No siempre me hago la cama. Cuando voy de invitada sí, y entonces dejo la puerta del cuarto abierta de par en par, toda orgullosa. El lujo está concebido para mostrarlo, y hacer la cama es la más lujosa de las tareas del hogar, porque no es estrictamente necesaria. Lo demás sí. Si no friegas los platos, llegará el momento en que te quedarás sin tazas. Si no planchas, te quedarás sin camisas. Si no cocinas, te quedarás en los huesos. Pero la cama… Hacerla para deshacerla, a diario, como Sísifo, que fue castigado a empujar hasta lo alto de una montaña una pesadísima piedra que, ya a punto de alcanzar la cima, rodaba colina abajo; y vuelta a empezar, día tras día, una tarea inútil a cadena perpetua. Las sábanas bajeras ajustables y los edredones que se estiran y listo hacen más llevadera la cuestión. La roca ya no es de granito sino de cartón piedra, pero hacer la cama sigue siendo la versión doméstica del mito de Sísifo.
Y sin embargo, qué maravilla encontrarse la cama hecha. Una cama hecha es como un cuento, una perfecta ilusión de orden. No sé entonces a qué viene esa mala fama de “hacer la cama a alguien”, “trabajar en secreto para perjudicarlo” según el diccionario. Pues a mí me encanta que me hagan la cama, al menos literalmente. Me parece un acto de amor absoluto que no puede generar sino correspondencia. Amo a las camareras de hotel que estiran esas sábanas frescas y las entremeten a conciencia obligándote a descerrajar la cama; amo a mi hijo cuando me raspo los nudillos con la pared al hacer su cama; me llena de amor propio llegar por la noche a mi cama y encontrármela hecha los días en que pierde mi pereza y gana mi dignidad. La forma más clásica de hacer el amor es en la cama, pero la forma más básica de demostrar amor es hacer la cama.
Ahora se ha puesto de moda la trilogía erótica de Cincuenta sombras. Millones de lectoras fantasean con los jueguecitos sadomasoquistas de Grey y Anastasia mientras millones de maridos de lectoras se preguntan si deberían ir a por unas esposas. Pero es todo mucho más sencillo. No tienen más que fijarse en qué hace el marido de E.L. James, la autora de la trilogía. Y lo que hace es, menos la colada, todas las demás tareas domésticas. Mientras su señora deshace literariamente las camas, él estira las sábanas, levanta levemente el colchón, desliza los extremos de la funda nórdica, ahueca las almohadas, dobla un pijama y un camisón que seguramente no es de seda y de encaje sino de algodón. Es todo mucho más sencillo, tan sencillo como que para deshacer la cama, antes tiene que estar hecha.
¿Quieren hacer el amor? Déjense de esposas, látigos y zarandajas. Hagan la cama, señores. Y si gustan, dejen estas líneas sobre el embozo.
Este texto se publicó en Heraldo de Aragón el 30 de septiembre de 2012, y aunque esta vez apareció atribuido a mí, también tuvo su aquel. Pero eso lo cuento mañana, o pasado.
Imagen: Unmade bed, de Imogen Cunningham.
11 comentarios:
¡Olé!
Usted sí que sabe.
Pensaba que Sísifo se parecía a los profesores; así lo plasmé en un artículo que no recuerdo dónde publiqué.
Ahora me doy cuenta de que soy Sísifo y no lo soy; me encanta la cama hecha antes y después de deshacerla. Nihil novum sub solem. Un saludo para Begoña de Sam Fisher.
Qué bonito: "La forma más clásica de hacer el amor es en la cama, pero la forma más básica de demostrar amor es hacer la cama."
También me ha gustado la relación con "Cincuenta sombras de Grey". Estoy cansada de ver este libro en todas partes, pero al menos lo has comentado desde otra perspectiva :).
Si te enseño una foto de cómo están ahora mismo las camicas de mi casa, dirías que por estos pagos no hay amor, jejeje...
Pero las haremos mañana. ¡Y con sábanas limpias! Una camita bien hecha y con las sábanas recién cambiadas... Eso sí que es cosa buena.
"hacer la cama" era una broma consistente en disponer las sábanss de modo que todo pareciera normal, pero en realidad, bajo la manta, la sábana estaba doblada y el trasnochador no podía entrar en la cama.
Fernando Aramburu escribe en su blog, a propósito de una presentación de su libro:
"Me flanquearon hembras a la mesa. Estaba, pues, como en casa. Es que congenio con el rebaño cuando es bello y huele bien".
Vicente: Me ruboriza usted.
Sam Fisher: Sí, nada nuevo bajo el sol. Sí, lo de Sísifo está manidillo (ya verá en mi próximo post), pero hace tiempo que renuncié a intentar ser original para centrarme en intentar ser certera. Luego pasa lo que pasa (que, ya le digo, lo verá en el próximo post). Un saludo para Juan de La Oro.
Rusta: ¡Gracias! Y lo que nos queda seguir viendo...
Inde: :-) Sábanas recién cambiadas... Como diría Vicente, usted sí que sabe.
Anónimo 1: yo a eso lo llamo "hacer la petaca". Anda que no lo he practicado en campamentos... Gracias.
Lectores alucinados ante el comentario del anónimo 2: han de saber que hice saber al mundo twitteril que había publicado este post aludiendo a un personaje maravilloso (Ratoncito) de una novela maravillosa ("Viaje con Clara por Alemania") del maravilloso escritor Fernando Aramburu. Han de saber que el señor Aramburu tiene un/a anti-fan/a que le persigue por todos los blogs para dejar constancia de esa frase que una vez escribió Aramburu (o eso he deducido tras leerla en varios sitios) y aprovecha para tacharlo de machista y no sé qué más. Pues bien, ahora respondo al / a la anti-fan/a:
Anónimo 2: Ya sabía que Aramburu había escrito eso. Yo a Aramburu le leo hasta el blog. Y con gusto lo flanquearía. Gracias por la visita. Pero ¿no cree que sería mejor dedicarse a otra cosa? No sé, yo por sugerir...
Ohhh, sí. Peco del mismo delito, según lo llama mi abuela, es hacer el "alma triste, entra por donde saliste", jejeje.
preciosa reflexión, como siempre :)
mil besos!
Y los que nos dedicamos a tapar la cama, amamos superficialmente?? Me pregunto yo... Luego destapamos y las arrugas siguen ahí... Ains!!
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