[Y así, con la discreción de un portero y la elegancia de una gran duquesa (ya saben que ya no tengo abuela), me despedí de mis lectores de Heraldo. Me gustaría que uno de ellos fuera Javier. Me gustaría que supieran que pueden seguir leyéndome aquí.]
Mi primer portero se llamaba Joaquín. Lo recuerdo moreno, redondo y geniudo. En cuanto empezaba el buen tiempo, nos daba cincuenta pesetas para que fuéramos a comprarle cervezas frías a la tienda de los careros, que eran los que vendían lo mismo que en el Simago pero más caro. Mi hermana y yo subíamos corriendo las escaleras de la urbanización, entrábamos en esa tienda penumbrosa, la antítesis del ultrailuminado Simago, pedíamos las cervezas para Joaquín, nos las sacaban de la cámara y volvíamos felices como aquel niño de la foto de Cartier-Bresson, pegándonos el cristal helado a los costados, riendo de frío. Eso fue hace tiempo. Mande ahora solo a un niño a por unas cervezas, y en botella de cristal, y con cincuenta pesetas.
Hasta ahora dos porteros, Juan y Javier, se turnaban en la conserjería de mi casa. Pero se acaba de ir Javier. El último día dejó una nota en el buzón despidiéndose. “Hola, soy Javier, el conserje”, empezaba. “Reciban un fuerte abrazo de su amigo”, acababa. Mi hijo y yo subimos tristes en el ascensor. Mi hijo se apoyaba en el mástil de su mochila de ruedas; yo sujetaba la nota de Javier en la mano. Ni nos miramos en el espejo.
Hoy, intentando desbrozar mi vida de esos papeles que amenazan con ahogarla –cartas del banco, avisos del ayuntamiento, certificados de retenciones…- encontré una hoja de la comunidad de propietarios, uno de esos tristes documentos que nacen para ser arma arrojadiza, ya sea contra el presidente, aquel vecino o el contenedor azul. Ya iba a tirarla al montón de papel cuando vi el nombre de Javier. La hoja anunciaba su jubilación y recordaba las funciones del único conserje que queda. En el quinto punto dice: “Será discreto.”
La hoja informa también de que Javier no será sustituido por otro conserje sino por una empresa de limpieza, que es más barato, e indica todas las funciones de esa empresa, que incluyen el fregado, el mopeado, el desempolvado, pero no el comentado de resultados futbolísticos ni el regalado de caramelos a los niños ni el sonrisado matinal y el “Buenos días, Begoñica”.
Acaba la hoja diciendo que “en los primeros días será necesario un periodo de adaptación a este sistema”, vaya, que tengamos paciencia. De dónde se habrán sacado una petición semejante. Y nos dicen que si la cosa no funciona, podría volver a contratarse otro conserje.
Mientras tanto saludaremos a la portera de casa de mis padres. Se llama Flor, vino de Rumanía, y es la antítesis de Joaquín: pálida, alta y risueña. Ella me llama “doña Begoña”, que rima, y juega al fútbol que te mueres. Espero que no se vaya. Porque se ha ido Javier y ni el sol nos libra de andar un poco así, con esa rabia melancólica de quienes no han podido despedirse.
Esta columna apareció publicada en Heraldo el 12 de mayo de 2013.
3 comentarios:
Emotiva despedida... (también rima, aunque en asonante ;) ).
Leyéndote me han venido los ecos de Renée y de tu entrañable Edgar, dos porteros maravillosos.
Ha sido un alivio saber que podremos seguir leyéndote aquí (por un instante, he sentido una punzada pensando que el "Adiós" era para los que te buscamos por estos lares... (aunque podríamos seguir encontrándote en los dos preciosos proyectos que tu vecino y tú lleváis de la mano, ¿cierto? :) ).
Un fuerte abrazo, y ¡hasta luego!
Jejeje, me ha pasado como a Alba con el "Adiós", ¡qué susto!
Voy a necesitar "un período de adaptación a este sistema" :S me gustaban mucho las columnas y las echaré de menos (a no ser que sigan llegando aquí, ya sin diferido ;) jeje, en directo :D).
un besote!!!
Pues sí, es una despedida discreta y elegante. Me habría encantado conocer a un portero como Javier o como el de tu libro, pero solo me he topado con los automáticos.
En fin, mucho ánimo con la despedida del Herlado, es una pena cómo está el periodismo ahora mismo (y todo en general). Espero que no te falte trabajo con tus otras facetas y, por supuesto, que no dejes de escribir en el blog.
Besos.
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