viernes, 18 de abril de 2014

¿Por qué? ¿¿Por qué??

"Más dura será la caída". Toda mi vida oyendo a mi madre este latiguillo. Pero lo que dicen las madres tiene la virtud de entrar por un oído, salir por el otro y ser recordado, ¡pim!, una vez que la cosa ya no tiene arreglo, solo por el gusto cojonero del "te lo dije". Porque, sí, la que ahora está estozolada contra el suelo, la de la dura caída, y desde bien alto, soy yo.
Hace justo un año me ufanaba aquí de haber llegado a la cima de mi carrera literaria. Y qué cima, señores y señoras: me habían invitado a la entrega del Premio Cervantes. La de poetas de mi pueblo que sueñan con un momento así. Anda que no fardé de aquello. Después del premio, escribí no una sino tres cosas: un post para para el ¡Hola!, una columna para el Heraldo, y una cosa transmedia, que dirían los modernos (una confesión, que diría yo). Y aún estiré la foto que me hice ese día con Ana María Matute para escribir otra gansada. Si todo eso hice así, sin pensarlo, este año, pensé, me escribo un libro. Porque yo me daba por invitada, no por la Poniatowska, con quien no tengo el gusto, como tampoco creo que el año pasado fuera invitada por Caballero Bonald, que una es dada a la fabulación, y más a la petulancia, pero de Caballero Bonald me separan no seis grados sino sesenta. Me separaban, porque meses después de la fiesta, en Miami, conocí a una mujer encantadora que era vecina de Caballero Bonald, vecina en Madrid, no en Jerez, ni en Miami, claro... Aunque Caballero Bonald escribió "vivo allá donde estuve". ¿Estuvo en Miami el poeta, ergo vive allí? ¿Tuvo vecinas en Miami, "junto al mar delirante"? ¿O solo lo vio desde la otra orilla, desde Cuba? Miami y Cuba, vecinos de bronca segura...
En fin, a lo que voy, que a mí los vecinos me pierden: digo que me daba por invitada institucional, y creía que la cima de mi carrera se transformaría en valle en altura y que mi presencia en esa base de datos de invitados al Cervantes era como la de las palabras en los diccionarios o la de los funcionarios en el Cuerpo, que entrar, cuesta entrar, pero que una vez dentro, no te saca ni Dios. Y...
¡Catacroc! Este año no he sido invitada.
¿Por qué me han borrado de la lista? ¿Fue por lo de quitarle una florecilla del pelo a Manuel Rodríguez Rivero? Lo hice por su bien. Llega a quedarse ahí y a echar semilla en aquel esponjoso humus y hoy en vez de rizos, ese hombre luciría zarcillos y flores de calabaza. ¿Fue porque comí demasiado? Pero si me comporté con la elegancia de una invitada a la embajada francesa. Si lo único que me faltó fue llevar unos Ferrero Rocher. ¿Fue porque apenas hablé? Llevo todo el año ensayando charleta insustancial.
Querida persona que me metió y me sacó de la lista (suponiendo que sea la misma): dime, ¿qué hice mal? Ahora ya es tarde para invitarme, lo sé; además tengo otros planes, pero ¿acaso no merezco algo?

En la imagen, de Man Ray: yo, estas semanas, cada vez que subía del buzón, y hoy un poco por lo de García Márquez, aunque el momento de empezar a llorar a un escritor es cuando deja de escribir, que es cuando se nos muere a todos.

