"Hice un curso sobre lectura rápida y leí Guerra y Paz en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia."Lo dijo Woody Allen. Lo repito yo cada vez que me preguntan sobre el tema de la velocidad lectora.
Hay cosas, unas cuantas cosas, que es mejor hacer lentamente (sí, incluso eso en lo que ahora están pensando). Ahora que se aboga por slow cities, slow food..., yo reclamaría slow reading.
Entrar en un libro y salir transformado de su lectura requiere un tiempo. Lo malo de tomárselo es que la lista de lecturas en el perfil de goodreads no resulta ni la mitad de impresionante. Pero no es lo mismo un lector que un acumulador de lecturas, de la misma manera que no es lo mismo un viajero que un turista. Viajar no es coleccionar sellos en un pasaporte. Bajarse del autobús en Pisa, hacerse la foto sujetando la torre y volverse a subir al autobús es solo la prueba de que uno estuvo allí. Nada más que eso. Y con la lectura es igual.
Escribo esto rápido, a todo correr, ahora que no tengo tiempo para nada, ni siquiera para explicarme mejor. Lo escribo tras oír unas cuantas veces: "me leí tu libro en una tarde", cosa que me alegra porque sé que es una muestra sincera de entusiasmo y una prueba de que mi esfuerzo por hacerlo fácil ha dado resultado, pero esa frase es también una espinita que se me clava. Por suerte tengo este blog, que es a las espinitas clavadas lo mismo que una pinza. Hala, ya está. Qué alivio.
En la imagen, fast travellers fotografiados por Martin Parr, especialista en mostrar esas ridiculeces nuestras.
1 comentario:
Leí "El árbol de la ciencia" en una tarde de invierno, en la calle, en Zaragoza, en Lapuyade, en plena adolescencia. Me encantó. No tuve mérito. Sólo tuve mucho frío. Y no se lo pude decir a Baroja.
Publicar un comentario