Ahora mismo, voy a coger un artículo que escribí para otro sitio y que se titulaba "Ajo, cebolla y pimientos de padrón. La dieta literaria de los niños y de los autores de literatura infantil" (¡toma capacidad de síntesis!) y voy a plantar aquí un pequeño trozo, el trozo del pan, en concreto. Allá va:
He dicho. Bueno, dije. Si quieren leer casi lo contrario, háganlo aquí. Y algo en cierto modo complementario, aquí.
Pepe, el panadero, da colines a Rocío. Una vez leyó en la prensa que comer pan hace más inteligentes a los niños. Pero además, o sobre todo, o sobre algo, o vaya usted a saber en qué orden de importancia, Pepe quiere que Rocío se haga panívora.Y al pan pan, y al vino vino. Pues claro que los editores quieren vender libros a los niños. Cuantos más, mejor. Y resulta ridículo y, no por ridículo, menos recurrente, escuchar a los autores de literatura infantil quejarse de ello. Porque, claro, vende = malo; no vende = bueno, sobre todo si lo he escrito yo.¿No queremos que los niños lean? ¿No podemos considerar, en algún momento, que vender más libros es una vía más de hacer lectores? ¿Qué hay de malo en emplear herramientas de marketing para hacer llegar lo que consideramos bueno? ¿Qué especie de ridícula pureza queremos mantener?Y usted dirá: “Con todo lo mala que es, mira que es ingenua esta mujer. O puta.” Pues será, pero yo creo que editores y autores, marketing y literatura, se pueden, y se deben, conciliar. Que unos y otros nos necesitamos y que deberíamos insultarnos mucho menos en público y discutir mucho más en privado, como los buenos matrimonios.
Con su permiso, voy a seguir probándome modelitos.
Sobre la imagen: En la fotografía, de Joan Colom, se ve claramente a una autora de LIJ en el momento de iniciar una reunión con su editor.
1 comentario:
Molas cuando (te) recomiendas.
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