martes, 15 de abril de 2014

No escribas

Vengo de pasármelo bomba en la presentación de los 75 consejos para sobrevivir a las extraescolares. Me encantaría que María Frisa escribiera 75 consejos para escribir. Lo digo porque a mí me los piden a menudo y así podría remitir a un libro que estaría, seguro, lleno de sabiduría y buen humor. Por mi parte solo puedo dar uno, y mi consejo es:
NO ESCRIBAS
Mira, si yo, que fui empujada a estudiar ciencias, que fui alejada por mandato paterno de Periodismo, que es donde se matriculan los cobardes que quieren escribir y se sienten lejos de poder hacerlo de verdad; si yo, digo, que fui llevada a rastras al despacho del mismísimo Gregorio Peces-Barba para que me convenciera de seguir estudiando Derecho; si yo, digo, que he sido toda mi vida una cobarde y una sumisa, que me he desvivido (párense un segundo en este verbo; noten que hay distintas formas de morir) por cumplir las expectativas de los demás y nadie ha esperado que yo escribiera; si yo, contra todo pronóstico, contra toda voluntad, contra mí misma, escribo, es que no hay nada que decir al respecto.
Da igual lo que te digan o no te digan, lo que te aconsejen o lo que te dejen de aconsejar, porque si de verdad estás condenado a esta pasión, no te quedará otra que voluntariamente aceptarla. Y no hay más.

Ahora, si me piden consejo para personas que quieren dedicarse a escribir, que es otra cosa, para esos también tengo lo suyo. Pero ya si eso, en otro post.

En la imagen, de Gordon Parks: de blanco, tú, que has decidido escribir; de negro, tu padre, tu inseguridad y yo, que te decimos que no lo hagas. Mira lo que te importa.

Al vídeo que enlazo en NO ESCRIBAS (no se lo pierdan) llegué via Dolores Ojeda, en lectyo. ¿Que les interesa esto de la lectura y no saben que es lectyo? Corran.

viernes, 11 de abril de 2014

Músculo lector

“Trabajar cansa”. Lo dijo un poeta, Cesare Pavese.
“Leer cuesta”. Lo digo yo, Begoña Oro, y seguro que tú también. No es lo único que cuesta. También cuesta la fama, y correr, y hacer un regalo con las propias manos, y tejer pulseras, y cocinar algo que no se apellide “Y listo” (pollo y listo, al microondas y listo, abre el flan y listo). Y sin embargo, qué bien se siente uno después de hacer, o comer, algunas de esas cosas que cuestan. Total, que no vamos a dejar de leer solo porque cueste un poco de esfuerzo, ¿no? Si fuera por eso, nos pasaríamos los recreos mirando el cielo, guardando energía, hibernando como osos.
Leer cuesta, sí. Pero cuanto más lees, menos cuesta. Lo cuenta Alan Bennett en Una lectora nada común. La protagonista de ese libro es la reina de Inglaterra. La reina al principio no lee nada de nada. Y cuando se pone a ello le cuesta, claro, pero mira lo que se dice sobre una novela que la primera vez le pareció un tostón: “La novela que había encontrado lenta ahora le parecía de un dinamismo refrescante. Y se le ocurrió la idea de que leer era, entre otras cosas, un músculo que ella, al parecer, había desarrollado.” ¡Un músculo! Por eso, cuanto más lees, mejor lees.
Todo el mundo está desesperado por hacer que los niños y niñas, que los jóvenes, desarrollen ese músculo. Los desesperados a veces son lectores, y no les cabe en la cabeza que os perdáis algo tan maravilloso, y otras veces no son lectores. ¿Te parece extraño que gente que no lea quiera que los niños lean? No tanto. También hay padres que fuman, y seguro que prefieren que tú de mayor no fumes. Y es que hasta los no lectores se dan cuenta de que es mejor tener músculo lector que no tenerlo. Leer es importantísimo. Lo dice Víctor García de la Concha, que fue director de la Real Academia Española: “El arte de leer no es un capítulo más de la educación y, menos aún, de la enseñanza, sino la base de ambas.”
Pero ¿cómo se hace músculo lector? ¿Y cómo se te meten en el cuerpo las ganas de leer tan dentro que no haya quien te las saque en toda la vida?
Para hacer músculo lector, se ha hecho de todo. Se inventó la “animación a la lectura”, que a veces ha tenido más de jolgorio que de lectura, y que sí, hace músculo, pero a veces más otro músculo, el de la creatividad o el de la convivencia, que músculo lector. Pero también se han hecho cosas muy interesantes. Muchas están relacionadas con la escritura, porque igual piensas que no te gusta leer, pero ¿escribir? No me digas que no te gusta escribir. Y cuando escribes, también estás leyendo.
Pero lo que de verdad sirve para hacer músculo lector son los buenos textos o, mejor dicho, los textos bien seleccionados, los que te van a gustar a ti. No a todos nos gustan los mismos libros pero todos podemos encontrar historias, o artículos, o textos informativos que son tan interesantes, que nos dicen tantas cosas, cosas que tienen que ver con nosotros, que hacen que olvidemos que leer cuesta un poco. Ya lo decía un gran poeta, Pedro Salinas: “Se aprende a leer leyendo buenas lecturas, inteligentemente dirigido en ellas, avanzando gradualmente por la difícil escala.”
Desde que empezamos a publicar estas páginas [este artículo fue publicado en el especial número 1.000 del Heraldo escolar (9/4/2014)], hemos estado empeñados en que tú tengas un precioso músculo lector. Intentamos con todas nuestras fuerzas que estas líneas que lees sean de esas que se beben como si fueran agua. Y además hemos tenido varias secciones especiales para fomentar la lectura. Y dirás: “Pues vaya empeño. ¿Y no prefieren que, en vez de lector, sea deportista, o cantante, o astronauta?”. Puedes ser todo eso si quieres. No es incompatible con ser lector. Pero es que tenemos dos buenas razones para luchar por que te guste la lectura. Una generosa y otra egoísta. ¿La generosa? Queremos que seas feliz, y sabemos que la lectura puede darte felicidad. ¿La egoísta? Somos un periódico. ¿Cómo no vamos a querer que leas? ¿Sabes qué seríamos nosotros sin lectores? ¿Sabes que sería del Heraldo sin ti? Sin ti… Que te lo cante Amaral.

