Vuelvo de mi primera semana de gira de la Croquetas World Tour. Regreso con la espalda rota pero feliz de mi paso por salones de actos almerienses, bibliotecas de institutos granadinos, aulas multiusos malagueñas y voy directa al espectacular auditorio de eTopia (léase i-topia, con la i de todas las cosas modernas: e-book, e-learning, e-lusión porque "la originalidad es solo una ilusión de nuestra vanidad"), en Zaragoza.
En muchos de los centros escolares que visito, los micrófonos, si los hay, no funcionan. Por eso, y porque tengo una voz por la que un cazasubastas no daría ni un centavo, llevo mi propio cutremicrófono portátil. En eTopia no. En eTopia un técnico te coloca un micrófono de diadema y no hace falta ni soplar ni dar golpes ni decir "probando probando". ETopia es el nuevo Centro de Arte y Tecnología de Zaragoza. ETopia se presenta diciendo "Hola, soy Mañana". En eTopia nos juntamos tres premios Gran Angular —David Lozano que-esta-semana-presenta-nueva-novela-no-se-la-pierdan, Fernando Marías y servidora— para hablar de literatura juvenil transmedia. Si no quieres etiqueta, etiqueta y media.
Igual porque estamos en un sitio tan tecnológico, parte del auditorio parece asumir que transmedia es añadir cositas en internet a tu novela o publicar tu novela en formato electrónico. Quienes lo asumen no son además los más jóvenes. Lo más jóvenes del público toman notas con papel y boli, dieron mil ideas en un taller previo sobre "Nueva cocina narrativa" y no sienten que haya dos bandos.
Me acuerdo entonces de ese salón con aire de matadero chungo de un colegio malagueño, y de la calidez que se creó al colgar decenas de murales de cartulina con collages hechos a partir de la lectura de Croquetas y wasaps, y pienso que el transmedia no siempre está en la tecnología. A veces está en la pretecnología. Y otras veces está en algo tan primitivo como la palabra. Porque transmedia es asumir que para contar una historia tienes mucho más que un formato Word.
De todas las tonterías que digo y hago en esta nueva gira, lo que más me gusta, lo que aún me asombra, es lo que sucede cuando, si se tercia, leo un texto. A veces saco un papel, otras un libro, otras lo leo desde la pantalla de mi teléfono, o desde el iPad. Se crea entonces un silencio majestuoso, un silencio casi mágico. Y no es el iPad, ni el teléfono, porque sucede igual cuando leo desde un folio. Es ese soporte primitivo, el soporte cutre de mi voz, en conjunto con los dos soportes de pendientes y cera que adornan los laterales de los adolescentes que me escuchan; son esas dos cosas tan humanas, tan escasamente tecnológicas -orejas y voz- las que obran el milagro. Tendrían que verlo. En ese momento, no sé si transmediático, hacemos literatura, o algo, no sé cómo llamarlo. Solo sé que en ese momento nos alejamos un poco más del gibón, del orangután, del gorila.
La semana que viene voy a Miami a dar charlas. Me han prometido que tendré siempre cañón, portátil y conexión a internet. Me han pedido que prepare un PowerPoint, que haga algo muy visual. Yo lo he hecho. Soy muy obediente. Pero me juego una oreja a que no será absolutamente necesario. A la vuelta les cuento.
La imagen es de William Klein. Les contaré que en la zona exterior del modernísimo edificio de eTopia, hay un columpio bastante pretecnológico. El asiento es de madera desbastada. Cuelga de unas cadenas de hierro. A la salida del Salón de Literatura Transmedia, el sábado, mi hijo y yo nos estuvimos columpiando. La silla del columpio es un asiento corrido. Te puedes columpiar tumbado. Hacía sol. Se estaba bien. "No des tan fuerte", decía mi hijo. Cuando nos fuimos, nos olvidamos el iPad. Cuando llegamos a casa, nos dimos cuenta y volvimos corriendo a por él. Ahí nos esperaba. Nos esperaban los dos: el columpio y el iPad.
2 comentarios:
Hola Begoña,
Aquí, en Miami, te esperamos con micrófono de tap! tap! probando, y con una pantalla de esas que se escribe con el dedo (me encanta porque me siento un poco un hombre tecno-prehistórico garabateando sobre la pared de la cueva); además con ilusión y con los brazos abiertos. Lo más importante es que a los chavales de mi escuela les gustan mucho tus “croquetas” de palabras. Siéntete orgullosa porque creo que tanto como las de jamón. Y no es fácil porque aunque son de origen hispano, la mayoría habla inglés. Seguro que la experiencia te gustara.
Nos vemos pronto
¡Halaaaa, Mr. Courel! ¡Qué ilusión, un comentario miamense! Pues sí, visto lo visto, la experiencia me gustará. ¡Me encantan los micrófonos que hacen tap-tap, los chavales croqueteros y los garabateos tecno-prehistóricos! Ya estoy deseando veros.
Un beso a la carrera mientras hago la maleta.
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