Ya, que no les he contado ningún chascarrillo de la entrega del Premio Cervantes. Bueno, es que la columna de mañana va, en parte, sobre eso. Pero sí, les contaré algunas cosillas, y mañana en el Heraldo, o pasado mañana aquí, si quieren, ya leen esa otra crónica un poco menos personal, solo un poco menos, porque ya saben que mi ombligo es mi centro, y no se imaginan lo mucho que practico con la Wii Fit para que siga siendo así (es una tabla de ejercicios que se llama Diignity Plus, o algo parecido; y por cierto, habrán visto ya MI vídeo, ¿no?).
Bien, salí hacia el Cervantes de la guisa que ven en la foto. En la invitación ponía que los señores debían llevar traje oscuro, chaqué o traje académico; y las señoras, vestido corto o traje académico. Yo, que aspiro a pequeña infractora, aunque no soy señor, me puse chaqueta de chaqué (en la foto puede apreciarse el nacimiento de la cola) y, en honor a Ignacio González y su pequeño discurso renacentista sobre la LIJ, un vestido corto, pero bien corto, de Rinascimento. El pelo no era como se ve en la foto, que eran unas ondas al agua muy rancias para compensar el corto de la falda; así me lo puso el viento.
Llegué bien pronto, avancé hacia la entrada de la universidad sin apenas tambalearme sobre el enguijarrado, me identifiqué sin tener que enseñar el carné, pasé el control de seguridad sin tener que quitarme las joyas y entré. Crucé un patio, dos patios, tres patios. (La gloria es un patio que se me escapó.) Y entré en el paraninfo.
La sala aún estaba casi vacía. Me senté abajo, en un lateral, en primerísima fila. Ya me ufanaba de lo bien situada que estaba cuando un amable caballero me dijo que “por motivos de seguridad” blablablá. Que le estaba calentando el asiento a un escolta, vaya. Pero entonces, oh, entonces, descubrí el mejor asiento de todos, y no estaba reservado ni ocupado. Era arriba, primera fila (no había segunda, de hecho), frente a las autoridades y con vista privilegiada de la cátedra desde donde Caballero Bonald discursearía. Con decirles que justo a mi lado estaba la cámara de televisión, se lo digo todo.
Estaba entretenida mirando la llegada de los invitados cuando vi que estaban libres los asientos junto a los nietos de Caballero Bonald y pensé cambiarme porque me gusta más hablar con los niños que con los representantes de las instituciones, que era lo que más abundaba ahí, pero justo en el momento de la genial idea, se me sentó al lado uno que parecía representante de una institución, y me pareció feo levantarme. El representante se puso a hablar por teléfono de unas donaciones y unos líos fiscales. Luego comentó con otro que se sentó a su lado: “Lo que pasa es que a este acto suelen venir pocos escritores”. Yo no me atreví a decirle ni que era escritora ni mi teoría de que todos los escritores que firman no están en el Cervantes porque están firmando en Sant Jordi, y la prueba es que ahí, en el paraninfo, estaba también Benjamín Prado, con el que compartí mesa de no-firmas aquel 23 de abril que coincidimos con Mariló Montero, tal como conté ya aquí. Y la otra prueba de que mi teoría es cierta es que Mariló Montero no estaba en el paraninfo.
Y empezó el acto.
Del acto no les contaré mucho porque ya lo hago un poco en la columna, y además lo han hecho otros mucho mejor que yo.
Paso entonces al cotilleo del cóctel. Servido por Paradores.
No conocía a nadie. Bueno, conocer, conocía a casi todos, pero el conocimiento no era mutuo. Sí besé a tres personas amabilísimas y poderosísimas con las que coincido cada año en la fiesta de los premios SM, y estuve, menos mal, con Sara Moreno, Presidenta del Consejo General del Libro Infantil y Juvenil (la única de esto de la LIJ a quien vi) y con Pilar Gallego, de Cegal. Pero estuve mucho tiempo sola y sin hablar con nadie. ¿Colgada? No. “Ese largo silencio literario no es el silencio de quien ha elegido no hablar, sino de quien ha hecho del soliloquio un método de maduración previa de la palabra. Es el mutismo del que lo observa todo para no olvidar nada.” Bueno, eso acababa de decir Caballero Bonald en su discurso. Solo que de Cervantes.
En fin, que esto está quedando larguísimo, por acabar, les enumero mis hitos del día: que le quité a Manuel Rodríguez Rivero, famoso en el mundo entero, una florecilla que le había caído en la cabeza sin que él se diera cuenta porque estaba de espaldas y porque tiene una cabeza bien acolchada a base de rizos, que no vean lo que me costó liberar a la florecilla de aquella ensortijada trampa; que me hice esta fotazo, que para mí, es la foto del día, o del año; que besé a la princesa y ninguna de las dos nos convertimos en ranas; que salí detrás de los príncipes y de Wert y recibí sus abucheos porque no había una mampara insonorizadora que limitara el campo de actuación de los gritos; que vi cómo los príncipes saludaban sonrientes y principescos a los abucheadores y a los demás; que yo no supe saludar así… Que estuve cerca del poder, sí.
Y luego me fui corriendo a dar una charla a un colegio donde me recibieron como a una princesa. Pero sin abucheos.
Más y más íntimo Cervantes, aquí.
5 comentarios:
¡Qué elegancia! ¡Qué sonrisa! ¡Qué... todo!
¡Me han encantado tus momentos de silenciosa soledad elegida y esa mirada compartida! ;)
¡Mil gracias por el retorno a la infancia con "Un globo, dos globos, tres globos"...! Ha sido precioso.
Un fuerte abrazo.
Me ha gustado esta crónica tan personal y tu foto con Ana María Matute. A pesar de los momentos de soledad y los abucheos, debió de ser una experiencia interesante.
Besos.
Grrrande, la Oro...
Esta tarde me he terminado tus croquetas. Me han sabido a hostias benditas.
La fotazo me la guardé desde twitter, porque es para guardarla en plan estampita ¡me da una alegría y una energía verla! :D
Además, siempre puedo añadir con photoshop a Luis Landero y poneros a los 3 en un altar ;)
un superabrazo!
Gracias, gracias.
Inde, para mí era tan importante que te gustaran las croquetas... Ya puedo ir en paz.
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