domingo, 30 de noviembre de 2014

Winner!


El día que hice cima en el Himalaya (lo pongo así porque parece que la cima fuera la del Everest), llegué exultante a la base. Aquella noche lo celebramos por todo lo alto y me coroné como Dancing Queen nepalí, cosa que tiene su mérito, teniendo en cuenta que el baile nepalí se hace en cuclillas y que una sube y baja montañas con las mismas piernas con que baila. Pero es que estaba tan feliz... No vean qué subidón colectivo fue aquello.
El subidón de hoy me da pena no poder rematarlo con al menos un bailecito del Just Dance 2015 que me acaban de regalar, pero es que esto del Nanowrimo me ha dejado exhausta y, lo que es peor, con un montón de deudas que me dispongo a saldar ahora mismo. Ni siquiera podré ir a la fiesta que han preparado en la Cubit el día 4 de diciembre porque ese día -les informo por si es de su interés, que lo será si viven en Zaragoza- todos podemos ir a poner cara a la investigación en este acto de la aecc que no se deberían perder.
Pero en fin, no quería dejar de presumir aquí de haberlo conseguido: este mes de noviembre he escrito una novela de 50.048 palabras. Actualmente es una mierda, para serles franca. Pero no saben qué fe tengo en la transformación por el trabajo, y en las correcciones. Dice Pilar Eyre que le dijo Ana María Matute: "Escribe rápido y corrige lento", lo que convierte a la Matute en una wrima avant la lettre. Eso haré, cuando pase un tiempo. Esperaré a que esta mierda se seque, a que se convierta en adobe, y corregiré lentamente. Además, uno de mis edificios favoritos es la Gran Mezquita de Djenné. Y permítanme que les recuerde que hay mierdas que pueden salvarle a uno la vida. (Prometo solemnemente no volver a usar palabras malsonantes en las próximas diez entradas.)

Vaya desde aquí un agradecimiento muy especial a todos los wrimos que me acompañaron en esto y me empujaron hasta la meta. ¡No podría haber hecho esta mierda sin vosotros! ¡Fue fantástico hacerla juntos!

Juego de agudeza visual: a tenor de las estadísticas de palabras, adivinen qué día se fue mi hijo de viaje, lejos de su mamá.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Oda a las librerías normalitas

En mi ciudad hay algunas librerías muy especiales donde perderse, librerías abismales, maravillosas, a las que jalean con justicia los connaisseurs. De algunas de ellas ya se ocupan las revistas bonitas. Hay también, como en otras ciudades, librerías pertenecientes a cadenas y a cadenitas, hay una FNAC, una Casa del Libro, una Nobel, una Troa... Hay una Laie en el Caixaforum con un librero al que mi hijo llama por su nombre en diminutivo. Pero en mi ciudad, como en otras, hay además un buen plantel de librerías normalitas: librerías con un catálogo gigantesco que huelen a ambientador rico y con un nombre tan poco especial como "Librería General"; librerías con libreros más majos que las pesetas, como la librería París; librerías distribuidoras con un montón de empleados que siempre tienen una sonrisa y lo último y lo primero de aquella colección de moda, como la Librería Central; librerías de barrio que se curran sorteos y decoraciones festivas, como la Siglo XXI, como la librería Maya; pequeñas librerías que sobreviven en el centro mientras a su alrededor mueren pequeños cines, como la librería Asís; librerías donde conseguir a tiempo ese libro de Música antes de que el profe castigue al niño y al niño le dé un perrenque, como Hechos y Dichos... y las que me dejaré. Librerías -todo hay que decirlo- donde tienen mis libros, tan normalitos ellos; algunos, incluso, tan normales que son libros de texto. Sí, la mayoría de estas librerías son de esas en las que se forman colas para comprar los libros para el colegio cuando llega septiembre, porque alguien tiene que hacer ese trabajo tan ingrato, además de El Corte Inglés, el Alcampo y el Carrefour, y menos mal que están ellas.
Pero no solo venden libros de texto y no solo abren en septiembre. Están todos los meses del año, y están para acoger y abrazar al cliente normalito, exigente o primerizo, que eso a ellas les da igual, que no examinan a quien entra por la puerta.
Entrar por la puerta de una librería a usted puede parecerle una cosa de lo más normal, pero hay quienes, no sintiéndose de la tribu, entran avergonzados y con la cabeza gacha, porque la sabiduría a veces produce como efecto indeseado cierto temor. Sin embargo, a las librerías normalitas no se entra con la cabeza gacha, y si alguien, alguien que no ha tenido el privilegio de familiarizarse con estos espacios, si alguien entra así, en estas librerías, lo primero que hacen es quitarle un peso de encima. ¿Cómo? A veces no haciéndole ni caso, cuando detectan que eso es lo que el cliente prefiere; otras veces, ofreciendo ayuda o adelantando pistas como quien no quiere la cosa... El librero de la librería normalita, cuando pasa el lector de código de barras por aquella novela romántica tan llena de clichés o por aquel best-seller juvenil que han llevado al cine o por el último libro de Masterchef, no levanta la ceja ni resopla, que para eso tiene esos libros en la tienda, para venderlos. En ese momento, puede suceder que el cliente convenza al librero de que debe leer ese best-seller juvenil porque realmente es "la hostia", que es un concepto filológico que se maneja con soltura en la librería normalita. Y al final, el librero, que está abierto a todo, a la ruina, a los comerciales, al aprendizaje, a la felicidad por un buen libro y a la felicidad por un libro imposible de abandonar, lee el libro juvenil y le gusta tanto que empieza a recomendarlo él, y el best-seller se hace aún más best-seller, y da gusto cuando vuelve a entrar aquel cliente y el otro y el otro, todos para dar las gracias por la recomendación porque hay que ver lo mucho que les ha gustado. Y el librero sonríe satisfecho, porque fue feliz leyendo el libro y ahora se siente un poco responsable de la felicidad de esos lectores. Y de eso trata un poco ser librero o librera, de felicidad, ya sea subido a un risco o bajo el nunca bien ponderado cobijo que da un rebaño.
Por todo esto hoy, día de las librerías, griten conmigo: ¡vivan también las librerías normalitas!

