Cuando escribo novela juvenil, no lo hago con tres dedos. Cuando escribo cuentos infantiles, no me lobotomizo. ¿Es preciso aclararlo? Quizá sí.
Lo hago ahora al hilo de los posts de Gemma Lluch sobre las lecturas juveniles como pasarelas (o no) para la educación literaria. Gemma, que no es lista ni ná, que no ha leído libros juveniles ni ná, se cuida muy mucho de hablar de "literatura juvenil", y habla ahí de "lecturas juveniles". Sus comentaristas, que tampoco nacieron ayer, no tardan en meter el dedo en la llaga, y hablan del "salto a lo literario", de la diferencia entre "competencia lectora" y "competencia literaria", y contraponen la "paraliteratura" a la "literatura literaria". Y parece que hay cierto acuerdo en que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Incluso se señala que hay autores que hacen libros juveniles "industriales" para sobrevivir "aunque luego también hagan buena literatura". ¿Y cómo lo veo yo como autora?
Como autora, no me siento al ordenador, me froto las manos y digo: "bien, hoy escribiré unas paginillas, pero no literatura, que eso cansa mucho, y total, esto va a ser para adolescentes". Al contrario. Pondré un ejemplo, relativo al uso del lenguaje. Siempre escribo con todo el paquete de palabras que tengo en la cabeza más ese bonito anexo que son los diccionarios. Si estoy escribiendo para adultos y quiero poner un palabro, lo pongo y santas pascuas. Pero ¿qué sucede si estoy escribiendo para un lector poco avezado que sé a ciencia cierta que no comprenderá esa palabra? Descarto la arrogante posibilidad de ignorar su ignorancia y darle ajo y agua, y me encuentro entonces con las siguientes opciones:
a) Busco un sinónimo pero, al encontrarlo, me doy cuenta de que en la palabra sinónima se pierde un matiz que consideraba importante. Paso entonces a b) o c).
b) Busco una metáfora que diga todo lo que quería decir el palabro. De esta búsqueda a veces resulta algo bello, mire usted por dónde.
c) Pongo el palabro cuidándome muy mucho de que el contexto ayude a comprenderlo y con plena consciencia de que, en ese momento, estoy regalando una palabra nueva a mi lector.
Ya ven, casi igual que poner el palabro sin más. El mismito esfuerzo.
Y así con todo.
Y por eso es más difícil escribir para niños y para jóvenes. Y porque mientras me concentro en escribir bien, todo lo bien que puedo, todo lo literariamente que sé, además tengo un neón encendido en mi cerebro que dice "atañer". Como la literatura es un intento sofisticado de comunicarse profundamente, me preocupo de contar cosas que lleguen a tocar a mis lectores o de hacerlo de tal forma que sientan que les incumben, porque si no, la comunicación será imposible. Lo sé porque llevo media vida accionado ese mecanismo de desconexión comunicativa cada vez que mi madre me narra un partido de tenis juego a juego o cada vez que me explican algo relativo a mecánica automovilística.
Y esa es para mí la gran diferencia, no tanto el lote de palabras con el que me manejo, ni mucho menos la exigencia literaria que me impongo, que es siempre la misma, sino que lo que atañe a un joven es distinto a lo que atañe a un niño o a un adulto. Y por eso si un adulto me pide algo mío de leer, le doy alguna columna de este blog. Y si no le doy Croquetas y wasaps no es porque considere que sea menos bueno o más malo sino porque temo que la primera parte no le ataña, aunque estoy casi segura de que la tercera le atañería, y de qué manera. Y si un niño de nueve años me pide algo, le mando a leer a los Croqueto, agentes secretos y no a Superleo, un personaje que le parecería tan pueril a él, que con nueve añazos, hace mucho que abandonó Pocoyó para ver Jessie. Solo a Publio Terencio Africano le recomendaría la totalidad de mi obra, pero eso es porque dijo que nada humano le era ajeno.
