martes, 31 de mayo de 2011

Todo sobre mi madre, nada sobre mi hijo

El domingo estuve firmando en la Feria del Libro de Madrid, pero a eso dedicaré otra entrada. El lunes por la mañana tuve un encuentro con lectores también en el Retiro. Por la tarde iba a ir al encuentro POR (Pienso Opina Reacciona), dedicado a la mujer.
El planteamiento era algo así como (dicho por Iñaki Gabilondo): "Si alguien me dijera que tenía que elegir entre ser periodista o ser padre, no lo hubiera entendido, y si lo hubiera entendido, me habría enfadado". Pero yo tuve que elegir entre acudir al encuentro POR o ser madre.
Tengo un hijo. ¿Lo había dicho? Sí, lo había dejado caer suavemente, en un paréntesis final, aquí. Lo sé porque tengo un control absoluto sobre este tipo de confidencias. No solo porque sea la Agustina de Aragón de la intimidad sino porque he extirpado mi ser madre de este blog. ¿Se puede hacer eso? ¿Se debe hacer? Me lo pregunto a menudo.
El caso es que abro mi bolso, esa extensión de mi ser, y me encuentro la cartera, el iPhone, la libreta de apuntar ideas, la tarjeta de Bizi, el boletín con las notas de fútbol de mi hijo, mi pintalabios Bonheur, un Bakugan (no te preocupes; si no eres madre, es normal que no sepas lo que es eso), migajas de galletas... Así, todo mezclado.
Cuando le pregunté a mi madre -a mi madre- qué le parecía mi página web, que si echaba algo de menos, me dijo: "No hablas de I." (I. es mi hijo). Claro, mamá. Lo sé. Y tú sabes que tengo todo un blog (otro) para hablar de mi hijo. Pero aquí, ¿debo hacerlo? ¿Me lo habrías reclamado, mamá, si fuera un hombre? Puedo ponerme muy, muy pesada hablando de mi hijo. Porque, sí, nosotras nos ponemos pesadas. Ellos, no. Ellos, cuando hablan de sus hijos, son tiernos y "uy-qué-mono".
Ayer, en el encuentro POR, hablaron de la conciliación. Conciliar trabajo y maternidad. Para mí la clave, mi clave personal e intransferible, está en conciliar el sueño. Porque ahí está el tendón de Aquiles de este asunto: la culpabilidad. ¿Se puede, se debe extirpar un poco de culpabilidad de las madres? ¿Se debe implantar en los padres? No sé. Solo sé que no hay ayudas estructurales que me devuelvan el sueño si yo siento que no he estado (que no he disfrutado) suficiente tiempo con mi hijo, y que hoy no ha sido la culpabilidad lo que me ha quitado el sueño.
[Lo lamento por aquellos jóvenes, mujeres sin hijos y padres u hombres en general que hoy me leen. Esta entrada les habrá aburrido soberanamente. He ahí el quid de esta cuestión: existe una imposibilidad radical de comprender a una madre, como madre, si no se es mujer y si no se tienen hijos. No me lo discutan. Esto no. Lo digo desde la humildad y desde el reconocimiento de culpa. Porque, antes de ser madre, yo también  creía que podía ponerme en el lugar de una madre. Falso. La maternidad está más allá de la empatía. Por desgracia. Por fortuna.]
Imagen: Mère et enfant, de Baltasar Lobo. Puedes verla con tus propios ojos y tocarla con tus propias manos cuando se despiste la vigilanta en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza hasta el 17 de julio. Yo la vi mientras esperaba a entrar a la presentación de ¿Sabes que te quiero?, de Blue Jeans. Estoy deseando volver a verla, esta vez con mi hijo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Silencios

Soy bastante despistada. Desde la última reunión a la que asistí llevo el teléfono en modo silencioso. Lo acabo de desactivar y ahora vuelve a sonar. Me da pena. Me encanta el silencio.
Voy a silenciar algo para consolarme.
Voy a poner un silenciador en la novela que acabo de empezar a escribir. Acoplaré ese tubo a la boca del cañón y tacharé unas cuantas palabras. La bala no dejará de salir y no dejará de matar a quien tenga que matar, pero lo hará sin estruendo. No quiero que te me quedes en el disparo. Prefiero que te fijes en la herida. Silenciaré el disparo para que puedas escuchar el borbotear de la sangre.
Qué poco se habla de los escritores como gestores de silencios. Parece que solo elegimos palabras y lo que más elegimos son los silencios. Deberíamos escribirlos también, como los músicos.
Sí. [      ]
Pero igual entonces se nos vería el plumero.

Y ahora me voy a escribir un silencio antártico. (No saben cómo es el silencio en la Antártida. Yo sí, porque me lo han contado.)

