre vida, y por eso vamos volcándola en páginas. Qué sobrados los escritores.

En la imagen, de Richard Avedon, Humphrey Bogart. Yo no he ganado ningún Óscar ni me he casado cuatro veces, pero ese cansancio "lo ten". Apuesto que ustedes en algún momento también.

viernes, 17 de mayo de 2013

Cambio croqueta por iPhone5

$
Ya lo ven venir: sí, una de autopromoción de mi novela Croquetas y wasaps. No se me quejen, que llevo unos días conteniéndome. Además, les voy a regalar un iPhone. Bueno, yo no, la editorial SM.
Pues sí, hagan como el dios Vishnu: dejen su vieja caracola y cámbienla por un flamante iPhone5. Ganarlo es fácil. Basta con un poco de imaginación y algo de croquetas.
La propuesta de SM es esta:
Envía una declaración de amor que contenga la palabra "croqueta" y una foto en la que aparezca este libro [Croquetas y wasaps]. La declaración más original tendrá un premio como se merece: un iPhone 5. 
Toda la explicación, el formulario y demás, aquí. El plazo para mandar su declaración amorosa-croquetil se cierra el 7 de junio. No olviden compartir esta valiosa información con los pesados de sus sobrinos, amigos, hermanas, padres, hijos, abuelas, primos..., esos que andan reclamando un esmárfon como si la vida fuera a cambiarles por cambiar de terminal.

El responsable de la foto (y del maravilloso booktrailer, y de mis ojeras, y...) es, una vez más, Fernando Sancho.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Mi primera vez no es mi primera vez

Me enredan, y yo me dejo, para contar una primera vez. El proyecto es chulo, un experimento de literatura colectiva "para todas las edades", dicen desde SM. Luego precisan "a partir de 14 años".
Y voy y escribo mi primera vez, un relato cortito que incluye la palabra "sujetador". Lo mejor del proyecto es que ustedes también pueden participar. No sé a qué esperan, ¿a que les convenza Elsa Aguiar?
Ayer cuelgan por fin el proyecto. Leo entonces los relatos que han escrito mis colegas:  Jorge Gómez Soto, David Lozano, César Mallorquí, María Menéndez-Ponte, Paloma Muiña, Jordi Sierra i Fabra... entre otros. Y flipo.
Flipo porque, si no leo mal, todos los relatos son autobiográficos. Todos menos dos. El mío es uno de esos dos. Y sin embargo, en los comentarios que me llegan, todo el mundo da por sentado que mi historia es real. (Solo como dato: mi padre mide 1,78, lejos de los dos metros del padre de mi historia.)
Esta pequeña anécdota viene a engordar una madeja mental que me entretiene desde hace tiempo: la de la relación entre literatura y realidad.
Por no aburrir, que esta madeja me da para un ensayo o para una novela o para una cosa de esas de autometaficción, contaré algo a modo de ejemplo. La casualidad hizo que leyera seguidas La hora violeta y Bajo la misma estrella, dos historias de amor que comparten un mismo telón de fondo, el cáncer, pero que lo hacen desde planteamientos radicalmente opuestos: la primera, desde el rechazo al sentimentalismo, desde el "no te voy hacer llorar"; la segunda, desde el "venga, va, llora conmigo (y ríe)". Las dos novelas me entusiasmaron. Una me hizo llorar y otra no. Cuando me dejo, me dejo.
Y ahora viene la relación con la realidad. En La hora violeta, el autor, Sergio del Molino, "narra un año de la vida de su hijo Pablo, desde que fue diagnosticado de un raro y grave tipo de leucemia hasta su muerte". Dice Sergio no en el libro sino en un estremecedor post que deberían correr a leer ya mismo:
[La hora violeta] habla de mí, nunca habló de otra cosa que no fuera yo mismo. Habla tanto de mí que ya no me entiendo sin él, se ha convertido en mi forma de estar en el mundo.
Sobre Bajo la misma estrella no sé qué decir porque el autor, John Green, abre el libro diciendo:
Más que escribir una nota del autor, quisiera recordar algo referente a las páginas que siguen: este libro es una obra de ficción inventada por mí. Ni las novelas ni sus lectores ganan nada intentando descubrir si la historia encierra en sí algún hecho real. Estos intentos atacan la propia idea de que crear historias es importante, algo así como la base fundacional de nuestra especie. Agradezco vuestra colaboración a este respecto.
En cualquier caso, creo que todos, cuando escribimos, hablamos de nosotros mismos aunque hablemos de unicornios, asesinos, reinas moras o brujas.
Dicho esto, me pregunto si la historia de Sergio es mejor que la de Green por ser real (suponiendo que la de Green no lo sea), si lo es en sentido estrictamente literario, si es posible hacer una estricta separación (yo me siento bastante incapaz)... Me pregunto si mi relato sobre la primera vez es mejor por no ser real y parecer real, o habría sido mejor si fuera real, o si vale la pena aclarar que no se dio en mi pasado o si la valoración literaria del relato no tiene nada que ver con su existencia (o no) en este mundo donde si te pinchan duele.
De momento, mi primera conclusión (y es provisional) sobre esta madeja mental es que, si hay algo de literatura en lo que hago, no está en lo que escribo, ni tampoco en mi vida. La mayor literatura está en el correlato que hay entre lo que escribo y lo que he vivido pero eso, ¡ay!, no se puede contar.
Ha quedado un poco lioso, ¿no? Bueno, ya dije que se trataba de una madeja.
Recuerdo, y este es un recuerdo con certificado de existencia, que cuando era pequeña me plantaba delante de mi abuela, con las manos en alto, sujetando la lana para devanarla entre las dos. Luego el gato la volvía a enredar. Así es la vida. O la literatura. O qué sé yo.
Anden, cuéntenme, o invéntense, su primera vez.