Perdonen que haya saltado como una fiera herida a uno de los márgenes del debate, y que haya desoído interesadamente la defensa de la literatura juvenil de la propia Gemma Lluch, o de Luis Arizaleta, o el estupendo comentario de Catalina García-Huidobro, pero es que los escritores de novela juvenil andamos muy susceptibles y muy caninos de reconocimiento literario. No me malinterpreten. No negaré la evidencia. Hay libros juveniles que atañer, atañen, pero que no son literatura, aunque ¿quién otorga esa categoría entre los contemporáneos? Y en el otro extremo, y vuelvo al post de Gemma, están los indiscutibles literarios, los clásicos, que lo son porque atañeron, atañen y atañerán siempre al lector competente que sepa descubrirlo, y ahí están esos ejemplos que ponía la Lluch de profesores que se descuernan intentándolo, intentando que ese lector juvenil descubra que el dolor de Garcilaso es el suyo. ¿Que si sirven las novelas juveniles para acceder a los clásicos? Me gustaría pensar que las mías sí, aunque solo fuera porque los cito y los entremeto. Pero es solo un whishful thinking.
Y aún diría más al hilo de esos posts y sus comentarios, y lo diré, pero otro día, porque ya temo estar quedándome sola en este acto comunicativo, tan largo para el molde de un post. De hecho... ¿Hay alguien ahí? ¿Alguien a quien toda esta elucubración le haya atañido? Por Dios, qué feo suena eso de "atañido". Creo que es la primera vez que escribo esta palabra. Pero bah, da igual, a estas alturas, Oro, ya estás hablando sola. Si es que... ¿no presumes tanto de tener en cuenta a tu lector? Hija mía, que están leyendo en internet, que no hay quien resista un post tan largo, si parece el programa largo de... ¡Andá, si no has puesto el lavavajillas!
En la imagen, de William Klein: yo por la literatura juvenil, ma-to.
4 comentarios:
Siempre me ha parecido complicadísimo escribir para niños y jóvenes, precisamente por lo que comentas: hay que adaptarse a lo que atañe a este público y hacerlo con un vocabulario adecuado. Desde la perspectiva de un adulto pueden parecer libros "fáciles", pero hay que analizar cada cosa dentro de su contexto; es un error catalogar la LIJ como "literatura de segunda" por sistema.
Sobre acceder a los clásicos, no estoy tan puesta en el tema como las personas que han comentado el artículo de Gemma, pero me quedo con una cosa que has dicho: hay novelas juveniles que atañen pero no son literatura, y novelas juveniles que atañen y son literatura. Supongo que una Begoña Oro o una Maite Carranza contribuye más a hacer posible ese salto que un Federico Moccia o una Stephenie Meyer.
En fin, entiendo que estés susceptible con el tema, aunque si eso te anima a escribir artículos tan interesantes como este, bienvenida sea esa susceptibilidad ;).
Me encantan los tics literarios.
"Homo sum; humani nihil a me alienum puto."
Terencio y su tormento.
Y "En tanto que de rosa y de azucena,
se muestra la color en vuestro gesto..."
En fin, otra vez un placer.
Querida Begoña, me encanta leerte... Por tu manera de escribir, por los mundos que propones, por las ideas que construyes...
Ya lo comenté en http://gemmalluch.com/esp/croquetas-y-wasaps-begona-oro/
Mil gracias por continuar el diálogo desde una perspectiva diferente que enriquece todavía más el diálogo... Un abrazo
Rusta, oh, gracias. Mi nombre junto al de Maite Carranza. :)
Sam Fisher, aún recuerdo al profesor que me hizo descubrir cuánto me atañía aquello de la rosa y la azucena, como estoy segura de que muchos alumnos te recordarán a ti por cosas parecidas.
Gemma Lluch, gracias a ti por dar tanto rigor y tanto "seny" (¿hay "seny" valenciano?) a este campo. El propio hecho de que tú, que podrías dedicarte a investigar lo que quisieras, te centres en esto de la LJ ya le da categoría.
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