Leo sobre esos nuevos dinosaurios que son los padres que leen a sus hijos todas las noches. Dicen que están en peligro de extinción, al menos en Gran Bretaña.
Leo también que "los jóvenes tuitean, escuchan música y ven la televisión al tiempo que intentan leer un libro. Los estímulos son demasiados y llevan a la falta de concentración sobre una sola tarea". Lo dice el psicopedagogo Juan Planas en un artículo tan old-fashioned que solo se puede leer en papel, en el Heraldo del 15 de septiembre de 2013.
Yo, que soy madre, pero que tuiteo, veo la televisión, me pinto las uñas y contesto correos a un tiempo, ni le quito ni le doy la razón. Pero con ustedes compartiré una confesión que bien podría ser un truco. Allá va:
Mi hijo es adicto a la Nintendo, la televisión, el ordenador y la tableta como el que más. Cuando se le agota la batería, es capaz de jugar tirado en el suelo junto a cualquier enchufe mientras se le carga el cacharro que sea. Y también es lector. Faltaría plus (y que yo perdiera mi trabajo como predicadora de la lectura).
De un tiempo a esta parte, hemos adelantado la hora del cuento. Aunque él lee perfectamente de forma autónoma, y le gusta, yo sigo leyéndole, y le encanta. ¿Cuándo? Ya no esperamos a que él esté en la cama y yo, más que él, me caiga de sueño. Ahora le leo mientras está en la bañera.
Cada día sale de allí más limpio, más sabio, más arrugado y más feliz. Sé que es una práctica no muy ecológica (agua, papel...) pero reciclamos mucho para compensar.
¿Que qué tiene que ver esto con lo de la tecnología? Si se hacen esta pregunta es que pertenecen a ese pequeño y feliz porcentaje de la población que no ha visto caer su teléfono por la taza del váter. Y además, ¿les suena la palabra electrocución?
Como dice Bernat Ruiz Domènech, entre otras cosas (estas sí, a favor de la tecnología, posible aliada de la lectura): "cada cosa tiene su lugar y su momento". En casa guardamos un lugar a los libros junto a los patitos de goma.
En la imagen, de Bill Brandt: nuestra querida Tinette asegurándose de que mi hijo se enriquece pero no se cuece. Y como vuelva a pillarla pisando con los zapatos la alfombra blanca de rizo, a esta... a esta lo que le leo es la cartilla.
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