En la fotografía, de Fernando Sancho, yo, que no soy yo, que no sé qué hacer con mi cuerpo.


lunes, 13 de mayo de 2013

Adiós

[Y así, con la discreción de un portero y la elegancia de una gran duquesa (ya saben que ya no tengo abuela), me despedí de mis lectores de Heraldo. Me gustaría que uno de ellos fuera Javier. Me gustaría que supieran que pueden seguir leyéndome aquí.]

Mi primer portero se llamaba Joaquín. Lo recuerdo moreno, redondo y geniudo. En cuanto empezaba el buen tiempo, nos daba cincuenta pesetas para que fuéramos a comprarle cervezas frías a la tienda de los careros, que eran los que vendían lo mismo que en el Simago pero más caro. Mi hermana y yo subíamos corriendo las escaleras de la urbanización, entrábamos en esa tienda penumbrosa, la antítesis del ultrailuminado Simago, pedíamos las cervezas para Joaquín, nos las sacaban de la cámara y volvíamos felices como aquel niño de la foto de Cartier-Bresson, pegándonos el cristal helado a los costados, riendo de frío. Eso fue hace tiempo. Mande ahora solo a un niño a por unas cervezas, y en botella de cristal, y con cincuenta pesetas.
Hasta ahora dos porteros, Juan y Javier, se turnaban en la conserjería de mi casa. Pero se acaba de ir Javier. El último día dejó una nota en el buzón despidiéndose. “Hola, soy Javier, el conserje”, empezaba. “Reciban un fuerte abrazo de su amigo”, acababa. Mi hijo y yo subimos tristes en el ascensor. Mi hijo se apoyaba en el mástil de su mochila de ruedas; yo sujetaba la nota de Javier en la mano. Ni nos miramos en el espejo.
Hoy, intentando desbrozar mi vida de esos papeles que amenazan con ahogarla –cartas del banco, avisos del ayuntamiento, certificados de retenciones…- encontré una hoja de la comunidad de propietarios, uno de esos tristes documentos que nacen para ser arma arrojadiza, ya sea contra el presidente, aquel vecino o el contenedor azul. Ya iba a tirarla al montón de papel cuando vi el nombre de Javier. La hoja anunciaba su jubilación y recordaba las funciones del único conserje que queda. En el quinto punto dice: “Será discreto.”
La hoja informa también de que Javier no será sustituido por otro conserje sino por una empresa de limpieza, que es más barato, e indica todas las funciones de esa empresa, que incluyen el fregado, el mopeado, el desempolvado, pero no el comentado de resultados futbolísticos ni el regalado de caramelos a los niños ni el sonrisado matinal y el “Buenos días, Begoñica”.
Acaba la hoja diciendo que “en los primeros días será necesario un periodo de adaptación a este sistema”, vaya, que tengamos paciencia. De dónde se habrán sacado una petición semejante. Y nos dicen que si la cosa no funciona, podría volver a contratarse otro conserje.
Mientras tanto saludaremos a la portera de casa de mis padres. Se llama Flor, vino de Rumanía, y es la antítesis de Joaquín: pálida, alta y risueña. Ella me llama “doña Begoña”, que rima, y juega al fútbol que te mueres. Espero que no se vaya. Porque se ha ido Javier y ni el sol nos libra de andar un poco así, con esa rabia melancólica de quienes no han podido despedirse.