Imagen de René Maltête.

martes, 25 de noviembre de 2014

Vidente (Novolveráapasar)

No me sorprende que te sorprenda que me haya ido. Nunca fuiste bueno adivinando el futuro. Lo que vaticinabas, nunca se cumplía. Cuántas veces te he oído decirme novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar, novolveráapasar… cuando, de ser cierto, tendría que haberlo oído
UNA 

SOLA

PUTA

VEZ.

He aprendido que, para adivinar el futuro, no basta con leer las cartas; hay que jugarlas. Hoy juego las mías. Hoy tengo la certeza; te lo diré una sola vez:

NOVOLVERÁAPASAR. 

Begoña Oro
Imagen de Cindy Sherman

Escribí este microrrelato a petición de Leticia Crespo (gracias, Leticia) para las jornadas #ViolenciaMachista organizadas por la Asociación de Mujeres Amparo Poch celebradas en la facultad de Ciencias Sociales los días 20 y 21 de noviembre de 2014. Aparecerá publicado en un libro junto a los impresionantes relatos de Ángela Labordeta, Gabriel Sopeña, Raúl Ariza, Clara Fuertes (ganadora del I Concurso de Microrrelatos sobre la Violencia Contra las Mujeres) y demás participantes en el concurso.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Juventud, divino desdoro

Hoy es mi cumpleaños.
Mi reserva ovárica es cada vez más pequeña y mi culo, cada vez más grande.
Voy ganando arrugas y perdiendo pelos en la lengua pero esa pérdida, con la que soñé tanto tiempo, no me hace más feliz. Sigo sin encontrarle la gracia a eso de zaherir al prójimo. 
Sigo también muy loca. Aún no he superado la pueril necesidad de aplauso (y de comentarios, y de felicitaciones).
Pero algún día, ¡oh, algún día!, creceré.
Y ustedes, que lo vean.
...
Iba a despedirme con un sonoro "¡chin chin!", no por Afflelou sino por aquello de brindar juntos. Pero, después de oír a Blecua el miércoles, me ha dado por mirar "chin" en el diccionario y... ¡es una interjección que se usa para llamar a los cerdos! Lo de los brindis es "chinchín".
¿Pues saben qué les digo?
¡Chin, chin y chinchín! ¡Champán y jamón ibérico!
(Y para quienes se pasen por la quedada Nanowrimo en Zaragoza, tarta.)

Imagen de Eve Arnold.

martes, 18 de noviembre de 2014

Una semana regia

Me espera una semanita expuesta como una reina (con cargo a los presupuestos generales de mi bolsillo, no teman), llena de actos y eventos que son como un pequeño catálogo de mis vicios: el humor, las palabras, la fiesta en paz (sí) y las tartas de chocolate.
Salgo ahora a Teruel a participar en una mesa redonda organizada por la Asociación Española Contra el Cáncer dentro de las jornadas, las sextas ya, "El sentido del humor, un paraguas ante la adversidad".
El miércoles por la mañana voy a la presentación del nuevo Diccionario de la Lengua Española a la que, dice el tarjetón, acudirán "destacados académicos de la RAE" (se ve que es más difícil confirmar nombres con esta gente que con los One Direction; las revisiones de próstata es lo que tienen). Por la tarde, dentro de las actividades organizadas por Nanowrimo en España, doy una charla, o lloro de la pena con ustedes, o animo a otros wrimos con mi retrasada estadística de palabras, o no sé bien qué, en la biblioteca Cubit. El caso es que es una charla abierta, a las seis y media. Pueden acudir a ver cómo se me corre el rímel.
El viernes... El viernes es mi cumpleaños, pero además de envejecer y de entregar miles de cosas a las editoras que me azuzan elegantemente, aún me dará tiempo por la tarde a leer un microrrelato que escribí para las Jornadas #ViolenciaMachista que se celebrarán en la Facultad de Ciencias Sociales y para salir pitando a la cafetería Charlotte de la calle San Miguel, a la quedada Nanowrimo. Fíjense si tienen oportunidades para felicitarme en persona.