En la imagen, de Bruce Weber, jovencito a contracorriente haciendo músculo lector mientras sus amiguitos se entregan a otros vicios. No sé ustedes, pero yo me quedo con el del tatuaje.

jueves, 10 de abril de 2014

Como debe ser

Vengo de que me den charlas.
Prefiero, con mucho, estar abajo, de oyente. Los que estaban arriba, los ponentes, eran lectores y lectoras de entre diez y quince años. Arriba era muy arriba, porque la cosa tuvo lugar en el teatro Cruce de Culturas, en Agüimes, que es un pedazo teatro. Y “la cosa” era el III Congreso de Jóvenes Lectores de Gran Canaria, un congreso como debe ser, un congreso donde acudimos unos pocos autores y cientos de lectores. Lo que allí vemos los autores es la punta del iceberg, la exposición de un trabajo que ha durado meses, trabajo (mucho) de alumnos, profesores y organizadores.
En este congreso los autores vamos de miranda; los que curran son los lectores, como debe ser. No solo porque yo tenga una vocación frustrada de vaga sino porque ese es el modo de hacer lectores: hacerles partícipes.
No podemos limitarnos a darles de leer como quien da de comer a un perro. Es tanto lo que ellos, niños y jóvenes, pueden hacer respecto a la lectura: elegir, compartir, cuestionar, escribir, leer más, votar… A mí en este congreso me han dado croquetas caseras, un repaso, un booktrailer, varios Power Point, una representación, varias ponencias, una camiseta, varios blogs, un acróstico, todo un vestuario, mucho que pensar y mucho amor. Me sentía Justin Bieber firmando camisetas, brazos, muñecas (“no me voy a lavar nunca”, me decían), haciéndome selfies con lectoras, recibiendo abrazos...
Ya lo he dicho alguna vez, no me gusta llenar este blog de experiencias así; temo que suene a autobombo y poco más. Además, no todos los encuentros son tan buenos. De hecho, venía de tener un par de encuentros poco “encontrados” la semana pasada. Pero creo que iniciativas como esta, la del Congreso de Jóvenes Lectores de Gran Canaria; la de clubs de lectura como Contenedores de Océanos; la de eventos que movilizan en torno a la lectura a toda una ciudad como los premios Mandarache y Hache, deben conocerse. Es más, deberían exportarse.
Y luego, sí, también habrá que darles de leer. Pero mejor esperar a que coincida que tengan hambre, o abrirles el apetito. Y sobre todo, darles cosas dignas de comer. Pero sobre eso… Sobre eso ya les doy la lata mañana.

