lunes, 7 de noviembre de 2016

El día que me abandonó el desodorante

Sudo. Soy humana, como Chenoa.
Mi familia, no. Mi familia, que es un poco inhumana, lleva muy a gala que ellos no sudan. Yo sí, aunque solo cuando me pongo nerviosa. Y el otro día, el día de la presentación de Pistas apestosas, me puse nerviosa, muy nerviosa.
Primero -ya verán qué fruslería– porque me veía fatal. Yo, que voy por ahí escribiendo artículos sobre cómo vestirse para un evento literario, como si fuera una bloguera de moda cualquiera, no sabía qué ponerme para mi propia presentación. O sí, pero cuando me lo puse y me vio mi madre, me miró con tal cara de pena (o así me pareció) que acabé buscando otra cosa. Y yo que creía que estaba curada de esta necesidad de aprobación materna... Pero es que me veía fatal con todo y echaba de menos lo que Dublín hace por mi pelo y por mi piel. ¿No les pasa que hay ciudades, lugares, que les sientan bien y otros que no?
Me equivoqué también al dejarme en Dublín mi desodorante antes-expiras-que-transpiras. Y hasta mi colonia. Yo normalmente huelo a limpio y a Cristalle, o a limpio y Happy. Pero ese día...
Porque me equivoqué también al optar por una blusa de tejido sintético. Pero yo solo sabía que quería llevar el collar que me hizo mi hijo en aquellos campamentos y necesitaba algo que pegara con el collar. En fin.
Después de un día loco de radio-comida-tranvía-radio-tranvía, llegué a la presentación apestando como un runner enfundado en poliéster.
Y se acercaba la hora y llovía y no llegaba nadie, y yo venga a sudar.
Y de repente, tres minutos antes, empiezan a llegar a la Casa del Libro hordas de niños, padres, familiares, amigos, vecinos, exvecinos, lectores..., y yo venga a sudar de calor humano.
Y empieza la presentación, y Pepe Trívez, al que nunca podré agradecer lo suficiente lo que hizo junto al equipo de BBLTK, reparte juego entre los niños. Y lo primero que sale en el juego son unas cartas con el dibujo de una caca apestosa.
Y yo, con los brazos bien pegados al cuerpo, como sujetando un termómetro a cada lado, que si ven las fotos de la presentación podrán comprobarlo. No crean que estaba encogida de frío; estaba intentando inútilmente impedir la expansión de mi propio hedor.
Y David Lozano, pegado a mi izquierda, aguantando estoicamente, claro que él prefiere ir a la morgue que a un McDonald's.
Y mi hijo, a mi derecha.
Y luego hablamos nosotros.
Y luego la gente se acerca a las firmas. Y yo, poniendo las preciosas flores que me habían regalado entre la gente y yo, y rezando por que mis lectores pensaran, al acercarse a mí, que esa peste que les llegaba era un efecto del libro, como esos de Stilton que rascas y huele, que habría estado bien traído dado que el libro se titula Pistas apestosas.
Y se acerca la delicada y siempre bienoliente Ana Alcolea y nos hacemos una foto con David Guirao, David Lozano, Nerea Marco, Pepe Trívez y Susana. Y yo le digo mentalmente a Ana: "Ana, que yo te he traído cremas de Estée Lauder; que tú sabes que no soy así".
Y aún se acerca por detrás, sin el parapeto de las flores ni la mesa, Blanca, una lectora, que luego me regala una entrada en su blog que enlazo aquí para recordarla cuando ya no recuerde casi nada. Y ella habla de mi cercanía con los lectores como una cualidad, como si realmente fuera mejor estar cerca que lejos de mí (que ya les digo yo que no).
Y están Mar, y Luisa, y Júlia, de RBA, que me dicen que no se quedan a tomar algo porque temen perder el tren y yo digo que las entiendo porque soy igual con eso, pero también pienso: "Idos, idos, que yo también me iría, si pudiera, de este apestoso cuerpo mío".
Pero antes de irse, mi querida editora Mar Peris me dice: "Está claro que la gente te quiere". Y estaría claro, pero yo no lo sabía, o no lo sabía tanto, y por eso no podía parar de sonreír y me sentía como un cruce entre Pepe Le Pew, Popeye y Wonder Woman y al día siguiente descubrí por qué.
Al día siguiente de la presentación, tuve el privilegio de ejercer de presentadora en el Congreso contra el cáncer y pude escuchar otra vez al doctor Marcos Gómez, que nos enseñó –ahí es nada– a morir en paz y dejar morir en paz. En su presentación incluyó una cita de JW Goethe que decía: "Saberse querido te hace más fuerte que saberte fuerte". Pero yo te digo, Johann Wolfgang, que saberse apestoso y aun así querido, te hace fuerte no, lo siguiente, que habrá que preguntar a @eslosiguiente, esa genialidad de tuiter, qué demonios es. Quizá sea invencible.
Y todo esto les cuento, esto tan poco elegante que quizá no debería contar. Pero si no es para esto –para contar lo que no se cuenta pero está ahí, persistente–, ya me dirán para qué estamos los escritores.

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Bueno, yo con Misterios a Domicilio, la colección que se inicia con Pistas apestosas, me he impuesto una misión extraordinaria: estoy para hacer reír en alto a un niño mientras pasa las páginas de un libro que no puede soltar. Y estoy feliz no, lo siguiente (¿pletórica?), porque lo he conseguido. Tengo pruebas.

En la imagen, lector esperando a que termine de firmarle su ejemplar de Pistas apestosas.

2 comentarios:

Ana Bes dijo...

Seguro que exageras y que no fué para tanto, aunque leyéndote me has recordado momentos similares vividos y me has hecho sonreír.
Aprovecho para decirte que me alegro de que hayas vuelto a tu blog, pues me gusta leerte con tu frescura y tú cercanía y aunque no contestes te mando un beso con las gracias por contarnos cosicas

La Oro dijo...

¡Hola, Ana!
Yo también me alegro mucho de verte por aquí.
Gracias por tu comentario y por la apestosa solidaridad. ¡Recuerdos a Lisa!