Escribí varios artículos de los que me siento particularmente orgullosa para El Tiramilla. La revista, pena, desapareció. Los recupero ahora aquí. Como innecesaria prueba de vanidad, empiezo por reproducir hoy...
Pongamos el ego sobre la mesa
Estudié diez años en un colegio de monjas que presumían de su humildad (nótese el oxímoron). Entre muchas otras cosas, las josefinas me enseñaron eso, a ocultar mi vanidad y hacerla pasar por otra cosa.
Pero soy un pavo real.
Como me siento tan culpable de serlo (malditas josefinas), a veces me consuelo diciendo: “¿Y quién no?”. El otro día mi hermano alivió definitivamente mi conciencia:
–Todos somos egoístas e inteligentes –dijo. (Creo que todo había empezado por un “esa tostada era para mí”, o algo así.) Y luego añadió–: Y no es nada malo.
Es verdad. Es necesario que alguien se ocupe de uno, y quién mejor que uno mismo (esto acabará hablando de literatura y de peleas, no desesperen).
–¿Y las madres? –le dije como prueba de que no siempre somos egoístas.
Ahí mi hermano estuvo dispuesto a hacer una concesión, pero en el fondo sé que esa es otra coartada del egoísmo.
Ya llego: me busco en Google. Tengo activada una alerta sobre mi nombre y sobre Pomelo y limón [añado ahora lo mismo sobre Croquetas y wasaps] que me hace llegar lo que se escribe sobre mí y no pocas noticias sobre cócteles, dietas de adelgazamiento y noticias del sector de los cítricos. Además, donde no llega mi paranoia, llega mi padre, que es como la madre de la Pantoja pero con conocimientos informáticos y cada cierto tiempo me envía, sin añadir un solo comentario, un enlace a algo que ha encontrado sobre mí en la red.
Podría decir que mis libros son como mis hijos y que cuando me busco en Google, lo hago porque quiero saber qué es de ellos. Pero sería parcialmente falso. Lo que busco es lo mismo que el pavo real cuando vuelve la cabeza: ver el brillo de sus hermosas plumas a la luz del sol.
Pero ¿qué sucede cuando lo que encuentra uno no son unas hermosas plumas brillantes? ¿Qué ocurre cuando la luz -esa luz que emite otra conciencia que no es la tuya sino la que ahora es propietaria de tu libro, de tu hijo, la luz del lector- muestra que tus plumas no son tan brillantes ni tan hermosas como pensabas?
Por fortuna, apenas lo sé. Las críticas a Pomelo y limón [¡y las de Croquetas y wasaps!] han sido excelentes. Salvo dos.
Ante esas críticas, las negativas, uno tiene básicamente dos opciones: pensar que le han iluminado mal, que no han sabido ver el brillo de sus plumas, o bien, hacer el esfuerzo de ver sus plumas bajo esa luz. Y quizás aprender.
Recientemente, en el Reino Unido, comentaristas en redes sociales, blogueros y autores se han enzarzado en críticas, réplicas y contrarréplicas y han llegado virtualmente a las manos. La escritora Danielle Weiller escribía a raíz de una crítica negativa en Goodreads, la famosa red social de libros: “Me pregunto si los lectores se dan cuenta de que a veces los autores los leen y de que pueden sentirse heridos por según qué tonos y comentarios.”
Yo pediría a los lectores precisamente lo contrario, que se olvidaran de que los leemos. No quiero llegar a un blog y leer una reseña “dedicada a la autora que me estará escuchando”. De hecho, cuando leo reseñas de mi libro, me siento un poco mal, una infiltrada, porque esas reseñas no están hechas para mí. Y está bien que sea así. Esas reseñas están hechas para orientar a otros lectores, no para dar masajes en la espalda a los autores, que para eso ya tenemos familia y amigos.
Leigh Fallon, otra autora envuelta en la polémica tras hacerse pública su solicitud dirigida a familia y amigos de que le ayudaran a relegar una reseña negativa sobre su libro a los últimos puestos en Goodreads, se vio obligada a disculparse ante la autora de esa reseña negativa (la misma a la que en su solicitud privada llamó “vaca estúpida”). En su carta le dice: “Tu reseña me dolió. Ya sé que no era un ataque personal, pero hay días en que tengo la piel fina”.
Al final, de eso se trata, del grosor de la piel. Hace tiempo que lo aprendí, y fue un aprendizaje largo y doloroso. Te lo lego, querido lector, autor, bloguero… ser egoísta e inteligente que eres, con el sincero deseo de ahorrarte inútiles sufrimientos: si quieres sobrevivir como pavo real, hazte con una piel de elefante. Y sobre todo, sigue a rajatabla los consejos de Julie Bertagna en el artículo de The Guardian que glosa la reciente polémica: “Porque al final, ¿a quién pertenece un libro? Lo más difícil que debe asumir un escritor una vez que ha publicado su libro es que ya no es suyo... aunque ponga tu nombre en la cubierta y viva dentro de ti. Lo único que te queda por hacer es armarte de valor mientras el libro se abre paso al mundo, ser cortés [stay gracious, dice, con ese bonito matiz de serenidad y elegancia] y ponerte manos a la obra con el siguiente libro. Y si no puedes soportar el acaloramiento de la blogosfera, no te busques en Google”. Amén.
Firmado: Gracious Oro
Ah, y si alguien quiere dejar un crítica positiva o negativa de Pomelo y limón, le agradecería muchísimo que lo hiciera aquí. Creé esta página para dar cabida a críticas feroces y a reales parabienes, y estoy deseando y temiendo que se llenen. Ambas.
En la imagen, de Richard Avedon, yo preguntando a ese espejo llamado Internet: "espejito, espejito, ¿quién escribe más bonito?".
Este artículo fue publicado en el, snif, desaparecido El Tiramilla el 8 de febrero de 2012.
2 comentarios:
¿Y los padres?-pienso como prueba de que es egoísta pensar siempre y sólo en las madres.
No he podido evitarlo.
Pues tiene toda la razón, Sam Fisher, pero es que se da la circunstancia de que los padres que me son más cercanos tienen sus cosas buenas pero no se caracterizan precisamente por su entrega. Me alegro de que usted sea una gloriosa excepción. Y me alegraría aún más que no lo fuera (excepción, digo).
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