Sé de un piano blanco varado en una cabina del garaje del Parque Roma. Cerca del piano, a veces, apoyados hay bastones, botas, esquís y crampones.
El piano tiene un acabado mate. No imaginen un piano satinado brillante, no piensen en el cursi del Richard Clayderman. Este piano del garaje es un piano que se sabe viejo.
Las arañas se pasean por sus teclas de marfil. Desdeñan los crampones, vulgares imitaciones de sí mismas. Las arañas se cuelan por la caja del piano y acarician sus cuerdas como si tocaran el arpa.
El piano perteneció a un joven tenor alemán. Lo tenía en Barcelona mientras vivió ahí. Lo necesitaba para ensayar. Luego se fue.
Dos días antes de dejar Barcelona, en una fiesta de unos vecinos peruanos, ya de paso una fiesta de despedida, el tenor conoció a una chica.
La chica era estudiante universitaria. Había ido a la fiesta con Gladys, que se encargaba de la limpieza en la residencia donde vivía la estudiante. Gladys y ella se habían hecho amigas. Aquel día, en la fiesta, hubo ceviche, cerveza y música, no de ópera, música latina. El tenor y la estudiante no bailaban. No habrían sabido cómo. Hablaron. La estudiante no sabía bailar cumbia pero sabía tocar el piano, y un poco de alemán.
El tenor le dijo a la estudiante que se volvía a Alemania. Quiso regalarle el piano.
Dos días después, en la estación de autobuses de Sants, la estudiante fue a recoger la llave del piso donde estaba el piano. Pensó más que sintió que tenía que darle un beso de despedida al tenor.
Él tenía barba.
Nunca he vuelto a besar a un hombre con barba.
Con lo fácil que parece ahora.
Hay un piano en el garaje. Y nadie lo toca.
Esto que acaban de leer es el texto que corresponde a la séptima de las 10 cosas que aprendí bajo tierra, que es "Que lo que no se usa, no sirve, pero existe". Si quieren leer las otras nueve cosas que aprendí en el garaje del Parque Roma, pueden leerlas en el último número de la revista Rolde, que habla de Buñuel, de Viola, de un maestro freinetiano en Las Hurdes a comienzos de los años 30, de Fernando Sancho... En realidad, mis textos no son más que el acompañamiento a las impresionantes fotografías de Fernando Sancho, del que es un honor seguir siendo pareja artística.
Dice Víctor Juan, que es el que nos lio en todo esto y el responsable de que haya quedado tan bonito, que mi texto es muy divertido. Y a mí que este punto en particular, el 7, me parece profundamente triste... Ríanse de mi existencia si quieren. Se darán con el callo de mi adolescencia. Además, a quién quiero engañar, me encanta que mis letras les hagan reír. O lo que sea.
Ahora que lo pienso, diez cosas ya forman una lista, ¿no?
2 comentarios:
Yo tuve un piano ( apunto estuve de escribir yotube, qué cosas...)
(en casa) que nunca supe tocar, y una novia fuera( de casa) que a escondidas besaba a un joven con barba ( que era yo)...
con lo fácil que parece ahora...
pero, ni sé donde acabó el piano, ni donde andará ella...
imagino que no están juntos.
A.G.
¡Ay ay ay ay, A.! ¡Que no te vi en la Feria! Ni a ti, ni a tu novia, ni a tu piano... ¡Espero que fuera todo muy bien!
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