[Esta columna, que tiene tela, cuenta con palabras la famosa foto con la que se estrenó la nueva página web de la Casa Real. Es que, aunque sale el domingo, entrego la columna ¡los miércoles! Pero claro, luego salieron todas esas fotos de Cristina García Rodero. Y sobre ellas... qué quieren que les diga; que las habría hecho mejor mi vecino. Miren esto y juzguen si es pasión de vecina.
Sobre esta columna les diré que tuvo sus idas y venidas, y que no apareció publicada tal como fue escrita inicialmente. Eso me da pie a compartir con ustedes algunas jugosas reflexiones, pero como no quiero alargar más este post, lo dejo para mañana, o pasado. Mientras tanto, será muy interesante saber qué les parecen estas líneas.]
Hay tres personas -un abuelo, su hijo y la nieta-, y la certeza de que hay que contar la historia empezando por el abuelo.
El abuelo. Solo tiene ojos para su hijo. Lo mira riendo. Afable, campechano, como se empeñan en decir; un adjetivo que parece haberse inventado solo para él. Una cree que al abuelo se le partiría el corazón si su hijo no le devolviera la risa. Pero el hijo no va a darle ese disgusto a su padre. El hijo hace lo que se espera de él.
El hijo. Ríe con la cara levemente girada, solo una oreja a la vista. Con la oreja que no se ve en la foto escucha la risa de su padre. Con la boca que sí se ve, le devuelve la risa y enseña él también los dientes. El hijo está en todo; responde a su padre sin dejar de mirar al frente. Eso pasa factura, claro, y lo que en el abuelo son decenas de pequeñas arrugas de expresión, son en el hijo cuatro hachazos en la piel. Los ojos del hijo se achican. Es la risa, o el sol. Están al aire libre. No hay más textiles que juzgar que los de sus trajes. Una pena, con lo mucho que dicen los estampados de un sofá… Pero del hijo ni siquiera podemos juzgar la corbata. No se le ve. Se la tapa por completo, incluso el nudo, la niña.
La nieta. “Los niños primero”, se dice. Normalmente para salvarlos. A la niña la han colocado en primer plano, delante de su padre. Donde debería verse el nudo de la corbata del padre, se ve el lazo de la niña. Una se pregunta por qué el padre no coge a la niña de la cintura, por qué no la abraza, por qué cierra el puño derecho, como reprimiendo ese gesto protector. En cualquier caso ella no parece echar en falta el abrazo. Descansa confiada los codos sobre los muslos trajeados de su padre.
La niña mira disimuladamente hacia un lado, a la izquierda del fotógrafo. Quién sabe si allí estará su madre, o su hermana, o un perro. O el jefe de prensa. La niña sonríe. Igual lo hace porque ve al perro, torpón, perseguir una mariposa, o igual porque es risueña, o porque es obediente y alguien le ha dicho –hace rato-: “sonríe”. Quizá sonríe porque es una niña.
El aire le lleva el pelo hacia la cara y parece soplar solo para ella. Si llevara puesta una capa, ondearía al viento. Así, con una capa, no cabría duda de que la niña es una superheroína. De hecho igual nadie la abraza porque es ella la que protege a su padre y a su abuelo con esos dos superpoderes que irradia: el superpoder de su Inatacable Inocencia, que hace rebotar la ira de los adversarios, y el superpoder de su Deslumbrante Rubiez, que ciega momentáneamente a quien la mira y le impide ver nada más.
La niña tiene pelo de princesa, cara de princesa y lleva un vestido de princesa. La niña es una princesa. Pero parece un escudo humano. O una superheroína. Superleonor.
Este texto apareció publicado en Heraldo de Aragón el 16 de septiembre de 2012.
5 comentarios:
Oro, algún día tendrás que confesar qué webs y blogs sigues. Pica la curiosidad. Haznos una lista :)
Menudo ejercicio de observación :). Me encantan las palabras que le dedicas a la niña (aunque al fijarme en su mirada me he quedado con las ganas de saber si miraba a alguien).
¡Esperaré tus próximas reflexiones!
Me pregunto qué querrán ser las niñas que son princesas, seguro que superheroínas... ¿y las princesas superheroínas que querrán ser?
Algún día nos lo contarás, estoy segura :)
besotes!
Anónimo, pues es una pregunta la mar de interesante. Son muchos y muy variados. Aunque no sé si revelarlos sería desnudarme demasiado.
Rusta,¡gracias! Ya están las "reflexiones". :-)
Mara, yo a ti te cuento lo que haga falta. ¡Besos!
Muy agudo. Pero no puedo evitarlo: me quedo con las ganas de leer la versión precensura.
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