Odiada Mafalda:
Soy una madre, una de tantas. Da igual cómo me llame. Sé que hablo en nombre de muchas madres y padres cuando digo: basta ya, Mafalda.
Basta ya de poner en apuros a tus padres. Todo el día con las preguntitas, con las peligrosas preguntitas. ¿Qué es eso de preguntar a tu padre qué es la filosofía, o “el derecho de autodeterminación de los pueblos” o preguntar a tu madre para qué estamos todos en este mundo o por qué hay gente pobre? ¿No te da vergüenza?
Por no hablar de lo que la machacas a la pobre, que bastante tiene con lo que tiene —un intenso trabajo doméstico— y con lo que no tiene —estudios y un trabajo—, como para que encima, cuando la veas planchando, limpiando, fregando… vayas y le sueltes: “Mamá, ¿qué te gustaría ser si vivieras?” o “Mamá, la capacidad para triunfar o fracasar en la vida… ¿es hereditaria?”.
Contenta estarás, que, desde que empezaste a decir esas cosas, los hombres han invadido las cocinas y las mujeres hemos invadido la universidad y el mundo laboral. Hablando de mujeres trabajadoras, ya me gustaría ver a Supernanny contigo. Conductistas a Mafalda. ¡Ja!
Enfurecidamente,
Mamá Enfurecida
[Ayer fue el Día de la Madre. Ayer Eva Orúe publicó un artículo sobre madres en la literatura encabezado con esta misma viñeta de Mafalda. Me acordé entonces de que no había publicado aquí esta carta que forma parte de la correspondencia hater secreta que destapé para el Heraldo Escolar. Aquí queda. Yo, si viviera, querría ser escritora.]
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