Ah, y sigo haciendo ver que soy humana (firmando, vaya). Este domingo, 29 de mayo, de 19 a 21h, en la Feria del Libro de Madrid. Caseta 62 (SM).

viernes, 20 de mayo de 2011

No me miren el culo

[Aviso: en este post se hablará de culos y hasta de acampados. Esta promesa, la de hablar de culos y la de las noches al raso, suele funcionarme con los niños. Espero que con ustedes también, y que me aguanten hasta el final. ¡Ánimo!]

Dije que no me estaba maravillando Los enamoramientos, de Javier Marías. Corrijo: finalmente me maravilló. Pero al hilo de ese desencantado comienzo mío, Teresa comentó: "Yo creo que los escritores, como todo el mundo, transmiten cómo son, y Javier Marías es como es. Yo jamás haría algo así de cansino."
Casi al mismo tiempo se airearon unas declaraciones de Martin Amis en las que decía: "Si tuviese una severa lesión cerebral, podría escribir un libro para niños". (Jorge Gómez lo explicaba con la claridad y el riguroso entusiasmo que le caracterizan aquí.) Y sí, a todos los que escribimos para niños nos entraron unas ganas locas de lanzarnos contra el señor Amis. Pero daba la casualidad de que yo en ese momento andaba babeando con su último libro, La viuda embarazada.
Y pensé: ¿cuántos escritores detestables han escrito novelas por las que habría que amarlos? (Y si fuera más mirada, incluiría un inciso diciendo que no quiero decir necesariamente que Javier Marías y Martin Amis sean detestables; no tengo el gusto de saberlo.)
Entonces recordé un cuento de Franz Hohler. (Ya estoy llegando al culo, ya.) Franz Hohler es un descerebrado tal que publica un libro de cuentos para adultos bajo el título El gran libro de cuentos para niños. Figúrense. En ese libro está el cuento que viene a cuento, este:
El jardinero
Érase una vez un jardinero que era conocido por tener un trasero muy duro.
Muchas personas le visitaban por eso y le palpaban el trasero mientras regaba el bancal o trataban de pellizcarle disimuladamente mientras trasegaba en su invernadero.
"¡Qué cosas! -murmuraban-, es verdad que lo tiene de piedra."
Pero de sus flores nadie hablaba...
Paso de tu culo, Javier Marías. Paso de tu culo, Martin Amis. Me da igual como seáis. Solo quiero vuestras flores. Solo quiero vuestras novelas.
En cuanto a mí, sé que es difícil no mirarme el culo. Es lo que tiene ir a todas partes en bici (y con tacones). Pero...
Oro, Oro... ¿Estás coqueteando desde este sesudísimo blog? Mira que tu padre, tu cuñado y hasta tus vecinos te están leyendo...
Corrijo:
En cuanto a mí, quiero pensar que soy mejor que mis obras. Lo siento por ustedes que me leen. Aun así, aunque salga peor parada, me gusta que juzguen mis obras por sí mismas.
Y en cuanto a lo demás... Ni que decir tiene que este encuadre -porque de eso estoy hablando, de seleccionar lo que se decide mirar (las flores) y lo que se decide obviar (el culo)- este encuadre, digo, vale para escritores, músicos, políticos, cocineros, acampados, e incluso para floristas.
Así que esta es mi sugerencia del día: encuadren. No se queden mirando el culo. Miren las flores.
Y luego reflexionen.
Y luego, voten, nolesvoten, voten en blanco, nulo, absténganse, acampen o hagan lo que les pida ese cuerpo suyo dotado, entre otras cosas, de culo y también de cerebro. Sí, incluso si escriben para niños.
Y ahora, si no lo hicieron antes, miren la foto de Doisneau que ilumina esta entrada. Atentamente.

martes, 17 de mayo de 2011

De la despreocupada elegancia a la preocupación elegante

[Aviso: este no es post para viejos. Normalmente escribo para quien me lea con la esperanza de que me lean muchos jóvenes, y me consta que así es. A estos, a los jóvenes, les traigo un recadito.]