Esta columna apareció publicada en Heraldo el 12 de mayo de 2013.

viernes, 10 de mayo de 2013

Viaje gratis a NY

Como diría mi madre, “cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas”. Tengo muchos quehaceres, pero también me gusta matar moscas con el rabo, hacer cosas porque sí. Ahora hago una nueva.
¿Recuerdan la Venta El Maestro, esa otra cosa porque sí, ese otro hogar que comparto con Fernando Sancho, mi vecino? Pues ahora nos citamos en otro lugar. Él anda disparando de nuevo por Nueva York y ahora nos reunimos en WHOOOOSH. Whooosh es zas, es el ruido que hace el agua al salir a presión, es coyuntura, es ya.
Entre la Venta El Maestro y whoooosh media algo más profundo que un océano. La Venta El Maestro va contra los tiempos; whoooosh va a favor. La Venta está fuera del mundo y whoooosh está hecho desde el centro del mundo tal y como muchos lo conocemos.
En los dos sitios me siento a gusto. Y aún me sentiré mejor, si les encuentro por ahí. Están invitados. Solo tienen que pinchar aquí. Los textos son cortos. Los acompaña una sola foto. Se ve de un voleo. No podía ser de otra forma. Es whooooosh.
En la imagen, que forma –formará- parte de whoooosh, mi vecino y yo salimos de paseo por Manhattan. ¿Nos acompañan?

viernes, 3 de mayo de 2013

Ay, madre

Por diversos y en algunos casos muy enjundiosos motivos, no he publicado aquí todas las columnas que han aparecido en el Heraldo. La que cuelgo hoy, que va sobre mi madre, se publicó el 31 de marzo de 2013, en medio de una lluviosa Semana Santa. Si no la puse aquí fue porque me pareció floja. Pero luego, María Frisa, que tiene más gracia que todas las cosas (y si tienen la desgracia de no poder comprobarlo personalmente, tienen la suerte de poder comprobarlo en sus libros), me felicitó por la columna. Y si María Frisa la da por buena... Igual lo que sucede es que para mi madre, dedicado a mi madre, todo me parece poco y malo. (Para mi madre, en opinión de mi madre, todo está "muy bien, hija".) Sea floja, buena, mala o regular, allá va, por si haciendo un corta y pega, les sirve para felicitar a sus madres este domingo, por si ellas también juegan a ser adivinas. En ese caso, les felicito y compadezco a partes iguales.

