lunes, 29 de abril de 2013

Plumas y leotardos

Las cosas sí que esperan sin límites. Espera el traje de baño, espera la fondue que apenas usamos... En lo alto de unas empinadas escaleras, tras dos años de desuso, esperaba, como una fondue cualquiera, la cátedra del Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Esperaba que nombraran a un premio Cervantes atlético o corajudo, un premiado que tuviera los arrestos para trepar hasta ella y soltar su discurso, porque en su día Matute se quedó en su silla de ruedas y Parra ni pudo asistir.
A la cátedra se la veía espléndida con aquel Caballero Bonald que ha dado en su larga vida sobradas muestras de coraje. Yo deseo que viva y escriba muchos años más, aunque durante el acto de entrega del premio no pude evitar acordarme de lo que decía Camba: “todas las pompas humanas son igualmente fúnebres, y cuando presencio una recepción académica, al oír los discursos y contemplar los uniformes me parece como si le estuviéramos haciendo a un compañero un entierro de primera clase.” Y era un poco así. Por la pompa, por los móviles a destiempo y por el público asistente, tan parecido al de los funerales. Era mirar las cabezas en platea y echar de menos las gafas de sol, tal era el relumbre de las calvas allá concitadas. Conté (y créanme que tuve tiempo) solo cinco cabezas masculinas libres de calva o canas. Creo que, tras los nietos del premiado, la más joven allí era yo. Y los pasmarotes.
Llamo así a los dos maceros que flanqueaban la cátedra porque lo que es el pasmo, la suspensión de la razón y el discurso, lo ejercían de manera formidable. Los pasmarotes calzaban unas manoletinas de terciopelo granate que para sí quisiera un papa de los de antes, y llevaban leotardos rojos. Lo de los leotardos rojos me dio mucha compasión porque de pequeña tuve unos iguales y me iban cortos de tiro y me recuerdo incomodísima con ellos. El disfraz de pasmarote lo completaban un cuello alechugado, un tabardo con unos adornos cuyo nombre solo Guillermo Fatás conoce, y una gorra con pluma. Uno de los pasmarotes lucía la pluma enhiesta mientras que al otro le flaqueaba, y al estar los dos pasmarotes juntos, no se podía evitar compararlas, que es lo que suelen hacer los hombres. O eso tengo entendido.
Los pasmarotes no pestañearon durante el discurso del premiado. Pero cuando Caballero Bonald dijo: “Quien no leía, tampoco almacenaba conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión”, me imaginé que el macero de la pluma flácida, soltaba la maza insumiso, atiesaba su pluma y se subía los leotardos encontrando en esos gestos fugaz alivio a tanto engorro, y se justificaba diciendo: “es que yo leo”, y que Pepe, escritor “contra la fauna de los siempre obedientes”, sonreía.

Esta columna apareció publicada en Heraldo el domingo 28 de abril de 2013, cinco días después de la entrega del Premio Cervantes.
En la cutre-imagen, tomada con el teléfono: el poeta, los pasmarotes y algunas canas y calvas.
Si aún les quedan tiempo y ganas para más Cervantes (en realidad, para cotilleos y más cosas mías con la excusa del Cervantes), sigan por aquí. Y si se atreven a ver y leer una auténtica intimidad sobre lo sucedido, sigan por aquí.

4 comentarios:

Begoña R. dijo...

“Quien no leía, tampoco almacenaba conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión”...

Un fuerte abrazo, Begoña.

Rebeka October dijo...

Siempre le das ese toque de humor a tus entradas.
Esa frase sobre la lectura, que verdad esconde!!:-))

Un abrazo!

Mara Oliver dijo...

Los pasmarotes, ¡ya podía ser uno de los dos una mujer! Supongo que tampoco se contaban muchas cabelleras femeninas :S
Besotes reivindicativos!

Cristina dijo...

Entre la indumentaria del papa, la capa de armiño del de Holanda y el traje de los pasmarotes últimamente tengo la sensación de vivir en otra época. Bueno, más bien de verla por televisión.

Me quedo con esa frase del discurso de Caballero Bonald. Qué falta nos hace ahora mismo no ser sumisos.

Besos.