miércoles, 15 de mayo de 2013

Mi primera vez no es mi primera vez

Me enredan, y yo me dejo, para contar una primera vez. El proyecto es chulo, un experimento de literatura colectiva "para todas las edades", dicen desde SM. Luego precisan "a partir de 14 años".
Y voy y escribo mi primera vez, un relato cortito que incluye la palabra "sujetador". Lo mejor del proyecto es que ustedes también pueden participar. No sé a qué esperan, ¿a que les convenza Elsa Aguiar?
Ayer cuelgan por fin el proyecto. Leo entonces los relatos que han escrito mis colegas:  Jorge Gómez Soto, David Lozano, César Mallorquí, María Menéndez-Ponte, Paloma Muiña, Jordi Sierra i Fabra... entre otros. Y flipo.
Flipo porque, si no leo mal, todos los relatos son autobiográficos. Todos menos dos. El mío es uno de esos dos. Y sin embargo, en los comentarios que me llegan, todo el mundo da por sentado que mi historia es real. (Solo como dato: mi padre mide 1,78, lejos de los dos metros del padre de mi historia.)
Esta pequeña anécdota viene a engordar una madeja mental que me entretiene desde hace tiempo: la de la relación entre literatura y realidad.
Por no aburrir, que esta madeja me da para un ensayo o para una novela o para una cosa de esas de autometaficción, contaré algo a modo de ejemplo. La casualidad hizo que leyera seguidas La hora violeta y Bajo la misma estrella, dos historias de amor que comparten un mismo telón de fondo, el cáncer, pero que lo hacen desde planteamientos radicalmente opuestos: la primera, desde el rechazo al sentimentalismo, desde el "no te voy hacer llorar"; la segunda, desde el "venga, va, llora conmigo (y ríe)". Las dos novelas me entusiasmaron. Una me hizo llorar y otra no. Cuando me dejo, me dejo.
Y ahora viene la relación con la realidad. En La hora violeta, el autor, Sergio del Molino, "narra un año de la vida de su hijo Pablo, desde que fue diagnosticado de un raro y grave tipo de leucemia hasta su muerte". Dice Sergio no en el libro sino en un estremecedor post que deberían correr a leer ya mismo:
[La hora violeta] habla de mí, nunca habló de otra cosa que no fuera yo mismo. Habla tanto de mí que ya no me entiendo sin él, se ha convertido en mi forma de estar en el mundo.
Sobre Bajo la misma estrella no sé qué decir porque el autor, John Green, abre el libro diciendo:
Más que escribir una nota del autor, quisiera recordar algo referente a las páginas que siguen: este libro es una obra de ficción inventada por mí. Ni las novelas ni sus lectores ganan nada intentando descubrir si la historia encierra en sí algún hecho real. Estos intentos atacan la propia idea de que crear historias es importante, algo así como la base fundacional de nuestra especie. Agradezco vuestra colaboración a este respecto.
En cualquier caso, creo que todos, cuando escribimos, hablamos de nosotros mismos aunque hablemos de unicornios, asesinos, reinas moras o brujas.
Dicho esto, me pregunto si la historia de Sergio es mejor que la de Green por ser real (suponiendo que la de Green no lo sea), si lo es en sentido estrictamente literario, si es posible hacer una estricta separación (yo me siento bastante incapaz)... Me pregunto si mi relato sobre la primera vez es mejor por no ser real y parecer real, o habría sido mejor si fuera real, o si vale la pena aclarar que no se dio en mi pasado o si la valoración literaria del relato no tiene nada que ver con su existencia (o no) en este mundo donde si te pinchan duele.
De momento, mi primera conclusión (y es provisional) sobre esta madeja mental es que, si hay algo de literatura en lo que hago, no está en lo que escribo, ni tampoco en mi vida. La mayor literatura está en el correlato que hay entre lo que escribo y lo que he vivido pero eso, ¡ay!, no se puede contar.
Ha quedado un poco lioso, ¿no? Bueno, ya dije que se trataba de una madeja.
Recuerdo, y este es un recuerdo con certificado de existencia, que cuando era pequeña me plantaba delante de mi abuela, con las manos en alto, sujetando la lana para devanarla entre las dos. Luego el gato la volvía a enredar. Así es la vida. O la literatura. O qué sé yo.
Anden, cuéntenme, o invéntense, su primera vez.

En la fotografía, de Fernando Sancho, yo, que no soy yo, que no sé qué hacer con mi cuerpo.


4 comentarios:

Mara Oliver dijo...

Fui una de las que se creyó que era "de verdad", en el sentido de que entendí que habías vuelto hacia atrás a reescribir un recuerdo, no sé si me explico o lío más la madeja.
Lo importante es que me gustó y que tenía uno de esos finales de la Oro (uno de esos en los que me llevas de la mano y, cuando me sueltas, me haces reír a carcajadas o me llorar a mares). En este caso, me reí a gusto.
Un abrazote!!!

Voy a perseguir a las musas un rato.

Begoña R. dijo...

¡Buenos días!

Comparto tu visión de que mostramos nuestra esencia en aquello que escribimos con honestidad.

¿Qué decir de las madejas de la vida y de la literatura? Creo que sus enmarañamientos nos mantienen despiertos (a veces muy a nuestro pesar :)).

Abrazos.

Cristina dijo...

La verdad es que el planteamiento del proyecto invita a pensar que todos los relatos son reales. En cualquier caso, yo estoy de acuerdo contigo en que al escribir hablamos de nosotros mismos, no porque contemos experiencias que hemos vivido, sino porque, de alguna forma, en nuestras palabras está implícito ese legado personal y único de la experiencia, de nuestra forma de ver el mundo.

Ah, últimamente no paro de leer comentarios sobre el libro de Sergio del Molino, pero parece tan duro que ahora mismo no tengo ánimos para una historia como esta.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

la primera vez

"..." Nunca es tarde" decía siempre una parte de mí.
Pero sí lo era.
Cuando te vi por primera vez supe que esa parte de mí siempre me había mentido..."

A.G.