En la imagen, de La dolce vita: yo, rodeada de jóvenes lectores, poco antes de sacar yo misma mi móvil para fotografiar a las auténticas estrellas del congreso, ellos.

domingo, 6 de abril de 2014

Castigo divino

Les escribo sin el corazón.
Castigo divino por ponerme intensa y decir que no se puede, y no se debe, vivir escribir sin él.
Pues ya ven. Se puede. Se puede escribir perfectamente sin el corazón. De hecho, ahora mismo, el dedo corazón de mi mano izquierda, o lo que queda de él después de un pequeño accidente, se estira como si tomara el té con la reina de Inglaterra. Y escribo.
Lo contrario, lo de la imprescindibilidad del corazón, lo digo aquí, en la cadena de preguntas entre escritores engranada por Jorge Gómez Soto en su también imprescindible blog. La pregunta me llega de la mano del escritor, psicópata y sin embargo amigo David Lozano, y es: "¿Es imprescindible el ingrediente sentimental en la literatura juvenil?". 

Responder la pregunta ha sido interesante, pero lo que de verdad estoy esperando es leer la respuesta del próximo interpelado a la pregunta que le lanzo yo. ¿Que qué interpelado? Aquí. ¿Que qué pregunta? Insisto: aquí.

Edito (20/7/2014): la imperdible respuesta de Daniel Monedero a mi pregunta ya está disponible aquí.  
En la imagen, de Richard Avedon, yo, toda feliciana, con mi Orga-Dior y mis patines, poco antes de inmolarme contra un banco de la Gran Vía. Porque, sí, es mucho lo que uno puede aprender de sus hijos (patinar, por ejemplo), pero hay cosas, como frenar, que uno debería aprender por sí mismo. Y antes.

martes, 1 de abril de 2014

Desierto

Conocí a una mujer que viajaba por los desiertos. Iba a China, Egipto, Chile, la India... Daba igual el continente. Lo que ella quería era verse inmersa en ese abismo de la soledad.
Puedo entender aquella fascinación. Un desierto debe de ser un lugar fuera del mundo, al menos del mundo que solemos habitar. En un lugar donde no puedes ir de aquí para allá porque el aquí y el allá son prácticamente iguales, en un lugar donde no puedes ni comprar un souvenir, no te queda otra que mirar y reflexionar.
Pero lo que define a un desierto, por encima de la ausencia de tiendas de recuerdos y la arena (el de Atacama es de piedra), son sus condiciones extremas de vida. En un desierto lo fácil es morir, ya sea de sed o por la picadura de un escorpión. En un desierto apenas viven cuatro cactus, una palmera y dos jerbos, y un escorpión.
¿Que qué opino de que el premio Gran Angular, el premio de novela juvenil mejor dotado económicamente, el premio que gané hace tres años, haya quedado desierto este año? Pues eso mismo. En el plano teórico, me resulta interesante, fascinante incluso. En el plano práctico, desolador.
Donde pone sed, únase el hambre; donde dice picadura de escorpión, piénsese en la picadura letal en la autoestima de todos los que se presentaron.

La imagen, tan obvia (perdonen, las prisas), es de Salgado.