Imagen de Berenice Abbott.

martes, 11 de noviembre de 2014

Que te crean o que no te crean, esa es la ficción

Hace poco comentaba con una editora mi fracaso como creadora de ficciones para I., mi hijo. No supe mantenerle la ficción monárquica-mágica más allá de los siete años. Como comprenderán, los roedores de apellido común y los barbudos rechonchos de rojo y blanco cayeron detrás. Ya ven, como madre literata soy un fiasco.
Ayer me llama la madre de M., un compañero de clase de I., para contarme que mi hijo ha preparado una tinta venenosa y tiene un plan criminal. "Va a matar a alguien, mamá", se ve que ha advertido M. en casa. Me salva del soponcio el hecho de que I. ya me había comentado la semana pasada lo de la tinta y lo de que M. se lo había creído. Los planes criminales la verdad es que no me los había detallado. La madre de M. y yo nos reímos del asunto y acordamos que los niños hablen entre ellos. I. explica que todo era mentira para que M. pueda dormir y comer tranquilo. Al parecer, el miedo a ser envenenado le hacía mirar la comida con desconfianza últimamente. (Me temo que esto no es mérito exclusivo de mi hijo; se ve que M. es un experto en generales cartagineses y emperadores romanos.)
"¡Cómo voy a matar a alguien, M.! ¡Con nueve años!", oigo que dice I. Por un lado pienso que I. no ha oído hablar de Sierra Leona y por otro, me entra la duda de si acaso le parecerá que a partir de, pongamos, los dieciocho años es un plan plausible.
"Lo que pasa", sigue explicando, "es que te dije lo del veneno, y yo no pensaba inventar nada más, pero como te lo creíste, lo saqué adelante". Así dice: "lo saqué adelante".
Y yo inventando diálogos de la pandilla de la ardilla y contando palabritas en NaNoWriMo.
Me retiro.
Que escriba mi hijo.

Imagen de Vivian Maier.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

¡Qué caramba!

Las islas Canarias están llenas de señores alemanes que han decidido que ya han visto demasiados días grises, señores y señoras que saben que cuando el sol te acaricia la piel, todo parece mejor. Uno de esos señores es Janosch.
Janosch vive ahora en Tenerife y tiene todo lo que necesita para ser feliz: buena compañía, una cama, una mesa y una hamaca desde donde contempla bonitas puestas de sol. Pero Janosch nació en un lugar sin hamacas, cerca de la frontera entre Polonia y Alemania. Su padre bebía mucho, su madre rezaba mucho, a menudo le pegaban. Eran pobres, huyeron de la guerra y a los trece años Janosch trabajaba de obrero en una fábrica. Pero a Janosch le gustaba pintar.
Fue a Múnich, se apuntó a una academia y le echaron. Sin embargo, un amigo de Janosch, que era editor, le animó a escribir para niños.
Janosch empezó a escribir y dibujar cuentos para niños, y tuvieron un gran éxito. Muchos están protagonizados por un pequeño oso, un pequeño tigre y un tigre-pato de juguete que se cuela siempre en las ilustraciones. Cuentos suyos como ¡Qué bonito es Panamá!, Correo para el tigre, Vamos a buscar un tesoro o Yo te curaré, dijo el pequeño oso no han dejado de reeditarse. Búscalos en la biblioteca de tu colegio. Tienen que estar, porque siempre hace falta un amigo que te haga soñar con un paraíso como Panamá (o Tenerife) y que acabe ayudándote a descubrir que Panamá (o Tenerife) está en el sofá de tu casa. Todos necesitamos cuentos que acaben diciendo, como dice Correo para el tigre:
“–Ay, oso –dijo el tigre–. ¿A que la vida es increíblemente hermosa? ¿A que sí?
–Sí –dijo el pequeño oso–, de lo más increíble y de lo más hermosa.
Y tenían bastante razón, ¡qué caramba!”

En la imagen, de Janosch: oso que sabe rodearse.

Este texto fue publicado en el Heraldo escolar hace ya un tiempo, cuando, caninos de primavera, los peninsulares soñábamos con las Canarias.