Ayer me invitaron a una barbacoa, pero yo no lo sabía. Yo creía que me habían invitado a la presentación de los encuentros POR (Piensa Opina Reacciona). Antes de ir al encuentro, visité la exposición de Jacques Henri Lartigue, ese fotógrafo que poseía "una aptitud especial para la felicidad y para disfrutar de la vida con una elegancia despreocupada". Vi fotos de gente volando, mujeres paseando, niños saltando, coches corriendo... Salí de la exposición yo también en gerundio, elegantemente despreocupada y feliz. Pensé que no era la mejor actitud para acudir a un encuentro POR.
Me equivocaba.
Empecé a sospecharlo cuando en el vídeo de presentación aparecieron las palabras: "POR la felicidad".
El encuentro resultó ser como una barbacoa. Hacía un día ideal. Hacía sol. El ambiente era informal y festivo. Había mucha gente. Las barbacoas se hacen entre muchos. Las barbacoas no requieren prisa. Ya se sabe que cuando uno va a una barbacoa, lo más normal es que coma poco y tarde. Ya se sabe que en una barbacoa la comida es lo de menos. Ya se sabe que la verdadera esencia de la barbacoa es la espera compartida, y la esperanza.
Iñaki Gabilondo fue el primero que puso la carne en el asador, la imagen misma de la preocupación elegante, algo digno de ser fotografiado por Lartigue: "Creemos en nuestra sociedad, en la democracia, en la política... Pero creemos que nuestra sociedad está adormecida", dijo. "Es imprescindible ampliar el debate público". Luego Montserrat Domínguez dio un par de vueltas al solomillo ¡y también mencionó a Belén Esteban! Ignacio Escolar apretó un poco con el trinchador. Nativel Preciado y José Antonio Marina echaron sobre la parrilla algo de guarnición.
Gabilondo convocó al viento. Quería que el olorcillo de la barbacoa llegara a los vecinos, y que se acercaran a ver qué pasaba, y a meter baza, y a comer.
-¡Que corra la voz!
Luego otros se acercaron al fuego, invitados por un Gabilondo que seguía afanoso con su delantal: Nicolás Sartorius, estudiantes de periodismo, el flamante rector de la Universidad Complutense... Las barbacoas son así. Cada uno aporta sus trucos, su experiencia en barbacoas, su osadía...
Esa era la idea: dar voz (voz serena), abandonar la pereza, participar, despertar... ¿Han visto a alguien dormirse en una barbacoa?
Prometieron que habría más.
De momento, hoy pienso. Y paso recados, los recados de Iñaki Gabilondo (algunos) para los jóvenes:
  • "La juventud ha asumido esa apariencia de despreocupada, ¿cómo hemos podido permitir que cuaje esta idea? No tenemos una generación perdida de jóvenes."
  • "No aceptéis que no se puede hacer nada."
  • "El poder tiene que percibir en el cogote el aliento de la gente."
  • "Que nos pille despiertos el cambio que viene."
Yo también sé un truco. Un truco para despertar: mojarse. Mojarse no solo es una forma muy eficaz de despertar sino que también puede provocar una intensa felicidad. Y si no lo creen (a mí me costó convencerme), miren la foto de Lartigue que preside esta entrada durante diez segundos. ¿A que sí?

miércoles, 11 de mayo de 2011

Intimidades de una escritora

Estoy leyendo Los enamoramientos, de Javier Marías (solo diré eso: lo estoy leyendo; si me estuviera gustando más, si me estuviera gustando tanto como tendría que gustarme, diría algo más). Se dice en el libro de Marías sobre los escritores (les ahorro las digresiones de Marías; en este blog, la única que se va por las ramas, la única que abre y cierra paréntesis, soy yo): "[Los escritores] son gente rara, la mayoría. Se levantan de la misma forma que se acostaron, pensando en sus cosas imaginarias que sin embargo les ocupan tanto tiempo. Los que viven de la literatura y sus aledaños y por lo tanto carecen de empleo (...) no se mueven de sus casas y lo único que tienen que hacer es volver al ordenador o a la máquina (...) con incomprensible autodisciplina: hay que ser un poco anormal para ponerse a trabajar en algo sin que nadie se lo mande a uno."
Ese ir y venir de la cama al ordenador me ha recordado la definición de literatura que hacía Rafael Reig en su desopilante Manual de literatura para caníbales. Decía Reig: "Al fin y al cabo, la literatura no es más que un tipo que está en su casa y se pone a escribir en pijama. Este individuo obstinado escribe y escribe, sin parar, hasta que consigue terminar un libro. Después otro sujeto lo imprime, otro lo distribuye y, al final del recorrido, siempre aparece otro, también en su casa, que se pone a leer sin zapatos, con los pies encima de la mesa. Esto es el fenómeno literario. Pare usted de contar. Tipos cansados, con ojeras, que escriben en pijama. Mujeres adormiladas en un vagón de tren. Hombres que se descalzan para leer más cómodos. Niños absortos en un rincón del patio durante todo el recreo".
Así es.
Y ahora, queridos, esta rara, esta anormal, esta tipa cansada que les escribe, se va a poner el camisón (¿y quién me manda a mí vestirme esta mañana? ¡Ah, sí!, un niño en edad escolar) y va a seguir escribiendo.

