lunes, 9 de julio de 2012

Zapatos nuevos

Aprendí pronto que la alegría puede considerarse fuera de lugar.
Cuando murió mi abuelo, siendo yo niña, mi padre estaba en Chile. Mi padre volvió tan pronto como pudo, que fue mucho más tarde de lo que habría querido, y cuando entró en casa de vuelta de un viaje largo y durísimo, yo salí a recibirlo emocionada con los zapatos que me acababa de comprar mi madre en Kickers, allá en Los Enlaces. “¡Mira mis zapatos, papá!”, fue mi saludo. Recuerdo que mi madre me fulminó con la mirada. Mi padre siguió arrastrando la maleta hacia su cuarto. Los dos estábamos de estreno: yo estrenaba zapatos y mi padre estrenaba orfandad.
No estoy segura de si hice mal. Lo que era extemporáneo, inoportuno e inconveniente, no era mi alegría sino que mi abuelo hubiera muerto en aquel momento, cuando su hijo estaba fuera, cuando iba a sentirse culpable por no haber estado ahí. Nunca es momento para que se muera un padre. Evidentemente.
Recuerdo esta anécdota esta semana llena de miradas fulminantes, llena de gente intentado hacer sentir culpable a otra gente por estar alegre. España se ha dividido entre los que gritaban “goool” y los que reclamaban silencio como la enfermera de aquellos clásicos carteles; entre los que admiraban a Torres y los que admiraban a los bomberos, como si no se pudiera admirar a los dos a la vez; entre los partidarios del epicureismo y los de una especie de estoicismo preñado de intensidad (esto Irene Vallejo lo explicaría mucho mejor). Yo no soy futbolera, pero creo que hay que ser cenizo (y perdonen la palabra en estas circunstancias) para afear la alegría a alguien. Bienvenida sea, y más ahora. Cuándo celebrar si no las cosas buenas que nos pasan, si la alegría también caduca. La alegría no espera. Por eso cuando nos asalta solo cabe levantar las manos y dejarse hacer.
A los males que ya sufrimos, no podemos sumar ese “conlaquestácayendismo” que amenaza con devorarnos el ánimo. Los columnistas vivimos acobardaditos. Ya no nos atrevemos a hablar de ligerezas. Los cómicos ya no saben si pasarse al drama. En Internet los tuits se vuelven graves. Hasta los fruteros parecen temer vender rodajas de sandía, tan joviales. A este paso, la gente acabará teniendo miedo de reír en público, no vaya a llegar un patrullero de la preocupación y le espete: “¡Cómo puede reír! ¡Con la que está cayendo!”.
Se puede reír. Se debe reír. Y no por ello lo demás no importa. No es que nos baste con pan y circo. No es que no duela lo quemado, lo recortado, lo perdido... ¿O qué se creen? ¿Que aquella niña no estaba triste porque ya nunca volvería a estirar aquellas enormes orejas de su abuelo? Es solo que por un momento, solo por un momento, se sintió como chica con zapatos nuevos.

Este texto apareció publicado en Heraldo el 8 de julio de 2012.
Fotografía de Gerald Waller.

7 comentarios:

Cristina dijo...

Me ha encantado el artículo. A mí me parece maravilloso que el fútbol sea capaz de unir a tanta gente y dar tantas alegrías; ojalá otros sectores tuvieran una pizca de esta suerte. Por lo demás, opino que entre los cenizos hay bastante hipocresía: siempre ha habido y habrá desgracias y ámbitos que mejorar, pero seguro que ellos también han disfrutado de sus pequeños placeres sin remordimientos. La preocupación y los buenos momentos son compatibles, por supuesto.

Besos.

C. (@el_croni) dijo...

Tampoco soy futbolero, pero cuando se trata de un acontecimiento así (acontecimiento porque lo ve todo el mundo), uno finge que entiende los fuera de juego y hasta se aprende lo que dura un partido.
Estoy bastante de acuerdo con tu artículo, pero creo que la gente no ha "elegido" entre alegría y fastidio por placer. Es verdad que muchas veces se priva a uno de alegrarse por culpa de una desgracia que nada tiene que ver, pero en este caso, con la que está cayendo, estoy seguro de que el malestar de muchos (entre los que me incluyo) no hubiese sido tal de no ser porque la desgracia y la alegría, lejos de no tener nada que ver, se han tocado con la punta de los dedos en algunos momentos:
Si el presidente prefiere ir a la final de la Eurocopa en vez de visitar el mayor incendio desde el 92, está claro que hace una elección (muy legítima. Diremos que Rajoy no podía hacer nada visitando el incendio, pero puestos a ser demagogos, tampoco es que nosotros ganásemos nada porque fuese a la final. Fue su elección limitada a lo que más le apetecía, que era la diversión). Así que cuando el presidente elige entre Eurocopa y Valencia, normal que la gente diga "con la que está cayendo". Seguramente las voces hubiesen sido muchas menos si no hubiese tenido que elegir. Y que la cosa venía de antes: cuando el mismo día que anunció el rescate europeo, se fue también a la Eurocopa "porque ya está todo solucionado". En dos ocasiones en cuestión de días, Rajoy ni comparece ni pisa España porque su prioridad era la Eurocopa. Aquí es donde nos pica a algunos. Luego todo lo que quieran celebrar los ciudadanos de a pie, me parece estupendo. Yo también lo celebré.
Luego está el tema de dónde tributan los jugadores que juegan por España. A mí que donen los 300.000 de la final me parece una decisión íntima que nunca les exigiría, pero lo que sí me parece imprescindible es que paguen sus impuestos aquí. En el caso contrario, pienso que cuando celebran un triunfo de España nos toman un poquito por tontos.
Y claro que sí, a celebrar :) Que el optimismo también nos saca de la crisis, no hay que menos preciarlo.

Sam Fisher dijo...

Y si la tristeza avanza como un torrente de lava amenazando mi serenidad,
no quiero manos cerca que lloren porque no lloro;

quiero que tu sonrisa llegue hasta el límite imposible de mis celdas.

Y si la tristeza despliega sus alas como si fuera la última condena,
sonríe un instante para cerrar el círculo de mis deseos.

Diana Toledano dijo...

Me ha encantado leer tu artículo.
Yo estoy dispuesta a ser feliz y a no dejar que "la que está cayendo" me nuble el ánimo (además, sigo teniendo un techo sobre mi cabeza y comida que llevarme a la boca, así que, dentro de lo que cabe, no estoy mal).
Pero estoy completamente de acuerdo con el comentario de C. (@el_croni), esto de la Eurocopa ha sido harina de otro costal.

Un saludo,
Diana.

Anónimo dijo...

A mi no me gusta el fútbol, pero me gusta España. Y me gusta que gane al fútbol. Y no me gusta que estemos en la situación económica y de decencia en la que nos encontramos.

Pero una cosa no quita la otra, y estoy totalmente de acuerdo contigo (aunque no lo diga de forma tan bonita como tu Begoña :-))

Anónimo dijo...

Hola Begoña, la del anónimo soy yo, Irene Cuquerella, pero no aparece mi nombre :-((

Mara Oliver dijo...

:)
cuando estoy triste, la risa de mi bebé enciende el mundo (seguro que los de Monstruos SA me entienden y seguro, perdona el atrevimiento, que tu padre también).
genial artículo, pienso (y siento ;) cada palabra.
:)