Viajo en el AVE con mi hijo. Al llegar al control de equipajes, le miento y le digo que tiene que pasar el muñeco que lleva en la mano por el escáner. “¿En serio?”, pregunta. Al momento veo cómo mira de reojo a izquierda y derecha. Cuando cree que nadie le ve (pero las madres lo vemos todo), da un beso furtivo a su muñeco y lo deposita en la cinta con delicadeza, como si fuera un bebé. Nada más verlo desaparecer, corre al otro lado de la cinta para rescatarlo de un posible aplastamiento maletil. Luego lo abraza fuerte. Falta les hace a los dos. Se han dado casos de osos polares de peluche que han fallecido por congelación en la estación de Zaragoza.
Me digo que mi hijo debe de estar muy cansado o muy asustado para dejarse ver con su muñeco. Hace dos años que lo oculta avergonzado. Cuando fue a dormir a casa de su mejor amigo, sufrió debatiéndose entre si llevarlo o no para acabar encontrando la cama de su amigo atestada de muñecos de los que nunca había oído hablar; otro tierno de tapadillo.
No se lo reprocho. Hace falta valor para ser tierno. Se ve que la ternura es síntoma de fragilidad como el sarcasmo de reciedumbre. La mordacidad, esa forma de morder, de criticar “con acritud o malignidad no carentes de ingenio” goza de tan buena prensa que nos harían falta cien Machados y mil Mimosines para devolver el prestigio a la bondad y a la ternura.
Hace poco me ha sorprendido encontrar una noticia que incluía la palabra “terneza”, que viene a ser lo mismo que “ternura” pero que da menos apuro poner en un titular. La noticia contaba que unos investigadores aragoneses han descubierto el gen que hace que la carne sea más dura. Gracias a esto, se puede saber qué animales serán más tiernos, e incluso, seleccionando los reproductores, se puede asegurar una mayor terneza de los terneros, valga la redundancia. ¿Y todo para qué? Yo se lo diré (léanlo con voz de lobo disfrazado de abuelita): “Para comérnoslos mejor”.
Ya lo ha descubierto mi hijo: a los tiernos se los almuerzan, y por eso son pocos los que se atreven a mostrarse así. Estos pocos valientes andan esquivando burlas y cuchillos, pero tienen su recompensa. A esos, a los tiernos y las tiernas, a los que lloran en el cine sin decir que se les ha metido algo en el ojo, a los que se les cae un “cariño” en público sin llevarse la mano a la boca para intentar devolverlo a su sitio (que parece que tenga que ser un interior oscuro), a los que ante una herida ajena les brota el “Curita sana” y no la sal, a los que abrazan a muñecos… a esos, e incluso a los de tapadillo, dan ganas de comérselos. También a besos. Al fin y al cabo, ¿no eran los besos mordiscos amaestrados?
Por mí que los de la terneza ensayen con humanos.
En la imagen, de Diane Arbus, ternasco pidiendo a gritos que lo devoren.
Este texto fue publicado en Heraldo el domingo 4 de marzo de 2013. Ese mismo día andaba yo en la mejor compañía por La Magistral, reflexionando sobre qué escritora quiero ser y qué escritora puedo ser; vaya, de ejercicios espirituales, y no tanto, con el maestro Navia y otros discípulos que a ratos se hicieron maestros. (Disculpen el apunte personal. Me escribo esto aquí por si un día, cuando chochee, me da por releer este blog. Ese día no habrá Alzheimer que me impida sonreír al leer "Navia". Y si fuera así, Begoña, prueba a tomar una magdalena de manzana. A Proust le funcionó.) A mí también me gusta rodearme de gente brillante.
Ah, Begoña, y recuerda también los encuentros del lunes en el Amorós y en El Pilar. Y sobre todo, sobre todo, no olvides el día siguiente, no olvides el taller de escritura en aquel pequeño colegio de San Martín de la Vega. Los Cerros Chicos, se llamaba. Y no te olvides de Janis, aquella niña que no hablaba pero que escribió.
3 comentarios:
Hola Begoña:
Me ha gustado leer la reveindicación que haces de la ternura. El mundo sería menos frío y la realidad menos cruda si copiáramos a tu hijo y regaláramos gestos tiernos a los que están cerca (Acaso estén amenazados de algún tipo de "aplastamiento maletil").
Un tierno abrazo para ti.
Montaña
Leí esto hace unos días en el amenazado Google Reader, pero no había visto la foto.
Oye, Oro, ese niño está a punto de abrir unos ojos rojos como el fuego y pegarnos un buen susto a todos.
Pero sí, que viva la ternura. Ña ña ña... Ña.
"¿no eran los besos mordiscos amaestrados?"
SUBLIME :)
PD: es un placer venir y ver que tengo tantísimo por leer, así me doy un atracón :D
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