(C) Imagen del Museo del Traje. Lo aclaro, obviamente, no por cuestiones legales sino para que nadie ponga en duda que ese no es mi camisón.

lunes, 9 de mayo de 2011

Primavera

A ver cómo cuento lo que quiero contar sin que suene a autobombo, sin que suene a publicidad, sin que parezca que solo puede tener interés para mí... ¡Ya sé! El concepto será: compartir la alegría (y qué alegre está resultando ser este blog; no me reconozco).
Pues sí. Estoy muy contenta, y me encantaría que tú también. Para eso, podría invitarte a algo, enlazarte a una canción de Facto Delafé, o contarte algunos de los motivos. Haré lo último. Mis motivos no te harán feliz, pero igual te hacen pensar en tus propios motivos:
-Mi novela Pomelo y limón ha sido elegida, junto a otras dos obras, finalista del Premio Hache. A raíz de esto, será leída por más de mil jóvenes que serán quienes decidan finalmente cuál es la obra ganadora.
-¡Hay un club de lectura en Twitter! Y empiezan a leer Pomelo y limón el 13 de mayo. Puedes apuntarte o cotillear al respecto aquí.
-Pomelo y limón lleva tres semanas consecutivas en la lista de los cinco libros más vendidos de autor aragonés. (Sí, vale, el quinto. Pero es que el cuarto es Chufla, chufla. Y es imposible adelantar a un libro que dice: "chufla, chufla, que como no te apartes tú"...).
-Puede que el viernes 13 de mayo te vea en el Espacio Lector Nobel, donde estaré firmando libros a partir de las siete de la tarde.
-Last but not least... la primavera ha salido de El Corte Inglés y ha llegado a la ciudad.

lunes, 2 de mayo de 2011

No quisiera matar a Belén Esteban

Mi Amiga lleva un tiempo advirtiéndomelo: "Te veo lanzadita a la inmolación", me dice. Ha sido esa advertencia la que, a última hora, me ha salvado de inmolarme hoy con una bomba de azúcar. De vuelta de un fin de semana en el que he sido cuidada, mimada y consentida, iba a escribir un post sobre mi madre. Y sin criticarla. Puro almíbar, y casi coincidiendo con el Día de la Madre. Pero he oído la voz de mi Amiga y he abortado el post a tiempo. (No, la cosa no va de: "yo por mi hija, ma-to". Esperen.)
El caso es que cada uno escribe con lo que tiene: con dolor, con amor, con mala leche, con miedo, con resentimiento... O con lo que no tiene (estoy pensando en Jane Austen, estoy pensando en Andersen).
El quid de la cuestión está en la dosis. Lo aprendí al escribir el artículo sobre el veneno en Harry Potter. Decía Paracelso: "Todo es veneno. Nada es sin veneno. Solo la dosis hace el veneno". Así es. La dosis... ¿Cuánto dolor, cuánto amor, cuánta mala leche... caben en una novela, en un artículo, en un post? ¿Hace falta volcarlo todo o, como dice mi madre, "¡ay!, guarda para cuando no hay"? ¿Hay dosis excesivas? (No, la cosa no va de: "Ni que fuera yo Bin Laden". Sigan esperando.)
Los excesos... Personalmente hay excesos que tolero mejor: el exceso de dolor, por ejemplo. Como el que hay en el poemario Joana, que escribió Joan Margarit a la muerte de su hija. Pero el exceso de amor... No puedo con él. Al mismo tiempo, sé que es mi bestia negra particular. Porque yo escribo, sobre todo, con amor. Así, en general. Es así desde que empecé a escribir. Y me sale sin querer (sí, quiero sin querer; soy una amante inconsciente). Siento un cariño sincero y real por el personaje que creo, por el lector que me leerá..., y siempre temo pasarme. Detesto el exceso de azúcar en la literatura. Por eso me repito a menudo: "el exceso de azúcar es tonto, fácil de criticar y mortal para los diabéticos; el exceso de azúcar es tonto, fácil de criticar y mortal para los diabéticos"... Y por eso no he escrito sobre mi madre, porque no quisiera matar a Belén Esteban. (¡Sí! ¡De eso iba el asunto! Belén Esteban es diabética. No hagan como que no lo sabían. Y si se sienten defraudados, lean hasta el final. Hay una especie de disculpa.)
Y luego está la vida, que te va modificando las dosis de todo eso -del dolor, del amor, de la mala leche...-, pero tú tienes que seguir escribiendo. Y ser el mismo escritor. ¡Ah! Pero para eso está el estilo.
Cualquier día les planto una foto de la duquesa de Alba y les endilgo un pot sobre el estilo. Ya saben, no pueden fiarse de mí. Apenas hablé de Belén Esteban. Los más avispados ya se habrán dado cuenta: he emprendido una cruzada, y esa cruzada tiene un lema: "¡A lo sesudo por lo baladí!". ¿Se apuntan?