martes, 13 de noviembre de 2012

¡Achís!

No esperen mucho de mí hoy más allá de achís, tojú, snif y la onomatopeya que corresponda a sonarse los mocos, sea cual sea. Ahora mismo el único papel que soy capaz de llenar con fluidez es el de los pañuelos. Lo hago siguiendo los consejos de Erasmo de Rotterdam, traducidos por Agustín García Calvo: “Las narices estén libres de purulencia de mucosidad, lo que es cosa de sucios. Limpiarse el moco con el gorro o con la ropa es pueblerino; con el antebrazo o con el codo, de pimenteros; ni tampoco es mucho más civilizado hacerlo con la mano. Recoger en pañizuelos el excremento de las narices es decente”, y yo me tengo por tal. Lo malo es que he agotado todas las existencias de pañizuelos de papel de mi casa y he tenido que recurrir a otra fuente de celulosa más indigna. Junto a mí, el rollo de papel higiénico va menguando al mismo ritmo que crecen los gurruños de papel sobre la mesa y la irritación de mi nariz.
¡Ay!, echo de menos los pañuelos de tela: su extensión generosa, esas iniciales bordadas, ese gesto tan de madre de guardarlos arrebujados en la manga, ese gesto tan de mago de sacarlos de allí, su tacto fresco, su olor a suavizante… Cielos, empiezo a sonar como un defensor del libro de papel frente al libro electrónico. No es tan extraño. Al fin y al cabo, el mundo de los pañuelos va solo un paso por detrás. También los libros, como los pañuelos, comenzaron siendo textiles -de papiro, de pergamino…- antes de hacerse de papel. Pero ahora, oh, ahora los libros se han vuelto electrónicos y ante eso los hay que enumeran con los ojos en blanco las virtudes irreemplazables del libro de papel: que si su tacto, que si su aroma, que si su calidez… Los hay que nunca se cortaron con el lacerante filo de una hoja; los hay que confunden los libros con tazas de sopa de pollo caliente; los hay en fin que no limpian el polvo de la librería ni hacen mudanzas. Frente a estos nostálgicos, están los que abrazan el libro electrónico con el sectarismo proselitista de los que tienen una Thermomix, ese aparato que se anuncia como “Un nuevo amanecer”.
Yo con todo soy muy práctica. Me gusta la crema de calabaza cuando sabe rica, ya provenga de una olla Le Creuset o de una Thermomix; me gustan los libros cuando son buenos y cuando me sirven para librarme de la purulencia de la burricie, la inanidad o el aburrimiento, ya sean de papel, electrónicos, juveniles, con olores o sin pretensiones. Creo que, en caso de que existieran, hasta me gustarían los pañuelos electrónicos con tal de que sirvieran para recoger, snif, mis mucosidades de forma decente. Con eso les digo todo. Siento no poderles decir mucho más hoy excepto ¡salud! y gracias por escoger este domingo el papel, este papel.

Este texto apareció publicado la versión reciclable en el contendor azul de Heraldo el domingo 11 de noviembre de 2012.
En la imagen, de Paula Hanson, yo, tirada, optando por el papel.
Y de propina para mis lectores digitales, dos cositas.
Una: el booktrailer del libro ¡Es un libro!, de Lane Smith.
Y dos: más consejos urbanos, que no urbanísticos, cortesía y obra de Guillermo Fatás, glosando un tratado de costumbres de Giovanni della Casa. Incluyen una joya, o dos.
Della Casa se ocupa crudamente de las necesidades naturales y de cómo no procede su evocación, así sea indirecta —no se diga ya de la voluntaria—, ni aun en la calle, advirtiendo al aprendiz cómo ha de obrar ante el encuentro con heces de animales; da sabias reglas sobre el estornudo y redacta un breve sermón sobre el bostezo. Opina sobre costumbres como la de olisquear la bebida o comida, ajena y propia, y alerta contra el uso en exceso desinhibido del pañuelo de nariz, recordando al catecúmeno que del cerebro a las fosas nasales no bajan nunca “perlas ni rubíes”. El adecuado servicio que debe tomarse del mantel y la servilleta debe combinarse con ciertas precauciones sobre la masticación. El aliento que se exhala sobre el prójimo también merece su atención, al igual que la compostura en una tertulia, en la que la urbanidad exige no dar muestras de desatención o menosprecio, como ponerse a leer cartas o cortarse las uñas (...).
Sobre esto último, donde dice "leer cartas", entiéndase "consultar el correo, escribir un tuit o mandar un whatsapp". Lo de "cortarse las uñas" sigue siendo igual de feo.

3 comentarios:

Mara Oliver dijo...

Espero que esos mocos bandidos hayan abandonado esas preciosas y preciadas fosas nasales suyas ;)
Y qué bonito el simil, como siempre :) sí, algunos echan de menos los pañuelos de tela y otros compran en el mercadona pañales que se lavan, por ahorrar y no por morriña de otros tiempos, supongo :S
;)
Una parte de mí prefiere el libro en papel, con su olorcito y la brisa que levantan sus páginas al pasarlas muy deprisa :P peeero, las hojas de los árboles también me gustan mucho y ya no hace falta quitárselas para hacer un libro ;)
mil besos y un té calentito de miel, para que te mejores, Oro preciosa!!!! :D

Cristina dijo...

Yo debo de ser de las pocas personas que todavía usa pañuelos de tela (sin inicial ni nada, de cuadros horrorosos, pero me parecen más cómodos que los kleenex). Sobre los libros, prefiero los de papel, pero no le digo que no a un e-reader en el futuro porque tiene que ser muy cómodo.

Besos y que te mejores :).

Guillermo G. Lapresa dijo...

La onomatopeya es:

¡¡MRRROOOOOOOC!!