viernes, 28 de noviembre de 2014

Oda a las librerías normalitas

En mi ciudad hay algunas librerías muy especiales donde perderse, librerías abismales, maravillosas, a las que jalean con justicia los connaisseurs. De algunas de ellas ya se ocupan las revistas bonitas. Hay también, como en otras ciudades, librerías pertenecientes a cadenas y a cadenitas, hay una FNAC, una Casa del Libro, una Nobel, una Troa... Hay una Laie en el Caixaforum con un librero al que mi hijo llama por su nombre en diminutivo. Pero en mi ciudad, como en otras, hay además un buen plantel de librerías normalitas: librerías con un catálogo gigantesco que huelen a ambientador rico y con un nombre tan poco especial como "Librería General"; librerías con libreros más majos que las pesetas, como la librería París; librerías distribuidoras con un montón de empleados que siempre tienen una sonrisa y lo último y lo primero de aquella colección de moda, como la Librería Central; librerías de barrio que se curran sorteos y decoraciones festivas, como la Siglo XXI, como la librería Maya; pequeñas librerías que sobreviven en el centro mientras a su alrededor mueren pequeños cines, como la librería Asís; librerías donde conseguir a tiempo ese libro de Música antes de que el profe castigue al niño y al niño le dé un perrenque, como Hechos y Dichos... y las que me dejaré. Librerías -todo hay que decirlo- donde tienen mis libros, tan normalitos ellos; algunos, incluso, tan normales que son libros de texto. Sí, la mayoría de estas librerías son de esas en las que se forman colas para comprar los libros para el colegio cuando llega septiembre, porque alguien tiene que hacer ese trabajo tan ingrato, además de El Corte Inglés, el Alcampo y el Carrefour, y menos mal que están ellas.
Pero no solo venden libros de texto y no solo abren en septiembre. Están todos los meses del año, y están para acoger y abrazar al cliente normalito, exigente o primerizo, que eso a ellas les da igual, que no examinan a quien entra por la puerta.
Entrar por la puerta de una librería a usted puede parecerle una cosa de lo más normal, pero hay quienes, no sintiéndose de la tribu, entran avergonzados y con la cabeza gacha, porque la sabiduría a veces produce como efecto indeseado cierto temor. Sin embargo, a las librerías normalitas no se entra con la cabeza gacha, y si alguien, alguien que no ha tenido el privilegio de familiarizarse con estos espacios, si alguien entra así, en estas librerías, lo primero que hacen es quitarle un peso de encima. ¿Cómo? A veces no haciéndole ni caso, cuando detectan que eso es lo que el cliente prefiere; otras veces, ofreciendo ayuda o adelantando pistas como quien no quiere la cosa... El librero de la librería normalita, cuando pasa el lector de código de barras por aquella novela romántica tan llena de clichés o por aquel best-seller juvenil que han llevado al cine o por el último libro de Masterchef, no levanta la ceja ni resopla, que para eso tiene esos libros en la tienda, para venderlos. En ese momento, puede suceder que el cliente convenza al librero de que debe leer ese best-seller juvenil porque realmente es "la hostia", que es un concepto filológico que se maneja con soltura en la librería normalita. Y al final, el librero, que está abierto a todo, a la ruina, a los comerciales, al aprendizaje, a la felicidad por un buen libro y a la felicidad por un libro imposible de abandonar, lee el libro juvenil y le gusta tanto que empieza a recomendarlo él, y el best-seller se hace aún más best-seller, y da gusto cuando vuelve a entrar aquel cliente y el otro y el otro, todos para dar las gracias por la recomendación porque hay que ver lo mucho que les ha gustado. Y el librero sonríe satisfecho, porque fue feliz leyendo el libro y ahora se siente un poco responsable de la felicidad de esos lectores. Y de eso trata un poco ser librero o librera, de felicidad, ya sea subido a un risco o bajo el nunca bien ponderado cobijo que da un rebaño.
Por todo esto hoy, día de las librerías, griten conmigo: ¡vivan también las librerías normalitas!

Imagen de René Maltête.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres un gran descubrimiento. Te dire que un dia de fiesta para mi y para mi hija mayor (9 añitos) es que su madre y sus hermanos nos dejen "perdernos" horas en una libreria. Sigue, por favor. Necesitamos leer...

La Oro dijo...

Oh, gracias, anónimo. No sabe la suerte que supone para personas como yo, que necesitan escribir, encontrarse con persona como usted y su hija, que necesitan leer. ¡Sigan, por favor! Dos abrazos.

Anónimo dijo...

Una reflexión conmovedora. Soy de esas personas que sienten que las librerías normalitas (no las pretenciosas, ni las de culturetas, ni las que tienen gastronosequé) y las bibliotecas son ya el único espacio del mundo en el que me siento completamente libre y absolutamente nadie me juzga.

Un saludo.
Sergio.