Conocí a una mujer que viajaba por los desiertos. Iba a China, Egipto, Chile, la India... Daba igual el continente. Lo que ella quería era verse inmersa en ese abismo de la soledad.
Puedo entender aquella fascinación. Un desierto debe de ser un lugar fuera del mundo, al menos del mundo que solemos habitar. En un lugar donde no puedes ir de aquí para allá porque el aquí y el allá son prácticamente iguales, en un lugar donde no puedes ni comprar un souvenir, no te queda otra que mirar y reflexionar.
Pero lo que define a un desierto, por encima de la ausencia de tiendas de recuerdos y la arena (el de Atacama es de piedra), son sus condiciones extremas de vida. En un desierto lo fácil es morir, ya sea de sed o por la picadura de un escorpión. En un desierto apenas viven cuatro cactus, una palmera y dos jerbos, y un escorpión.
¿Que qué opino de que el premio Gran Angular, el premio de novela juvenil mejor dotado económicamente, el premio que gané hace tres años, haya quedado desierto este año? Pues eso mismo. En el plano teórico, me resulta interesante, fascinante incluso. En el plano práctico, desolador.
Donde pone sed, únase el hambre; donde dice picadura de escorpión, piénsese en la picadura letal en la autoestima de todos los que se presentaron.
La imagen, tan obvia (perdonen, las prisas), es de Salgado.
1 comentario:
Desierto parecía aquello sin ti,
y sin alguna otra persona añorada.
La entrega de premios quiero decir.
El libro ganador del Barco muy lindo, un poco mucho envidiable para aquellos a quienes nos fascinan los piratas.
Y las piratas.
Seh!
A.G.
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