Si pudiera predecir qué es lo que quisieran leer hoy… Me paso la vida intentando hacerlo. Voy para adivina. No soy la única.
El otro día iba a ir al club de lectura de la ONCE y, como me pareció tan buen plan, invité a mi hijo a acompañarme. “Verás cómo leen en braille”, le dije. “Y además, ellos no te verán”. Era el argumento imbatible para vencer su timidez. Y me dijo que sí. Pero cuando se acercaba el momento, supe sin necesidad de que me lo dijera (soy adivina) que prefería quedarse en casa.
Prefería quedarse pero no quería dejar de ir conmigo y andaba hecho un lío, partido entre la voluntad de hacer mi voluntad y cumplir con la suya propia. “Es que si tú prefieres que yo vaya, entonces voy. Pero si no… Pero lo que tú quieras, mamá”, acabó diciendo (aún es un adivino bastante transparente).
“Mecachis”, me dije (y no pongo “mierda” porque adivino que mi padre preferiría que no lo hiciera). Han bastado unos pocos años para crear otro adivino de pacotilla con problemas para identificar su voluntad. Eso me alarmó, porque tenemos unos antecedentes familiares muy peligrosos. Como uno se despiste, acaba como mi madre.
Mi madre se desvive literalmente por hacer lo que adivina que esperan de ella los demás. No es como yo. Yo, si no hago lo que adivino que se espera de mí, siento que estoy decepcionando a alguien; pero si lo hago… ah, si lo hago, entonces también me siento mal por haber arrumbado mi santa voluntad, que yo sí tengo de eso, que aún no soy como mi madre… Ya, que esto es una columna tumbada y no un diván. Pero dejen que les cuente lo de mi madre, que igual se parece a la suya o a usted: le pregunté dónde querría que tiráramos sus cenizas (dentro de cien años, claro) y ¿saben qué respondió?: “Ay, hija, donde os sea más cómodo.” ¿Pero qué voluntad de “mecachis” es esa?
La he llamado y le he preguntado si me daba permiso para contar esta anécdota y ya se figurarán lo que ha contestado. “Lo que quieras, hija”.
¿Lo que quiera? Lo que quiero es que seas como la lluvia, que hace lo que le da la gana, que no tiene en cuenta lo que quieren de ella los demás, que le da por caer en Semana Santa. Que se hace esperar, que se hace desear; que tiene su origen en la evaporación de lo que está en la tierra, pero que vive un poco en las nubes; que a veces es chirimiri y otras, chuzos; que se presenta cuando menos se la espera y que a veces no aparece cuando hace falta; que lo mismo se la echa de menos, lo mismo, que se la echa de más; que limpia, que cala, que hace crecer… Bien pensado, mamá, ya eres un poco lluvia tú.
Sean lluvia: hagan lo que quieran. Yo escribiré lo que me dé la gana. Es la única forma de no acabar hasta el gorro. Si, total, nunca llueve a gusto de todos.


Sally Mann, la autora de la foto que he elegido para acompañar esta columna, tuvo, como mi madre, tres hijos muy seguidos: un chico y dos chicas. Creo que ahí acaba el parecido entre mi madre y ella. Pero el parecido de sus hijos en esa foto con mis hermanos y yo es asombroso. Ahí está, a la izquierda, el mayor, subido a unos zancos. (Mi hermano, que por lo demás es un hombre cabal, pidió hace dos años a los Reyes estos zancos y ahora se lo pueden cruzar cualquier fin de semana paseando con ellos.) A la derecha, de espaldas y con esa suficiencia del estar en jarras, está la pequeña, tan comestible, seguramente esperando su turno para montarse en los zancos. De frente, desafiante, está la mediana. Su cigarro es de chocolate pero ella mira a su madre, que es quien hace la foto, como si estuviera ingiriendo toda la nicotina del planeta, fingiendo ser más peligrosa, más osada, más rebelde de lo que en realidad es. Así era yo, me temo, que me plantaba delante de mis padres a leer libros de Escohotado.
Pero basta por hoy, que al final tendré que pagarles en concepto de terapia por leer mis líneas.
Feliz Día de la Madre. Y si lo prefieren, regalen flores.