"Más dura será la caída". Toda mi vida oyendo a mi madre este latiguillo. Pero lo que dicen las madres tiene la virtud de entrar por un oído, salir por el otro y ser recordado, ¡pim!, una vez que la cosa ya no tiene arreglo, solo por el gusto cojonero del "te lo dije". Porque, sí, la que ahora está estozolada contra el suelo, la de la dura caída, y desde bien alto, soy yo.
Hace justo un año me ufanaba aquí de haber llegado a la cima de mi carrera literaria. Y qué cima, señores y señoras: me habían invitado a la entrega del Premio Cervantes. La de poetas de mi pueblo que sueñan con un momento así. Anda que no fardé de aquello. Después del premio, escribí no una sino tres cosas: un post para para el ¡Hola!, una columna para el Heraldo, y una cosa transmedia, que dirían los modernos (una confesión, que diría yo). Y aún estiré la foto que me hice ese día con Ana María Matute para escribir otra gansada. Si todo eso hice así, sin pensarlo, este año, pensé, me escribo un libro. Porque yo me daba por invitada, no por la Poniatowska, con quien no tengo el gusto, como tampoco creo que el año pasado fuera invitada por Caballero Bonald, que una es dada a la fabulación, y más a la petulancia, pero de Caballero Bonald me separan no seis grados sino sesenta. Me separaban, porque meses después de la fiesta, en Miami, conocí a una mujer encantadora que era vecina de Caballero Bonald, vecina en Madrid, no en Jerez, ni en Miami, claro... Aunque Caballero Bonald escribió "vivo allá donde estuve". ¿Estuvo en Miami el poeta, ergo vive allí? ¿Tuvo vecinas en Miami, "junto al mar delirante"? ¿O solo lo vio desde la otra orilla, desde Cuba? Miami y Cuba, vecinos de bronca segura...
En fin, a lo que voy, que a mí los vecinos me pierden: digo que me daba por invitada institucional, y creía que la cima de mi carrera se transformaría en valle en altura y que mi presencia en esa base de datos de invitados al Cervantes era como la de las palabras en los diccionarios o la de los funcionarios en el Cuerpo, que entrar, cuesta entrar, pero que una vez dentro, no te saca ni Dios. Y...
¡Catacroc! Este año no he sido invitada.
¿Por qué me han borrado de la lista? ¿Fue por lo de quitarle una florecilla del pelo a Manuel Rodríguez Rivero? Lo hice por su bien. Llega a quedarse ahí y a echar semilla en aquel esponjoso humus y hoy en vez de rizos, ese hombre luciría zarcillos y flores de calabaza. ¿Fue porque comí demasiado? Pero si me comporté con la elegancia de una invitada a la embajada francesa. Si lo único que me faltó fue llevar unos Ferrero Rocher. ¿Fue porque apenas hablé? Llevo todo el año ensayando charleta insustancial.
Querida persona que me metió y me sacó de la lista (suponiendo que sea la misma): dime, ¿qué hice mal? Ahora ya es tarde para invitarme, lo sé; además tengo otros planes, pero ¿acaso no merezco algo?
En la imagen, de Man Ray: yo, estas semanas, cada vez que subía del buzón, y hoy un poco por lo de García Márquez, aunque el momento de empezar a llorar a un escritor es cuando deja de escribir, que es cuando se nos muere a todos.
2 comentarios:
Ellos se lo pierden Begoña. Un saludo
Conocí a Caballero Bonald en 1991, en Priego de Córdoba. Yo era un joven tímido, amante de la literatura, no escritor, buscador de versos, admirador de novelistas. Tuve la oportunidad de compartir con él unas copas y la seguridad de que siempre yo recordaría lo que él no podría recordar. Años después, descubrí su poesía. La tengo toda en mi estantería preferente.
También he tenido la oportunidad de conocer y compartir momentos con Begoña Oro. Aún admiro más a los novelistas. Y sé que siempre recuerdo lo que espero que la Oro también recuerde. Por cierto, no recuerdo si conocí a la Oro en Zaragoza o en Cádiz. Quizá ella lo recuerde.
Por si acaso, un beso incondicional.
Publicar un comentario